Sermón
Jericó está situada a 12 kilómetros al norte del Mar Muerto, en un oasis que, ubicado junto a un vado del Jordán, era paso obligado hacia Jerusalén para las caravanas que venían de la Transjordania y, en épocas bíblicas, para los peregrinos judíos del norte que no querían atravesar el territorio impuro de los samaritanos. Era y sigue siendo un oasis preciosísimo lleno de vegetación y de hermosas flores en medio del desértico valle, al pie de los imponentes acantilados que jalonan el desierto de Judá. Allí no hay invierno, ni prácticamente llueve nunca, y los rigores del verano se mitigan con el frescor de las fuentes y el encanto de las palmeras.
No es extraño que, desde tiempos inmemoriales, dicho lugar haya sido objeto de asentamientos humanos más o menos permanentes. La arqueología ha descubierto allí restos del año 8000 antes de Cristo, que indican la presencia de una población estable, con una gran torre, muros de defensa y sistema de riego, que hacen de Jericó la ciudad más antigua del mundo.
Después de diversas vicisitudes, luego de las conquistas de Alejandro Magno, Jericó pasa a ser propiedad real, tanto que, después de la ocupación romana, Marco Antonio se la regala a Cleopatra . Por supuesto que Cleopatra no estuvo nunca allí, pero recibía gruesos réditos por el alquiler de sus tierras y la licitación de su aduana, administrada por publicanos.
Uno de los que le pagaron alquiler fue Herodes el Grande , que construyó, en ese lugar, el famoso palacio de invierno donde finalmente murió. Las últimas excavaciones de los años 70 han descubierto un fantástico complejo edilicio con varias piletas de natación -una de ellas de 90 por 40 metros-, patios cubiertos y descubiertos, dos enormes salas de comedor de 20 por 30, dormitorios, dependencias para los custodios, servidores y esclavos, todo alimentado por cinco acueductos que traían desde kilómetros de distancia el agua necesaria para el grandioso establecimiento. A ello Herodes agregó un hipódromo y un teatro que no han sido todavía localizados y una fortaleza que se halla en las afueras de la ciudad. Muchas familias ricas de Jerusalén tenían allí sus residencias 'de fin de semana', diríamos hoy, donde escapaban a los rigores climáticos de esa capital.
Por allí pasa hoy Jesús en medio del gentío que lo acompaña, en parte discípulos, en parte peregrinos que se dirigen al templo jerosolimitano, en parte comerciantes que acaban de pagar, entre protestas, gruesos impuestos de pasaje al jefe de los publicanos, Zaqueo , que en esos días es el que explota la aduana de Jericó cuya licitación, en su momento, ha ganado.
Lugar de paso de gente pudiente y peregrinos, Jericó era una ciudad abundante en menesterosos. En aquellas épocas la mendicidad no era tanto asunto de vagos y profesionales, ni siquiera de desocupados -ya que, mal que bien, todos podían obtener trabajo aunque más no fuera de sirvientes y por la comida y el techo-, sino de enfermos y lisiados. Las pestes, las endemias, las enfermedades mal curadas, las deformaciones genéticas, las quebraduras mal soldadas y las mutilaciones de guerra, producían -y produjeron hasta tiempos bien recientes- una abundante humanidad imposibilitada de hacer nada útil y que necesariamente debía vivir de la limosna privada. Antes de la llegada del cristianismo no existían instituciones que se ocuparan de esta pobre gente, ni asignaciones estatales y, por ello, sin piernas, sin brazos, ciegos, mudos, leprosos, paralíticos, se acumulaban a la entrada de las ciudades, donde difícilmente no encontraran a alguien que les tendiera una mano o al menos unas monedas. No se trataba de profesionales de la mendicidad y mucho menos explotadores de niños como la mayoría de los que rondan a la salida de las Iglesias y a los cuales incautamente muchos feligreses fomentan en su sórdido negocio y su exhibición.
Pues bien, entre toda esta genuina miseria humana que frecuentaba el camino de entrada y salida de Jericó, se hallaba el auténtico y pobre mendigo Bar Timeo . El hecho de que el evangelio de Marcos recuerde su nombre indica probablemente que, en la época en que éste escribe, Bar Timeo es, por lo menos, un personaje conocido en la Iglesia. Probablemente un activo discípulo, un catequista, que contaba una y otra vez ese su primer encuentro con Jesús que le había transformado la vida.
