Sermón
Lutero y Calvino, como Vds. saben, son las dos grandes cabezas de la insurrección anticatólica, destructora de la unidad de Occidente y progenitora de todas las falsas ideologías doctrinales y políticas del mundo moderno. Cada uno es importante a su manera.
Pero hoy me interesa especialmente Calvino, porque es su doctrina la que, fundamentalmente, adopta Enrique VIII en Inglaterra, se multiplica luego en sectas y, de allí, pasa con la Mayflower a Norteamérica, conformando, desde sus orígenes, la mentalidad yankie , e influyendo desde allí a todo nuestro mundo. Históricamente este influjo calvinista la Argentina lo ha sufrido en dos etapas: primero la de los ingleses, desde el primer cuarto del siglo pasado, luego la de los norteamericanos, desde la segunda guerra mundial; no se diga nada ahora.
Y ¿qué dice Calvino? Muchas cosas, por supuesto, pero, entre ellas, la famosa teoría de la doble predestinación o la predestinación gemela: Dios ha predestinado -afirma-, desde toda la eternidad, a unos pocos, a los elegidos, a la salvación, al cielo; y a los demás, la mayoría, en cambio, los réprobos, al infierno, a la condenación. Inconmovible decreto divino, pues, fijado desde siempre y para siempre y frente al cual la libertad humana nada puede hacer.
Terrible doctrina, dirán Vds., ¿cómo es posible que semejante credo haya ganado para su causa -la causa de la desesperación diría uno- a casi toda Suiza, buena parte de Francia e Inglaterra, Escocia y Norte-América?
La incongruencia es solo aparente; porque precisamente Calvino y sus discípulos estaban profundamente convencidos de pertenecer al grupo de aquellos pocos elegidos predestinados a la salvación.
Pero, más importante todavía que esta tesis, es lo que a renglón seguido Calvino sostenía y era que el signo de que uno estaba predestinado a la salvación, que pertenecía al número de los elegidos, era la posesión de riquezas y de poder. Estos eran la señal, la manifestación, de que Dios daba su gracia a los electos.
De tal modo que esta orgullosa conciencia de pertenecer al grupo de los elegidos, de los ungidos del Señor, unida al esfuerzo por adquirir esa señal de gracia que era crecer en riquezas y poderío, hace que esta doctrina de la predestinación que en teoría debería haber conducido a sus adeptos al abandono o a la impotencia como en el hinduísmo o el Islam -¡total todo esta escrito!-, llevó a los calvinistas, por el contrario, a formar un pueblo voluntarísta, llenos de confianza en si mismos, de tesón, de iniciativa, buscadores de dominio económico y político.
Y es de este espíritu de donde nacen inmediatamente en Europa las grandes bancas y empresas: las hugonotes en Francia, las holandesas, las inglesas. Tanto Sombart en su libro " El Capitalismo moderno ", como Max Wéber en " La ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo ", describen magistralmente este proceso por el cual el calvinismo esta en el nacimiento del capitalismo, la Revolución Industrial y el espíritu americano con su conciencia ingenua de ser ungidos del Señor, señalados por sus riquezas, destinados a enseñar al resto del mundo -y si es necesario imponerlo con la fuerza- la democracia, los derechos humanos y el control eugenésico de la pureza ungida de su raza.
Véase, en este sentido, la diferencia entre la gesta católica de España en la colonización de América y la de esos países. España, sacando de la barbarie y la superstición a los salvajes, bautizándolos y enseñándoles, creándoles escuelas y Universidades, casándose y misturándose con el indígena. El calvinismo, en cambio, pensando crear en estas tierras la nueva Sión, la utopía de la sociedad reglada por las directivas calvinistas, haciendo prácticamente desaparecer la población autóctona...
Así pues el calvinismo está detrás de gran parte de la mentalidad moderna que tiende a hacer de la riqueza y el poder económico la meta principal de la actividad humana, de individuos y sociedades. Un grupo de grandes empresas, de grandes grupos o de familias, manejando todo y tutelando mesiánicamente a través de la insentivación de sueldos y bienes de consumo el trabajo eficiente, competitivo y estresante de sus protegidos, mientras se intenta controlar la gran masas de réprobos, de perdidos, de marginados, que no entran en su proyecto ni en el número de los elegidos.
En realidad, detrás del calvinismo lo que está es la mentalidad judía véterotestamentaria. Recuerden que son los protestantes los que redescubren de algún modo el antiguo testamento al traducirlo -en la Iglesia católica solo lo leían los clérigos que sabían explicarlo- y, ellos, sin corregirlo por las enseñanzas del nuevo, lo interpretan al pie de la letra. Es con ese antiguo testamento que justificaron las terribles guerras religiosas que desataron en Europa en donde la vida humana no valía nada, porque Jehová condenaba al exterminio a los impíos; esa misma mentalidad que da su fruto más exquisito en los bombardeos de Dresde y de Hiroshima y Nagasaki... No: el antiguo testamento es solo preparación del Nuevo, y es necesario leerlo corregido por Jesús, como lo hizo siempre la Iglesia católica y los santos.
Pues bien, el esquema mental véterotestamentario donde se mueve Jesús, respecto de la retribución y la justicia de Dios era muy simple: si te portas bien, si cumplís con los mandamientos, con la ley, todo te va a ir bien, Dios te va a ayudar, vas a vivir largos años, tendrás muchos hijos, no te podrán hacer nada tus enemigos, serás sano y rico. Vivirás bien; tendrás la vida. En cambio, si te portas mal, si no cumplís los mandamientos, si sos injusto, todo te irá para el diablo, serás infeliz, te quedarás sin hijos, te vendrán enfermedades, pobreza, muerte. La creencia en una posible compensación el más allá, es tardía en la Biblia y sin gran influencia: tanto que los términos se revierten y, si ser justo se traduce en que bajo la protección del Señor uno se hace próspero y rico; ser pobre significa prácticamente que uno es pecador. Es lo mismo que sostendrá Calvino.
