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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2004. Ciclo c

30º Domingo durante el año
(GEP 24/10/04)

Lectura del santo Evangelio según san Lc 18, 9-14
Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias" En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»

Sermón

No hace muchos días, el Cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, y, durante mucho tiempo, representante de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, denunció la oposición sistemática y orquestada que, dentro de las Organizaciones internacionales, se encarniza contra la Iglesia y todos sus principios éticos y morales, muchos de los cuales ni siquiera tienen que ver con lo religioso, ya que no son sino los que corresponden a la ley natural, a la naturaleza del ser humano, a su salud personal y social.

Después de años de querer desconocer la realidad y entregarse, ilusa e ingenuamente, al llamado 'diálogo' con el mundo, muchos eclesiásticos comienzan a darse cuenta de que no bastan las buenas intenciones, la simpatía, la sonrisa, pedir perdón a todo el mundo, invitar a mamarrachos religiosos a rezar a cualquier ídolo junto al único y verdadero Dios, silenciar diplomáticamente las verdades que pudieran herir las convicciones de los demás, renunciar a todo privilegio de la verdad frente al error y la mentira... La realidad es que, frente a Cristo, no existe solamente la ignorancia o el pecado de masas extraviadas, sino organizaciones -algunas de ellas ocultas- que tienen como objetivo explícito eliminar a Cristo de las sociedades, oponerse a su reyecía sobre el universo, y hacer desaparecer a la Iglesia: o por medio de la persecución frontal, o infiltrándola de tal modo que deje de distinguir claramente cual es la verdad católica y cuales las ideas del mundo, de los enemigos de Cristo, de los mentores de la sustitución del hombre en lugar de Dios.

El Cardenal Martino se está dando cuenta, aunque un poco tarde, de que existen complots, o -como él los llama- lobbys que insidian a la Iglesia. Justo él, al frente del Consejo Justicia y Paz, caracterizado precisamente por aceptar la mayor parte de las ideas 'políticamente correctas' de nuestra era. Pero de eso se trata, también, en la manipulación que hacen los poderes mundiales de muchos católicos y clérigos indocumentados: instrumentar a la Iglesia, desviándola de sus verdaderos objetivos, para defender las posiciones de ellos.

Porque, como Vds. saben, solo existen, (como ya lo he repetido varias veces), respecto de Dios y del mundo -dejando de lado la indiferencia o el negarse a pensar- dos posiciones : I- el mundo existe por si mismo, no necesita de nada ni de nadie para existir, siendo el ser humano la Suprema Conciencia de este mundo; o II- el mundo no existe por si mismo y necesita por tanto de Quien sí, existe por si mismo, es decir, Dios, su Creador.

En el primer caso, decir que el mundo existe por si mismo, se afirma que el mundo no es creado, en la práctica, que es Dios, aunque no se utilice la palabra -porque la definición de Dios es precisamente: el ser que existe por si mismo-. Y, más aún: que lo más dios o divino que hay en el mundo es el hombre. ¡Cómo no se va a agrandar así su ego! ¿Quién preferirá que lo llamen creatura y no Dios?

El hombre, ya divino por naturaleza, no necesita a nadie fuera de él, ni que le potencie con más vida, ni que le de normas, ni que le ofrezca cualquier manera de salir de su mortalidad. El hombre se basta a sí mismo con solo que haya algunos maestros, gurús, psicoanalistas, políticos, periodistas que lo ayuden a 'avivarse', o a 'concientizarse' -como se dice más finamente-, a darse cuenta de que el Hombre -con mayúsculas- no tiene necesidad de Dios, ni de Su Iglesia, que, al contrario, Dios lo aliena, con su ética le quita libertad, con sus propuestas de salvarlo de la caducidad de este mundo lo impide gozar de la vida...

Claro que -afirman estas ideologías tanto occidentales como orientales- por ahora, no todos están capacitados para manejarse libremente. De allí que si no hacen caso a sus gurús y a sus maestros, esa libertad tengan, mientras tanto, que imponérsela los grupos de presión de este mundo: los partidos, las cadenas noticiosas, las multinacionales, si es necesario, las bombas y los tanques. Robespierre el incorruptible, el padrecito Stalin, el gran demócrata Fidel, o las trenzas disimuladas que todos conocemos, tiranías perversas, porque se disimulan y ejercen en nombre de leyes digitadas, elecciones manipuladas, democracias truchas, periodismo, televisión y cine mercenarios ... Todo supervisado y bajo el común denominador de poderes mundialistas. (Y, a propósito, asombra siempre la falta de inventiva que aún en la maldad tienen nuestros dirigentes nativos: siempre a la cola del mundo, aún del perverso, y repitiendo e imitando las mismas memeces.)

