Sermón
"Tengo mucha fe en el general Viola ” –afirma hoy en el diario uno de nuestros políticos antediluvianos- “ y creo firmemente que restaurará en breve tiempo la vida plena y democrática de la nación ”.
Confesiones semejantes de fe política y democrática pueblan y poblarán nuestros periódicos durante varios días y la nueva fe aumentará el consumo de la jalea real y el gerovital, necesarios a los mismos de siempre para llegar a la aspirada arrebatiña electoral del 84.
Es evidente que no es este tipo de fe aquella de la cual hablan los discípulos hoy en el evangelio cuando claman a Jesús: “ Señor ¡auméntanos la fe! ” Si fuera así, yo pediría más bien: “¡Disminúyemela !”
Pero, a la palabra “fe”, la he encontrado en los diarios también en otro contexto. Un título de ‘La Nación': “ Viva expresión de fe en la peregrinación a Luján ” colocada arriba de la imagen realmente impresionante de la multitud que encaminó ayer sus pasoso hacía Luján.
“ Yo tengo fe en la justicia ”, declaraba ayer, otrosí, en ‘El Clarín', una de las desagradablemente famosas ‘madres de Plaza de Mayo' ante la noticia, -fruto chistoso, supongo, del humor de algún periodista-, de que serían galardonadas este año con el Premio Nobel de la Paz. Pero todo es posible en este entenebrecido mundo ‘carteriano', ‘onuesco' y ‘komeiniano'.
A lo que voy es que, como ven, la palabra ‘fe' es capaz de asumir significados diferentes y, por eso, será bueno preguntarnos qué significa específicamente para un católico.
Con la esperanza de encontrar una definición equivocada que me sirviera para corregirla, abrí el ‘Diccionario de la Real Academia Española ' y, ¡oh sorpresa!, entre los vocablos ‘fazoleto' y ‘fealdad', encontré a nuestra ‘fe' perfectamente definida: “ la primera de las tres virtudes teologales: es una luz y conocimiento sobrenatural con que sin ver creemos lo que Dios dice y la Iglesia nos propone ”.
Mejor no podía ser dicho. Así que me quedé sin crítica. De todas maneras, cómo, en general, la gente no se dedica a hojear este honorable diccionario y más bien se queda con el sentido que a las palabras otorga el uso común, el de los diarios y, entre los argentinos, el del que le da el bueno de Palito Ortega cuando canta “ Yo tengo fe ” este resulta ser, pues, el concepto que suele flotar en nuestro caletre tan pronto suena el sonido ‘fe'.
Se puede decir que, para la mayoría de la gente, el acto de fe es un sentimiento de confianza: “ Tengo fe en el médico ”; “ Tengo fe en Martínez de Hoz ” (algunos quedan); “ Tengo fe en que me va a ir bien en el examen ”.
Y, en realidad, algo –mucho- de eso hay, aún en la fe católica. Porque inicial y fundamentalmente la fe es un –razonable y razonado, por supuesto- ‘acto de confianza'. Un acto de confianza en Dios y en la Iglesia. Pero es un acto de confianza muy particular, encaminado a aceptar una ‘verdad', un ‘conocimiento', un ‘contenido intelectual'.
Cuando yo digo, en cambio: ‘ Tengo fe en que Dios me va a ayudar ', estoy utilizando la palabra ‘fe' de un modo impreciso, análogo, amplio. Esa ‘confianza' en la ayuda que Dios me puede dar no es estrictamente la Fe teologal, es más bien la Esperanza, la segunda de las virtudes teologales.
Estrictamente, en el evangelio de hoy, por el contexto, cabría más la traducción: “ Aumenta nuestra esperanza ”, que “ Aumenta nuestra fe ”.
Lo que pasa es que el término ‘esperanza' en el uso castellano se ha debilitado y, en lugar de denotar una confianza ‘firme', parece significar un ‘deseo inseguro' de que algo se realice: “ Todavía tenemos la esperanza de no irnos al descenso ”, decían los de Quilmes. En cambio Labruna siempre dice “ Tengo fe en mis muchachos ”. ¿Ven? En el uso común ‘fe' es una confianza más firme que ‘esperanza'.
Pero en el lenguaje católico no es así: la confianza en que Dios nos va a ayudar –la firmísima confianza- es la Esperanza, que, de todos modos, apunta a la Vida verdadera y todos los medios para alcanzarla. La Fe, en cambio, es la confianza que nos lleva a ‘admitir como verdad', como ‘auténtico conocimiento', ‘aquello que Dios nos ha revelado'.
Por eso dice bien el DRAE: es ‘una luz', un conocimiento”.
Indudable que exige confianza. Esa misma confianza que uno deposita en alguien a quien razonablemente considera fidedigno cuando le narra cosas que uno no ha visto. Es esa misma confianza que uno no le da al ‘chanta' o al político profesional. “ No creo lo que dice ”, afirmamos –o, por lo menos, lo pensamos-. Es esa misma confianza que no se puede tener en lo que nos cuentan las agencias periodísticas, los ‘neustads' y ‘grondonas' y que nos obligan a adivinar, a leer entre líneas, a interpretar y, finalmente, tristemente, confesar que es horriblemente difícil llegar a saber qué es lo que pasa realmente en el mundo, dónde está la verdad.
Es la confianza, en cambio, que depositamos espontáneamente en nuestros padres –mientras no la traicionen- cuando somos chicos y aceptamos todo lo que nos dicen, la que ponemos en nuestros maestros; la que no debimos poner en nuestros manuales de historia liberales; la que ponemos en los verdaderos profesores o en los pocos obispos y sacerdotes que siguen enseñando la verdad y la respaldan con sus vidas. La que depositamos en los grandes sabios cuando quieren ilustrarnos con teoría y descubrimientos que nosotros no estamos en condiciones de comprobar.
