Sermón
La historia de los premios Nobel es bien conocida. Fruto del arrepentimiento del químico sueco Alfredo Bernhard Nobel , inventor de la dinamita, de la gelatina explosiva y de la balisita, una especie de pólvora sin humo precursora de la cordita. Montó diversas fábricas de explosivos en Europa y en Estados Unidos. El uso bélico de sus inventos y los males que alguien lo acusaba había con ellos causado lo indujeron, en sus últimos días, a tratar de compensarlos mediante una Fundación que repartiría premios a todos aquellos que, de alguna manera, fomentaran la paz, tanto en el orden del progreso y de las ciencias, como de la literatura, la economía y la política.
Al morir en San Remo en 1896, legó su inmensa fortuna a dicha Fundación, que reparte los intereses de su capital en forma de premios.
Lo que es bastante oscura, sin embargo, es la forma de asignar los premios. Da la impresión que, aún suponiendo la intervención de influjos económicos, de laboratorios, de fábricas de armamentos y prestigios varios, los premios más objetivamente concedidos y realmente prestigiosos son los que señala la Academia Sueca de Ciencias -que se ocupa de los de Física, Química y Economía- o los propuestos por el Instituto Karolin de Estocolmo -Medicina y Fisiología-.
Donde en cambio no se puede esperar objetividad alguna es en el premio de Literatura, en donde talla la Academia de Letras de Estocolmo y, tantísimo menos, en el de la Paz, que designa el comité Nobel del Storting o Parlamento noruego. Eso ya es pura política, y política de la peor especie, claramente anticatólica y, generalmente, bandeándose hacia posiciones de izquierda. No se podía esperar otra cosa, ya que Nobel era de ideas convencidamente masónicas y la Fundación ha estado siempre manejada por masones.
Por eso no extrañan los premios nobeles de este año en literatura y paz, concedidos a dos feministas de izquierda.
La austriaca Elfriede Jelinek , nacida en 1942, miembro del parido comunista desde 1974 al 1991, supuesta defensora de derechos humanos, y enriquecida con libros casi pornográficos tales como ' Las mujeres como amantes' y ' Lujuria' , recibió el de literatura.
El de la Paz fue adjudicado a la kenyata Wangari Maathai , nacida en 1940, educada en universidades americanas de izquierda, con algún barniz de bióloga, dedicada luego a la política y, sobre todo, ferviente feminista, o mejor dicho partidaria de la igualdad de los 'géneros', que no de los 'sexos', y promotora de una extraña religión ecológica, 'verde', que pretende, a lo masónico, unificar todas las religiones en algo llamado la UR: Religiones Unidas. En esa religión no cabría la Iglesia Católica, al menos en su forma actual, ya que, con su doctrina de la soberanía del hombre sobre la naturaleza, va en contra de la ecología. " Habría que escribir otra vez la Biblia ", ha escrito Wangari, " para que el hombre, Dios y la naturaleza sean 'una sola cosa' sin que ninguno sea más que el otro y el hombre se integre con el Todo ".
Junto con Gorbachev -otro cómico premio Nobel de la Paz de hace unos años- es firmante, nuestra premio Nobel -y no se puede creer, al lado de la ingenua, espero, de Mercedes Sosa - de la famosa Carta de la Tierra , que Gorbachev pretende que debe suplir a los diez mandamientos.
No dejen de repasar, por Internet, la lista de los últimos premios nobeles de la paz, donde figuran el inefable Jimmy Carter , Yasser Arafat -nada menos-, Shimon Perez , Pérez Esquivel , Tutu , Kissinger , la impostora Rigoberta Menchú ... Y el despiste casi milagroso de la aparición en la lista de la Madre Teresa de Calcuta . Circunstancia que, durante muchos años, me hizo preguntarme qué cosa mala habría hecho la pobre monja como para merecer tal espantoso premio. No dejen tampoco de leer -también la encuentran en Internet- la Carta de la Tierra, un panfleto aprobado ya definitivamente en Johannesburgo en el 2002, después de varios borradores de años anteriores.
Los diez mandamientos de Gorbachev -en realidad 16 items con varios incisos cada uno- son fundamentalmente una serie de obviedades sobre la ecología, pero elevada a principio supremo. De la ecología forman parte la democracia, los derechos humanos y los derechos de los animales y de la tierra. Cuando se habla del hombre se vindican unos cuántos derechos corrientes, cazabobos. De deberes, salvo los que tenemos frente a la 'madre tierra', el documento propone uno superior a todos los demás: "fomentar la salud reproductiva y el control de la natalidad".
La palabra 'familia' solo aparece, en la Carta, dos veces: una, de paso, y, otra, específicamente tratada, pero sin definirla. Puede ser cualquier cosa ya que, inmediatamente después de aludir a ella, se exige " eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color, el género, la orientación sexual, la religión etc. ..." Justamente lo único que se dice de la familia es que es necesario: " garantizar la seguridad y la crianza amorosa de sus miembros ". La crianza 'amorosa' ¿qué será eso? Pero ya sabemos ¿quiénes más 'amorosos' que las parejas 'gay'?
Los términos 'padre' y mucho menos 'madre' no aparecen ni una sola vez en el indigerible documento. Sobre la estabilidad del compromiso entre el varón y la mujer que han de llevar adelante la tarea maravillosa de engendrar y educar en el auténtico amor a los hijos, ni un renglón. Al contrario. Basta -repito- la crianza 'amorosa' y, por supuesto, 'la salud reproductiva' para que ayuntamientos puercos, por vías cloacales, no contagien 'poco amorosamente' a las crías encomendadas despiadadamente a las amorosas parejas homosexuales.
