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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2000. Ciclo B

27º Domingo durante el año
(GEP, 08-10-00)

Lectura del santo Evangelio según San Marcos  10, 2-16
Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?» El les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?» Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella» Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido» Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio» Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Sermón

          Son buenas noticias los resultados de la encuesta hecha por Gallup , a pedido del diario "La Nación", respecto a la familia. El que el 90% de los argentinos encuestados haya afirmado que la familia es el aspecto más importante de la vida del ser humano, por encima del trabajo, la filantropía, los amigos, la religión, el tiempo libre y la política, y que el 77% considere totalmente vigente la institución matrimonial, debe alentar no solo a la predicación cristiana sino a la política, para que se encuentren vías legales conducentes a hacer de esta expresión de deseos una sólida realidad.

Porque la encuesta no debe ilusionarnos. Esta valoración expresada en teoría, luego se encuentra sin fuerzas para ser llevada a la práctica y vivida con continuidad y perseverancia. Es algo así como lo que suele contar Guillermo Jaim Etcheverry : que todo el mundo está de acuerdo en que la educación está pasando en nuestro país una terrible crisis y que es fundamentalmente mediocre, pero, cuando se les pregunta si están contentos con la educación que se brinda a sus propios hijos, casi todos se muestran satisfechos. Es como si lo que se afirma en un marco teórico y general luego no se viera en los casos particulares. Falla el juicio 'práctico- práctico', la puesta en acto de lo que se piensa. No hay nadie que no se considere una excepción a las reglas. Lo que está mal en los demás, en nosotros está bien. Siempre encontramos razones para nuestras irregularidades.

De buenos propósitos, de voluntarismos, de grandes ideas, todos nos llenamos la boca. Nadie va a ser tan perverso que, interrogado seriamente sobre ello, estuviera de acuerdo con el soborno, la pornografía, la poligamia, el abandono de los hijos, el recambio de padres, la coima... Sin embargo, cuando la realidad afecta nuestro propias opciones, el egoísmo las empuja hacia cualquier lado, más allá de lo que teóricamente pensemos sobre la cuestión.

Algo de ello sucede con el matrimonio. A pesar de estas encuestas, favorables en teoría a la institución, vienen las encuestas sobre la realidad y ellas nos hablan de altos porcentajes de fracasos matrimoniales, de padres que, por un más o un menos, abandonan a sus hijos, de parejas que viven en concubinato y aún en adulterio, de costumbres cada vez más liberales respecto a la pareja y el sexo....

Las respuestas teóricas a las encuestas representan, gracias a Dios, las hambres profundas, casi nostálgicas, intuiciones de lo bueno, que se anidan en el corazón de todo hombre no enteramente corrompido; ese saber fundamentalmente correcto que todos tenemos de que lo principal que hace a la realización del hombre es la familia... Pero los hechos están lejos de esos deseos, porque se han destruido todos los sostenes e impulsos personales y sociales que posibilitan el llevar adelante eso que se sabe que es bueno... Incluso personas que en el fuero íntimo aprecian el matrimonio, si -creyendo que en eso se muestran más solidarios- apoyan ideologías de izquierda, como éstas, en su paquete marxistoide, siempre contienen, en estas materias, lo más perverso y destructivo, finalmente se encuentran defendiendo posiciones con las cuales en lo profundo no están de acuerdo.

Porque el auténtico amor, tanto en la amistad como en la familia, no se sostiene con puros sentimientos, con teorías sin compromiso y, mucho menos, haciendo de la espontaneidad y la independencia un ideal de vida. El verdadero amor, lejos de ser espontáneo, es fruto de un sólido trabajo sobre nosotros mismos iniciado desde muy temprana edad y ayudado por los apoyos y rechazos de la comunidad. Amor que se manifiesta en obras, que se despliega en virtud, que sabe sostenerse aún sin ganas ni fervores, que busca el bien de la persona amada por encima del bien propio, que es valiente para proyectarse más allá del momento en promesa de futuro, que se multiplica en hijos...

Aunque yo sepa que amar así es lo que realmente vale, si en mi educación y mi praxis no me he habituado a ese tipo de amor viril y no he pasado de furtivos quereres, de egoístas procederes, de sensiblerías adolescentes o de torpes aventuras sexuales, estoy radicalmente incapacitado, por más que las ideas las tenga relativamente claras, a vivir un serio amor.

