Sermón
Hacia fines de diciembre de 1990, al sur de la ciudad vieja, una empresa de urbanización trabajaba en la construcción del nuevo Parque de la Paz de Jerusalén. El lugar está emplazado en el antiguo valle de la Gehena , el primitivo quemadero y basural de la Ciudad, antiguo lugar de sacrificios humanos cananeos, símbolo de los horrores infernales en la literatura apocalíptica. Allí, en el preciso lugar donde se levanta la moderna plaza de la Paz, se encontraba también el llamado "Campo de sangre", en arameo " Haqueldamá ", el terreno que, con las treinta monedas de plata, se había comprado Judas, y que los sumos sacerdotes, al devolverles éste el dinero y habiéndose ahorcado en ese lugar, dedicaron para cementerio de extranjeros.
El 26 de Diciembre de 1990, allí, una de las enormes topadoras de la empresa se hundió en una oquedad que se abrió bajo su peso. Llamado inmediatamente al lugar Zvi Greenhut , arqueólogo del Servicio de Antigüedades de Israel , localizó una obra en la roca, de época herodiana, del primer siglo de nuestra era, correspondiente a un sepulcro, que constaba de un vestíbulo y cuatro grandes habitaciones dispuestas a manera de hojas de trébol, con varios nichos en forma de ménsulas sobre las paredes. Se pudieron reconocer allí restos de 36 seres humanos y lápidas con diversas nombres e inscripciones.
La sorpresa fué grande cuando se constató, a través de dichas inscripciones, que se había hallado nada menos que la bóveda familiar de los Caifás , casta sacerdotal.
El que esta tumba se encontrara en un lugar tan poco aristocrático se debe a que el primer Caifás importante de la historia es el que nosotros conocemos, José bar Caifás que, proveniente de una modesta familia de músicos, de una aldea cercana a Jerusalén, se había elevado al sumo sacerdocio por haberse casado con la hija de Anás , este sí, gran aristócrata y de linaje, y que había favorecido el ascenso de su yerno, contando con el apoyo de Herodes y los romanos.
Este José Caifás es quien, con gran escándalo de los mejores judíos -y contra las reyes rabínicas, que lo consideraban pecado imperdonable-, entrega a un connacional, Jesús, a ser ajusticiado por manos paganas. Crimen abominable que volverá repetir el cuñado de Caifás, Anás el joven , en el año 62, con Santiago, hermano del Señor.
Uno de los sarcófagos tiene repetidas dos veces la inconfundible inscripción: José Bar Caifás . Apenas puede dudarse de que se trata del osario del mismísimo y siniestro Caifás de nuestros relatos de la Pasión.
La tumba ya había sido violada en la antigüedad y los restos esparcidos por el piso, muy probablemente en la toma de Roma por Tito , en el año 70 de la 'era común ', como dicen los judíos evitando así nombrar a Cristo, " el nombre que ensucia los labios ", según el Talmud. De tal modo que no es tan seguro identificar qué huesos pertenecen al mismo Caifás.
Pero, en el interior del cráneo que más probablemente parece pertenecer a esa tumba, se ha encontrado una moneda de bronce salvada del saqueo, acuñada por Herodes Agripa I en el año 43, correspondiente al óbolo o al leptón , monedas de poco valor que podían acuñar los jerarcas locales.
Monedas de este monto se han encontrado frecuentemente en tumbas de Palestina dentro de las calaveras. Algunos arqueólogos pensaban que se podía tratar de la vieja costumbre pagana de dar una moneda al muerto para que pudiera pagar a Caronte su pasaje en bote por la Estigia . Pero esta práctica no condice con la fé de los judíos y, aun si pudiera admitirse como usanza del pueblo ignorante, de ninguna manera es atribuible a un miembro de una familia sacerdotal saducea.
Pero el hallazgo de estas monedas se explica y coincide muy bien con el extraño descubrimiento que, en el centro atómico de Albuquerque, se hizo, en 1977, analizando tridimensionalmente la Sábana Santa de Turín . El ordenador VP 8 , al reconstruir la noble imagen de la figura, por todos conocida, de la Sábana Santa, hizo aparecer sobre los ojos, la silueta de dos pequeñas monedas. Es evidente, pues, que era costumbre el colocar estas piezas de cobre sobre los párpados de los muertos, para mantenerlos cerrados.
