Sermón
Recuerdo cuando, pequeño, me llevaban a jugar a la plaza Alvear junto con mis hermanos, con que naturalidad tantas madres sentadas en los bancos amamantaban a sus hijos. Hoy algo así, al menos en Buenos Aires, suscitaría la atracción morbosa de varias miradas.
En el lapso de pocos años, de signo de maternidad, de cuidado por la prole, a esa parte nutricia de la anatomía femenina la pornografía de los medios y la moda la han transformado en símbolo sexual, en motivo de erotismo.
Y es que, a pesar de las declamaciones modernas en pro de los derechos de la mujer, -hace poco tuvimos un congreso al respecto en Mar del Plata- nos encontramos cada vez más en una sociedad que propende por un lado a convertirla en objeto de consumo del varón, a nivel casi puramente lúbrico, y, por otro a crear una concepción cada vez más machista de la especie humana, ya que pareciera que el ideal supremo de las mujeres sería poder hacer lo que hacen los varones, o, peor, lo que les gusta a los varones. La cosa es tal que, si quieren ser mujeres, el modelo que les proponen es el de ser muñecas desprejuiciadas o roqueras liberadas y, si quieren ser personas, han de lanzarse, en inferioridad de condiciones, a competir con el varón en actividades viriles...
Por eso, aunque tengo un rechazo de piel a esas fechas de la liturgia profana como el día de la tía o el día de la secretaria o aún el día del padre, surgidas de intereses comerciales, soy ciertamente amigo de aprovechar el "día de la madre" para ponderar ese papel, cada vez menos apreciado como vocación primordial de la mujer.
Porque, por supuesto, que su importancia se reconoce teóricamente en estatuas, placas de bronce y en estas algo cursis conmemoraciones anuales, pero es evidente que el ambiente general valora más, por ejemplo, el que una mujer llegue a primer ministro de un País, o suba al espacio en un Discovery o se destaque como ejecutiva en una empresa que el que una mujer sea madre. Se envidia y aplaude más a una mujer que con una raqueta esté dando saltos ridículos detrás de una red para alcanzar e impulsar sobre ella una pelotita, frente a otra mujer que del otro lado hace lo mismo, que a la que alimenta y educa a sus hijos...
Porque estos días de la madre tienen un no se que de tanguero, de concesión burguesa, de un cierto reconocimiento -como dicen- ' a la vieja '... pero, en realidad, desde que las chicas dejan de jugar a las muñecas -donde naturalmente hacen de madres antes de ser deformadas por el ambiente- ya la sociedad no le presenta más a la maternidad como un ideal entusiasmante. No: el ideal será alcanzar prestigio en lo mismo que los varones, o, si algo que ver con su femineidad, en su eficacia para atraerlos y en todo caso en función de hacer pareja, difícilmente de ser madre...
¿Cómo nos vamos a extrañar, pues, de que, en estas épocas, el lugar más peligroso estadísticamente para el hombre, sea, en el aborto, el propio vientre de su madre? ¿Como nos vamos a asombrar de que, programadas las mujeres por esta cultura perversa para que se realicen "liberadoramente", sientan como un peso insoportable, como una amenaza a su independencia el tener más de uno o dos hijos y, cuando los tienen, gozan de la conmiseración de todas sus amigas? ¿Cómo nos vamos a extrañar de que cada vez más sea un alivio para ellas el poder alejar a los chicos de la casa en guarderías, jardines, escuelas de doble turno y colonias de vacaciones o ponerlos como bobos, para que no molesten, frente al aparato de televisión? ¿A eso no la obligan el ambiente, las circunstancias, la desvalorización de su papel, las exigencias económicas, su estado tantas veces de separadas...?
Pero una sociedad que privilegia el papel del varón sobre el de la mujer y, secundariamente, el de la pareja sobre el de la maternidad, está destinada a la decadencia y la destrucción.
La cosa nos viene señalada por nuestra misma naturaleza animal... Porque aún entre nuestros hermanos animales ¿qué es lo que protege y privilegia, antes que nada, la especie: al macho o a la hembra? ¿Quién es más importante en el panal, lo más protegido, lo último que se sacrifica y defiende: los zánganos, las trabajadoras liberadas y estériles o a la madre, la reina? y ¡qué conmovedoras esas esferas que forman las hormigas entrelazando sus patas cuando se producen las inundaciones para poder flotar: en el centro la madre reina, bien protegida; en la periferia, hundidos en el agua los machos, los soldados y las estériles, ahogándose, pero protegiendo la vida de la madre.
