Sermón
Siete años después de la Resurrección de Cristo, muerto Tiberio en el año 37, lo sucede en el trono imperial Gayo Calígula . De todas las poblaciones de Siria, los judíos son los primeros en prometerle fidelidad, mostrándose partidarios de su mandato, que se ejerció pacíficamente en sus primeros dieciocho meses. Pero, pasado dicho tiempo, Calígula empezó a insistir en que se practicara el culto imperial, ordenando que sus imágenes fueran colocadas en todos los templos y santuarios del imperio. Esto incluía no solo al templo de Jerusalén sino a todas las sinagogas.
Mientras tanto el territorio de Judea había sido concedido a Herodes Agripa I , que, en su educación en Roma, había sido amigo de la infancia de Caligula. Por cierto que bajo la jurisdicción del prefecto romano de Siria, Petronio, nombrado en el 39.
Herodes Agripa hizo gestiones para que éste no urgiera demasiado, en Judea, la cuestión del culto al emperador y Petronio, benévolo, fue dando largas al edicto. Pero cuando los habitantes paganos de Yamnia, ciudad de la costa, levantaron descaradamente un altar al emperador, los judíos de aquella localidad lo derribaron. Se enteró, entonces, Calígula de todo el asunto y montando en cólera mandó que se construyera, sin más dilaciones, una estatua colosal de su persona y se entronizara en el mismísimo templo. Los judíos horrorizados suplican a Petronio no lo haga. Este detiene la ejecución de la medida y escribe a Calígula. Contra correo recibe una carta dándole la orden de suicidarse.
El asunto se resuelve con la muerte de Calígula, asesinado en enero del 41. Su sucesor Claudio da comienzo a su reinado con un edicto de tolerancia a los judíos. Jerusalén está tan importante y rica y se ha extendido de tal manera que se inician los trabajos de construcción de una tercera muralla. A pesar de la benevolencia del emperador, toda Judea arde para entonces en rumores, deseos y preparativos de levantamientos.
A la muerte de Herodes Agripa lo sucede su hijo Marco Julio Agripa II el de las escandalosas relaciones con su hermana Berenice . Dada la oposición de los judíos Agripa II no tuvo casi ningún poder.
La autoridad efectiva estaba, en cambio, en manos de los procuradores romanos. Estos, que venían de Roma a las provincias con el único fin de enriquecerse, con sus exacciones, gabelas y coimas, no hacían más que exacerbar el ánimo levantisco de los judíos. Muerto Claudio en el 54 lo sucede Nerón , que nombra procurador de Siria a Porcio Festo . Judea hierve de zelotas, de judíos guerrilleros antiromanos y de sicarios, así llamados por la daga,la sica , que usaban para asesinar silenciosamente a sus adversarios. A Festo lo sucede Lucio Albino que, según Josefo, " no hubo forma de crimen que no dejara de practicar ". Pero Gesio Floro, el que lo reemplazó, en el 64, comparado con su antecesor hizo que éste resultara un dechado de virtudes. Como decía un párroco a quien todo el mundo criticaba , "mi sucesor me hará bueno ".
Este nefasto procurador, Gesio Floro, saquea descaradamente el país, despoja a las personas, esquilma las ciudades y acepta sobornos de todos lados. Finalmente, cegado por su avidez de oro, se atreve sacrílegamente a sacar dinero del tesoro del Templo : 17 talentos. Los judíos en protesta y en despreciativa burla hacen circular una alcancía por toda la ciudad para hacer una colecta en beneficio del "indigente".
En represalia Gesio Floro entrega parte de la ciudad a sus soldados para que la saqueen. La cosa se complica y mueren centenares de civiles. Por fin, llenos de indignación, los judíos, amotinados, se agrupan en el recinto del Templo y toman la fortaleza Antonia.
Frente a la revuelta Floro debe retirarse a Cesárea. Ha comenzado en ese fatal año 66 la sublevación formal de los judíos contra Roma.
Después de algunas victorias judías contra las fuerzas de Gesio Floro Nerón se decide a mandar contra los insurgentes a uno de sus más experimentados generales, Vespasiano , que da comienzo a las operaciones en Antioquía durante el invierno del 66, pasando en seguida a Galilea. Antes de un año había caído el último puesto ocupado allí por los insurrectos. Todo el norte de Palestina queda nuevamente en manos de Roma.
Vespasiano tiene bajo su mando tres legiones: la quinta, la décima y la décimoquinta, cada una compuesta de cincomilquinientos soldados de infantería y 120 de caballería, más el doble de tropas auxiliares.
En la primavera del 68 Vespasiano, con esas tropas, avanza demoledoramente por el valle del Jordán tomando e incendiando uno tras otro los cuarteles rebeldes que encuentra en el camino: Samaría, Jericó, Perea, Maqueronte, Qumram. En ese momento muere Nerón y Vespasiano es nombrado emperador, por lo cual, al regresar a Roma, deja el mando de las tropas a su hijo Tito . Durante ese intervalo dentro de la misma ciudad de Jerusalén estalla la guerra civil y diversos bandos y sectas se pelean y matan entre ellos, debilitando sus fuerzas. Los fariseos, encabezados por Yohanan ben Zakkai , que sale oculto en un féretro, se escapan hacia la costa y se instalan en Yamnia .
