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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1993. Ciclo A

27º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 21, 33-43
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola. Uno hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para recibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon,. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero al verlo, los viñadores se dijeron: "Éste es el heredero; vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué os parece que hará con aquellos viñadores?» Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: "La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?". Por eso os digo que el Reino de Dios os será quitado a vosotros, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».

Sermón

        Por indiscreción de algún funcionario eclesiástico, la nueva encíclica de Su Santidad JUAN PABLO II, Veritatis Splendor , que debía publicarse el próximo martes, fue dada a luz el sábado 25 de este mes en el " ABC " de Madrid. " La Prensa " -ahora con los fondos de la Fortabat- le ha comprado la primicia y la ha vendido hoy con su ejemplar dominical. Ya que durante todo el día estuvieron prohibidos los espectáculos públicos, el football, el expendio de vino y no se qué otras cosas, quizá algunos hayan tenido tiempo para leerla, sin esperar al martes.

Curiosas prescripciones -estas prohibiciones- que hacen recordar las ordenanzas municipales de otras épocas más cristianas, cuando esas mismas cosas estaban vedadas durante la semana Santa y las grandes fiestas religiosas. Pero es claro, en una sociedad atea, lo político tiene que revestirse con formas sacrales, y hete aquí que hoy se ha cumplido la gran liturgia sagrada de la nueva religión de nuestra época, la 'santa democracia', o como quiera llamársele a esta gran ruleta que usan las castas partitocráticas para obligarnos a avalar su impúdico asalto al poder y a las arcas ciudadanas.

Y, para nosotros, por supuesto, los pocos que habremos leído la encíclica, es feliz y consolatoria coincidencia el que se haya hecho pública el día de esta patochada, que me ha obligado a perder tiempo para conseguir el sellito obligatorio en mi libreta. Que, como tengo que renovar el registro el mes que viene, y por miedo a que me hagan problemas, tuve que someterme a la farsa.

Porque se da el caso que la doctrina que reitera la Veritatis Splendor , es todo lo contrario de la que sustentan estas vacías y costosas liturgias democráticas.

Splendor Veritatis , "El esplendor de la Verdad", es un valiente rechazo a lo que significa el falso esplendor de la celebración profana de hoy: el Splendor Libertatis o Splendor Democratiae , "El esplendor de la libertad" o "El esplendor de la democracia".

No porque la verdad se oponga a la auténtica libertad o a la legítima democracia, sino porque los principios en que se basa la pretendida democracia actual y la falsa libertad liberal, se oponen violentamente a los principios de la genuina libertad, que no puede sino basarse en la verdad .

Pero todos sabemos que la libertad liberal nace en las revoluciones protestante y francesa, reivindicatorias de la autonomía absoluta del ser humano respecto a la verdad. Nace, más precisamente, reivindicando para el hombre, en lo personal y lo social, el papel de Dios.

Porque es precisamente Dios el autor de la verdad, no el hombre. Es Dios quien ha proyectado a la existencia el universo; el que ha concebido sus leyes químicas, físicas, biológicas y psíquicas. Es Dios, mediante estas leyes, quien guía los acontecimientos del universo, y quien ha inscrito los modos innatos de actuar, el ethos , la programación, de los seres inertes y también de los vivos: el comportamiento de los animales, el de los hormigueros, de los panales, de las manadas y, a un nivel superior y más plástico, pero no menos obligante, el de los homo sapiens .

La especie humana no es totalmente maleable: tiene un número fijo de cromosomas, una particular fisiología, una determinada forma de cordura, modos de actuar que le hacen bien y otros que le hacen mal -por naturaleza-, culturas que lo humanizan y culturas que lo deshumanizan, modos de educación que lo llevan a crecer y otros que lo frustran y envilecen.

Es verdad que el hombre, a diferencia del resto de los seres materiales, vegetales o animales, está dotado de iniciativa para dominar algunas de estas leyes y ponerlas a su servicio; y también de la libertad necesaria 1 para, en medio de estas realidades, manejar su propia vida. Pero eso no puede -o mejor: no debe- hacerlo, a costa de su salud física, mental o social, sino respetando las leyes y programaciones naturalmente inscriptas en su mente y en las cosas. Porque, aunque a veces parezca desafiar las leyes de la naturaleza, como, por ejemplo, a la ley de la gravedad, cuando vuela, lo hace no tirándose por la ventana, sino mediante artefactos, aviones, helicópteros, alas delta; haciendo uso de las leyes físicas, naturales. No violándolas.

