Sermón
“Las mujeres hacen que los varones trabajen para ellas, piensen por ellas, carguen en su lugar con todas las responsabilidades. Las mujeres explotan a los hombres (…) El hombre se esclaviza a la mujer trabajando como loco para poder mantenerla y, además, pobre tonto, contento de estar esclavizado. (…) La mujer que sigue trabajando después de los 25 años lo hace por las siguientes razones: a) o porque es fea y no consigue ningún esclavo que la mantenga; b) o porque es estéril –y en ese caso algunos varones cuando se les apaga la pasión no ven que subsista motivo alguno para seguir manteniéndola; c) o porque se ha casado con un fracasado –es decir con un varón que no gana el dinero suficiente para financiarla‑; d) o porque es una mujer interesada por una determinada profesión, lo que la hace renunciar desde el principio a tener esclavo y niños propios –éstas son las menos‑ y, finalmente e) porque es una mujer ‘liberada’ o emancipada. La mujer emancipada es la más tonta de todas, aunque se cree más lista. Cree que el hecho de realizar un trabajo que no sería indigno de un hombre hace de ella un ser inteligente y no se da cuenta que los hombres no trabajan porque son muy inteligentes, sino porque no tienen más remedio (…)”
Estos, como Vds. se habrán dado cuenta, son algunos pasajes del libro escrito un poco en solfa de Esther Vilar, el varón domado, obra que, sumamente divertida, por supuesto no recomiendo a nadie.
En el extremo opuesto podemos poner por ejemplo una publicación marxisto-peronista “La mujer ¿esclava de la historia o historia de esclava?” de Nancy Caro Hollander, libro que confisqué sin pagar –cosa que hubiera sido pecado‑ de una librería sedicente católica‑. En él se leen conceptos como éste: “La familia patriarcal no solo sirve para mantener el sistema capitalista, sino también el dominio que los varones ejercen sobre las mujeres, educadas en una total dependencia psicológica con respecto al varón y trabajando gratis e impagas en su casa para provecho en última instancia del patrón capitalista (…)” El libro epiloga así: “La nuevas generaciones de mujeres lanzadas al terreno político por el cordobazo, el tucumanazo, etc. e iluminadas por el triunfo de la Revolución China y la Revolución Cubana, corean en las calles de las ciudades argentinas:
“Evita Montonera
Evita de la FAR
Evita capitana
De la guerra popular.”
Y sus gritos difícilmente serán sofocados”.
Este libro se terminó de imprimir el 15 de Mayo de 1974 en los Talleres el Gráfico, Buenos Aires, editorial La Pléyade. Tirada: 3000 ejemplares. Único estúpido lector –espero‑: Padre Podestá.
De todos modos para leer dislates sobre la mujer no hace falta comprar –o confiscar‑ libros; basta abrir cualquier página del submundo cultural de las revistas femeninas y no femeninas. Y más en éste llamado “Año internacional de la Mujer”, de cuyos frutos no históricos sino ‘histéricos’ –en el sentido etimológico de la palabra‑ podríamos seleccionar una antología universal del desatino. Baste recordar el jocundo “Congreso Internacional de la Mujer” reunido hace unos meses en Méjico y en donde las únicas polleras presentes fueron la sotana colorada del representante oficial del Vaticano.
Sí: se habla mucho hoy en día de la ‘liberación de la mujer’, de la ‘opresión de la mujer’ y habría un poco que ver qué es lo que esto significa, para no quedarnos sumergidos en slogans inconsistentes.
Ya el papa Pio XI se había referido al tema hacia los años treinta, y mencionaba dos tipos de falaces conceptos de ‘liberación’ que se agitaban en la época: la liberación ‘sexual’ y la liberación ‘social’.
En realidad, después de cuarenta y cinco años de lucha por lograrlas, parece mucho se ha conseguido en este orden.
Antes que nada liberación ‘social’. Se supone que, en los países desarrollados, ya hay cada vez menos mujeres que dependan exclusivamente de su marido para subsistir; ni que tengan que dedicarse ‘full-time’ a las tareas del hogar y educación de los hijos; y que no puedan ‘realizare’ en sus aficiones y dedicarse a ocupaciones y negocios, aún públicos.
