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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1980. Ciclo C

28º Domingo durante el año
12 Oct 1980
Clausura Año Mariano


Lectura del santo Evangelio según san
Lc 17, 11-19

Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea,  y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz;  y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?»

Sermón

En la triste época de la Universidad Nacional y de la educación en manos del marxismo, introducida por el ERP y los Montoneros bajo el cobijo del tío Cámpora -antes de la eficaz pero no duradera limpieza que hicieron Ivanisevich y Ottalagano -, los cerebros de Taiana y de Puiggros habían intentado, entre otras cosas, elaborar programas de historia falsificados y tendenciosos. En ellos eliminaban sistemáticamente de nuestro pasado toda mención a nuestra herencia grecorromana –sentido común, inteligencia, luz de los griegos ensamblados con la ley y la espada para sostenerla, de los romanos-. Tanto más silencio se daba en ellos sobre la apertura de dicha cultura hacia la Caridad y lo Trascendente, en Cristo, que había sido asimilada en ‘Cristiandad' y traída a nuestras playas por el coraje español.

Querían los marxistas, elaborar programas en los cuales nuestra historia comenzaba con las culturas indígenas de nuestras tierras americanas. Manera, casi, de comenzar de la nada, ya que, de dichas supuestas culturas, solo quedaban, casi como mudos testigos, vasijas de barro y piedras. La narración continuaría con la ‘usurpación' que de estas tierras habrían hecho los perversísimos hispánicos. Seguiría con las frustradas resistencias o rebeliones de Lautaro , Caupolicán o Tupac-Amaru y desembocaría en las revoluciones masónicas de principio del siglo XIX que importaron a nuestros pueblos los nefastos principios de la revolución francesa y -después de diversas peripecias de lucha contra el imperialismo de los países capitalistas y de la lucha política movida por la dialéctica de clases- culminaría con la liberación castrista y maoista y la del ERP-Montoneros. La cosa no prosperó, por razones bien conocidas.

Pero a este tipo de falsificaciones del pasado ya estábamos acostumbrados. Ya sabemos de la deformada historia argentina que nos escribieron los Fidel López y los Mitres y llegaba a nuestras aulas en los manuales de los Grosso y Levene .


Vicente Fidel López (1815 – 1903)

Una forma de impostura hoy muy de moda es la idealización y glorificación del indio aborigen, supuestamente victima de la conquista. Glorificación iniciada por tantos escritos de nuestros supuestos próceres, como, por ejemplo, Moreno y Monteagudo , ambos traductores del viejo Rousseau con su idealización del ‘hombre natural', del ‘buen salvaje', supuestamente deformado por la civilización cristiana.

Disparates tan grandes hacen fortuna en nuestros aciagos días. En una propaganda mediocre que emite por TV el Ejército argentino para que ingresen candidatos en sus diversos institutos, aparece la imagen del tradicional cabildo lluvioso del 25 de Mayo y se afirma: “ El ejército argentino nace con la Patria .” Como si la patria hubiera nacido allí y no mucho antes. Porque, si no quieren hablar de Grecia y Roma o de las cruzadas y las catedrales y el Sacro Imperio, al menos dígase que nuestra patria empezó bastante antes del 1810, con la conquista española, con la construcción de ciudades y de Iglesias en medio de desiertos, con la lucha contra el salvaje, contra el Brasil imperial, contra el inglés invasor –una de las pocas luchas nobles, junto con la reciente de contra la guerrilla, que hayan emprendido los soldados de nuestra patria-.

¡Qué indígenas ni ocho cuartos, cuando, excepto México y el Perú, en el momento de la conquista, el Nuevo Mundo era un continente casi despoblado! Y aún en Méjico y Perú, únicas regiones ocupadas por una población indígena de una cierta densidad, debieron vivir unos pocos millones de personas. Sudamérica, dejando aparte Perú, contaba, con generosidad, con menos de 900.000 mil indios. Y quien haya leído el libro de Louis Baudin, “ La vida cotidiana en el tiempo de los últimos Incas ”, sabrá que aún en esa supuesta ‘gran' civilización, con su alrededor de ocho millones de habitantes como máximo, las condiciones de la mayoría -sometida a sus recientes conquistadores incas- era de terrible miseria y degradación. Amén de la total falta de libertad que imperaba, al servicio y merced de una orgullosa minoría de ‘orejones' –como les llamaron los españoles, por los pesados pendientes con que deformaban sus orejas-, mentalmente extraviados, porque eran los únicos que tenían el privilegio -dudoso privilegio- de consumir coca.