Precisamente conocer estas leyes, es decir, conocer la realidad -poseer en la mente las ideas que corresponden a esa realidad- es lo que al hombre permite manejarse lo más libremente posible en medio de ella.

Cuando el conocimiento que tenemos de las cosas y sus leyes, corresponde efectivamente a lo que las cosas son en su substancialidad física; cuando mis ideas sobre los seres reales que tengo delante coinciden, se adecuan, a lo que ellos son; allí tenemos la verdad. La verdad es -repito- sencillamente eso: la correspondencia entre lo que uno piensa de la realidad y lo que la realidad es. Error, en cambio, falsedad, es una idea que no coincide con las cosas.

También en Dios, como en el hombre, la verdad es la adecuación de lo que piensa con lo que las cosas son. A pesar de ello, hay una leve diferencia entre la suya y nuestra manera de conocer. Cuando yo miro y conozco una flor, una montaña, una persona, esa flor, esa montaña, esa persona, existen antes de que yo las mire, de que yo las conozca. Con Dios sucede exactamente lo contrario: la flor, la montaña, la persona, no existen antes de que Dios las piense. Son, porque Dios las piensa. La idea que Dios tiene de ellas es anterior a sus existencias. Yo conozco la montaña porque está ahí, porque la encuentro, porque existía mucho antes de que yo existiera y la mirara. Mi conocimiento de ella depende de su ser ahí , de su estar allí previo; y, si yo no la viera ni conociera, la montaña seguiría existiendo, le daría igual, continuaría estando allí. Con Dios es al revés: la montaña es después de que Dios la piensa, porque Dios la piensa, cómo Dios la piensa y mientras Dios la piense.

Por eso la prueba más evidente de que el hombre no es Dios es que las cosas, el mundo, la realidad con sus leyes y armonías, existen independientemente de que nosotros las estudiemos o descubramos. Las cosas son lo que son, no lo que nosotros pensamos de ellas. Por supuesto que el artista, el arquitecto, son capaces de concebir primero una idea y luego plasmarla en la realidad, pero no lo harán a partir de nada, sino en el conocimiento previo de los elementos que manejen, de las leyes de los colores, de la combinación de materiales, del respeto por la matemática, la estabilidad, la estética; todas cosas que son antes de que él las piense.

Si quiero ser realmente libre, pues, tengo que conocer y respetar una realidad -y su funcionamiento- que yo no he inventado. Tengo que conocer la verdad sobre las cosas. Por más que yo piense "no me importa lo que diga la inspección de Sanidad, el cianuro no hace mal a nadie" y lo tiro por las cloacas, la realidad me lo desmentirá dolorosamente. Por más que yo diga "el divorcio es bueno, no hace mal a nadie", las tristes consecuencias psicológicas y sociales de ese mal, me mostrarán que la de la monogamia no era una cuestión optativa, sino una ley inscripta en el funcionamiento de la mente y el corazón humanos. Lo salubre o insalubre, lo científico y lo chanta, lo bueno y lo malo, se desprenden de la realidad misma de las cosas y, en última instancia, de la mente de Dios, no de la mente del hombre.

Pero esto es precisamente lo que el hombre, desde que es hombre, quiere discutirle a Dios. ¿Porqué lo bueno y lo malo lo ha de pensar, determinar, Dios, y no yo? ¿Porqué Dios es Dios y yo simple creatura? ¡Que injusticia!

De ahí que, -volviendo a los antiguos mitos e ideologías paganas y orientales que afirmaban y afirman que el hombre es una chispa divina caída en la materia y que si 'piensa y piensa' es capaz de reconocer su naturaleza divina y establecer por si mismo donde está el bien y donde está el mal-, el mundo moderno, a partir de las revoluciones protestante y francesa, vuelve a afirmar que queda en manos de la conciencia humana el determinar el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto; que no hay nada que sea anterior a esa conciencia y pueda imponerle sus normas; que cada uno en su vida privada tiene plena libertad para decidir cuál es la verdad, cual es el bien, y, en sociedad, en cuestiones comunes, el tirano, o la mayoría, o el voto.

