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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1994. Ciclo B

26º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     9, 38-43. 45. 47-48
Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros» Pero Jesús les dijo: «No se lo impi­dan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti oca­sión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos ma­nos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga»

Sermón

          Una de las historias más conmovedoras y curiosas de la propagación del cristianismo por el mundo, es la de la Iglesia en Corea, a quien bien conocemos por las invasión de sus productos en nuestro mercado.

Cuando, a mediados del siglo XVIII, después de las exitosas misiones católicas de ese tiempo, ya funcionaban prósperamente el cristianismo chino, indio y japonés, y los misioneros desembarcaban en las distintas playas del mundo, Corea no había recibido aún la visita de ningún cristiano.

Pero se da el caso que, allí, lo que no hicieron los misioneros, los predicadores, lo hicieron, y de casualidad, unos pocos libros. En efecto, el jesuita Mateo Ricci había ya hecho traducir el nuevo Testamento al chino, y compuesto en ese idioma varias obras de instrucción y catequesis.

Dichos libros, por razones económicas -así como nosotros ahora los tenemos que hacer imprimir en Brasil- se editaban en Francia. Allí había que encargarlos cuando se necesitaban. Precisamente uno de esos pedidos salió de Marsella hacia China, en 1751, junto con otras cosas, metido en un cajón de regulares dimensiones. En el viaje, una terrible tempestad desvió la embarcación a Busan , puerto de Corea y allí, por confusión, fue desembarcada la caja, donde quedó abandonada en un muelle. Al tiempo, un comerciante poco escrupuloso la cargó en sus carretas y la llevó a Seúl, donde abriéndola, descubre los libros, que, inmediatamente, pone en venta. Recorriendo el mercado, un letrado coreano Yi Piek , bibliófilo, nota con curiosidad la presencia de estas obras y las adquiere por unos pocos wons. Al llegar a su casa los hojea distraído, algún pasaje le llama la atención y con curiosidad poco a poco se sumerge en su lectura.

Se va llenando paulatinamente de asombro y finalmente se conmueve hasta las lágrimas. Lleno de entusiasmo al poco tiempo llama a un grupo de amigos colegas para que lean los libros con él. Todos quedan conquistados por la doctrina cristiana. Pero, claro, aunque rezan juntos y van cambiando de estilo de vida, no sabían mucho qué hacer. Hasta que uno de estos amigos, Yi Seung Hun , alto funcionario de Seúl, llega con la noticia de que ha oído en la corte que en Pekín también hay cristianos. Aprovecha una misión diplomática y en 1784 se dirige a la China, habla con un obispo y recibe el bautismo. Lamentablemente no consiguió que le enviaran ningún sacerdote ni misionero; el cristianismo ha comenzado a ser perseguido en el celeste imperio y hay penuria de clero.

Seung Hun pues ha de volver solo a Corea, y allí con Yi Piek , que había mientras tanto elaborado en coreano toda una teología cristiana, mezclada con algo de Confucio, organizan ellos mismos una comunidad cristiana. Bautizan, se confiesan unos con otros y, finalmente, comienzan a celebrar Misas -inválidas por supuesto- e, incluso, nombrar sacerdotes.

Mientras tanto escribían instantemente a Pekín para que les enviara verdaderos sacerdotes, porque intuían que estaban haciendo las cosas fuera de las reglas. Cuando, finalmente en 1794 llegó un sacerdote chino, le estaba esperando una comunidad de casi 10.000 cristianos, a pesar de que ya habían comenzado también contra ellos cruentas persecuciones.

Este sacerdote, chino, duró poco, fue asesinado por el gobierno en 1801 y, durante treinta años más, estuvieron los coreanos otra vez privados de sacerdocio. Recién en 1837 llegaron un obispo y dos sacerdotes que, dos años después, también murieron mártires. Pero la iglesia ya había prendido, y empezó a tener sus propios ministros. Tanto que en 1846 moría mártir el primer sacerdote coreano Andrés Kim Taegon , cuya fiesta celebramos el martes pasado, 20 de Septiembre junto con la de Pablo Chong Hasang y otros compañeros, martirizados junto a él. Es así, pues, curiosamente, como sin misioneros, sin predicadores, sin intermediarios, e incluso al principio sin verdaderos sacramentos, comenzó el cristianismo en Corea.