Y no se hable de los sangrientos aztecas quienes, bajo la férula de sedientos y siniestros dioses a los cuales había que ofrecer constantemente sacrificios humanos, en medio de ritos canibalísticos, habiendo dominado, también no mucho antes de la llegada de España, a las naciones circundantes, emprendían acciones bélicas con el único propósito de conseguir víctimas para sus voraces ídolos.

Poco antes de la llegada de Hernán Cortés se había ofrecido, en ocasión de un aniversario de Moctezuma, una hecatombe de 20.000 prisioneros. Los sacrificios humanos y la caza despiadada de víctimas para ellos, llevada a cabo por los aztecas para satisfacerlos, ya habían creado problemas demográficos de disminución alarmante de la población centroamericana. Los guerreros aztecas debían salir cada vez más lejos de su límites para sus horrendas cacerías. Esto explica que, a la llegada de los españoles, todas las poblaciones sometidas se pusieran en masa del lado de Cortés y, rápidamente, cambiaran sus terroríficos ídolos por el verdadero y amante Dios de los cristianos.

Porque esto es lo que vino a traer, sobre todo, España a América: la Fe. Y ese es el principal motivo que impulsa al muy noble almirante Don Cristóbal Colón a desembarcar, un radioso 12 de Octubre de 1492, en estas tierras.

Escribe Colón:

“In Nomine D. N. Jesu Christi. Porque, cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos príncipes, Rey y Reina de las Españas y de las islas del mar, Nuestros Señores, este presente año de 1492, después de Vuestras Altezas haber dado fin a la guerra de los moros que reinaban en Europa y haber acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada, adonde este presente año a dos días del mes de Enero por fuerza de armas vide poner las banderas reales de Vuestras Altezas en las torres de Alfambra, que es la fortaleza de la dicha ciudad y vide salir al rey moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras Altezas y del Príncipe mi señor, y luego en aquel presente mes, por la información que yo había dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de un príncipe que es llamado Gran Can, que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes, como muchas veces él y sus antecesores habían enviado a Roma a pedir doctores en nuestra santa fe porque le enseñasen en ella y que nunca el Santo Padre le había proveído y se perdían tantos pueblos creyendo en idolatrías e recibiendo en sí sectas de perdición, Vuestras Altezas, como católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y acrecentadores de ella y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y herejías, pensaron de enviarme a mi, Cristóbal Colón, a las dichas partidas de India para ver los dichos príncipes, y los pueblos y tierras y la disposición de ellas y de todo y la manera que se pudiera tener para la conversión de ellas a nuestra sancta fe; y ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se acostumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie. Así que, después de haber echado fuera todos los judíos de todos vuestros reinos y señoríos, en el mismo mes de enero mandaron Vuestras Altezas a mi con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India, para gloria de nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre.”

Y, al ganar Rodrigo de Triana el jubón de seda y los diez mil maravedís prometidos al primero que descubre tierra, todos a una se arrodillan en cubierta y cantan emocionados la ‘ Salve' a la Santísima Virgen. Y, cuando Colón baja a tierra con la bandera real y la cruz, al referir luego en su carta lo que ve de los indígenas, su primera preocupación es la fe. Escribe:

“Yo porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra santa fe con amor que no por fuerza, les di muchas cosas con que hobieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Eran gente muy pobre de todo. Andan todos desnudos como su madre los parió y también las mujeres, aunque no vide ninguna farto formosa –también se fijaba Colón en esas cosas-. Y más adelante: “ Vide que son de buen ingenio y muy presto entienden qué se les dice y creo que ligeramente se harán cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían.”