Es en este contexto mental, pues, en donde hay que entender la aparente paradoja de las bienaventuranzas en donde Cristo afirma palmariamente: ni la pobreza, ni el llanto, ni el sufrimiento, ni la persecución, son consecuencias directas de los pecados de cada uno. Y es aquí también, finalmente, donde hay que entender hoy el estupor de los discípulos: "si ni siquiera los ricos se salvan, entonces, ¿quién se podrá salvar? ¿Cómo es que de signo de justicia, de moral, de ser persona bien, precisamente ahora Jesús les dice a los ricos que le es más fácil a un camello entrar por el ojo de una aguja que a ellos al cielo? ¿Qué quedaba entonces para los pobres, para los pecadores?
A propósito: Vds. dirán: pero cómo ¿y Calvino no leía también los evangelios, este duro pasaje contra la riqueza? Claro, pero para él y sus discípulos la riqueza del rico de nuestro evangelio era sinónimo de vivir lujosa, rumbosa, gastadoramente, no el tener bienes... Y ellos, presbiterianos y puritanos, tenían bienes, si, y los buscaban, pero vivían austeramente, dedicados a su negocio, su banca, su granja, su empresa, creciendo y ganando cada vez más, pero al mismo tiempo mezquinos, avaros, tacaños... Por eso, laboriosos, amasaron grandes fortunas y labraron la prosperidad económica de sus territorios, de sus países; con grandes costos humanos y sociales, por cierto, pero, finalmente, admirables en su tesón e iniciativas... Y nadie dejará de aplaudirlos en ello, aunque nosotros prefiramos más bien vivir a la española, a la italiana, a la francesa, a la irlandesa, rescatando otros valores de la vida y de la familia.
Dios quiera que los requerimientos del libre mercado y un falso sentido de la actividad económica no internacionalicen estos valores de origen protestante de tal manera que nos precipiten también a nosotros a una lucha por la eficacia, el rendimiento, el consumo, que nos despoje de valores humanos y cristianos, y nos quite la alegría de vivir. Que no nos impongan otra vez, al modo del antiguo testamento, en el peldaño supremo de la escala de valores, de máximo ejemplo, de aplaudido, al nuevo modelo de justo, al empresario y ejecutivo supereficientes, al rico; y no al santo, al héroe, al poeta, al padre de familia, al noble, al hombre de honor...
El problema que hoy elucida el Señor, no es pues, un problema de comunismo, de injusticia social, de odio marxista al poseedor de bienes... es un problema religioso, humano. Nuestro rico del evangelio de hoy se cree doblemente justo: es justo porque es rico, y es justo porque cumple las normas, respeta los semáforos, no tira papelitos por la ventana de su automóvil, no fuma en lugares públicos, usa jabón y antisudoral de primera, está siempre atareado en su oficina, cumple el sagrado deber de mandar a sus hijos a los mejores colegios y de enviarlos con su mujer al country todos los fines de semana... A diferencia del resto de los argentinos, publicanos y fariseos, él no es un vago, lucha constantemente por competir y pagar sus impuestos a la DGI. Ha cumplido cuidadosamente todas las prescripciones de la ley.
"Todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Pero la nostalgia de bienes superiores que abriga su corazón, el cansancio y desasosiego que le da al volver por las rutas atestadas del fin de semana, noche de domingo, otra vez al trabajo, la vaga conciencia de no haber disfrutado de sus hijos, de haber picoteado ese libro y no haberlo terminado de leer, de esas blanduras de estómago y esa cana que han aparecido a pesar de sus deportes y sus ultravioletas, de darse cuenta de que su mujer quería hablarle de algo y no haberle prestado atención -tendrá que recordar hacerlo el próximo fin de semana-, de ese amigo que tuvo que dejar de lado o a quien no ayudó porque no le cerraban las cuentas o al fin y al cabo era cuestión de elegir entre él y yo, de esa contramarcha que tendrá que dar en lo que había prometido, de ese cuartito de Lexotanil que más vale se tome esta noche, todo eso le remueve algo indefinible adentro, lo sorprende en nostalgia e inquietud, en medio del brillo del tablero reflejado en el parabrisas, de la radio con resultados de fútbol, de los chicos dormidos en el asiento de atrás...
Quizá pobre hombre rico vayas por fin algún día al encuentro de Jesús y halles su mirada llena de amor y quizá Él te saque de la ilusión de tu eficiencia, de tus talentos, de tus cosas, y, entonces, aún cuando trabajes y busques la excelencia, sepas tener todo eso alejado de tu apego, para que puedas seguir a Cristo, amar a los tuyos y a los pobres, disfrutar de lo bello y de lo simple y adquirir esa libertad, esa alegría católica, que solo el Señor te puede dar, si, ya seas rico o pobre, monje o laico, soltero o casado, tenés claro que lo único que importa es, junto con los que querés, caminar con él hacia el Reino.
"Al oír estas palabras, el rico se entristeció y se fue apenado."
No importa, mañana temprano se despertará, oirá a Neustad o Adad, como su patente no termina en cero o en uno, manejará su propio auto... La oficina, el consultorio, el trabajo, el estudio otra vez lo tragarán...
Hombre rico, hombre rico, no importa; te equivocas, te equivocas; y sufrirás, sufrirás; envejecerás, envejecerás...
Pero Jesús siempre te esperará...