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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2005. Ciclo A

29º Domingo durante el año
(GEP 16/10/05)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 15-21
En aquel tiempo: Los fariseos se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a viarios discípulos con unos herodianos, para decirle: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?" Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tendéis una trampa? Mostradme la moneda con que pagáis el impuesto". Ellos le presentaron un denario. Y él les preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Le respondieron: "Del César". Jesús les dijo: "Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".

Sermón

El día de la Madre coincide siempre, providencialmente, en nuestra parroquia con la celebración externa de nuestra solemnidad de Madre Admirable. Ello nos permite, al mismo tiempo que hacer la apología de María como madre, dar curso a nuestros sentimientos filiales con respecto a nuestras propias madres, dándoles su auténtico significado.

Porque ya la misma palabra 'sentimiento' no carece de ambigüedades. Si bien le podemos dar denso contenido, el sentimiento como tal no indica una especial calidad humana. Más bien es lo que los humanos compartimos con el resto de nuestros parientes animales dotados de sentidos. Lo que nos hace humanos no son los sentidos ni sus actos sino, específicamente, la racionalidad. Para que el sentimiento, en el hombre, sea auténticamente humano, tiene que estar impregnado de inteligencia, de luz; y, en el cristiano, de evangelio, de palabra de Dios, de Logos.

De allí que cuando alguien, frente a argumentos de orden racional, intelectual, responde -como zanjando la cuestión- con un "yo no lo siento así", está renunciando precisamente a lo que tiene de propiamente humano: el pensar. Distinto sería si respondiera: "no, yo lo he reflexionado, estudiado, argumentado y por eso pienso de tal o tal otra manera".

Por otra parte ya lo había demostrado Aristóteles y lo ha desarrollado bien en su momento Schopenhauer, el sentir como tal es algo que permanece en el sujeto, en el yo. El sentimiento no toca la realidad, sino que se confunde con las reacciones hormonales, la electroquímica de las neuronas, las reacciones fisiológicas que esas realidades provocan en mí. Es la razón y la inteligencia la que, mediante los sentidos, llegan a la realidad. Es el intelecto el que percibe el ser, la persona que está frente a mí, el Dios al cual rezo. El sentimiento queda siempre en el yo. De por sí, si no es guiado rectamente por la razón, por la inteligencia, es egoísta y ciego. Y, en sí mismo, totalmente incapaz de percibir al otro y, mucho menos, a Dios.  

Vivimos sin embargo una civilización -o anticivilización- en la cual, sobre la razón, el saber, la sabiduría y, por lo tanto, los actos libres, priman los sentimientos. Basta escuchar las propagandas políticas o las peroratas de los dirigentes y aún de los predicadores para darse cuenta de que todos se mueven en el campo, no de los argumentos, sino del sentimentalismo, o lo que es peor, de los sentimientos más oscuros, que son los de los del odio, la envidia, la revancha, la lujuria.

Y no se crea que esto es fruto de la casualidad. El sentido común católico ha sido planificadamente destruido en los últimos siglos por doctrina erróneas de los que fueron o son maestros del mundo de hoy.

Uno de ellos, aunque no el más importante, sí de gran influjo en nuestro mundo contemporáneo a través de la revolución francesa, fue el harto conocido Jean Jacques Rousseau, Juan Jacobo. No hay argentino que no haya leído su nombre en los manuales sobre la revolución de Mayo junto al título de su obra más famosa: El Contrato Social , con su defensa o invento de la voluntad popular, la soberanía del pueblo y la democracia universal.  

Pero quizá sepa menos de sus posiciones respecto al sentimiento, y su tesis sobre la bondad natural de todo hombre. Según Rousseau el ser humano es innatamente bueno. Son la cultura, la educación, las convenciones sociales, la imposición de pautas de conducta o de ideas que no surgen de sus sentimientos, las que lo han hecho y hacen malo. Sin ellas el hombre no tendría, según Rousseau, maldad alguna, y gozaría de la naturaleza junto con los suyos sin luchas ni competencias ni desigualdades. 'Le bon sauvage'; 'el buen salvaje'. De allí que, para Rousseau, la verdadera educación consistiría en no educar: dejar librado al hombre a sus instintos naturales, a su sentir. Por eso, en sus teorías pedagógicas, expuestas en su también famoso libro Emilio , el niño ha de desarrollarse libremente, sin violencia alguna ejercida desde fuera, siguiendo su propia índole, fiel a su sentir, comportándose espontáneamente y de acuerdo a su naturaleza.  

Y contra su naturaleza -afirma Rousseau- conspira cualquier contención, calificación, norma, enseñanza o costumbre. Todos tenemos lamentable experiencia de que estas doctrinas todavía siguen en boga en nuestras escuelas, desde que, siguiendo a Juan Jacobo, las puso en práctica Pestalozzi en 1805 en Zurich, hasta el actual influjo de la gente FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) en la educación pública argentina.  