E inmediatamente solicita a España el envío de más misioneros. Franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, mercedarios, recoletos, carmelitas, arriban en oleadas a América, fundando escuelas, iglesias, universidades. Y los indios se convierten en tropel, como ansiosos de dejar atrás sus ídolos de pesadilla, sus religiones asfixiantes al servicio de las castas dominantes.

Pero, si hay algo que preside la conversión de estos indígenas es la presencia de la Santísima Virgen María. No por nada Colón descubre América el día de ‘Nuestra Señora del Pilar'. No por nada es la primera oración que aprenden, aún antes de entenderla, repitiéndola de memoria, el Ave María que oían cantar por los soldados de Colón. No por nada, pocos años después de la liberación de Méjico por Hernán Cortés, en 1533, en el cerro de Tepeyac, la santísima Virgen se aparece al indio Juan Diego e imprimió milagrosamente su esfinge en su poncho, ante el cual el santo obispo Fray Juan de Zumárraga se arrodilló emocionado. Imagen portentosa que es hoy asombro de los científicos que no logran explicar cómo está hecha y que, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, ha protegido la fe de México contra todos los embates de la masonería liberal y del marxismo.

También a los pocos indios nuestros, enamora Nuestra Señora, en las misiones jesuíticas, en la labor franciscana y dominica en el norte, en el trabajo de los salesianos en el sur.

Esos pocos indios de los cuales habla el Martín Fierro:

El indio pasa la vida

robando o echao de panza.

La única ley es la lanza

a que se ha de someter.

Lo que le falta en saber

lo suple con desconfianza.

Odia de muerte al cristiano,

hace guerra sin cuartel…

El bárbaro solo sabe

emborracharse y peliar”

A ellos, junto con el ejército de Rosas y, luego, de Roca , llegan los misioneros. Y los salesianos saben implantar la presencia de María Auxiliadora en todo el Sur.

Nuestra Señora del Valle, Nuestra Señora de Itatí, Nuestra Señora de Luján, son presencia de María entre nosotros, desde nuestra fundación. Generala del ejército argentino, a cuyo Corazón Inmaculado consagrara la Patria, en decisión histórica, el Presidente Onganía .


Ntra. Sra. de Luján sin el manto

Ella vino al Rio de la Plata en el corazón de España y, luego, de la inmigración italiana y de tantos otros países de raigambre católica que conforman nuestra nacionalidad.

Sus colores de Inmaculada -por expresa voluntad de don Manuel Belgrano y a pesar de que lo oculta nuestra historiografía liberal- flamea en nuestra bandera, resistiendo aún la rabiosa carga de los masones, liberales, socialistas y marxistas, apoyados por la invasión sionista y la tentación constante a las almas de los argentinos de lo bienes de consumo y del erotismo peor. Ella sigue, sola, conmoviendo el corazón de nuestro pueblo. Las muchedumbres que ha congregado María en este nuestro Año Mariano y su Congreso; la peregrinación constante del pueblo desde los albores de nuestra patria a sus santuarios, lo demuestran.

Podrán no querer a los curas, a las monjas, a los obispos, pero, más allá de los errores y pecados de los hombres de Iglesia, María sigue encaminando a todos hacia Su Divino Hijo.

Y es por ella, y por el Rosario que llevaban todos los hombres de Cortés y de Mendoza y de Garay -que ya, en memorable jornada, había repartido a sus hombres Don Juan de Austria antes de Lepanto- y que hacía rezar todos los días Belgrano a sus tropas, y rezaban cotidianamente Rosas y San Martín, y colgaba de los cuellos de nuestros oficiales y soldados que abatieron a la guerrilla, que todavía puede esperar Argentina conservar su identidad.

Es por Ella, María de la Esperanza, Nuestra Señora del Pilar y de Guadalupe y de Luján, que, pese a todo, en este nuevo aniversario del descubrimiento de América y cierre de nuestro Congreso Mariano, queremos conservar nuestras ilusiones por el destino de la Patria y su argentina Iglesia.

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