Ya no existe la verdad. Existe mi verdad y tu verdad. Existe la verdad de este partido y la verdad de aquel otro. Y, en la duda, la verdad, durante un tiempo, determinada por la voluntad divina de la mayoría o el úkase del césar.

No es la verdad, así, la que da norte y esclarece a la libertad sino, al contrario, es la libertad la que inventa a la verdad. Es la conciencia del hombre la que hace la bondad de las cosas, y no la que tiene que ser ilustrada por ella.

El hombre toma pues en todo esto el papel de Dios. Es lo de siempre: "Seréis como dioses"; "comed del árbol de los frutos de la ciencia del bien y del mal".

La encíclica Veritatis splendor reafirma la validez de la verdad y normas objetivas. No hay conciencia recta -afirma- si no se deja iluminar por la verdad; no hay auténtica libertad si no hay adecuación a las normas y conocimiento cierto; no hay -dice- democracia viable si no existe una escala objetiva de valores, y no la que fija el capricho de las masas o de los manipuladores de la opinión.

Por eso la libertad liberal -que postula a la libertad como dueña caprichosa de la verdad, y no a la verdad como custodia de la auténtica libertad- siempre se opondrá a Dios como al máximo adversario a éstas sus veleidades de soberbia autonomía. Para defender su libertad, el liberalismo no puede sino ser ateo, o afirmar la existencia de un falso Dios aséptico, identificado con la conciencia humana. Dios Creador y Legislador, y Jesucristo, su Palabra, la Verdad hecha carne, no pueden sino verse como enemigos a ser eliminados a toda costa. Alguien que diga "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; alguien que diga "si quieres llegar a la vida cumple los mandamientos"; alguien que diga "la verdad os hará libres", no puede sino oponerse radicalmente y sin compromisos a la libertad liberal.

" No quiero ser el labrador de una viña que no sea mía -dice el liberal- y aceptar la semilla, las indicaciones, y las leyes de un dueño que no sea yo . La viña ha de ser totalmente mía y he de hacer con ella lo que quiero y se me antoje. Y si vienen servidores del dueño a pedirme cuentas o a exigirme frutos, a unos los golpearemos, a otros los mataremos, a otros los apedrearemos ..."

" Y si todavía le resta coraje para mandarme al hijo, también lo mataré, para quedarme con la herencia ." Así ha de decir en última instancia el liberal.

Toda elección hecha en conciencia sin tener en cuenta la ley de Dios, las leyes naturales, por eso es rebeldía, soberbia, orgullo. Porque una cosa es el pecado del que se deja llevar por la debilidad, sabiendo que hace mal, pecado que es excusable; otro, el del soberbio, el que, con orgullo liberal, pretende que no hay más norma que la que le dicta su propia conciencia; y éste, casi, no tiene cura.

Peor: por ese camino, Dios y su Cristo no pueden sino ser enemigos. La dinámica de la conciencia liberal -que es la de la gnosis, la de la cábala, la de la masonería, la de la serpiente- no puede sino terminar atacando a Dios, rechazando todo concepto de verdad y de bien; y asesinando a Cristo...

Esa es la experiencia que, desde las revoluciones protestante y francesa, está ensayando el hombre en esta viña de Dios que fue el occidente cristiano, y en nuestra propia patria cristiana desde ya hace más de siglo y medio.

Quizá todavía no lo haya conseguido del todo. Todavía, quizá, podamos rescatar parte de la viña -nuestras familias, bolsones en nuestra patria- para su Dueño. Quizá podamos impedir aún que los labradores insumisos, los dirigentes del resentimiento, de la blasfemia, de la soberbia y de la rebeldía, terminen por asesinar a Jesús. Quizá haya tiempo todavía -sí: oremos, trabajemos, santifiquémonos, peleemos- y no tengamos que terminar "de manera miserable" -como dice el evangelio- y con nuestra viña arrendada a otros mejores, que paguen fruto a su tiempo.

1- Libertad, por otro lado, que no le viene automáticamente, sino que ha de conquistarse, en el conocimiento de la verdad, en el dominio de las pasiones, en el señorío sobre uno mismo.

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