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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1995. Ciclo C

26º Domingo durante el año
(GEP, 1995)

Lectura del santo Evangelio según san Lc 16, 19-31
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama" Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros" «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento" Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan" El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán" Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite"»

Sermón

Cuentan que en la época de la dictadura soviética toda crítica debía hacerse por medio de alusiones. Por ejemplo, en el teatro, cualquier frase podía servir de referencia al régimen y ser festejada por el público. Así, cada vez que se representaba Hamlet y un buen actor pronunciaba la célebre frase "Hay algo podrido en Dinamarca", el público aplaudía frenéticamente pensando en la corrupta clase dirigente.

Algo parecido sucedía en la época de Verdi, cuando la mitad de Italia estaba bajo dominio austríaco y se luchaba por la unidad de la península. No solo que el nombre de Verdi, cuando se escribía en las paredes ¡evviva verdi !, significaba las iniciales de Vittorio Emmanuele, Re d'Italia, símbolo de esa deseada unidad, sino que, en sus obras, muchísimas de sus arias y coros eran interpretados políticamente: como cuando, en Attila, Ezio, que representa a los italianos, le dice a Atila, personificando a los austríacos: "Avrai tu l'universo, Resti l'Italia a me"; "guárdate el resto del universo, pero dame Italia a mi"; o el célebre coro " Patria opressa" de Macbeth, o el famoso "Va pensiero" , casi el himno nacional de Italia; todas piezas que, en esas frases que escapaban apenas a la censura, eran capaces de expresar los sentimientos patrióticos y políticos de la gente y solo se comprenden en esas épocas de opresión y falta de libertad.

Tampoco era tan fácil hablar libremente en la época de Jesús. De hecho no solo los dominadores romanos, sino las clases dirigente judías ejercían un férreo control de la opinión pública para que no se difundieran entre la gente ideas subversivas.

Es en ese clima en donde es necesario entender el cuentito de hoy del ricachón y del pobre Lázaro. Es evidente que la imaginería y el vocabulario utilizados por Cristo no hacen ninguna referencia a hipotéticos lugares o condiciones del más allá. El colorido de la escena más se acerca a la fábula que a la parábola y, de hecho, si solo tuviéramos la historia tal cual se cuenta en labios de Jesús, nos parecería de un simplismo casi infantil.

Pero resulta que la literatura de su época nos muestra que este cuentito era bien conocido en los ambientes donde se movía el Señor.

El precedente más lejano, es una narración egipcia, casi contemporánea a él, escrita en lengua demótica al dorso de un documento griego. Se trata de un niño que lleva a su padre a visitar el reino de los muerto para mostrarle la suerte que han corrido dos personajes diferentes: uno, un rico, que, al morir, fué llorado por todo un coro de plañideras, lo amortajaron con los vestidos más finos y selectos, y le hicieron un funeral de lo más suntuoso; el otro, un pobre desgraciado, un mendigo, que, al morir, no fue objeto de duelo, sino que se lo llevaron en parihuelas y lo enterraron en una fosa común en la ciudad de Menfis. Pero ahora ahí está el rico: con un pivote de las bisagras de una puerta clavada en la órbita de su ojo derecho, que al moverse le atormenta de modo atroz; en el otro recinto, al lado de Osiris, el mendigo, radiante de felicidad, engalanado con los vestidos del rico. Y el niño termina diciendo a su padre: "Cuando llegues aquí ojalá te traten como a ese mendigo y no como al otro, el desgraciado ricachón"

Dicho cuento sumamente popular, consuelo de tantos desdichados en esta tierra, había llegado a Palestina y corría bajo el nombre de "El diverso fin del rico Bar Maján y del escriba pobre". Decía así. El rico Bar Maján murió y tuvo un funeral magnífico, se dejó de trabajar en toda la ciudad, porque todo el mundo quiso acompañarlo a su última morada. Al mismo tiempo, murió el piadoso escriba y nadie supo de su entierro. ' Cómo puede ser Dios tan injusto que permita ésto ' -decía la fábula- y la respuesta era que Bar Maján, mala persona, una sola vez había hecho una obra buena y por eso se le premió con el entierro suntuoso, pero, en lo definitivo, un colega del escriba, pudo ver cuál era el destino de ambos hombres en el más allá: su colega pobre estaba en jardines de belleza paradisíaca, atravesados por aguas vivas; Bar Maján, el rico, a la orilla de un río, muerto de sed: quería alcanzar el agua y no podía.

