Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros» Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga»
Sermón
Más de uno, leyendo las últimas frases del evangelio que hemos escuchado, inmediatamente las refiere a pecados del sexto mandamiento: "malas acciones, Padre, malas miradas"... como si Jesús hubiera venido a la tierra solo como puritano censor de nuestras debilidades y desarreglos fisiológicos y como si la moral evangélica y la moral en general hiciera sola referencia a la sexualidad.
Cualquiera que sin 'a prioris' lea los evangelios podrá constatar lo poco, por no decir 'nada' que Cristo hace referencia al tema, sino para elogiar en todo caso la excelencia del vínculo matrimonial y en ese contexto la deslealtad y traición, a nivel más espiritual que carnal, que significa usar del signo sexual del amor fuera de ese enlace santo.
Pero vaya a saber por que extraños vericuetos freudianos el sentimiento de culpa suele hacerse en los cristianos máximamente vehemente en ese tipo de desórdenes y no en otros muchísimo más graves. Pueden pasarse horas y horas despellejando al prójimo o mintiendo redomadamente, pueden haber concedido a Dios durante la semana apenas una oración mal recitada a la noche entre la televisión y la almohada, pueden haberse copiado descaradamente en los exámenes, pueden estar distanciados cuando no enconados con examigos y parientes y lo mismo acercarse luego alegremente a comulgar. Pero, si han tenido un mal pensamiento, un acto de debilidad, una cesión aunque no sea deliberada en el campo del sexto mandamiento, eso si hay que confesarlo y por supuesto ni pensar, así manchados, en comulgar.
¡Malos pensamientos! "¿Qué?" -a veces les pregunto yo- "¿ha pensado matar a su suegra?" "¿ha imaginado las diversas maneras de asesinar a su jefe o al presidente?" No: el mal pensamiento siempre se refiere a la región muy particular de los instintos sicalípticos, allí por otra parte en donde más juegan pulsiones y compulsiones y por tanto donde tantas veces menos libertad y por eso menos pecado hay.
En el evangelio de hoy no se trata de malas miradas, o malas acciones en ese plano. El pensamiento hebreo que está detrás del lenguaje de Cristo no suele distinguir, como el griego, por un lado el alma con sus instintos y pasiones instalados en ella, y, por el otro, los sentidos u órganos que pudieran realizarlos o llevarlos a cabo. La sede de los sentimientos, los pensamientos y los instintos para el pensar hebreo son los mismos órganos y sentidos. Así, la zona del pensamiento emotivo -que incluye en un todo voluntad, intelecto, juicio, personalidad y sentimiento-, para los judíos y para los evangelistas, son los ojos. En lenguaje hebreo, son los ojos los que tienen, no solo vista oftalmológica, sino perspicacia, comprensión, elección, amor, pensamiento, valoración. Y son la sede, por supuesto, no solamente de valoraciones y elecciones buenas sino también malas. Todavía hoy nosotros decimos es un hombre de ojos altaneros o duros o insaciables.
Así mismo la mano, en el lenguaje del evangelio, no es solo el miembro prensíl que nos permite tantas habilidades a los humanos, sino la sede de la acción premeditada, de la conducta exterior, de la intención llevada a cabo, el signo por antonomasia del actuar del hombre.
De tal modo que no son los ojos ni las manos en cuanto tales las que pueden ser ocasión de pecado. De por si son pacientes instrumentos de nuestras decisiones personales. Es en nuestra interioridad donde viven nuestras opciones, nuestras elecciones deliberadas, y desde donde salen los impulsos desviados del egoísmo, de la soberbia, de la envidia, de la malicia, pecados, diríamos hoy, del espíritu no debilidades de la carne. Es allí donde moran esas desviaciones pensadas y asumidas o al menos no reprimidas, toleradas, alimentadas, que nos hacen realmente malas personas, no simplemente enfermos o débiles o faltos de continencia. Egoísmos y orgullos larvados que nos llevan a la hipocresía, a desear y a veces hasta buscar el mal del otro, a hablar de más, a criticar, a vivir constantemente en la queja, en la maledicencia, en la competencia desleal, innoble, en el mal humor, en la falta de justicia que consiste en casa en que todo tiene que girar alrededor mío y de mis comodidades y no en el 'dar a cada uno lo suyo'...