Allí está Bar Timeo a las puertas de Jericó, la ciudad que representa la vida confortable, al costado del Palacio de Herodes, de las casas de los que parecen tener tanto más que él, oyendo el ajetreo de los que entran y salen, de los que trabajan y bregan, de los que caminan rápido pareciendo que se dirigen a alguna parte, en ese mundo en realidad lindero a sus vidas, observado por la mayoría desde las pantallas de su televisión, en los rostros falsamente conocidos de los que están en el candelero, el mundo de las estrellas, del deporte, de los políticos, el mundo que pasa rápido a nuestros flancos, en puestos y ascensos, en viajes y compras, en autos que, en las horas pico, entran y salen en masa de Buenos Aires, sintiéndonos, en el fondo, extraños a todo, o quizá, metido en ello, preguntándome a dónde voy, a dónde llevo a los míos, qué hago con tanto título, tanto master, tanta búsqueda de dinero, tanta nueva casa... Ninguno de los que van y vienen por la gran avenida que atraviesa Jericó está, en realidad, demasiado lejos de la ceguera de Bar Timeo que, al menos, sabe de su oscuridad, es consciente de su desgracia....
Peor aún: los que van y vienen, los que se agitan en los banquetes de Herodes y en las diversiones de Cleopatra, en las conspiraciones palaciegas y en los números de Zaqueo, en los espectáculos luminosos de las pantallas y en el tronar de los parlantes, no tienen tiempo para pensar y reflexionar, y por lo tanto para marcar un horizonte, para intentar ver, para ser señores de si mismos y de sus existencias....
Bar Timeo, en cambio, cavila, oye, piensa... Su perpetua oscuridad hace más aguzados los sentidos de su alma. El no tiene demasiada gente con quien conversar... Le basta, sin romper su silencio interior, lanzar monótonamente a los pasantes su pedido de ayuda, de limosna... como las cuentas recitadas de un rosario en las cuales las palabras se disuelven en pensamiento, en pura plegaria, en marco de reflexión ....
Desde hace tiempo han llegado a sus oídos noticias de Jesús, el Nazareno. Por supuesto que no solamente de él. Muchas conspiraciones, muchos políticos, muchos charlatanes, muchos vendedores de ilusiones, muchos sanadores, muchas sectas han voceado sus productos, sus frases engañadoras, sus propuestas de cura y de redención .... Pero, en su desgracia definitiva, percibida en la cruda dureza de su irreversible tiniebla, Bar Timeo se ha vuelto sarcástico, incrédulo, desconfiado frente a las propuestas que ofertan soluciones fáciles, remedios mágicos, fórmulas instantáneas sin paciencia y sin trabajo o con el trabajo de los demás....
Solo el tal Jesús ha suscitado su atención; solo en él percibe algo de distinto; solo en las cosas que de él se dicen una coherencia superior y sin demagogias ni facilismos que lo hacen rumiar en su interior las palabras sueltas que llegan de él y que encajan con la realidad profunda, con las palabras de la Escritura, con su propia experiencia interior.... El no podrá ya nunca más manejar una espada: no hay modo de atraerlo con soflamas de gloria, de combates de liberación. No sabe contar más que las pobres monedas que caen sobre su manto: no pueden seducirlo las promesas de prosperidad ni las ofertas de grandes negocios. Por su edad ya está fuera del circuito de los exitosos: no le pedirá a nadie importante sentarse a su derecha o a su izquierda en la victoria. Ya no tiene ánimos de seductor ni veleidades de galán, no está para soñar vestirse de príncipe azul ni de casarse con periodistas extranjeras... Ni las ofertas de modas ni de perfumes ni de máquinas ya pueden conmoverlo... Sabe en cambio de las oscuras tristezas del alma, de la desdicha de una vida vacía, de las llagas sangrantes del desamor, del no ser importante para nadie. Sabe del tiempo que pasa veloz e inútilmente, sabe de la congoja del vivir siempre centrado en uno mismo... Sabe también de la calidez de la mano amiga y quizá desconocida que lo ayuda a atravesar la calle, a llegar a su casa, a alcanzar la lumbre, a darle la verdadera limosna de las buenas noches y el buen día...
Y hay aquí alguien que habla de estas cosas... Y resuenan en su cabeza las palabras del viejo Isaías respecto al nuevo ungido, al nuevo vástago de David: " He venido a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a consolar a los que lloran y darles diadema en vez de ceniza, alabanza en vez de espíritu abatido ..." (Is 61, 1.3:); "¡ Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz...!" (Is 60, 1) y se entreveran estas frases en la cabeza de Bar Timeo, con las palabras de Jeremías que hemos escuchado en la primera lectura.