Tito emplaza su campamento ante Jerusalén en el monte Scopus frente al único lado accesible de la ciudad, al norte, ya que sur, este y oeste son inaccesibles por sus escarpadas paredes y, desde allí, comienza en la primavera del 70 el asedio de la ciudad. A cuantos intentan escapar los crucifica a la vista de los sitiados.
Pronto se hace sentir el hambre y la sed. Las penurias unen a los bandos: sicarios, zelotas, saduceos, y otras facciones. El 25 de mayo del 70 cae la tercera y novísima muralla; el 30 la segunda. El 24 de Julio es tomada y arrasada la Torre Antonia. Los judíos restantes se refugian en el inmenso y poderoso templo, una de las más grandes y fastuosas construcciones de la antigüedad. Tito pone fuego a sus puertas de bronce, las funde y logra forzar la entrada el 9 de Agosto. Quiere conservar intacto el santuario y, para ello, exige la rendición a los que aún permanecen en él. Como estos se niegan, la lucha se reanuda el 10, un soldado arroja una rama ardiendo dentro de una de las cámaras del templo. Aunque Tito pretende sofocar las llamas estas se propagan rápidamente. Empero, antes de que el santo de los santos -el lugar donde solo podía entrar una vez por año el sumo Sacerdote- ardiera por completo, Tito, con algunos de sus oficiales, pudo entrar a inspeccionarlo. Según la tradición queda profundamente decepcionado ya que allí no hay absolutamente nada. Todo termina pasto del fuego. Se consiguen rescatar algunos objetos valiosos como el candelabro de seis brazos de oro, la menorah, que será llevada a Roma y figura aún representada en el arco de Tito, en los foros romanos.
Solo queda en manos de los rebeldes el palacio de Herodes; pero en septiembre del 70 la ciudad ya está sometida totalmente. Es entregada al pillaje y arrasada; sus muros derribados y una guarnición romana quedará permanentemente estacionada en sus ruinas. Tito manda matar únicamente a los que encontraran armados o continuasen resistiendo. Pero los soldados, amén de aquellos, suprimían también a los viejos y débiles. Según Josefo -historiador judío-, de los restantes, hacinados en el patio del templo, mueren 11.000 de hambre. Entre los pocos prisioneros que quedan: unos son destinados a trabajos forzados; otros a los juegos del circo, los demás vendidos como esclavos. Setecientos jóvenes de hermoso aspecto -dice Josefo- quedaron reservados para la triunfal presentación de Tito en Roma, en la primavera del 71.
La guerra a producido en total noventa y siete mil prisioneros y un millón cien mil muertos, si las cifras del mismo Josefo no son infladas.
El Jerusalén histórico, con su templo y su culto, ha desaparecido para siempre.
Los únicos que quedan son los fariseos, que han huido y pactado con el enemigo. Desaparecidos saduceos, esenios y zelotas, como no había razón alguna para seguir llamándose fariseos, pasaron a ser y siguieron siendo simplemente "los judíos". De la riquísima tradición de Israel y Judá, solo la secta farisea tomará desde entonces la representación del judaísmo.
Es en medio de esta catástrofe -cuarenta años después de la Resurrección de Cristo- y cuando ya este judaísmo fariseo refugiado en la costa, en Yamnia, ha excomulgado a los cristianos y manda expulsarlos de las sinagogas, producida, pues, la separación definitiva de la Iglesia y el sanedrín fariseo en nombre del judaísmo, que Mateo da los últimos retoques a la parábola que hemos escuchado hoy.
Encontramos en ella los ecos del terrible acontecimiento que conmovió el mundo judío y cristiano de aquel tiempo, la caída de Jerusalén: "el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad." Mateo interpreta teológicamente la tragedia nacional y política de Israel.
La vieja parábola de Cristo Mateo la transforma en alegoría de lo sucedido: Dios invitando a su pueblo, primero por medio de los profetas, luego por medio de Jesús y los apóstoles -maltratados y muertos- y ahora -habiendo sido el festín rechazado por Israel- la triunfante predicación de la Iglesia a los no judíos y la sala nupcial llena de convidados.
Pero, en este esquema, Mateo no quiere saber nada de un cristianismo que no continuara teniendo las mismas o más exigencias éticas que el judaísmo -por otra parte ya resulta claro a la Iglesia de aquella época que los cristianos dejaban al respecto mucho que desear, no todos eran precisamente santos- por eso Mateo añade la segunda parábola del vestido de fiesta y el desagradable balance del "muchos son los llamados y pocos los elegidos".
De hecho nosotros, ya lejos de esos acontecimientos interpretados por Mateo, podemos leer la parábola más ampliamente, menos ubicada en la historia de aquel tiempo.
Ya sabemos que el cristianismo es antes que nada la iniciativa inexplicable y amorosa de Dios invitando a los hombres a su banquete, a su fiesta, y esa invitación nos llega a través de su Iglesia, y de mil llamados, inspiraciones, circunstancias y sugerencias que aparecen a lo largo de nuestra vida.
Pero ¿quien podrá decir que siempre las escuchamos?: campos, negocios, inquinas, distracciones, televisiones, tentaciones.... Nosotros distraídos o negándonos; Dios llamándonos...
Que alguna vez sepamos responder enteros a la invitación al banquete, y con nuestro traje de fiesta nuevo, o gastado pero al menos remendado y tintoreado en arrepentimiento y confesión, seamos dignos de acceder a las bodas y recibidos por el Padre; y no ser arrojados atados de pies y manos, afuera, a las tinieblas.