Pero Rousseau iba mucho más lejos de lo puramente laico, porque si para él cualquier educación era perversa, especialmente perversa e innatural era la educación en la religión. En un párrafo de su Emilio escribe: "Si hay algo capaz de revolverme la bilis es ver a alguien enseñando catecismo a los niños". Y no que Rousseau no hable de Dios: Dios era una palabra demasiado metida en su época y en su vida. De hecho, en su ajetreada existencia, pasó por varias confesiones. Nacido en Ginebra en1712, de una hija de un pastor calvinista casada con un tal Isaac; huérfano desde temprano, huyó de Suiza. En Francia fue recogido por un sacerdote católico, que lo encomendó a una recién convertida -de vida poco edificante- que, a su vez, lo mandó a un hospicio católico, donde fue bautizado. Años más tarde retornó al calvinismo para poder regresar a Ginebra. Pero hasta los calvinistas tuvieron que echarlo de su Iglesia. Se refugió entonces en Inglaterra tomando contacto con el anglicanismo, hasta que, de retorno a París, y ya casi anciano, solicitó el ingreso en un asilo atendido por monjas católicas.

El asunto es que, para él, cualquier forma religiosa era válida con tal de que enseñara lo menos posible, porque -decía- lo importante era 'sentir'. Dios -escribe- no es objeto del saber ni del entender, sino del 'sentimiento'. Y ese sentimiento, despojado de ritos, de dogmas, de jerarquías, de cualquier elucubración intelectual, es la esencia de toda fe. Ese sentir es lo único que se requiere y basta para la religión. Como Vds. ven ya estamos en lo que hoy en día piensa o, mejor, 'siente', la mayoría de la gente, incluso algunos eclesiásticos.  

Pero, para salvar a nuestro mayo de 1810, es importante saber que, de nuestros revolucionarios, casi ninguno conoció a Rousseau. El mismo Mariano Moreno dispuso la edición del Contrato Social recién luego de esa fecha y, astutamente, cuidándose muy bien de hacerlo con una breve introducción donde señalaba que el autor había tenido "la desgracia de delirar en materias religiosas", por lo cual " he suprimido el capítulo y principales pasajes donde ha tratado de ellas ". Lo de Rousseau, empero, alcanzó notoriedad pocos años después y, por supuesto, hoy es lo que piensa todo el mundo.

Pero, si "por los frutos los conoceréis", como dice Jesús, hagamos mala apologética y recordemos algunos rasgos lamentables de la vida de Rousseau. Porque más allá de sus utópicos escritos, su vida fue una verdadera calamidad: empezando por todos sus amigos de los cuales, más tarde o más temprano, hizo enemigos; siguiendo por su reencuentro con la mujer bastante mayor que él que lo había adoptado y con la cual convivió como amante, aprovechando sus riquezas; pasando por sus avances con varias discípulas que le valieron el ser expulsado de más de una familia de cuyos hijos e hijas era preceptor; siguiendo por sus relaciones con una mujer que le lavaba la ropa de la cual tuvo cinco hijos a los cuales tan pronto nacidos enviaba a la casa de niños Expósitos, y terminando con su ruptura con cuanta alma compasiva se le acercó en su vida y otros detalles más que omito, incluso, según las malas lenguas, su presunto desesperado suicidio. Todo lo cual hace cuanto más dudosa la teoría de que hay que seguir los propios sentimientos para conducirse en la vida, si es que Rousseau, como se supone, la aplicó a la suya.  

En fin, que vivimos una época en la cual al menos las masas y la gente común se mueven por pautas puramente sentimentales, sin pensamiento riguroso, sin valores, sin normas. Y eso los mejores, ya que grandes porciones de la población son, a esta altura, movidos no por el mero sentimentalismo, sino por pulsiones pasionales, envidias, odios, resentimientos, erotismo exacerbado, búsqueda desenfrenada de placer -que lo diga el desdichado heredero de FIAT- .

Y, para no abundar en lo que no nos compete, pensemos en lo religioso. Porque resulta que, a la postre, el 'sentimiento' de Rousseau es lo que impera aún en el campo de la vida católica. Todo tiene que sentirse, si no, no vale. Sentir la liturgia, sentir la oración, sentir la misa, sentir ganas de portarse bien, sentir a Dios, sentir los mandamientos. A pocos se le ocurre estudiar, pensar, orar despojadamente, hacer ascesis, vivir de acuerdo a las convicciones católicas aunque nos pese, aunque a veces nuestros sentimientos giman en contra.  