Peor si no encuentro en la sociedad ni ejemplos, ni prédica, ni contenciones que me ayuden, en los momentos de debilidad o de desaliento, a seguir amando. Al contrario, hallo un ambiente complaciente para fugar del matrimonio, e ideologías justificantes de cualquier burdo remedo de querer.

Yo todavía crecí en un ambiente en el cual el divorcio, la interrupción del embarazo, la cohabitación sexual, pre y extramatrimonial, eran condenables ante la conciencia social y personal aún en los ambientes no practicantes y, claramente, un pecado delante de Dios. En los casos en que, por cualquier motivo, a veces doloroso e inculpable, alguien se separaba y volvía a juntarse, nadie esperaba que se lo tratara a pie de igualdad con un matrimonio legítimo ni que se viniera a hablar de comprensión, de tolerancia, de que había que cerrar los ojos y tener caridad. Falsa caridad que no piensa en la salvación del alma de las parejas irregulares ni en la caridad que hay que tener para los que, contra todo obstáculo y en medio de dificultades a veces lacerantes, mantienen la fidelidad a su cónyuge y al sacramento matrimonial. Ese ambiente ayudaba a que los matrimonios no fracasaran por motivos fútiles y todos tuvieran cuidado en preservar la convivencia para llevar adelante su misión matrimonial. La mujer y el varón tenían sus hijos responsabilizándose de ellos y educándoles como era debido. El peligro del egoísmo de las partes era sabido, reconocido y controlado... La generación de mis padres, salvo excepciones, estaba constituida por parejas que se querían, fomentándose la responsabilidad mutua en el tener y educar a los hijos, la delicadeza, el respeto, el cariño y el amor al prójimo, que abría la familia a los demás.

Hoy -en gran parte inducido por ideologías anticristianas moviéndose con la omnipotencia de las fuerzas mediáticas y leyes aviesas- todo ha cambiado, como podemos comprobar con la aparición de la vida sexual prematrimonial, el concubinato, el divorcio, el aborto, la exigua natalidad... Igualmente, la promiscuidad, la utilización de la mujer como cosa y no como persona, la unión de homosexuales, la llamada salud reproductiva, el intercambio de parejas, la prioridad de la satisfacción sexual, la promoción de la masturbación recomendada por los medios de comunicación como algo muy sano y satisfactorio. Todo visto como un derecho natural del hombre. "Puedo hacer lo que quiero, soy libre y mayor de edad". El deseo personal es lo más importante y la última razón de todo. Las campañas ilustrativas en el asunto del SIDA demuestran claramente que hasta nuestros gobiernos toman los ideales de la revolución sexual como fundamentos válidos e incuestionables.

Las última y más alta instancia ya no es Dios, el bien común, la persona, sino el individuo, el sujeto, sus deseos, su placer y propia decisión individual.

Pero el sexo, uno de los poderes de expresión y creación más sagrados y poderosos que la naturaleza haya dado al hombre, solo alcanza su plena expresividad, como signo de entrega permanente abierta a la vida, cuando se regala a si mismo en el matrimonio o la virginidad, cuando se decide hacia una unión, un "si" para siempre, a Dios y a los hombres. Y es ese mismo poder numinosos el que, cuando desordenado y fuera de su cauce natural, se transforma en fuerza destructora de las personas, del amor, de su plena realización en su lugar privativo del matrimonio; el que explota como terrible arma que mutila el eje mismo del humano vivir.

Por eso el ambiente hedonista, utilitario, egoísta, eugenésico y libertario en que estamos inmersos atenta no solo contra el "familiarismo católico", como lo apodó despectivamente un conspicuo representante de nuestras izquierdas, ni tan solo contra la familia, sino antes que nada contra la persona y la comunidad, que solo puede crecer y solidificarse en el ambiente familiar. Y aquí no hay que apelar a Dios ni a la revelación, sino a los datos de la psicología, a las estadísticas tremebundas de la sociología respecto a las consecuencias en desestructuración de las personas, criminalidad, drogadicción, suicidios, que son secuela de la ruptura del núcleo familiar y la trivialización y vaciamiento del sexo.