Como Vd. saben, la cuidadosa reconstrucción de la imagen hecha en Albuquerque, hace aparecer algo borrosa la moneda que está sobre el ojo derecho; pero la de la izquierda está suficientemente clara y presenta el dibujo inconfundible de un báculo. Y, de la inscripción que lo rodea, se alcanzan a leer, sin lugar a dudas, cuatro letras integrantes del nombre Tiberio César .
Ahora bien, precisamente el báculo, signo de la astrología, era el emblema que usaba Poncio Pilato . Y de hecho se conservan en diversos museos de Europa varias de estas monedas, leptones , acuñadas por él durante su gobierno. De un lado, el báculo, rodeado del nombre de Tiberio, el emperador. Del otro, una corona de laureles y, en el medio, una fecha, entre los años 16 y 18 de Tiberio, correspondientes a los 29 a 31 de nuestra era.
Este descubrimiento aportaba una prueba más, si cabía, a la maravillosa autenticidad de esta insigne reliquia de la Iglesia, testigo de la Pasión y Resurrección del Señor, y que un complot internacional ha intentado recientemente desprestigiar, sembrando dudas sobre ella con pruebas falsificadas.
También el óbolo o leptón herodiano, encontrado en el cráneo de Caifás solo tiene un emblema: una especie de umbela que representa al Templo. Ni la moneda de Herodes Agripa ni la de Pilato llevan ninguna efigie o retrato de los respectivos gobernantes, como era uso en la época.
Y ésto es porque, entre los judíos observantes, la representación de figuras humanas, según leían en la Biblia, estaba prohibida. Y lo sigue estando en nuestros días; como así entre los musulmanes que han heredado de ellos esta práctica. De tal manera que ni siquiera en la moneda era lícito dibujar caras. Pilato había tenido que resignarse, no solo a no poder entrar en Jerusalén con los estandartes romanos con sus figuras imperiales desplegados, sino que había debido acuñar una moneda sin su imagen. Solo había podido poner su lema: el báculo de la astrología a la cual estaba supersticiosamente aficionado.
Pero, como los reyezuelos y pequeños príncipes y gobernantes solo tenían permiso para acuñar monedas de poco valor, las grandes transacciones debían hacerse con moneda imperial de oro o de plata: el denario o el sestercio . O con monedas persas o helenísticas: el talento , la dracma , el dárico , el siclo .
Los judíos observantes se negaban a usar la moneda romana con el retrato del emperador. Tanto más, que los romanos concedían a éste honores divinos y en las monedas estaba escrito " Divus Caesar ", "divino César", lo cual obviamente les sonaba a terrible blasfemia.
Uno de los motivos de la presencia de los cambistas que expulsa Jesús a latigazos en la entrada del templo de Jerusalén era, justamente, que el medio siclo de plata, que obligatoriamente todo judío adulto debía pagar anualmente como impuesto al culto, debía hacerse con moneda no romana. Tenían pues que cambiar la libra romana más corriente, que era lo equivalente al medio siclo, por una dracma persa o ática que ya casi no circulaban. Gran negocio, en el cual, por supuesto, estaban prendidos las grandes familias saduceas y sacerdotales de Jerusalén.
El asunto es que, no solo Roma había impuesto su impía moneda al mundo, sino que exigía innumerables impuestos directos e indirectos, gabelas, peajes, aduanas, tasas... necesarios para la marcha del estado romano, y las mordidas y tangentes de los funcionarios.
Pero lo que resultaba particularmente odioso a todos, y a los judíos en particular, era el tributo que debían pagar las provincias imperiales directamente al Emperador, es decir que no iban al erario republicano, sino al fisco y al patrimonio imperial. Tributo directo que era doble: sobre el suelo - tributum soli -, que tocaba a los propietarios; y el personal - tributum capitis -, que tocaba a todos los adultos.
Junto con el censo o empadronamiento, era considerado por todos como la señal por excelencia del sometimiento y la sujeción al poder extranjero. El pueblo judío lo abominaba, y los zelotes hacían de su negativa a pagarlo un deber religioso. En realidad algunos fariseos opinaban que era pecado pagarlo, puesto que con ello se reconocían tácitamente las pretensiones divinas del César.
Los herodianos, en cambio, partidarios de la familia reinante de Herodes, eran favorables a los romanos y no tenían ningún problema con el tributo. Sobre todo que ellos también estaban en la tangente .
