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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1988. Ciclo B

29º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     10, 35-45
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir» El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?» Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?» «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bau­tismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados» Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud»

Sermón

Algún teólogo contemporáneo, para explicar el ‘estado de pecado' en el cual todos nacemos y sus consecuentes tendencias desviadas –el que tradicionalmente se llama ‘pecado original'- propone que éste sea definido como una ‘afección psicopática' (1). Y la refiere, sobre todo, a la ‘ley estructurante del padre'.

Es sabido que, en todo ser humano, el acceso al psiquismo adulto pasa por esta ley, que cumple una función diversa a la del influjo materno del cual hablábamos ayer. El principio paterno, en forma de Superego, pauta éticamente a la persona y pone en cauce las tendencias indeterminadas de la libido, del ‘Ello', y lo transforma en ‘yo', ‘ego'.

Pero esta necesaria estructuración es sentida normalmente como un mal. ‘Complejo de Edipo', ‘padre castrador', ‘adversario de la libido', ‘pérdida de vitalidad a cambio de protección y seguridad', son conceptos que todo el mundo hoy maneja cotidianamente. La misma palabra ‘paternalismo' ha terminado por ser un concepto peyorativo. Y todas las figuras ‘paternas': el profesor, el policía, el catedrático, el cura, el militar, el gobernante, el jefe, aparecen como en parte odiosas, a menos que se ‘despaternalicen'.

Siguen, estos teólogos, afirmando que como todos, mal que bien, ya sea en algún momento de nuestras vidas, ya sea en nuestro subconsciente, ya sea en nuestro consciente, sentimos a lo paterno como adversario represor de nuestros impulsos espontáneos y de nuestras ganas y deseos. Inhibidor de nuestro instinto de placer. Y dado que eso trae consecuencias nocivas -‘complejo de culpa', ‘masoquismo' o ‘sadismo',' neurosis'-, cuando este sentimiento negativo de lo paterno se sublima, sobre todo, en la imagen que nos hacemos de Dios, esta noción suele juntar las características peores de nuestra percepción de lo paterno.

Espontáneamente, pues, el hombre tenderá –como lo hace respecto al padre- a rebelarse frente a esa imagen deformada de un Dios que no le permite todas las libertades, que quiere estructurarlo íntimamente según su ley, que aparentemente se opone a su autonomía y a su gana.

Del aspecto ambivalente del padre, la forma representativa de Dios que suele prevalecer es la de su aspecto tremendo, severo, ocultando el aspecto amoroso de lo paterno, que es el esencial para el establecimiento de una relación correcta del hombre con Dios.

El judaísmo –afirman- no ha escapado del todo al influjo de esta vertiente castrante de lo paterno volcado al concepto de lo divino. Quizá a causa de la presencia excesiva de la Ley que, interpretada erróneamente, ha creado una religión principalmente de temor. Y de esto ni siquiera se han librado muchos cristianos.

En consecuencia –siguen diciendo estos teólogos- el hombre ha desfigurado y desfigura, degradándolo, su concepto de Dios. Con lo cual no solo se perturba profundamente la religión o la relación del hombre con Dios -llevándolo incluso a negarlo, a desconocerlo-, sino que ha perturbado la estructuración misma del ser humano que, de la aceptación de Dios dependía. Con sus consecuencias no solo en el obrar individual, sino en el histórico, ético y político. Este, al parecer de estas teorías, sería el fondo mismo de la pecaminosidad universal o pecado original.

El que la autonomía del hombre respecto de Dios sea hoy reivindicada por la modernidad, por el marxismo, por el liberalismo, por el positivismo y, no último, por el psicoanálisis freudiano, no quita que ésta sea una tendencia en el hombre anterior a toda opción consciente. Estas ideologías del ateísmo y de la libertad y de la adultez y de la liberación, no son sino la expresión explícita de esta desviada tendencialidad innata en el ser humano que es, pues, el pecado original, así entendido.

Esta explicación es plausible y, sin más que contiene una parte de verdad. De todos modos no alcanza a describir adecuadamente al estado de pecado en el cual nace el hombre sino por su parte material. De lo formal, que es la privación de la gracia, nada explica. Pero aceptamos lo que tiene de cierto.

De allí el que el cristianismo venga a remodelar la figura de Dios y, por lo tanto, la figura del padre y de toda autoridad.

Porque el Dios del Nuevo Testamento no es el padre represor, el juez implacable, el legislador y el fiscal; no es solo el que exige y castiga, el que manda y condena, el que cambia su protección y la seguridad que brinda por obediencia incondicional y sumisa. La figura conmovedora del padre del hijo pródigo, esperando todas la mañanas la vuelta de su hijo extraviado y corriendo a su encuentro tan pronto visto a los lejos, abrazándolo, calzándolo, vistiéndolo, festejándolo sin una sola palabra de reproche, ha exorcizado en el cristianismo para siempre la figura del padre castrador.

Dios es el Padre que promueve, en amor, no nuestra sumisión sino nuestra verdadera libertad, nuestra iniciativa. Su Ley no nos esclaviza, sino que marca los senderos de la luz y de la plenitud. Su amor es incondicionado, ‘donante' y ‘per-donante'. Y no necesita ser servido, ni imponer su autoridad a nadie; porque de nada ni de nadie necesita. Lo que hace es amar, dándose, promoviéndonos en nuestro ser.

Y si Dios Padre se nos revela sobre todo en su Hijo, éste, justamente, no vino ‘para ser servido sino para servir y para dar su vida a los demás'.

Y porque el cristianismo ha referido siempre toda autoridad a la autoridad divina, toda paternidad a la paternidad de Dios, por eso también su concepto del ser padre y el del ser autoridad en este mundo lleva indisolublemente unida la imagen del amar y del servir.

El hombre contemporáneo ha rechazado a Dios de la política, de la vida pública. Ha preferido hacer derivar la autoridad de sí mismo, del Hombre, del pueblo, que hacerla depender del verdadero Dios.

Pero de sí mismo el hombre no podrá sacar sino los fantasmas autoritarios del ‘Superego' castrante en todo ejercicio de la parcela de autoridad que le toque en este mundo. O, en los gobernados, la sumisión masoquista y rastrera, o la agresividad rebelde y sádicamente revolucionaria frente a toda autoridad.

Destronar al Dios verdadero significa entronizar a los ídolos perversos de nuestro subconsciente, de nuestra voluntad de poder, de nuestra insumisión congénita, de nuestra gana de mandonear y de desobedecer. Y, por eso, la democracia liberal lleva, tarde o temprano, al caos o a la tiranía.

Solo el Dios de Jesús da libertad. Y solo la autoridad de Él derivada es verdadera autoridad.

A los hermanos zebedeos que querían acomodarse en el nuevo gobierno que creían iba a instaurar Jesús; y a los diez discípulos que se indignaron porque se les habían adelantado en sus propias pretensiones; a todos ellos que, evidentemente, buscaban el poder por el poder y por sus privilegios y prebendas; a todos los que, en tironeo de lonjas de poder, los imitaron en la historia y los imitan, cualquier grado de autoridad que tengan o a la cual aspiren; Jesús hoy les recuerda cuál es el sentido de la verdadera autoridad y paternidad.

La autoridad que deriva de Dios Padre, la del que viene a servir, la del que es capaz de dar la vida por sus gobernados.

1- Por ejemplo Pierre Grelot , El problema del pecado original , Herder (Barcelona 1970); Peché originel et rédemption dans l'épitre aux Romains , en NRTh, abril-junio, 1968; Réflexions sur le problème du péché originel , Casterman, 1968.

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