De la sublimidad del amor íntegro del varón y la mujer habla hoy Cristo cuando, de la legislación mosaica que hacía del matrimonio una institución meramente positiva y civil, lo traslada al terreno de los mandamientos, haciendo aparecer al divorcio -permitido por esa legislación meramente humana- como una trasgresión a un mandamiento del decálogo: el de la prohibición del adulterio, el sexto mandamiento. No hay legislación política, permisividad cultural, tolerancia social, comprensión pseudocaritativa que pueda abolir el perentorio mandamiento divino y excusar del mortal pecado de adulterio, afirma Jesús, inflamado de verdadera y viril caridad. En ese sentido las leyes y costumbres divorcistas son una verdadera trampa para la realización auténtica del hombre. De eso no se salva en la concepción de Jesús ni siquiera la legislación mosaica, provocada -dice- por la dureza del corazón humano pervertido. La tradición qumrámica y cristiana, para justificar estos gruesos errores de las leyes véterotestamentarias -tal la del divorcio-, acudían a un pasaje del profeta Ezequiel (20, 25) que afirmaba: " También les di leyes que no fueron buenas para ellos y preceptos que no dan la vida ". Como los que suelen votar nuestros legisladores.

Pero ninguna ley puede cambiar las hambres profundas de la naturaleza humana y eso es lo que reflejan las estadísticas de Gallup sobre los deseos de los argentinos... aunque las que versan sobre los hechos a los cuales llevan las debilidades humanas, el pecado, las leyes, prédica y ejemplos mediáticos perversos, las desmientan.

Pero hay otro punto notable en las palabras compasivas y al mismo tiempo lapidarias de Jesús sobre las nupcias: por primera vez en la historia de los derechos humanos el Señor proclama claramente la igualdad de los derechos de la mujer con los del varón. Hasta entonces, tanto en la legislación hebrea, como en la pagana, la fidelidad y la monogamia, cuanto mucho, eran impuestas a la mujer, no al varón, y el divorcio era un derecho de éste, no de aquella. El marido era quien -por cualquier motivo, aún el más baladí, enseñaba la escuela del rabino Hillel , como, por ejemplo, 'dejar quemar la sopa'- podía dar a la mujer libelo de repudio, declaración de divorcio. La mujer no tenía ese supuesto derecho. Antes, pues, que marcar una mayor exigencia respecto a las costumbres en vigencia, lo que hace Cristo es elevar el papel de la mujer, equiparando las obligaciones del varón hacia ella con las de ella hacia él, y transformando al matrimonio en una verdadera reciprocidad de amor y de misión personalizadora y plenificadora para ambos y sus hijos.

Haciendo manifiesto con sus palabras luminosas lo que está inscripto en la naturaleza, en el ADN del hombre, como su vocación más sublime, la del amor dador de vida en la ayuda mutua creativa y a la vez progenitiva, tanto en el matrimonio como en la virginidad consagrada -porque tampoco la virginidad tiene sentido si de alguna manera no se transforma en ayuda al prójimo y transmisión de existencia- Jesús sublima la vocación del hombre, llamándolo a transformarse así en verdadera imagen de Dios: "a imagen suya lo creo", "varón y mujer lo creó" "y los bendijo para que fueran fecundos", restituyéndolo del extravío de la animalidad promiscua y egoista a su llamamiento original.

El próximo 15 de octubre, más de 200 mil personas se reunirán con Juan Pablo II en la plaza de San Pedro para participar en el "Jubileo de las Familias". Como ceremonia central el Santo Padre bendecirá la unión matrimonial de jóvenes novios representantes de varias naciones. Nosotros nos uniremos a este acontecimiento a nuestro modo: en la oración, en el festejo familiar del día de la Madre, en la celebración -en nuestra parroquia- de la misa de Madre Admirable, pidiendo a Ella se nos de fuerzas a los cristianos para, con virilidad de espíritu, sentido de responsabilidad y compromiso, vivencia plena del amor, más allá de nuestras debilidades, tentaciones, costumbres y leyes que nos desarman, podamos ser fieles al sacramento, fieles a Dios, fieles a nuestra mujer o marido, fieles a nuestros hijos, fieles a nuestra sublime y gozosa vocación cristiana.

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