 

Y es, entonces, el sentimiento o no sentimiento el que me excusa creer esto o aquello, admitir que esta acción sea buena o mala, que este amor sea recto o pecaminoso, declarar esta misa fructuosa o aburrida. Es el sentimiento el que admite cualquier situación aberrante con tal de que los protagonistas así lo sientan; el que excusa a los novios en sus jueguitos pegajosos; el que exige que la iglesia se adapte a los tiempos aún en lo torpe; el que impulsa a sesudos obispos a exigir que se admita a la santa comunión a parejas unidas sin sacramento o, a confundidos teólogos, a que en reuniones interreligiosas o fuera de ellas afirmen que toda religión da igual con tal de que así se sienta, como postulaba Rousseau. Y conste que estamos hablando de lo que sucede dentro de la Iglesia. Afuera , ni hablar.  

Pero las cosas comienzan en los catecismos con los cuales se degrada hoy la fe de nuestros niños y en las liturgias calcadas de fiestas infantiles y cuyos libretos pueriles se hace para ellos. Textos de catecismo que aún exprimidos con prensa hidráulica no traen el más mínimo contenido, salvo el de 'Jesús es mi amigo' o 'la misa es una fiesta' o 'tengo que querer a todo el mundo sin discriminar'. En cambio sí muchas actividades de grupo -como pedía Pestalozzi-, abrazos, palmetazos, experiencias sensoriales, palparse con los ojos vendados, rondas por el templo, sonríe, sonríe, Dios te ama, cantitos para oligofrénicos, títeres, matracas y porras, paseos por el presbiterio, y sobre todo -hasta donde alcance por supuesto la paciencia de los catequistas que al fin y al cabo son humanos- no imponer nada, no enseñar, no preguntar, nada a la memoria, nada de fórmulas, nada de doctrina, nada de diez mandamientos, nada de silencio ni disciplina en el templo .  

Que eso ha pasado a la liturgia de los más grandes ya es algo de lo cual hemos hablado en varias ocasiones. De lo que se trata es, siempre, de 'sentir'. No voy a Misa 'porque no lo siento'. No rezo 'porque se me fue el fervor o la devoción', es decir se me fue lo que de por sí no son sino estados del sentimiento. Y, entonces, ¡a hacer sentir!: leer libros sin ideas pero empalagosos tipo autoayuda, tipo new age, mucho cuentito plagiado, nada de exigencias, tomarse de las manos en el Padre nuestro, en la febril actividad del beso de la paz desde el primero al último banco, el aplauso, el cura saludando simpaticón al comienzo de la Misa , liturgia festichola familiar o de club de barrio, batifondo, agitación de manos y de pies, predicaciones con intervención del auditorio, sonrisas amplias de locutor televisivo -falta el maquillaje-, y, por supuesto, todo forzado -vaya Vd. después a pedirle al cura algo de su tiempo o sacramentos o confesión, o dirigirse en la calle al que abrazó efusivamente en el rito de la paz.

En ese mismo sentido, sin pronunciarnos al respecto ¿qué decir de las liturgias carismáticas, en donde el sentimiento es exacerbado por métodos de histeria colectiva, músicas encaminadas a ello, ondas de manos como en las canchas, directores de culto que parecen animadores de discotecas o de espectáculos rockeros o pastores electrónicos? ¿Qué comentar del auge de las apariciones y pseudoapariciones con desmayos, curaciones sin comprobación médica, lágrimas? ¿Qué pensar de masivas maratones a Luján en donde el éxito se cuenta por los centenares de miles de participantes que luego durante el año desaparecen de nuestras iglesias y de la conducta pública o de cualquier influjo auténticamente cristiano en la sociedad? Algún fruto, habrá, no lo vamos a negar: algunas confesiones, comuniones masivas impuestas a la gente en la mano por bandadas de ministros en estrafalarias vestimentas. Bueno, no hay que ser tan negativo. Pero ¿dónde ese calar a fondo de la antigua catequesis y predicación, majestuosa liturgia, que reformaba costumbres, creaba sociedades cristianas, promovía la estabilidad de la familia, formaba personalidades fuertes, lograba santos.? En fin, se nos ha ido el tiempo.

Empero digamos que tenemos la dicha de estar festejando hoy a nuestra Madre Admirable: devoción sin milagros espectaculares, sin revelaciones, sin desmayos, sin histerias. Simplemente la madre de los creyentes en un cuadro sin grandes pretensiones artísticas, fruto de la fe robusta de una muchacha francesa de la Vandée , tierra de mártires. Aquí, María no nos impulsa al sentimentalismo vacuo: imagen reposada que sugiere plegaria y estudio en su libro de oraciones, laboriosidad en su madeja de lana, modestia, en la sencillez de su vestido, en la calidez sin retoques de su cara. Fe ilustrada, pensada, meditada, y vivida en la sencillez de la vida cotidiana. Preparándose a ser madre de Jesús. Y madre nuestra.  

Así sean nuestras madres cristianas. Mujeres en serio, mujeres de oración y de ejemplo, madres de los buenos sentimientos de sus hijos, pero también madres de sus mentes, de sus corazones y de sus virtudes. Madres conscientes, sabias y santas, madres de hermanitos y hermanitas de Jesús.

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