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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1996. Ciclo A

27º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 21, 33-43
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola. Uno hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para recibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon,. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero al verlo, los viñadores se dijeron: "Éste es el heredero; vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué os parece que hará con aquellos viñadores?» Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: "La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: ésta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?". Por eso os digo que el Reino de Dios os será quitado a vosotros, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».

Sermón

        A mediados del siglo VIII antes de Cristo el reino de Israel, al Norte de Judá, alcanza una extraordinaria prosperidad. Ello es fruto sin duda de buenos años y buenas cosechas, pero sobre todo de circunstancias de política internacional. Egipto, con sus dinastías vigésimo cuarta y vigesimoquinta, se halla en un momento de debilidad, dividida por disensiones internas. Etiopía, Nilo arriba, ha invadido el delta y el precario equilibrio de fuerzas entre el sur y el norte impide a los egipcios ocuparse de sus vecinos.

Por otra parte la poderosa Asiria, después de la muerte de Salmanasar III , también sufre los embates de las guerras civiles sucesorias y, por otro lado, debe enfrentar a los aguerridos urartianos y arameos al norte y al noroeste de Mesopotamia.

De tal manera que Israel y Judá pueden prosperar sin preocuparse de enemigos externos. La arqueología muestra en esta época un extraordinario florecimiento de la arquitectura y de las artes: edificios públicos monumentales de planos novedosos, grandes depósitos, desagües: es el período que más huellas ha dejado a los arqueólogos en la historia del antiguo Israel.

La estabilidad y aún la expansión territorial traen la riqueza; resultado del comercio en gran escala y de los tributos de los reyezuelos vasallos. Es así que se forma en Israel una clase pudiente y aristocrática. Por el profeta Amos tenemos informaciones sobre ellos, con sus residencias de piedra sillar o recubiertas de marfiles, a veces en dúplex, sus banquetes prolongados, el uso de perfumes, sus grandes cosechas, sus viñedos productores de vino...

La otra cara de la moneda es la corrupción de la justicia, la distribución inicua de estas riquezas en manos de unos pocos, la molicie, la falta de piedad al Dios de Israel...

Pero mientras todo es borrachera, negocio, vendimias, cítaras y castañuelas en los iluminados palacios de Samaría, la capital de Israel, en Asiria comienza a forjarse el filo de la espada que terminará en baño de sangre todo ese jolgorio, impiedad e injusticia.

Una revolución militar lleva al trono de Asiria a Tiglat-piléser III . El nuevo rey restablece la autoridad central, reduciendo la independencia de los gobernadores de provincia y el poder de la alta nobleza. Moderniza su ejército, privilegiando la caballería, y no los carros de guerra, como fuerza de choque. Pero también los carros son más livianos y ágiles, con ruedas de 8 rayos y tirados por 4 caballos. Asi Tiglat-Pileser transmuta sus fuerzas armadas en una arrolladora máquina bélica y, ahora, su objetivo no es el pillaje y la devastación, como antes, cosa que, a la larga, permitía sobrevivir a los pueblos invadidos, sino la ocupación permanente y la deportación en masa de sus habitantes. Tiglat-pileser III no hace pactos con nadie. Exige la rendición pura y llana, incondicional, de sus enemigos. Pronto somete a los Arameos, entra triunfador en Babilonia; los reyes de Gaza, Ascalón y Guézer se apresuran a someterse. Liquida a edomitas y filisteos, Damasco se somete. Varias ciudades periféricas de Israel caen bajo el aparato bélico asirio. Cuando está por meterse en el corazón de Israel una sublevación en Babilonia concentra la atención de Tiglat-Pileser en Mesopotamia y lo aparta temporariamente de Palestina.

Pero, para Israel, distraído en su fiesta permanente, todo eso ha llegado como noticias lejanas, de otro mundo, vive sumergida en su lujuria, en su vino, en su impiedad...

Y allí el desaliñado personaje que predica y vocifera en las plazas de Samaría ante la curiosa y risueña mirada de los rollizos comerciantes, de los perfumados aristócratas, de los bien alimentados sacerdotes: Isaías . El que predica en el desierto, porque nadie lo escucha. Señala la falta de equidad, la maldad de los pudientes, la ineptidud de la clase política, la falta de religiosidad que invade aún a las masas desposeídas por incuria de sus sacerdotes, los ritos vacíos...

La pieza maestra de Isaías leída hoy en la primera lectura es muy probable que haya sido pronunciada en la fiesta de la vendimia del año 734 antes de Cristo. Isaías -como también lo había hecho Amós- compara a Israel con una viña de esas que precisamente están vendimiando con tanta alegría los despreocupados viñadores, bien cuidadas por sus dueños, liberadas de piedras y malezas, vallada y cercada, cepas escogidas, torre de vigilancia, lagar... Esos son los mismos cuidados que prodigó el Dios de Israel a su pueblo -grita Isaias-: pero sus frutos no fueron las dulces uvas que ahora van a pisarse en el lagar para llenar de fresco vino los depósitos de los ricos de Samaría, sino fruto agrio que dará vinagre.

Y la mente enfebrecida de Isaías ya anticipa en las lejanas tierras del Tigris y el Eufrates el momento en que el poderoso ejército Asirio, una vez asegurada la paz interna, ahora bajo el mando sangriento de Sargón II volverá su rostro erizado de espolones de hierro, imparable, demoledor, letal, asolador, hacia el desprevenido y sibarítico Israel. Y ya sabe Isaias que, después de ese fatídico año 721, cuando caerá Samaría, Israel se transformará en las tribus perdidas, desaparecerá para siempre, será despojada de la viña, solo quedará Judá que, con el tiempo, se apropiará también del nombre de Israel...