Ahora bien, este cuento, como hoy el de Blanca Nieves o Caperucita Roja; o sus personajes, como en nuestros días el Quijote y Sancho, era más conocido que la ruda; aún así la gente, como los chicos, no se cansaba de escucharlo una y otra vez, sobre todo si era declamado por un buen narrador. Y eso era precisamente Jesús; y parte de su habilidad en este caso consistió en cambiar levemente los detalles esperados del cuento para, justamente, en ellos, a la manera de Verdi, referirse irónicamente a personajes de su época.

Como Vds. han oído, al menos Jesús ha cambiado los nombres de los personajes. El rico Bar Maján ahora no tiene nombre, sin embargo está perfectamente caracterizado. Es un rico que come espléndidamente y se viste de púrpura y lino.

Y allí la primera sonrisa del auditorio de Jesús. Porque vestirse de púrpura y lino no era como entre nosotros decir, vestido de seda y encajes; no se trata solo, allí, de describir la riqueza del individuo; en Israel, el vestirse de púrpura y lino estaba exclusivamente reservado a la clase sacerdotal; a los sacerdotes descendientes de Sadoc y que formaban parte de la secta saducea. Como movían todo el comercio que se realizaba en y alrededor del templo, a través de los años habían acumulado inmensas riquezas, se habían transformado en banqueros y terratenientes y manejaban el 70 % de la economía del País. Producida la ocupación romana se habían apresurado a pactar con los invasores para conservar sus privilegios. Ese colaboracionismo, rayano con la entrega, no había precisamente aumentado su prestigio.

Así pues la gente, cuando escucha lo del lino y la púrpura, empieza a divertirse: Bar Maján ha sido transformado por el hábil narrador que era Jesús en un odiado y temido sacerdote saduceo.

El relato alcanza un tinte más animado todavía cuando Jesús menciona el nombre del siguiente personaje: Lázaro. Porque hay que saber que este nombre Lázaro o Eleazar es el gentilicio, el apellido, precisamente de una familia de importantes sumos sacerdotes de la época.

Flavio Josefo, historiador judío del siglo I, menciona como los más conspicuos linajes saduceos de la primera mitad de ese siglo, precisamente el de los Lázaros, junto con el de Anás, el de Alejandro, el de Kamith y el de la familia Phiabi, que proporcionó al templo seis sumos sacerdotes, todos hermanos entre sí, activos en la época en que escribe su evangelio Lucas ¿Será coincidencia que los hermanos del rico sean justamente cinco?

Pero lo curioso es que precisamente los Lázaros, en el tiempo en que Cristo comenzó su vida pública, habían perdido influencia, y no accedieron nunca más al sumo sacerdocio.

Y cuando, más tarde, tanto en los Hechos de los Apóstoles como en los evangelios, se dan algunos nombres de saduceos y familias sacerdotales complotándose contra Cristo o la Iglesia, aparecen los nombres de Anás, de Caifás, de Alejandro, de Jonatán y de otros miembros de diversas familias sacerdotales, pero nunca se mencionan como enemigos a los Lázaros. Y como sabemos que algunos pocos saduceos siguieron a Jesús, podría ser que entre ellos hubieran estado los Lázaros. Hasta es posible que alguno de ellos, por sus convicciones cristianas, hubiera sido radiado del poder y perdido sus bienes. El de Lázaro, pues, se había transformado en un nombre simpático para el pueblo. De allí que su apodo fuera usado por Jesús, en esta fábula o parábola, para designar al pobre bueno.

El cuento por tanto se ha hecho evidentemente atrevido, peligroso para Jesús, ahora no solo alude a los poderosos sino que se refiere a sus enjuagues políticos. Son estas cosas las que poco a poco conducirán indefectiblemente a Jesús a la muerte. Si hay algún saduceo entre los espectadores, ya está rechinando de rabia, o sus espías tomando notas, mientras el resto del público festeja.

