Sermón
(Proloquio, antes del evangelio.)
Hoy hemos de seguir, en la homilía, con los temas previstos para la “Cruzada de oración en familia”.
La parábola, casi alegórica que leeremos a continuación forma, con las dos precedentes de los domingos pasados, una trilogía que apunta a la misma constatación: el reino mesiánico los gentiles han sustituido a los judíos. La salvación de Jesucristo es ofrecida a todos los hombres, sin distinción de razas.
La que hoy leeremos se divide en dos partes: una, la invitación que hace Dios a los judíos para participar en la fiesta –que simboliza el banquete de los bienes mesiánicos‑. Los judíos no solo no obedecen y rechazan la invitación, sino que insultan, maltratan y aún dan muerte a los enviados de Dios.
La segunda parte se refiere a la nueva tanda de invitados: los cristianos, a quienes se nos advierte que no todos seremos admitidos al banquete de la gloria, sino solo aquellos que tengan la vestidura nupcial de la gracia.
La mezcla de buenos y malos durará en la Iglesia hasta el día del juicio.
…………………………………………………………………………………......................................................
He conocido –y conozco‑ una persona que, ufana y satisfecha, me contaba que todos los días se leía tres diarios distintos, escuchaba todos los noticiosos radiales y televisivos que podía y leía semanalmente cuatro o cinco diversas revistas de información. Era, a no dudarlo, uno de los hombres mejor informados de la Argentina. Estoy seguro de que Vds. conocerán unos cuántos parecidos. Ávidos devoradores de noticias. Y, sin llegar a estos extremos, ¿no es verdad que todos, mal que bien, sufrimos de esta fiebre de querer estar al tanto de todo lo que pasa? ¿Quién no lee su diario o escucha o ve su informativo de cada día? ¿Quién no ha sentido la vaga sensación de inferioridad que le nace cuando alguien le dice ‘¡Cómo! ¿No sabés que …? ¿No te enteraste?’? O el gusto anticipado de conocer una última nueva y poder espetársela a otro como primicia.
Yo, por mi parte, he de confesar que caigo ‑lamentable y frecuentemente‑ en la tentación de hojear mi diario cotidiano; pero añoro nostálgicamente mis épocas de seminario preconciliar en que los teníamos prohibidos; o las vacaciones en el campo donde ningún diario llega a tentar mis concupiscencias noticiosas.
Recuerdo, en Italia, cierta vez que los gráficos realizaron una huelga a ultranza. Casi por un mes nos vimos privados en Roma de leer diarios. Y pienso que la huelga terminó no porque hubiera obtenido sus objetivos gremiales sino porque temieron los huelguistas la gente advirtiera cuánto más feliz era sin leer periódicos y se encontraran luego sin trabajo.
“Siempre exactamente la misma porquería con distinta forma” afirmaba con un vocablo más expresivo que este, un colega mío, refiriéndose a los periódicos.
“No nos hace falta leer diarios para saber que las cosas no van bien y que tenemos que rezar por el pobre mundo” nos decía ayer, a un grupo que fuimos de vista, la superiora del Monasterio Santa Catalina, monjas de clausura, en San justo.
“Ya sé cómo andan las cosas afuera –afirmaba hace unos años un monje trapense‑, me basta para ello con conocer mi propia mezquina naturaleza”.
Y ¡qué razón tenía! Pero hoy es al revés. Sabemos lo que conversó Luder con Isabelita, lo que dijo Illia en Neuquén y Paco en Corrientes, las andanzas de Kissinger en Asia y cómo anda el tendón torcido de Perfumo, pero, en cambio, somos unos perfectos sordos y ciegos para conocernos a nosotros mismos, ni somos capaces de echar una mirada profunda a nuestra interioridad, ni plantearnos el problema de nuestra vida, ni indagar nuestros defectos y virtudes en el telenoticiero de nuestros exámenes de conciencia, ni intentar la reconstrucción y el cambio adentro.
Nos lleva la gran corriente de la vida, alienados en un mundo cambiante y bullicioso que nos extrovierte sin reposo, sin que hagamos nada por empuñar el timón de nosotros mismos o mirar a la brújula, sin un instante de reflexión, de clarividencia, engañándonos con la creencia de que manejamos o influimos en las cosas porque podemos hablar del último comunicado de Calabró y escuchamos anoche a Neustadt.
A la manera de la excitación enajenada del hincha fanático de fútbol que, sin contribuir en nada al triunfo o derrota de los equipos, vive de prestado una alegría o amargura de éxitos o fracasos de los cuales solo fue estéril y ripioso espectador.
De la misma manera nos llenamos la cabeza con noticias inútiles de cosas que nos desbordan o nos tocan de lejos o que, en todo caso, no están a nuestro alcance solucionar, y perdemos en ellas nuestro tiempo, desconociendo las cosas que por deber de estado deberíamos conocer.
