Sermón
Todos sabemos que, antes del advenimiento de la filosofía griega, el hombre meditaba sobre la realidad no por medio de conceptos y de razonamientos normadas por la lógica, sino mediante relatos simbólicos, míticos, alegóricos, poéticos. Aun hoy, fábulas y relatos de este tipo ayudan a la enseñanza y la interpretación de la realidad. Existe, incluso, una simbólica espontánea, arquetípica, estructural, en el hombre, que utiliza el psicoanálisis -tanto freudiano como junguiano- para explorara las profundidades de la psique. Simbólica hasta utilizada por la propaganda -tanto comercial como política- y por los medios audiovisuales, para manejar la mente humana. Simbólica, empero, que es capaz de alcanza elevado grados metafísicos en algunos poetas y se transforma en expresión de arte en el cine, en la pintura, en el teatro.
Mito de Pandora
La Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, maneja constantemente este modo de pensar simbólico y desconoce prácticamente la manera griega conceptual, categorial -salvo en algunos contados pasajes de sus escritos más modernos-.
El pasaje hoy leído del libro del Génesis, en la primera lectura, pertenece a una de las fuentes más antiguas del Pentateuco, fijada por escrito, quizá, hacia la época de David, casi seiscientos años antes del Platón y Aristóteles. No pretende relatar, como tendería a pensar, quizá, el lector moderno, algo que pasó ‘hace mucho, mucho tiempo', sino reflexionar sobre el hombre y la mujer de siempre, de la manera simbólica aludida.
Y es evidente que nuestro relato parece tener sus paralelos en los diversos mitos del ‘andrógino primitivo' que, tanto en la tradición hindú, como en la hermética, como en la filoniana, como, finalmente, en la recogida por Platón en su diálogo ‘El banquete'
( S?µp?s???), explican el origen del varón y de la mujer y su mutua atracción, por la división de un ser primitivo dotado de los dos sexos. –De allí ‘andro-gino', o ‘hermes-afrodita'- Partes que tienden luego constantemente a recomponer la unidad primitiva (1).
Algo de eso hay en ese ‘costado' –o ‘costilla' o ‘mitad'- del cual sale la mujer en nuestro relato del Génesis.
Andrógino de Platón
Pero hay, en el texto revelado, una diferencia importante con aquellos mitos. En aquellos relatos extra bíblicos, la división del andrógino primitivo no es concebida igualitariamente. A lo ‘masculino' toca la parte ‘celeste', ‘luminosa', ‘espiritual'; a lo ‘femenino' lo ‘terrestre', lo ‘oscuro', lo ‘material'.
Lo viril, según Platón, está relacionado con lo solar; lo femenino, con lo terreno o lunar. En el brahmanismo, Siva, lo masculino, se identifica con ‘Purusa', el espíritu; Sakti, lo femenino, con ‘Prakriti', la materia.
Shiva representa la esencia masculina, y Shakti la femenina.
De allí que, en el mito griego, la mujer, Pandora, es el castigo enviado por Zeus a los hombres.
En todas estas civilizaciones, en consonancia con sus mitos, la mujer es inferior al varón y constante fuente de males y dolores de cabeza para éste. Solo sirve para procurarle hijos –Juno- y placeres –Venus (2)-. Se cuenta entre las posesiones del varón, junto con el ganado, la tierra y los esclavos. No existe, entre ellos, igualdad ni reciprocidad en el mutuo trato.
Moneda romana con andrógino, Jano
¡Qué lejos está nuestro relato bíblico de esta concepción! Lo muestra precisamente la comparación adrede que hace su autor entre la actitud indiferente del hombre frente a los animales y su entusiasmo frente a la mujer.
Y se trata, justamente, de que el individuo humano, tanto varón como mujer, de por sí, está solo. Y la soledad, según la Escritura, no es buena para él. El individuo es un ser fragmentario, incompleto, inconcluso. Le falta una mitad de su ser, una ‘ayuda adecuada'. La traducción ‘ayuda adecuada' no alcanza a expresar la riqueza del original hebreo. No se trata de que el varón necesite una ‘ayudante', un servicio. Se refiere a algo más global y profundo: esa ‘ayuda' o integración sin la cual el ser humano no alcanzará esa promoción interna y externa de todo lo que significa el ser hombre.
Para eso no alcanzan las realidades impersonales, ni la de los bienes materiales, ni la de las actividades intelectuales o técnicas, ni, finalmente, los animales, el ganado, junto a los cuales alineaba a la mujer la antigüedad.
Solo ella, la mujer, es “hueso de sus huesos y carne de su carne”. En pleno pie de igualdad es reconocida como la capaz de integrar plenamente la naturaleza humana, incompleta en el varón. Es cierto que el relato aún se escribe desde el punto de vista del varón. Pero podría, perfectamente, redactarse desde el punto de vista de la mujer y decir que del costado de la mujer Dios crea al varón.
