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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1981. Ciclo A

27º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 21, 33-43
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola. Uno hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para recibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon,. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero al verlo, los viñadores se dijeron: "Éste es el heredero; vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué os parece que hará con aquellos viñadores?» Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: "La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?". Por eso os digo que el Reino de Dios os será quitado a vosotros, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».

Sermón

       Hace unos veinte días hemos leído que, en la peregrinación anual de la Sociedad Peregrinos a Pie al Santuario de Nuestra Señora de Luján , venerable confraternidad fundada en 1939, pero cuyo origen remonta a 1909, más de un millón de personas, después de partir de la Basílica se San José de Flores el día anterior, se reunieron en la plaza frente a la Basílica. Gente de toda edad y condición social. Varones, sobre todo, según los primitivos reglamentos.

También parece haber reunido un número similar la peregrinación de hoy, empezada ayer por la tarde. No es la vieja Sociedad de Peregrinos sino una nueva peregrinación ahora dedicada a los jóvenes e ideada por sacerdotes provenientes de la pastoral ‘popular', con ‘inquietudes sociales', comenzada el año 1975.

Prescindiendo de las críticas que pudieran hacerse a la orientación particular y objetivos de esta nueva modalidad de peregrinación, a alguna integración grupal algo demasiado promiscua, a ciertas formas poco serias de piedad y liturgia -que da la impresión ser obligadas hoy cuando se trata de hablar religiosamente a la juventud, como si ésta no fuera capaz de ser atraída sino por medio de la guitarra y la tilinguería- la peregrinación a santuarios ha sido, desde la más remota antigüedad, expresión característica de la fe cristiana.

Más aún, tiene aspectos comunes con las conocidas peregrinaciones anuales de los judíos al templo de Jerusalén y con la peregrinación de los musulmanes a la Meca, copiada de la anterior. Se podrían citar paralelos significativos de otras ‘religiones'.

Por eso, ya que estamos, sería bueno preguntarnos qué valor tiene una peregrinación. Más cuando está unida, como la que se hace a pie a Luján, al desgate de energías notable tal cual exigen los 70 kilómetros de caminata.

¿Se justifica un esfuerzo tal? ¿No es lo mismo quedarse a rezar en casa?

Dejemos de lado las objeciones comunes: “ muchos lo hacen por deporte ”, “o “ por espíritu de aventura ” o “ por la noche compartida en viaje por varones y chicas ” o “ por superstición, sin auténtica religiosidad ” o “ como no hay concentraciones políticas, cubre la necesidad de las manifestaciones de masa ”. Puede ser que en muchos casos así sea. Pero, a nosotros no nos interesan estas probables desviaciones, sino que queremos preguntarnos de la legitimidad de la peregrinación en sí. De su justificación en el caso de querer ser auténtica expresión de lo cristiano. ¿Lo es?

Sin ninguna duda.

Pero, para entenderlo, podríamos antes distinguir, ir al ‘santuario', rezar en el santuario, del emplear tiempo y fatiga, ‘caminar', hacia el santuario.

Ya sabemos que Dios está presente en todo lugar. Sin embargo, para el hombre, no es lo mismo un lugar que otro. No lo es un cine, no lo es la casa de uno, no lo es la propia ciudad, el sitio que recuerda nuestra niñez, la comisaría, el cuartel o la cárcel. Todos nos despiertan reacciones distintas. Todos tienen ‘algo' distinto.

El mismo Dios no se unió al hombre en cualquier lugar, lo hizo en medio del pueblo hebreo, en Belén, haciendo que los parajes que luego frecuentó despertaran en sus seguidores especial piedad, como si aún resonaran ecos de su presencia.

Dios ha querido adaptarse a esa dinámica de la encarnación. El Santísimo Sacramento este claramente ubicado en un determinado sitio, ‘es' el Señor y su lugar es el Sagrario. Las mismas apariciones de la Virgen se han realizado en diversos sitios, sobre los que luego se construyeron templos, en los cuales los fieles percibimos una especial presencia de Ella.