¡Claro que todo eso tenemos que erradicarlo, cortarlo, mutilarlo de nuestras psicologías profundas si queremos ser hombres y mujeres realmente de Dios y para Dios! Sí que más vale allí ser manco o tuerto que entrar con los dos ojos y las dos manos en la Gehenna.
Por allí pues, por ese interior de nuestro yo, pasa el ser bueno o malo. La rectitud o pureza de corazón transita esas honduras del alma en donde se juega nuestra auténtica personalidad y por lo tanto libertad y no por nuestras hormonas o nuestras fisiologías. Es por eso que el reino de la gracia o del pecado no se mueve entre las tinieblas de nuestras compulsiones o en las mareas cambiantes de nuestra química interior, sino en el núcleo de nuestros actos libres, pocos o muchos que sean en nuestra vida. Allí se da la tajante división de los que están con nosotros o los que están contra nosotros dice Jesús. Allí, en los hondones del alma, no hay nada intermedio: o a favor o en contra. Pero eso no siempre se trasunta en nuestros actos de exteriores, en los patrones externos, en los comportamientos: ¿qué pautas comunes habrá para juzgar a un católico criado en una familia buena, instruido en la fe, en la ayuda de los sacramentos... y al pobre desdichado despojado de padres, de buenos ejemplos, de instrucción, de apoyos eclesiales? De allí la aparente paradoja de las frases contrapuestas de Cristo: "El que no está contra nosotros está con nosotros" y la otra de Mateo "El que no está conmigo está contra mi". Una de las frases responde a nuestra incapacidad de juzgar por lo externo quién realmente está con Cristo o contra El. Desde el punto de vista meramente aparente, social o institucional basta que no se esté contra nosotros para que pueda presuponerse esa buena voluntad que los hace de los nuestros. En todo caso esta proximidad se demuestra no en palabras sino acciones, aún en pequeños gestos aunque más no fuera -pone de ejemplo Jesús- el de que se nos de un vaso de agua por ser de Cristo. La otra frase en cambio "el que no está conmigo está contra mi" nos llama a la urgencia de la opción interior. Es un llamado a nuestra conciencia -a la nuestra no a la del otro-, a nuestra capacidad de entrega a Cristo, al apremio a alinearnos hasta el fondo al lado del Señor. Allí sí la neutralidad la juzgará como estar en su contra. Allí no bastan los paños tibios, el cristianismo adocenado, mediocre, condicional, en cómodas cuotas, allí el Señor exige todo, no se conforma con las migajas que le demos de lo que nos sobra de nuestro yo bien guardadito y custodiado.
Y porque esta exigencia de entrega brota de las palabras mismas del evangelio y de la profesión de fé del cristiano -la gente no es tonta- sabe, se da cuenta si en nosotros no existe esa entrega o deseo de esa entrega. No hay peor antitestimonio que un cristiano o un religioso que no vive de acuerdo a lo que dice profesar. Mahatma Ghandi alguna vez dijo que cuando leyó los evangelios decidió convertirse al cristianismo, pero cuando vio la conducta de los cristianos decidió seguir como estaba.
Y el Señor no perdona que seamos obstáculos, skándalon en griego, motivo de escándalo para nuestro prójimo, para aquel que tiene derecho a que nosotros le demos el testimonio y el ejemplo de nuestra fe y nuestra caridad; y no que con nuestra conducta hagamos de la doctrina de Cristo irrisión de los que nos ven jugando a ser católicos, religiosos o curas. Peor cuando somos escándalo, obstáculo, para nuestros propios hijos, parientes, amigos; para nuestros propios feligreses.
Piedra de molino al cuello, fuego inextinguible, gusano que no muere, gehena... Hay que tomarse en serio estas amenazas de Jesús, sobre todo que Él no suele ser profeta de calamidades, sino anunciador de paz, de salvación, de perdón. Pero aquí hay algo que el no puede tolerar y por eso se exalta y se enoja: no soporta la mediocridad, la tibieza, el manoseo de lo santo para llevar una vida sin garra y sin empuje, el escándalo en que nos transformamos cuando es nuestra conducta la que impide a Jesús acercarse a los que El quiere perdonar y salvar.