Es precisamente a los herodianos a quienes los fariseos envían junto a sus discípulos para que le hagan a Jesús la maliciosa pregunta cuya respuesta lo dejará inevitablemente mal: o con los religiosos y el pueblo, si responde positivamente; o con Herodes y los romanos, si dice que no.
Pero Cristo, sabiendo que los herodianos no tienen problemas en el uso de la moneda romana, sorpresivamente les pide que le muestren aquella con la que pagan el impuesto; y uno ¡tonto de él! le muestra el famoso denario con la cara del divino Cesar, en vez de sacar, como hubiera hecho un fariseo inteligente, una equivalente dracma ática.
Jesús se luce con la repuesta, que 'deja pagando', en el doble sentido de la palabra, a sus insidiosos interlocutores.
Pero, desde entonces, su famosa frase: "al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios ", queda como la lapidaria sentencia según la cual, al mismo tiempo que despoja a lo político de toda calidad sobrenatural y divina, no lo hace por ello menos legítimo para la marcha de la sociedad.
El cristiano es ciertamente un doble ciudadano -no como dicen los protestantes y los liberales: del Vaticano, y de su País- sino de una sociedad que lo mancomuna a objetivos terrenos legítimos de bien común, y, otra, según la cual busca la felicidad plena y el reino de los cielos.
Ni en nombre de una habrá de negar los legítimos derechos de la otra, ni viceversa.
La política no es divina y por lo tanto no puede imponer a nadie leyes que vayan en contra de los derechos de las gentes y de la ley natural, pero es necesaria para el orden temporal de las sociedades, y obligatoria su obediencia racional. Los que ejercen la autoridad son, empero, hombres, que están prestando un servicio a hombres que son iguales a ellos, y se extralimitan cuando usan sus puestos para su propio beneficio o, peor, cuando realizan actos que atropellan los derechos de las personas o la ley de Dios.
Y por supuesto que la opción no es: el País o el Vaticano; ni tampoco: los políticos o los obispos. Al Papa y los obispos solo debemos obediencia cuando hablan en nombre de Dios, y en aquellas cosas en que pueden hacerlo: en materia de fe o de moral; y en tanto en cuanto repitan o actualicen la palabra de Cristo y de su Iglesia, no sus propias opiniones.
Cristo, que amaba a su Patria, no se negó nunca a pagar sus impuestos y tributo, cumpliendo como correspondía con sus obligaciones civiles, y ni siquiera desdeñó, el que su ojos fueran piadosamente cerrados con las monedas de Pilato.
Precisamente en esa actitud se mostró hombre completo, " en todo semejante a nosotros menos en el pecado " y avaló con su autoridad real la legitimidad de los poderes públicos.
Pero, al mismo tiempo que mostró a los hombres el verdadero sentido de la vida, que no se detiene en este mundo, y la única plena e interior subordinación, que es la que debemos solo a Dios, fustigó con indignación el ejercicio corrupto de la autoridad, aún de la autoridad religiosa, y mostró con su propia muerte, cómo todo cristiano, en última instancia, ha de obedecer a Dios antes que a los hombres.
Frente a los poderes del mundo moderno -políticos, económicos, técnicos y mediáticos- que pretenden ejercer, sobre hombres y naciones, autoridad sin límites, decidiendo por si mismos donde está el bien y donde el mal, imponiendo sus criterios y sus puntos de vistas a los pueblos, obligando a sus perversas costumbres, y resolviendo, en el Nuevo des-Orden Mundial, sobre la vida y la hacienda de las personas, la cruz de Cristo es el supremo gesto liberador: el no a la prepotencia, el no al poder del dinero, el no a la actitud sumisa de las masas, el "antes morir que ser estúpido o pecar".
Cristo es el paradigma de la libertad del cristiano frente a los falsos señores de este mundo, y a sus costumbre corrompidas, y a su seducción. Caifás, el paradigma del que traiciona a Dios y se somete al César y al mundo.
Cristo ha dejado sus monedas de Pilato y la huella de su cuerpo ensangrentado en una mortaja abandonada que no pudo retenerlo. El cuerpo de Caifás, en cambio, se ha pudrido en el lugar que merecía: el campo de Judas, el valle de la Gehena; y sus dos monedas de Herodes aún acompañan sus miserables restos, como si dijeran, mudas y oxidadas, que ningún pasaje a la vida pudieron comprar.