Konrad Lorenz ha estudiado bien esa centralidad de la madre en diversas comunidades animales: los rebaños de elefantes desplazándose, al frente y en retaguardia los machos de grandes colmillos, a los flancos los machos jóvenes y las hembras sin hijos, adentro las elefantas con hijos. O los campamentos de mandriles: los machos dominantes en el medio, las madres con hijos inmediatamente a su alrededor, luego todos los demás; los varones jóvenes en los límites del emplazamiento, son los primeros que serán devorados por los posibles enemigos. Pero los machos dominantes están en el medio solo para, bien alimentados y robustos, una vez alertado el grupo, salir a pelear y defender a las madres, de modo que lo último que pueda ser vulnerado sean las hembras mandriles con sus hijos.
Aún entre los seres humanos, sabemos que el que normalmente sale a pelear por los suyos, a la guerra, es el inútil del varón y desde siempre, el que sale a cazar y traer la comida y enfrentar afuera los riesgos de la enconada luchar por la supervivencia... Sí: qualquier sociedad que se precie lo primero que hace es proteger a las madres.
Aún desde el punto de vista biológico, de la salud, parece ser que la mujer, sobre todo la que ha sido madre, en su sistema inmunológico, está más protegida que el varón. Por eso hay muchas más viudas de viudos. Y según la opinión de mamá -que no se si será muy científica porque lo decía para darle rabia a mi padre- las viudas rejuvenecen, en cambio los viudos se vienen abajo.
Pero ya sabemos que no es solamente en lo biológico donde el papel de la madre es fundamental para la supervivencia de la especie humana, también en lo personal, en lo específicamente humano... Comenzando por lo puramente psicológico en donde es sabido que la relación madre-hijo constituye el patrón donde se fundarán todas las demás relaciones afectivas del individuo, para bien o para mal. Según esa relación primigenia, fundante y temprana, será el comportamiento, el aplomo, la integración social, la autoestima, la capacidad de crear lazos del futuro hombre o mujer.
Pero, sobre todo, la madre ejerce señero influjo en lo que respecta al amamantamiento moral y espiritual de la persona. Fíjense que este papel ha sido de tan decisiva importancia que recién ahora, la revolución que está barriendo con la cristiandad desde hace cinco siglos en sus etapas protestante, liberal y marxista, parece por fin darse cuenta de que la madre y la institución que la protege, la familia, es el baluarte último y decisivo hacia donde hay que apuntar todos los cañones...
Porque aún cuando todas las demás instituciones políticas, educativas, informativas ya habían caído en mano del laicismo, cuando los varones, arrastrados por estas ideologías y sus propias debilidades habían defeccionado en la fé a principios de este siglo, las mujeres todavía en sus hogares y con sus hijos seguían formando cristianos, hijos de la iglesia.
Por eso la consigna de los enemigos de Cristo fué, desde el segundo cuarto de nuestro siglo, vulnerar a la mujer: obligarla, por razones económicas o de pseudoliberación o de falso feminismo ha hacerla trabajar fuera del hogar; suplir la educación materna con guarderías, escuelas y televisión; desestabilizar a la familia y quitar seguridad a la mujer y su poder educativo mediante la poligamia -es decir el divorcio-; proponer modelos de comportamiento femenino que nada tienen que ver con la maternidad; propiciar la anticoncepción; hablar de ser madre, salvo en estas fechas, como de una lavadora de platos, fregona y cocinera; nunca de la exaltante y plenificante -aunque extenuante y dura- labor que significa dar a luz, ir modelando paulatinamente en arte supremo, en tarea sublime, la obra maestra de un ser humano libre y destinado a la eternidad... No, mejor a una oficina, a la fábrica, detrás de un mostrador, con un diploma mudo colgado de la pared...
¿Qué pasará si desaparecen las madres, si al hombre lo podemos fecundar in vitro y gestar en una probeta o un vientre artificial, y luego educarlo en un ordenador, en una computadora en un universo electrónico virtual...? ¿dónde quedará la libertad, la persona, la humanidad, la alegría de vivir y de amar..? ¿no crearemos monstruos...? y ya los estamos viendo, los pobrecitos -huérfanos con padres vivos- haciendo colas de cinco días y degollándose con vidrios de botella en la humareda de la droga y el vaho de la cerveza para dentro de cuatro meses poder ir a ver a los Rolling Stones... ¿Bastará una peregrinación maratónica a Luján una vez por año para salvarlos?
La Iglesia y la Patria necesita desesperadamente, en esta sociedad brutal y anárquica en la que estamos cada vez más sumergidos, la presencia, pues, de verdaderas mujeres, porque cuando las mujeres dejan de ser mujeres en serio, los varones dejan de ser hombres. Precisamos: o madres que den a luz a hijos e hijas en el abrigo cálido de sus vientres y en el cariño vigilante de su maternidad o, si Dios les ha pedido otra cosa en la soltería o la virginidad consagrada, mujeres que vivan sus diferentes vocaciones, sus distintas inserciones en la sociedad, con espíritu de madres, de damas, de señoras...
Porque cuando defecciona el varón la cosa es grave, pero todavía hay esperanzas; cuando se pervierte la mujer, todo está perdido.