Lo mismo en lo que respecta a la liberación ‘sexual’. Todos sabemos lo que esto significa en cuanto a suelta de ‘tabús’ y represiones ‘pre’, ‘extra’ e ‘intra’ matrimoniales y debilitación del ‘yugo medioeval’ del matrimonio, en la moda cada vez más difundida de emparejamientos temporales y juntes y rejuntes socialmente tolerados, junto con el alivio que representa el poder hacer uso del sexo sin asumir las correspondientes cargas de los hijos.
Pero ya podemos ir viendo los frutos. “Por los frutos los conoceréis”, dice Jesús.
Antes que nada respecto a la mujer:
¿Realmente ha salido ganando con todo esto? La posibilidad de trabajar y competir con el varón en tareas hasta entonces en manos de éste, ¿le ha significado un progreso? Aún cuando en el futuro se pudiera corregir el que, de hecho, la mujer gana menos y se le reservan puesto inferiores ¿se le quitará alguna vez la carga de las tareas hogareñas y el cuidado de los hijos o tendrá que seguir haciendo ambas cosas, trabajo y hogar, sin poder llevar a cabo del todo bien ninguna de ellas, por supuesto?
Porque, al menos los nueve meses de embarazo, nadie se los va a poder quitar y si, por cualquier medio de laboratorio se suprimiera ¿no estaría renunciando a una de las cosas más bellas que pueda tener una mujer?
Y cuando se dice que el hogar impide a la mujer emprender tareas creadoras, personalizantes ¿acaso un trabajo oficinesco –o en el mejor de los casos una tarea profesional‑ puede significarle más actividad creadora que la de plasmar a un ser humano, primero en su vientre ‑carne de su carne‑ y, luego, en la obra plasmadora de la ternura y la educación?
¿Qué gana la madre liberada, que trabaja, la de la nueva ‘mini familia’ moderna con sus apenas uno o dos hijos, sobre los cuales, porque está poco con ellos no puede recrearlos en el amor y se le escapan de las manos por falta de contacto y tiene que, a lo mejor, comprar su cariño accediendo a todos sus caprichos y compensar el tiempo que no está con ellos con una afectividad exagerada que los malcría o idoliza para que el día de mañana el hijo, a su vez liberado, después de hacerle pasar de mil maneras las de Caín, la encierra en un sanatorio para ancianas? ¿Qué gana?
Y ¿qué ha ganado la mujer con la liberación sexual sino convertirse en un objeto más de consumo, incapaz de ser amada como persona, utilizada por la propaganda, degradada en la pornografía, vendida como espectáculo, en zozobra constante una vez casada porque, rebajado el amor al sentimiento erótico y perdída en las costumbres la indisolubilidad del vínculo matrimonial, tiene que entrar en competencia con todas las demás mujeres para conservarse apetecible y sexy frente al marido, gastando fortunas en cosméticos y revistas de modas y trapos de colores?
Y ¿la sociedad? ¿Ha ganado algo con esto? Basta ver la crisis de la familia, en la cual no me voy a detener hoy, para darnos cuenta que tampoco.
En fin, que digo: que su propia dignidad y verdadera liberación la encontrará la mujer en la concepción cristiana de ésta. Verdadera liberación que tiene como parangón sublime a la figura impar de María, madre de Jesús.
Me pregunto yo si no extrañan las mujeres el respeto que el cristianismo supo infundir en una época en el varón y sociedad hacia ellas y si ganan algo nuestras adolescentes con el manoseo y falta de respeto de sus enamorados en relación al amor y admiración puros que supo tributar siempre el caballero cristiano a su dama.
Madre, óleo de Gustav Klimt
En fin. A pesar de la gran dosis de cursilería tanguera de la fiesta popular del ‘Día de la Madre’, tiene al menos el mérito de rescatar uno de los papeles más sublimes y plenificantes de la mujer.
En el marco de la Cruzada de oración en familia que estamos emprendiendo sepamos festejar esta fecha en su auténtica significación cristiana. Madre que engendra, no solo en su vientre, sino también en el ejemplo, en el amor, en la oración.
Y que engendra no solo para este mundo, sino ‑y sobre todo‑ para el cielo, para la eternidad.