Y cuando anoticiado de la llegada de Jesús a Jericó, -él, que tantas veces oyó de la llegada de tantos personajes y nunca se movió de su lugar cabe la puerta- al oír por fin pasar la romería que rodea a Jesús en marcha hacia Jerusalén, ya no vacila. Su monótono pedido de limosna se transforma en grito: " Jesús, hijo de David, ten piedad de mi ....!"
Y ya no le importan los falsos consejos de los que le dicen que deje pasar, que se calle, que no se deje llevar por arrebatos místicos, que ya se irán, que no le tome el pelo un soñador, que se dedique a sus monedas, que no vuele tras ideales inalcanzables, que el camino que lleva a Jesús a Jerusalén es duro, que son espejismos religiosos, que tiene que ser realista y adaptado al mundo...
" Lo reprendían para que se callara ..." Hubiérase callado, ahogado su impulso vencido por la timidez, reconocido su momento de extravío, vuelto a la realidad, a sus consistentes -aunque no siempre de oro- monedas que relucen en el manto que tiene a sus pies... y su vida hubiera continuado siendo la de siempre, hasta morir... Dejarse de fantasías, de pensamientos que no llevan a ninguna parte, conformarse, olvidarse.... Pero Bar Timeo, gracias a Dios, insiste: " Pero él gritaba más fuerte ..." Jesús parecía alejarse y él, en vez de entregarse, de dejar pasar la oportunidad, el atisbo de luz, el toque de cielo, esa oportunidad que a lo mejor Dios concede una sola vez en la vida y que una vez perdida no se puede recuperar, sigue gritando... Bar Timeo ¡más fuerte! ¡grita más fuerte! "¡ Hijo de David, ten piedad de mi!"
Y Jesús se detiene. Miramos tantas veces el horizonte sin ver nada, y por fin apareció el que había de venir; abrimos por enésima vez el buzón siempre vacío, y allí estaba la carta; atendimos el teléfono una y otra vez llamados sin importancia, y finalmente era su voz; hicimos dedo cien veces y nadie se detenía en el camino, y por fin se para el BMW y nos abre la puerta; mirábamos y mirábamos uno detrás de otro rostros sin nombre, y por fin nos cruzamos con la mirada de amor...
Jesús se detuvo y lo llamó.
"¡ Animo, levántate!, El te llama ..." ¡El te llama! No el patrón, no la cuenta impaga, no la directora de la escuela, no el jefe, no por el aviso del diario, no para ofrecerte el seguro de vida o la muestra gratis o el artefacto en cuotas, no para pedirte razones... El; Dios, Jesús, te llama.... Tú, ciego al costado del camino, tú sin nombre, tú multitud, tú solo; Él te llama, te devuelve tu nombre...
Y arrojando su manto, dice el evangelio, -su manto con las miserables monedas de su mundo oscuro, oscuro aún para los que creían ver y tener luz en Jericó- se pone de pie de un salto y fue hacia Él. No se arrastró hacia Él... El que se decide por Jesús -se levante de donde se levante: de la indiferencia o la ignorancia o del peor de los pecados- debe hacerlo de una vez, dejarse de vacilaciones, no preocuparse de las monedas mezquinas con que quiere sujetarlo el mundo, ni de las nimiedades que con ellas pueda comprar... y correr hacia Él...
"Señor que yo pueda ver..." "En seguida comenzó a ver -dice Marcos- y lo siguió por el camino".
Y Bar Timeo , años después, en Jerusalén, a la caida del sol, cuenta por milésima vez a los catecúmenos que lo rodean y a quienes instruye, lo que le sucedió con Jesús. Todos lo escuchan alegres pero serios, porque el camino de Jesús, más que nunca, en medio de la persecución de aquellos días, es camino que lleva a la cruz.
Pero ya es tarde. Bar Timeo se levanta, extiende sus largos brazos hacia adelante, apoya su mano izquierda en el hombro de su lazarillo, y tanteando al frente con su derecha, sus ojos ciegos abiertos al infinito, se retira de la habitación. Los catecúmenos se ponen de pie y le abren paso, llenos de respeto por el anciano no vidente que conoció a Cristo. Adentro lleva esa luz que un día, a las puertas de Jericó, le dio Jesús y lo hizo seguirle radiante, guiado de la mano por los discípulos, hacia Jerusalén.