Sea como fuere, el lugar que ocupaba Dios en las sociedades cristianas vuelve a ocuparlo el hombre, como antes del cristianismo: el faraón, el maharajá, el déspota, el sultán... Para ellos los templos y palacios y las primeras clases y los Tango "1" y "2" -y ahora parece que "3"-. Para ellos los templos de las Naciones Unidas en Ginebra o en Nueva York, los de la Unesco, los numerosos templos de los Congresos, a los cuales por supuesto nadie, sin acomodo, puede entrar... Dejan chiquitos a nuestras catedrales de antes, hechas para Dios, pero a las cuales todo el mundo podía entrar.

Lamentablemente -y este es uno de los tantos ejemplos de cómo la doctrina del Hombre divino se ha infiltrado incluso en la Iglesia católica- aún nuestros templos, poco a poco, van perdiendo su estilo sagrado. Precisamente porque, adaptándose a la mentalidad de este mundo rebelde a Dios, deja de diferenciar lo divino de lo humano, lo sagrado de lo profano. Lo divino es lo humano y lo humano lo divino. Pero, en lugar de levantar a lo humano de la gente a lo verdaderamente divino, se degrada lo divino a lo más ramplón de lo humano.

Se acabó el lugar sagrado donde el hombre, en Cristo, se elevaba a Dios. Los templos tienen que ser grandes salones de reunión, alrededor de una simple mesa; lo que importa es no el Sagrario sino -como se dice- la Asamblea, el Pueblo. Hay que transformar el templo en algo lo más parecido a un salón de fiestas puramente humanas. ¡Fuera la música sacra!, ¡adentro el rock, el bombo, el ulular de los ritmos y movimientos de bailanta, o de sentimentalismos empalagosos, o de folklore (mal tocado)! Fuera las vestiduras sacras. A celebrar Misa en la playa, en traje de baño... Bueno, ustedes conocen esos excesos, tantas veces denunciados tímidamente por la Santa Sede. ¡Claro! Como así se consigue público, da la impresión de una iglesia viviente, un club próspero...

Recordemos que ayer fue el décimo aniversario de la Dedicación de este templo de Madre Admirable. Este espacio en el cual estamos reunidos y que fue consagrado para uso exclusivo de lo sagrado, hace diez años, por el Cardenal Antonio Quarracino, Arzobispo entonces de Buenos Aires. Desde entonces, este ámbito, como el de todos los templos consagrados, ha dejado de pertenecer al mundo de lo cotidiano, de los negocios, de los regocijos destemplados. Sus paredes han sido ungidas con el santo Crisma para bendecir a los que entran, para encontrar aquí serenidad y alegrías de cielo, para hallarnos con Jesús y con María. Quiere ser lugar adecuado para recoger las penas de los que en Dios quieren confortarse, alentar los santos proyectos de los novios y las familias, las angustias de patria, los pecados que desean ser perdonados, los deseos de santidad que han de crecer en todo corazón cristiano y, sobre todo, para ser lugar digno de celebración de la Sagrada Eucaristía.

 

También se suponía que el templo de Jerusalén quería cumplir con la función, todavía en ciernes, de ser lugar de encuentro con Dios. Enorme espacio, seis manzanas de superficie, edificadas por Herodes para granjearse el aprecio de los judíos y supuestamente reservada a lo religioso. Ya sabemos cómo Jesús tuvo que echar a latigazos a los que allí desarrollaban actividades comerciales.

Pero, al fin y al cabo, estas se desarrollaban en el gran patio donde podían entrar los paganos. El mucho más reducido espacio del patio de las mujeres, de los judíos y de los sacerdotes, solía ser, aparentemente, más piadoso. No digamos nada del edificio central y del Santo de los Santos donde solo entraba una vez por año el Sumo Sacerdote.

Sin embargo, aunque en esos lugares no había comercio, quizá, había cosas peores y más sutilmente profanas. La actitud del fariseo de nuestro evangelio de hoy.

El fariseo está en el patio de los judíos, bien adelante con su sombrerito, sus trenzas, sus mantos lleno de flecos, sus filacterias... El publicano tenía prohibido entrar allí, se quedaría en los pórticos del fondo del patio de los paganos, tratando de que no lo vieran, con miedo de que lo cascaran. Nadie soportaba a estos recaudadores de impuestos colaboracionistas al servicio de los romanos. Había corrido grave peligro para acercarse al templo. Y Jesús quizá se había pasado al ponerlo como ejemplo en lugar de los, en aquel entonces, respetadísimos y venerados fariseos. Pero es que Jesús choca adrede, con la intención de hacernos pensar.