Dios y la Iglesia responden a la economía sacramental de la salvación y a nuestra psicología cuando santifican, construyen y consagran templos. El espacio sagrado es ámbito privilegiado de encuentro con Dios, a la manera como el tiempo sacro. Es diferente Semana Santa que una semana común. Por más que en teoría Dios pueda hallarse en cualquier tiempo y lugar.

Cierto que el mero ir al ‘lugar' no bastaría al ser humano. Allí, además del ‘haber ido', son necesarios gestos que expresen lo que esa visita significa. Cuando las ‘indulgencias', por ejemplo, consisten en alguna actividad o visita, siempre van acompañadas, al menos, de oración.

Ir a la casa y encontrarse con una persona amada, la novia, la mujer, se llena de contenido, de significado, cuando pequeños signos y palabras dan forma al mero hecho físico. Signos tantas veces preparados con anterioridad al encuentro: se compra el regalo, las flores, la nota que se entregará, las palabras que se dirán. Y, estando, se conversa, se está junto, se trata de conocerse más y mejor, diciéndose cosas lindas, sonriendo, expresando el cariño que uno tiene. Hasta, en no tan lejanas épocas, el novio se arrodillaba delante de su novia para ofrecerle matrimonio e implorarle el ‘sí'.

Por cierto que lo más importante seguirá siendo la acción del ir, la presencia. Pero aunque estemos, aunque los maridos lleguen a casa, ¡tantas mujeres se quejan de que nunca les dicen cosas lindas, ni les llevan flores, ni recuerdan fechas! Estos respondan que lo principal, el trabajar por ellas, el traer el dinero a la casa, es la mejor prueba de su querer. Claro; pero no es suficiente. Es como un regalo envuelto en papel de diario.

Y si el ir, el llegar, se realiza asumiendo riesgos y trabajo por alcanzar el bien al cual se aspira, la cosa cobra mayor densidad. Ya en la antigüedad, prototipo del enamorado es Leandro . “ El primer relato de muertos por amor de la literatura universal ”, según Marlow. Leandro cruza el Helesponto todas las noches para encontrarse con Hero . Una noche de invierno se ahoga al intentarlo durante una tormenta. Ella, arrojándose a las rocas sobre el cadáver de su enamorado, muere. O el relato bíblico del amor de Jacob por Raquel. Para que el padre se la concediera hubo de trabajar siete años a su servicio. Pero, engañado por éste, se unió sin saberlo con la hermana mayor, Lea. Tuvo que esperar siete años más a su servicio para unirse a Raquel. Catorce años de espera y de trabajo por la amada. Eso si que fue una prueba de amor.


Hero y Leandro , William Turner (1775-1851)

En la vida de relación con Dios, sucede algo parecido. Los mandamientos, los consejos evangélicos, todo, a veces tan duro de observar. El cumplimiento del deber, la oración perseverante y, a veces, penosa, la meditación no siempre llevadera, la recitación del santo Rosario. Pero también los piropos de las letanías, las flores frente a la imagen, la vela encendida, la señal de la cruz al pasar frente a una iglesia, la medalla, el escapulario. Grandes obras y pequeños gestos.

El noviazgo es una buena analogía para hablar del amor a Dios, casi mejor que el del matrimonio. Porque lo característico tanto del auténtico y casto noviazgo como del cristianismo es casi más la ‘esperanza' que la ‘fe' y el ‘amor', la caridad. El “ya, pero todavía no”; “algo, pero no del todo”.

Abraham dejando su patria y su casa y, llevado por la promesa de Dios, el camino nómade hacia la tierra prometida. Esa misma tierra prometida que el pueblo liderado por Moisés ha de aspirar a ver transitando por el desierto.