Pero ¿quién dudará de que aquellas Misas, esas confesiones, realizadas por esos laicos ni siquiera bautizados, a pesar de que eran sacramentalmente inválidas, producían lo mismo, por la fe de los asistentes, abundantes gracias en todos y servían de ocasión para acrecer la vida cristiana?

Es obvio que, a pesar de sus errores y de su no inserción jurídica plena en la Iglesia, esa gente estaba con ella. Aunque Juan hubiera protestado de que hacían todo eso sin ser de los nuestros, Cristo le hubiera respondido " No se lo impidáis, ...el que no está contra nosotros, está con nosotros ."

Pero, al escuchar hoy esta frase, a cualquier lector del evangelio de inmediato le vendrá a mientes la sentencia aparentemente contraria que recordará de Mateo y de Lucas: " El que no está conmigo contra mi está; y el que no recoge conmigo, desparrama ".

Frase que aparentemente contradice la anterior.

No entraremos en detalles, de todos modos la dificultad puede obviarse observando que la apreciación positiva es general, utiliza el plural, " el que no está contra nosotros "; la negativa, en cambio, es particular, usa el singular: " el que no está conmigo ". Una apunta más a lo institucional, lo comunitario, quizá lo jurídico. La otra más a lo personal, a lo íntimo, al fuero de la conciencia: " El que no está conmigo, está en contra, desparrama ", en singular, como dicha por Jesús a cada uno de nosotros, en esa opción interior que es la que finalmente vale y en la cual cara a cara con Jesús tomamos nuestra decisión consciente por El o contra El.

Porque cuando se trata del error, la Iglesia siempre ha sostenido que una cosa es el error anticristiano sostenido sin protervia, simplemente por ignorancia, porque uno se encuentra en una situación dada, condicionado por una estructura social de falso pensamiento; otra es el error del que, desde el conocimiento de la verdad, se planta en rechazo formal de parte o de la totalidad de ella, a sabiendas, en conciencia, en rebeldía. En el primer caso se trataría de un error, pero inculpable; en el segundo se entraría dentro del campo de la herejía formal, del acto moralmente torcido.

En este sentido la herejía es una falta gravísima contra Dios y contra la Iglesia y por lo tanto contra el mismo Jesús. Se trata de algo personal desde lo cual rehúso, desdeño, niego lo que es Jesús o lo que dijo o lo que en su nombre la Iglesia enseña. Si parto de la fe, un acto como tal me la suprime. Si parto de la incredulidad un rechazo semejante es algo casi demoníaco: como decía Jesús, un pecado contra el Espíritu Santo.

Pero supongamos que el que sostiene de este modo una herejía funda una comunidad, o su ideología falsa se instaura como doctrina de una sociedad, de una cultura y se mete en la política y en la educación de un pueblo, y, dentro de ese sistema de ideas o de negaciones, son educados los hijos de aquellos promotores del error; o sufren su influjo engañoso los menos formados de la sociedad o de la Iglesia ¿quién podrá decir que éstos sean culpables? ¿No formarán más bien parte de esos pequeños, de esos niños escandalizados de los cuales habla el evangelio de hoy, entrampados por una falsa educación, por desviados principios, por engañosos argumentos, por contaminación ideológica ambiental?... Eso quiere decir escándalo en griego: trampa, ocasión de tropiezo, de engaño. ¿No serán pues éstos que viven en el error y la inmoralidad más bien víctimas escandalizadas, engañadas, atrapadas, por la falacia, por la mentira, de los fautores y promotores de la falsía, la rebelión y el embuste?