Porque el Señor ve perfectamente la perversión que se esconde en la piedad farisea. No que estuviera mal el ayunar dos veces al día ni pagar la décima parte de todas sus entradas. El ayuno y el diezmo siguieron siendo y son actos buenos, e incluso obligatorios, en la Iglesia. Tampoco estaba mal el que diera gracias a Dios por no ser ladrón, injusto y adúltero. También los cristianos hemos de dar gracias a Dios por ser cristianos y no caer, mientras estamos en gracia, en grandes pecados. Ni siquiera está mal que uno se de cuenta de que existe gente mala, ladrona, pervertida, y exija que sea reprimida y controlada. Saber juzgar y discriminar lo que está bien y lo que está mal es vital para un cristiano; si no quiere bobamente caer en manos del mundo, ser engañado por los perversos o pervertirse él mismo.

Y por supuesto -hay que decirlo- el puesto de publicano era de por si despreciable -lo que muy bien señalaba el fariseo-, por más que uno no pudiera juzgar las razones íntimas de por qué había tenido que desempeñar semejante oficio.

Entonces ¿qué era lo que estaba mal en el fariseo y bien en el publicano?

Sutilmente, la actitud interior . A pesar de que usa la expresión "te doy gracias" - eujaristó soi - es obvio que el fariseo piensa que es merecedor de la aprobación divina debida a sus propios méritos, es decir a sus propias obras humanas. Porque ayuna, porque hace tal y tal cosa, Dios tiene la obligación de estar contento con él.

Es lo que el Señor y, luego, más claramente aún, San Pablo, reprochan constantemente al fariseísmo. Creen que son sus actos, el seguir escrupulosamente la ley o la moral lo que compele la benevolencia divina.

Seguir la ley y la moral ciertamente es necesario y será prueba también de que uno ama a Dios, como dirá Jesús en el evangelio de San Juan, pero no es suficiente. Las acciones buenas de los hombres merecen que produzcan buenos efectos en lo humano, pero de ninguna manera bastan para alcanzar lo que Dios quiere darnos: la vida divina, la gracia, Su amistad. Eso solo se puede obtener y vivir humilde y gozosamente, sabiendo que es puro don de Dios, no algo que podamos lograr con nuestros actos humanos. El hombre, por mejor que se porte, de por si, no puede superar lo humano, jamás alcanzar lo divino.

Lo divino solo se alcanza en la misma actitud de alegría del niño que recibe el regalo del padre; no la del rico que compra su propio regalo en el negocio. La gracia de Dios no se merece, no se compra. Como, en el fondo, todo verdadero enamorado sabe que no merece el amor de aquel o aquella a quien ama, y vive su amor en el asombro y el agradecimiento. Siempre Cenicienta, amada por el príncipe; que es él quien, finalmente, la transforma en princesa.

El publicano se sabe supercenicienta. No tiene más remedio, en la suciedad de su oficio. Ni siquiera debe haber vuelto a su casa sabiendo que había sido perdonado y estaba en la gracia de Dios. (Dicen que los santos, los verdaderamente santos, siempre se han considerado pecadores e indignos del amor de Dios. "Dime Fray León que soy el último de los pecadores", pedía San Francisco a su cofrade León.)

El fariseo está en camino de hacerse semejante a los que creen que, en el fondo, se identificaban con Dios. De hecho el fariseísmo será la única secta judía sobreviviente después de la caída de Jerusalén en el año 70 y plasmará sus ideas y leyes en el Talmud, luego explicado por la Cábala. Y será el judaísmo cabalista, extendido por todo el mundo, quien ya, sin ambages, afirme que el pueblo judío, justamente a través de su identificación con Dios mediante el cumplimiento de la Ley, es la Conciencia de lo Divino en la historia de los hombres.

Pero más todavía: el verdadero cabalista -el que mediante la ley talmúdica y la alquimia se ha identificado con Dios- es capaz de superar la ley común, dejarla de lado, hacerse él mismo ley, más allá de toda distinción del bien y del mal.

Con esto el judaísmo talmúdico y cabalista, en sus ramas ocultas, seguido por la masonería y todas sus ramificaciones, se unió con toda la tradición de los paganos y de su filosofía inmanentista y terrena, y, en nuestros días, con las doctrinas orientales. También éstas sustentan la teoría de que dios es el fondo oculto en el hombre y hay que despertarlo por medio de la gnosis, del conocimiento de sí, llevado delante de diversas maneras con la ayuda de los gurús. Pero para el judaísmo cabalista, por supuesto, el gran gurú universal, es el pueblo judío o mejor dicho, los que entre los judíos viven estas teorías y manejan hilos invisibles de poder. Esto es lo que está detrás de los grupos, los lobbys que denuncia el Cardenal Martino sin saber su origen, por ignorancia de la historia de la Iglesia.

El fariseo pues, sea judío o no, el hombre que con su inteligencia y su actividad se hace Dios, se cree Dios, las sabe todas, las puede todas, siempre será enemigo de la Iglesia, del hombre que, Cenicienta, acepta gozosamente, como gracia, al Dios que se abaja en Jesús para llevarlo gratis al Cielo en el jet de la Cruz.

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