Confianza absolutamente necesaria para poder estudiar y alcanzar la mayoría de nuestras informaciones y conocimientos. El uno por mil de las cosas que sabemos y que nos abren a la realidad es fruto de nuestra investigación o comprobación personal e inmediata. Lo demás lo sabemos de otros y lo asimilamos mediante la confianza, la fe humana.
Pues bien, Dios nos ha hablado y sigue hablándonos, a través de la Iglesia -la auténtica, la de siempre, no la que inventan ciertos curas y obispos- en quien depositamos nuestra confianza. Ella además de rectificar ciertas miradas naturales sobre las cosas de este mundo, nos señala realidades a las cuales aún no podemos ver ni llegar. Como la empresa de turismo que nos habla de lugares y paisajes que no podremos comprobar que existen y son tal cual nos lo describen hasta haberlos pisado con nuestros pies y visto con nuestros ojos.
Dios ensancha la dimensión de la realidad pequeña que es capaz de abarcar nuestra razón y nuestra vista y nos presta, como el sabio, la visión de la realidad que Él ve. Y la realidad que Dios ve –y al verla la crea y sustenta en su ser- es el Todo, es el Universo, pasado y futuro, dependiente de Él, en Su Misterio Trinitario. La Fe perfecciona a la creatura humana en su vocación a superar el límites estrecho a dónde alcanzan sus narices y pueden hurgar sus ojos, para llegar hasta el mismo Dios.
Esta no es una creencia subjetiva, una opinión o creencia como la que dice tener, sin razones ciertas que lo sustenten, el budista o el musulmán o el marxista. Creencia –afirmada sólidamente por el don de la gracia- que se refiere a una realidad afirmada, conocida en promesa, pero objetiva, luminosa.
De esa verdad que Dios nos revela, sobre Él y sobre nosotros, no de la confianza sin contornos, depende nuestro realizarnos como hombres aquí y en la definitiva creación. Y aún como patrias y naciones, en nuestra situación de peregrinos.
Por eso la fe, para el católico, comienza, sí, con un acto de confianza -confianza en el Maestro divino, basada en motivos razonables-, pero progresa en el conocimiento cada vez más profundo y luminoso de lo que Éste nos enseña.
De allí que la Fe tenga un contenido, un contenido ‘intelectual'. Mediante la Fe es menester adherir ‘con la inteligencia' a una serie de enseñanzas, de dogmas, de explicaciones de esos dogmas, y conformar mentalmente una visión de la realidad distinta a la obtusa y miope del pagano moderno.
La Fe no es una actitud sentimental, es, sobre todo, una posición intelectual, una manera de ver, una manera de concebir la realidad, de elucidar la moral, de encaminar nuestras vidas y, también, de tratar de llevar adelante la sociedad terrena.
¿Quién duda de que este movimiento de masas que fue la peregrinación de anoche a Luján, no sea índice de una actitud fundamental de confianza en la Virgen o, al menos, de necesidad de confiar en alguien, en este mundo decepcionante de bienes embusteros y de voces engañosas?
Pero esa ‘confianza' ¿encontrará los maestros de verdad, hallará el contenido intelectual, la luz que cambie realmente sus miras, los libere de las tinieblas de este siglo y los haga ver y comprender? ¿Hallará maestros que la transformen en verdadera Fe y Esperanza?
No olvidemos que uno de los títulos más lindos de la Santísima Virgen es “ María, Sede de la Sabiduría ”.
¿Sabremos los católicos, los eclesiásticos, llenar de contenido luminoso esa confianza? ¿O quedará todo en un vago sentimentalismo guitarresco, amorfo, sin verdades, sin faro en el camino, sin garra?
Contenido, eso es lo que falta hoy entre nosotros. Católicos piadosos, confiados –demasiado confiados- tenemos muchos. Pero católicos formados, estudiosos, conscientes de lo que han de creer y sus implicaciones humanas y políticas tenemos poquísimos. Catecismos cada vez con menos substancia. Sermones gazmoños o, peor, infiltrados de ideologías. Falta de hábitos de lectura y por lo tanto de reflexión y pensamiento. Falta de contacto con Dios en la oración austera. Asimilación consciente o inconsciente de ideologías liberales o marxistas. Tristes realidades que hacen que, cada vez más, nuestros católicos, lentamente, sin perder a lo mejor sus hábitos piadosos, paulatinamente piensen más como les dicta el mundo, los diarios, los periodistas, lo políticos, que como les dicta el Evangelio, la Santa Iglesia de siempre.
Todo un gran sentimentalismo al son de bombos y guitarras, tomarse de las manos, darse besos de paz.
Y un gran vacío, una enorme vacuidad, en la testuz.
Y, mientras tanto, el enemigo trabaja: programas siniestros de TV y de cine. Literatura ‘bestsellerística' de contenidos disolventes. La ‘intelligentzia' copada por la izquierda. Espantosas reformas de programas educativos. Todo encaminado premeditadamente a destruir la gran concepción cristiana del hombre y de la vida que fundó al otrora cristiano Occidente, y que hoy retrocede raudamente, no solo a golpes de terrorismo o invasiones, sino sobre todo cambiando las cabezas, destruyendo el punto de vista católico, vaciándonos las órbitas de la mirada lúcida de Dios.
Más allá de las balas y mucho más letalmente la guerra prosigue. La subversión avanza. No bastan las armas, no basta lo económico y mucho menos las elecciones y la democracia para restaurar la paz y el orden cristiano.
Necesitamos Fe, luz y verdad, evangelio y sensatez.
Y por eso pidamos, como los discípulos en el evangelio de hoy:
"Señor, aumenta nuestra Fe”.