¿Quién podrá decir que las ingentes masas actuales de jóvenes y ya no tan jóvenes que muestran hostilidad o indiferencia frente a la Iglesia o aún a Cristo, cuando han sido programados cuidadosamente desde su niñez por una escuela laica, por una literatura procaz, por una televisión y cine cuanto menos superficiales, si no queridamente corruptores e inmorales, por dirigentes indignos, por figuras públicas bochornosas, por un periodismo abyecto, por una familia destruida -huérfanos con padres vivos- quién podrá decir que son culpables o que están contra Cristo...? ¿No estarán a lo mejor, en el fondo de sus desdichados y confundidos corazones sedientos de El, con El? ¿No son más bien los que de una manera u otra contribuyeron a formar esa masa desolada y desorientada los que deberían estar en el fondo del mar atados con alambre de fardo a toneladas de piedras de molino?

¿Como encontrar, en estos siglos de decadencia del cristianismo en Occidente a partir de la Reforma Protestante y la Revolución Francesa, y la toma del poder, de la educación y de la información con su influjo de masas, por masones y liberales, positivistas y marxistas, como distinguir las víctimas y los victimarios, los que están con nosotros sin ser de nosotros y los que están realmente en contra? ¿como discriminar culpables y damnificados?

Y -sin hacer ninguna clase de autocrítica masoquista- de nuestra parte, ¿a cuántos hemos hecho nosotros mismos, clérigos y laicos, con nuestra conducta, con nuestra nobleza, con nuestra alegría, con nuestra capacidad de amar en serio, con nuestra fortaleza para enfrentar contratiempos, con nuestra coherencia entre mensaje y proceder, con nuestro celo apostólico, a cuántos hemos hecho atractiva nuestra condición de cristianos, nuestra calidad de hijos de Dios, de miembros de la Iglesia?

¿Cuantas veces por no estar totalmente del lado de Jesús en nuestro pensar, en nuestro hablar y en nuestro actuar, en vez de recoger con Él hemos desparramado? Nosotros que debíamos llevar a los demás el rostro del amor de Cristo, ¿a cuántos se lo hemos ocultado o deformado con nuestra careta de mediocres?

Claro que no todo depende de las subjetividades, de las personas: el error posee una dinámica perversa independiente de las buenas intenciones de los que lo sustentan; y, gracias a Dios, la verdad contiene más fuerza que el instrumento humano que la transmite. Y es por ello que la verdad ha de ser siempre defendida aún cuando a nuestras palabras -lamentablemente- no acompañen nuestros actos; y lo falso, lo equivocado, como tal debe siempre tratar de combatirse; pero el cristiano ha de ser muy cuidadoso de no faltar a la caridad con el que yerra, e incluso con el que haga mal convencido de que está haciendo bien. Porque no siempre será el mejor recurso para convencerlo el apuntarle con dedo acusador ni el discutirle con mirada despectiva. Y siempre puede pasar que aunque esté contra nosotros -a lo mejor un poco por culpa nuestra- en el fondo a lo mejor no esté contra Jesús. Y como dice una variante de un antiguo manuscrito del evangelio de hoy: "el que no está contra vosotros con vosotros está, y el que hoy está lejos, mañana cerca de vosotros estará ..."

Por eso, a pesar de que parezca que hay muchos que están en contra nuestro y aún en contra de Cristo, y a pesar de su fuerza y del poder de sus medios, de sus conspiraciones mundiales y de sus organizaciones políticas y económicas, a pesar de eso, el cristiano no ha de dejarse vencer por el pesimismo. Porque hay muchos que están contra nosotros pero quizá no estén contra Cristo. Y hay muchos más que ni siquiera están en contra: simplemente no nos conocen o nos conocen mal. Y cuando llegue el momento, ese llamado de Cristo que se alberga en todo corazón humano -porque el hombre está hecho para Dios y para Jesús- podrá, a lo mejor por medio nuestro, resonar en ellos. Y allí si, en su interior, en su libertad, decidirán si están o no con o en contra de Jesús. Y roguemos para que sea por medio nuestro, que se nos conceda ese honor, que nos permita ser portadores de Su palabra. Que no se le ocurra a Dios, por inútiles e indignos que somos, dejarnos de lado, prescindir de nosotros. Como cuando, mediante un paquete de libros, con la sola fuerza de la verdad contenida en sus letras, fundó la Iglesia de Corea.

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