La alegoría de la viña también será tomada por Jeremías y Ezequiel...

Es un tema que conoce todo judío medianamente instruido en la Escritura.

Cuando Jesús pronuncia su propia parábola los que lo escuchan lo hacen desde el contexto de Isaías.

En su estadio más original, tal cual probablemente salió de labios de Cristo, Jesús solo expresa su conciencia de ser el último y más importante de los profetas enviados a Israel y la certeza de que no será aceptado y que lo matarán.

Pero cuando los evangelistas recuerdan la parábola la transforman en alegoría. El evangelista Mateo ya vive en una Iglesia que se ha separado del judaísmo oficial. Este ha rechazado a Cristo. Y Cristo es más que un profeta: la Resurrección lo ha revelado plenamente como el Hijo de Dios. Y alrededor de ese Hijo se está juntando un pueblo nuevo, no todos provenientes del judaísmo. Mateo incluso ve en la destrucción de Jerusalén del año 70 por las legiones romanas de Tito, una repetición de la aniquilación de Samaría, de Israel, por Sargón II. Pero a diferencia de esa destrucción que fue definitiva, en donde el antiguo Israel histórico desapareció para siempre, ahora hay como una posta, un reemplazo, en el cual la misión de Judá confinada a una nación y a una raza se abre al mundo de todos los pueblos mediante la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios sin fronteras, el Reino universal de Cristo. La parábola de la viña se transforma en la pluma de Mateo en una alegoría del terrible destino de Judá y el nacimiento de la Iglesia.

Es verdad que Mateo, en su versión de la parábola, no puede evitar las aristas polémicas, hoy diríamos antijudías, de ese momento signado por el antagonismo creciente de los judíos enfrentados con los cristianos, pero si la Iglesia ha conservado estos escritos como canónicos, incluída esta parábola, es porque más allá del momento circunstancial en que se escribió mantiene para todos una enseñanza permanente. Siempre el hombre corre el riesgo de ser despojado de aquello de lo cual hace mal uso y no da frutos.

Piénsese, aún desde el punto de vista humano, del enorme territorio de nuestra patria, las riquezas naturales que posee, la herencia de cultura que hemos recibido, nuestras posibilidades de raza... y la constatación de una nación apenas en marcha, sin garra, siempre detrás del dinero fácil, con clases dirigentes corruptas, con natalidad en descenso... ¿No llegará un día -y no será hasta justo- cuando se nos quite todo ésto y lo utilice gente que de frutos?

Pero, desde el punto de vista de la historia de la salvación, la viña cuidadosamente preparada por Dios no interesa que haya sido según Mateo el antiguo pueblo judío, eso ya pasó, hoy es nuestra iglesia occidental, el tesoro de enseñanzas cristianas que tenemos, nuestra condición de bautizados, nuestra gloriosa herencia católica, incluso la maravilla de lo que, transformando y enriqueciendo las culturas desde hace casi veinte siglos, ha logrado el cristianismo en el campo del arte, del derecho, de las ciencias, de la promoción del hombre.

Tendríamos que tener el orgullo, pero al mismo tiempo asumir la responsabilidad de nuestra condición cristiana, de hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, llamados a la eternidad... Y, al mismo tiempo hacernos cargo en serio de la misión de transmitir esa riqueza a nuestros hermanos. Estos católicos sin fibra que somos nosotros, incapaces de entusiasmarnos y de entusiasmar a nadie con nuestro ejemplo, con nuestro tipo de vida, asimilados al ambiente, tentados por cuanto falso bien venden las ideologías y los supermercados del occidente actual, dispuestos a traficar el don de la gracia por cualquier placer, debilidad o soborno, católicos mientras no se nos pida que renunciemos a nada importante... ¿nos soportará mucho tiempo el Señor como arrendatarios de su viña? ¿No se acercarán quizá los tiempos en que esta orgullosa civilización occidental y cristiana -que ha dejado de ser cristiana- sea despojada hasta de los últimos restos de un catolicismo que apostata o que vive frívolamente y ceda su lugar a pueblos que sepan vivir su fe en serio ...?

Pero acaso, sin entrar en hipótesis históricas aventuradas, la parábola de hoy ¿no es capaz de reflejar la historia de cada uno? Cristianos de nacimiento -algún converso- mimados por Dios en el bautismo, en una familia buena, en catecismo e instrucción cristiana, viña supercuidada, ¡cuántas veces nos envió el Señor servidores para recibir los frutos! ¡tantas inspiraciones que no seguimos! ¡tantas llamadas que no prosperaron! ¡tantas oportunidades de hacer el bien y no lo hicimos! Ese retiro, esa lectura, esa necesidad a la que no acudimos, ese tiempo que perdimos, los días y días que no rezamos, los gestos nobles que no realizamos, esas llamadas de nuestra conciencia que como a servidores golpeamos y apedreamos para que no nos fastidiaran, para no dar nada a Dios, ahogando su palabra en nosotros, dejándonos llevar por el ambiente, la moda, la comodidad, el miedo al que dirán, el deseo de tener... recibir, recibir y lo menos posible dar...

Pero es verdad que todavía conservamos nuestra fe, al fin y al cabo aún no nos hemos enfrentado nunca realmente con Dios... Pero, de tanto hacer callar y echar de nuestra mente a sus servidores, a sus llamados, de vivir mediocremente nuestra prosapia cristiana, de no meditar ni estudiar, de no vencernos y vencer, temamos que no llegue -paulatinamente, sin darnos cuenta- un día en que expulsemos al mismo Cristo de nuestra viña y quede nuestra alma devastada, vacía de Dios.

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