Porque no dejo un solo renglón del diario sin leer y se perfectamente como Hirohito se abrazó con Ford y cómo el marxismo internacional desató nuevamente sus iras contra Franco y cómo se aumentaron otra vez las dietas los diputados, y creció milagrosamente la cuenta bancaria de aquel gobernador y, quizá, también, el último amorío de la actricita promovida de turno y el crimen morboso de séptima página. Todo eso lo conozco al dedillo y al detalle; pero, en cambio, no estoy enterado de lo que pasa en mi propia casa, no atiendo a lo que me dice mi mujer ni presto atención a sus problemas, ni sé con qué compañías andan mis hijos, ni qué maquinaciones interiores les aquejan, ni conozco a Dios, ni a mi religión, ni a mis amigos y prójimos.
Pero “¡Es que uno tiene que estar enterado de lo que pasa en el mundo, de lo que pasa en el país!”.Y yo digo “¿por qué?” y “¿para qué?”. Y, además, aun admitiéndolo ‑y es obvio que uno tiene qué saber qué es lo que sucede en la esfera de alcance de sus responsabilidades‑ aún admitiéndolo, amén de que los acontecimientos realmente importantes se saben sin necesidad de leer diarios ni escuchar informativos de detalles morbosos y chismes superfluos ¿cree Vd. que, aunque se lea todas las informaciones de agencia del mundo, si no hace más que eso, va a entender algo de lo que pasa? ¿Quién es capaz de entender, a través de los filtros noticiosos el fondo de los sucios enjuagues de la política internacional y nacional, las maniobras ocultas, los obscuros manejos de la gran banca, de las sociedades secretas, de las ideologías sutilmente digitadas por la prensa judaica? Y, aún entendiéndolos ¿quién de los aquí presentes –salvo que haya algún general en actividad con mando de tropas‑ quién será capaz de modificarlos?
Decía un poeta chileno: “cuando quiero conocer las últimas noticias leo el Evangelio”.
Sí, la misma porquería de siempre con distinta forma. Porque, detrás de los aparentemente cambiantes acontecimientos humanos, laten siempre las mismas realidades profundas malas y buenas. Para entender lo que pasa sirve más leer historia o filosofía que “La Quinta” o “La Sexta”.
Y, muchísimo más, leer el evangelio, conocerse a uno mismo, conocer al prójimo, rezar, conocer a Dios.
Ni el padre Pio, ni el Cura de Ars, ni Don Orione, ni Vicente de Paúl, ni San Bernardo necesitaron leer un solo periódico en sus vidas para ser los consultores privilegiados de reyes, presidentes, ministros y hombres de negocios que acudían como moscas a consultarles aún sus problemas temporales.
Rezar, señores, orar, conocer las cosas desde la perspicacia y luminosidad del mismo Dios, desde la perspectiva del silencio, en la visión panorámica de la distancia, en la atención profunda del reposo y la quietud. Eso nos falta
A eso nos llama la Cruzada de Oración en familia.
Pero ¿cómo rezar en este enloquecido Buenos Aires? No hay tiempo, no hay ganas, no hay momento psicológico. Y hay vergüenza y hay respeto humano –aún frente a los nuestros, a los de nuestra casa‑.
Sí que es difícil rezar. Pero no es imposible y podría enseñarles tantos métodos que existen, aconsejador por santos autores, desde los más simples a los más sofisticados.
Pero hoy les voy a recordar uno, ¡tan sencillo y tan bello, tan antiguo y tan nuevo, tan de pobres y tan de ricos, tan de doctos y tan de simples, tan de mujeres y tan de hombres!: el Rosario. Esa capilla privada que podemos llevar en el bolsillo y en donde podemos meternos estando en cualquier parte –en el colectivo, por la calle Florida, en las clases aburridas, en las colas y salas de espera, en el trabajo, en el campo, en el almacén‑.
Porque, tomar el rosario con la mano es como entrar en una Iglesia. Nombrar a María es abrir nuestro corazón a la ternura de Dios. El ritmo cadencioso de las mismas palabras repetidas, es calma y silencio aún en medio del barullo. La meditación de los misterios gozosos, doloroso y gloriosos es conocer las únicas noticias de último momento que valga la pena conocer.
Estamos ya a mediados del mes de Octubre, dedicado justamente al santo Rosario. Si todavía no han comenzado a recitarlo todos los días háganlo desde hoy, Al menos en lo que resta del mes prometan rezarlo todos los días. Por si mismos, por sus familias, por la Patria, por sus sueños, por su hacerse hombres. Por su hacerse cristianos y cristianas de verdad.