Cuando, muchos siglos más tarde, se institucionaliza en Israel la peregrinación a Jerusalén, ésta va adquiriendo paulatinamente un significado más hondo que el de la mera convergencia física a un santuario. La peregrinación a Jerusalén se transforma en una especie de símbolo de la esperanza de que un día –“el Día del Señor”- todos los pueblos se unan alrededor de una misma fe en el centro simbólico de la Ciudad santa Jerusalén. El eje del mundo.

Por eso, ya en época cristiana, el Apocalipsis habla del Cielo como ‘la Ciudad Santa', como ‘la Jerusalén celestial'. Y, con este significado leen los cristianos los salmos que usaban los judíos para rezar cuando caminaban, peregrinando, hacia Jerusalén.

Per ager' –‘por el campo'- hacia la ciudad, esa es la condición del cristiano. Y los romanos incluso daban al término un significado peyorativo: el peregrino era el ‘no ciudadano', el ‘rudo' y, aún, el ‘enemigo'. De allí nuestra expresión ‘esa es una idea peregrina', es decir, no inteligente, extraña. También eso adquirirá significado cristiano cuando se diga “no tenemos en este mundo ciudad permanente” 1Cor 11.

De allí que peregrinar a pie hacia un santuario es una exteriorización, una manera de expresar cristiana, nuestra situación de ‘hombres de Esperanza'. Una peregrinación larga y fatigosa, caminando, –a Santiago de Compostela, a Jerusalén, a Roma, como se hacia en el Medioevo– es una especie de catequesis viviente, de expresión tangible, de interiorización –todo al mismo tiempo- de nuestra condición de itinerantes, de hombres que avanzamos a una meta aún no poseída.

Y es sacramental la fatiga, el dolor, en algunos momentos el desaliento, la gana de tirarse al costado del camino o de volver.

También lo es la ayuda y el aliento del grupo.

Y la excitación de los primeros kilómetros, el hastío y la importancia de los tramos intermedios, de las etapas, la necesidad del esfuerzo, de la perseverancia, la alegría y el aliento final de la primera visión de las agujas de Luján.

Todo es imagen y enseñanza cinética, admirable pedagogía de la Iglesia, para informar el estado de ánimo propio de todo cristiano, de su vida en el tiempo, y de sus diversas etapas de desaliento y de euforia.

¿De qué te alegras si todavía no has llegado? Ni estés muy contento por la facilidad de los primeros kilómetros. Y ¡cuidado con el desgaste de los ímpetus iniciales! Ni te desalientes cuando ya te parece que no puedes dar más. El que quiere, llega. De todos modos, el peso mayor de la vida cristiana se lo lleva la monotonía de los pasos constantes y aburridos de los kilómetros del medio.

Para la vida cristiana: importante en el camino mantener la moral. Lo cual consiste antes que nada en tener claro el objetivo: Dios, la santidad, la gloria. Y, como en el evangelio de hoy, bueno es escuchar las exhortaciones del dueño de la viña, las inspiraciones de los hombres de Dios, los escritos de los santos, el aliento de los buenos pastores.

Si nos ponemos a detener en el camino y somos atraídos por los bares, las plazas, los pueblos, los panoramas intermedios, la prolongación del descanso, finalmente cederemos y la etapa se convertirá en destino.

Si no oímos a los que nos alientan y no aceptamos su ayuda, sus medicinas, sus sacramentos, al fin nos quedamos en el camino, volvemos a Buenos Aires, a Egipto, a Babilonia.

El camino de la vida cristiana ha de ser constantemente sacudido por la perseverancia, por nuestras oraciones y lecturas buenas. Si no les hacemos caso, si no sacudimos nuestro entumecimiento, nuestra modorra, puede ser también que, aún al final, un día –como los viñadores homicidas- matemos en nuestro corazón nuestra gana de Cielo, nuestro querer llegar a Luján, a Jerusalén. Y quizá hasta asesinemos, en nuestra alma, al Hijo, a Jesús.

Jamás, entonces, logremos entrar en la Ciudad Santa.

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