"Es intolerable" también -ahora otra vez la palabra de Wangari Maathai, nuestra premio Nobel- en su recomendación de las Religiones Unidas, "intolerable" -repito; así que punible, tarde o temprano, por la ley- "es intolerable toda oposición al aborto, a los derechos sexuales y reproductivos y al reconocimiento social y jurídico de la homosexualidad". El mundo al revés. No por nada, apenas conocida su designación, la primera organización en felicitar al personaje, fue la Comisión de Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas, de orientación lesbo-abortista.
Así que, pues, apresurémonos a aprovechar los años que nos quedan para celebrar el día de la Madre como es natural al hombre, antes que tengamos que celebrarlo yendo a comer ravioles preparados por algún 'amoroso' haciendo ese papel.
Nunca se ha visto en la historia de la Iglesia una persecución llevada a su doctrina y a sus principios tan implacable. Y pareciera que es en los países que en el pasado fueron más cristianos donde la agresión es más terrible. Detrás de un respeto formal que todavía se presta a la jerarquía eclesiástica, es en nuestros medios donde más se predican principios aberrantes, mezcolanza confusa de religiones, odio a lo bueno y lo santo, fomento de lo sórdido... acompañado de desprecio por la propiedad privada; por el ahorro; por la verdadera familia; por el auténtico arte; por la educación en los valores; por la consideración del otro y de su consorte y de sus hijos; por el respeto a su libertad y a sus propiedades y bienes; por la honorabilidad, la palabra, la veracidad...
Nunca se ha visto, en nuestra desdichada Argentina, una corrupción tan grande, tanto a nivel de las ideas, como al nivel descarado del robo, no solo a mano armada, sino desde los poderes del Estado, tomados por verdaderas mafias, aliadas a ex-terroristas e ideólogos anticristianos.
Pero no por nada, a nivel mundial, uno de los blancos a demoler, para erradicar la auténtica fe y moral católicas, insidiadas incluso en el interior mismo de la Iglesia, es la familia. No en vano. Porque es la familia el único lugar, si vivida en serio -en fidelidad, amor y compromiso- donde los valores y los principios se introyectan, se asumen, se hacen carne en los que en ella viven y se educan.
Nadie todavía puede vulnerar el influjo de una verdadera familia. Aún en su influencia invasiva y tantas veces subliminal, ni la televisión sería capaz de liquidar lo que una auténtica madre ha puesto en el cerebro y el corazón de su hijo en palabra y ejemplo, en ternura y regazo.
Esto fue perfectamente estudiado por los poderes masónicos y mundialistas. Por más que se intentaran todas las formas posibles de contraeducación a través de los medios y de las escuelas públicas y las universidades estatales, o privadas, lo que un chico recibía de un verdadero hogar y de pequeño, ya no se podía desprogramar. Para erradicar el catolicismo había que destruir imperiosamente la familia. Y, aún ésta liquidada, el vínculo materno subsistente era todavía adversario poderoso a las ideas del anticristianismo.
Por ello, la madre, ese último baluarte donde se refugia el sentido común, el aprendizaje del amor desinteresado, de los principios cristianos, es asediado, desde hace algún decenio, por sordo pero inclemente acosamiento. No hay protección a la madre, no se valora su papel. En las tirillas cómicas, en los teleteatros, aparece como un personaje casi del pasado al cual se respeta superficialmente pero, en el fondo, se le tiene conmiseración. Se obliga a la mujer a dejar a sus hijos -para ir a trabajar- en manos de otros. Bajo disfraces de deferencia se hace burla de su figura; o se exalta la imagen de la madre canchera, liberada, permisiva, amiguita o cómplice de sus hijas e hijos. Se reduce, incluso, el festejo del Día de la madre a un sentimentalismo empalagoso en el cual ella, poco a poco, va perdiendo su figura señera, su papel a la vez protector y lleno de tierna autoridad.
Ella, el eje cósmico y hogareño, figura espontáneamente honrada y admirada, la que enseña que lo que hace a la vida no son los grandes panoramas de los varones y las alucinaciones de la política y de la pantalla de la televisión y del cine, sino, fundamentalmente, el vivir que se desarrolla en el mundo verdadero y cercano y a la medida del hombre del hogar, de los vínculos maritales y de sangre, de los lazos fraternos, de la interacción de abuelos tíos, padres, primos, hermanos, novios y maridos que forman el universo natural donde se gozan las verdaderas alegrías y se sufren los únicos dolores que vale la pena asumir... y se abre la mente y el corazón del hombre al conocimiento y al deseo de Dios.
A pesar de su a veces superficial carga sentimental, el Día de la madre, pues, aunque no sea una fecha litúrgica, es una de las pocas celebraciones laicas que está bien sean asumidas en nuestros festejos cristianos. Tanto más en nuestra parroquia, cuando lo asociamos a la solemnidad de Madre Admirable.
Y, terminando: maguer todos los desastres poco propicios al optimismo que estamos viviendo, ya sabemos que, finalmente, Dios escuchará nuestras súplicas. Lo dice bien claro nuestra parábola de hoy, colocada por Lucas en el contexto apocalíptico de los últimos tiempos, y donde nos insta a la oración y a la esperanza, hacia cuando finalmente triunfará la justicia de Dios, al menos en el mundo definitivo. Aunque no tengamos más remedio que preguntarnos, aquí abajo, como hace Jesús hoy: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
Esperamos que sí. Con la ayuda de las madres cristianas y, por supuesto, con la ayuda de Nuestra Madre Admirable.