Pero ahora la narración, más allá de un manifiesto social o político, o de una simplista teología del más allá con su compensación mítica de los males de este mundo a lo egipcio, al modo del 'opio de los pueblos', se va transformando en una requisitoria religiosa.

El rico saduceo se dirige a Abrahán con el título que durante su vida mortal le servía de pasaporte al orgullo, y de pretendida fuente de derechos de casta: Padre Abrahán , Padre Abrahán ... Ya otra vez Jesús había tenido que gritarles que no se envanecieran de ello, que Dios era capaz de sacar hijos de Abrahán de las mismas piedras...

Por eso con un cierto toque de sorna Jesús pone ahora en labios de Abrahán, dirigiéndose al rico, el cariñoso "Hijo mío". Abrahán no niega ser padre del rico y sin embargo esa paternidad no le hace salvarlo de los tormentos. No -subyace en el relato de Jesús- no basta ser hijo de Abrahán, judío (o bautizado) para salvarse.

Pero el discurso se hace ahora incisivo, preciso: "envía a Lázaro a la casa de mis cinco hermanos..."

Y de pronto Lázaro ha cambiado de identidad: súbitamente los oyentes cambian de registro y recuerdan al Lázaro que Jesús ha resucitado. Ese Lázaro que junto con Jesús los sumos sacerdotes -cuenta el evangelio de Juan- han decidido matar por ser una propaganda viviente del maestro.

Lázaro ha resucitado, Cristo resucitará y, sin embargo, los sumos sacerdotes y la mayoría de los saduceos se niegan a creer. Tienen a Moisés y los profetas, son hijos de Abrahán y, sin embargo, ni ante la Resurrección, aceptarán a Jesús...

No es una cuestión de pobreza o de riqueza, es un problema de privilegios, de instalación en el mundo, de negarse a cambiar, de saber que la aceptación de Cristo obliga a la conversión, que si Cristo tiene razón no pueden seguir tranquilos como están... Es la intuición de que en Jesús habrá de cumplirse una profunda revolución que tarde o temprano también los tocará a ellos y todas las estructuras del poder. Porque habrá que hacer de la autoridad, función de servicio; de las riquezas, posibilidad de crecimiento propio y ayuda generosa a los demás; de la jerarquía y el privilegio, no cerrazón egoísta, desprecio y servidumbre de los otros, sino señorío noble, verdadera aristocracia de paternidad y de hacer justicia; del poder y la fuerza, no ocasión de dominio y soberbia sino de protección del débil y el inerme...

Los saduceos se dan cuenta de que Jesús es un revolucionario mucho más peligroso de lo que pudieran haber imaginado. No es un resentido más que echará a los de arriba para él mismo encaramarse sobre los de abajo, dejando todo igual; no es alguien que una vez en los puestos dirigentes será fácil de comprar como se venden todos los demás; Jesús no se limita a hablar vagamente de justicia social, de repartija de bienes, de redistribuciones económicas, de libertades políticas; es alguien que viene a dar a todos conciencia de su dignidad, de su albedrío insumiso a cualquier dictado fuera de los de Dios, que viene a liberar al hombre de todas las apetencias y coacciones del dinero, del gusto, de la moda, de los bienes contabilizables. Es alguien que, sobre el reino de este mundo y sus mezquindades y sus falsas jerarquías y sus envidias y sus celos y sus ídolos y sus mentiras y sus competencias de poder y de tener, viene a mostrar a todos, sin distinciones, la meta solidaria y fraterna del Reino de Dios...

Por eso, los que viven medrando en las caducas superioridades de esta tierra -termina su cuento Jesús- aunque resucite alguno de entre los muertos, nunca se convencerán.

Cuando Jesús calla y pone punto final a su aparentemente ingenuo cuento, la gente ya no ríe, está seria, sabe que Jesús ha sellado su suerte.

Y ya corren los espías saduceos a contar a los sumos Sacerdotes lo que acaban de oír.

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