Y, ciertamente, que esto se refiere primordialmente a la pareja; pero también a la sociedad en general. Porque solo una sociedad en donde los valores heterosexuales sean respetados en su especificidad complementaria, será una sociedad verdaderamente humana.
No es en la confusión de los sexos o el falso igualitarismo que pasa porque uno de los sexos adopte ‘homosexualmente' los valores de otro, sino en la promoción enriquecedora de cada sexo con sus valores propios, como se promueve el todo cordial de la sociedad. A veces, un falso feminismo cree promover a la mujer colocándola, en competencia imitativa, en los papeles y actitudes del varón.
En el plano personal, cuando el varón y la mujer se encuentran en verdadera y heterosexual amistad, en donación definitiva y en mancomunada empresa de fundar una familia, se da un tipo de amistad única y paradigmática. La amistad matrimonial. Tanto es así que ha sido utilizada por los textos sagrados para calificar el amor que Dios tiene a Su pueblo y Cristo a Su Iglesia.
Amor singular que, más allá de cualquier otro lazo, aún el de los lazos de la amistad filial y parental, llega a conformar –como dice nuestro relato-, de dos individuos, varón y mujer, ‘una sola carne'.
La expresión –‘una sola carne'- podría traer alguna confusión si la entendemos desde cierto dualismo que, en nuestro leguaje común, contrapone la ‘carne' al ‘espíritu' o el ‘cuerpo' al ‘alma'. El hebreo no tiene estas distinciones. Para el hebreo hablar de ‘carne' es designar a todo el hombre, a la ‘persona' -como cuando Jesús dice ‘Esto es mi cuerpo' queriendo decir ‘Esto soy yo'- ‘Una sola carne', para la Biblia es, sencillamente, un solo ‘yo-nosotros', una sola ‘persona'. No está hablando pues solamente del encuentro de los cuerpos, sino de todo el hombre.
Es allí, pues, donde el ser humano ser realiza o, por lo menos, tiene auténticas posibilidades de realización.
No cualquier unión con el otro sexo es designada con este ‘llegar a ser una sola carne' que hace a la plenitud natural de la vida terrena. Cualquier otra unión de tipo inferior sigue dejando al hombre y a la mujer solos, sin ‘ayuda adecuada'.
No es una cuestión venérea, genital, la que hace del hombre un ser fragmentario, necesitado, con un costado faltante. Ninguna educación sexual moderna, ni relajo en las costumbres podrá llenar ese vacío. Solo la complementariedad que se da en el ‘hacerse una sola carne' en la mutua entrega definitiva, incondicionada, monógama, personal y amorosa, es capaz de llevar al hombre a plenitud.
Porque también el varón y la mujer pueden mirarse mutuamente como a los animales en los cuales no encontró el hombre ‘ayuda adecuada'. Acercarse solo animalescamente al varón o a la mujer, como nos incita la contracultura contemporánea, es condenar al hombre a la frustración, mutilarle sus verdaderas posibilidades de amor -y, por lo tanto, de felicidad- y rebajar el sentido de una sexualidad hecha para el pleno gozo de la amistad marital.
La Iglesia no se hace puritana censora de la pornografía, del libertinaje sexual, del divorcio, por afán de ‘pureza' ni por desprecio o miedo al sexo, ni por una falsa noción de pecado reducido a sexto mandamiento. Lo hace con profunda compasión, con enorme lástima. Porque, al perder el hombre y la mujer contemporáneos el verdadero sentido de sus relaciones mutuas, pervierten la oportunidad más grande que toda sociedad, que todo hombre -rico o pobre, inteligente o simple, desarrollado o subdesarrollado- tiene de ser relativamente feliz en este mundo: el ejercicio heroico, pero con heroísmo al alcance de todos, del verdadero amor que lleva al hombre y a la mujer a fundirse en ‘una sola carne' para toda la vida.
Y Cristo, hoy, en el evangelio, no excede lo natural –no está hablando aún del ‘sacramento' que sublima en caridad todo lo anterior-, está hablando simplemente de los mecanismos naturales, psicológicos, programados genéticamente, hereditarios, por los cuales todo varón y toda mujer -no por ser cristianos, sino por ser sencillamente hombres- están llamados a realizarse en nada inferior al verdadero amor matrimonial.
De allí para abajo todo será en contra de sus aspiraciones más profundas y, por lo tanto, contra la verdadera felicidad de individuos y de pueblos.
Y, tarde temprano, los frutos amargos aparecen.
1- De cómo esta visión del ser humano –‘microcosmos'-, se corresponde a la del ‘macrocosmos' con su unidad caótica primigenia, en donde se identifican lo masculino y lo femenino, el bien y el mal, el ser y la nada, lo desarrollaremos en otra ocasión.
2- Son las dos caras de lo femenino, según estos mitos aberrantes. Como, en los mitos aztecas, Coatlicue y Xochiquetzal.