Sermón
Por la ‘Historia Sagrada' que aprendimos en nuestra infancia, mal que bien, todos estamos enterados de las aventuras de Saúl, de David, de Salomón y los reyes que les sucedieron. En realidad dicha historia sagrada es una simplificación de varios libros del antiguo testamento, principalmente Samuel, Reyes y Crónicas que no siempre se ponen de acuerdo entre si y resultan de arduo estudio para el historiador. Son libros no escritos con la misma mentalidad de un historiador de nuestros tiempos.
Si Vds. leen, por ejemplo, los primeros nueve capítulos del primer libro de las Crónicas, redactado hacia la primera mitad del siglo III antes de Cristo, verán que se trata de complicadas genealogías, llenas de nombres raros. A pesar de que estas genealogías hoy no nos dicen nada cumplían, entre los judíos –como también en otras civilizaciones, como la árabe- una importantísima función y era la de representar, en ella, por medio de parentescos ficticios, la historia de las alianzas y relaciones entre distintas naciones, clanes y tribus mencionadas en ellas. La constitución relativamente reciente de la nación israelita en doce tribus se significó por medio de un antecesor común, que mediante su unión con diversas mujeres, legítimas y esclavas, habría tenido como hijos a los llamados ‘epónimos' de las respectivas tribus. A su vez, los doce habrían tenido hijos que conformarían las distintas subtribus y familias en que se distinguían política y por la sangre la nación israelita. Su mayor o menor integración con el conjunto dependía de esos diferentes parentescos. Pero todos a partir de un mismo tronco: Jacob o Israel como hemos escuchado en la lectura de Jeremías.
Sus doce hijos - Rubén, Simeón, Leví, Judá, etc.- representan a cada una de estas tribus. Aliadas y confederadas bajo la monarquía se presentan como tribus ‘hermanas'. Todos eran pues descendientes de Jacob o Israel, 'israelitas'. Cuando más tarde, por la invasión asiria, los únicos que subsistieron fueron, prácticamente, los de la tribu de Judá, los ‘judíos', los términos ‘israelita' y ‘judío' terminaron por significar lo mismo.
En realidad el propósito del libro, ya en época de diáspora, era exaltar la unidad del pueblo judío, intentando demostrar que el davidismo se extendía hasta los tiempos del escritor.
El asunto es que, en esta línea de la continuidad davídica, uno de los hijos del legendario Judá es un tal Caleb que, casado con una tal Efratá , tuvieron como primer hijo a un tal Jur que fue, a su vez, abuelo de un tal Belén (1) . Dos de estos nombres a Vds. les tiene que sonar conocidos. ¿Recuerdan? La profecía de Miqueas : “Y tú, Belén Efratá, aunque eres la menor de las familias de Judá, de ti habrá de salir aquel que ha de dominar en Israel” .
Ven, en realidad Belén, nieto del hijo de Efratá -según la genealogía de Crónicas- no es sino un antiguo pueblito aliado, en las tierras del clan de Efratá, integrante de la tribu de Judá.
¿Y por qué interesa Belén Efratá? Porque allí había nacido el hijo menor de Jesé, David .
Y eso era casi el único mérito de Belén Efratá, porque, en realidad, desde antiguo, fue un pequeñísimo caserío de trogloditas que habitaban en cuevas y que, antes de la llegada de los judíos, adoraban a una diosa cananea llamada Lehem , a la cual habían edificado una pequeña casa –casa se dice Bet : Bet-Lehem o Belén, quiere decir, pues, la casa de Lehem-.
Beit-Lehem en 1856
Cuando el clan ‘efratita' ocupó el pueblito éste, siguieron sin progresar, de tal manera que tanto efratitas como Belén fueron siempre considerados por los judíos como un clan y pueblo sin importancia.
Precisamente esto es lo que destacan luego los cronistas de Israel. Dios usa siempre lo más pequeño para confundir a lo grande. De ese pueblito sin importancia nacerá David.
A su vez David es el menor de los siete hijos de Jesé, de tal modo que, cuando Samuel viene en busca de un rey, le presentan a los seis primeros. A nadie se le ocurre ir a buscar al chiquito. Más aún, cuando hay que enfrentarse al temible guerrero griego o filisteo Goliat , ninguno de los soldados de Saúl se atreve a pelearlo y Dios lo vence por medio –otra vez- del jovencito David.
David y Goliat , Rubens
Constantemente el contraste entre la ‘grandeza' de los hombres que, al final, no sirve para nada y la ‘pequeñez', que Dios utiliza para mostrar su poder.
Y, así, en el judaísmo, los nombres de Belén, Efratá y David, evocan siempre la poquedad y pequeñez humana desde la cual Dios comienza sus grandes obras. En la época del Cronista este era un llamado a la esperanza. No todavía, por supuesto, la Esperanza cristiana.
Eso mismo quieren significar luego Mateo y Lucas en sus relatos del nacimiento de Jesús. De ese pequeño bebe, de esos padres pobres, descendiendo de David, en la última ciudad de Judá, Belén, a partir de eso, Dios hará su gran obra y esa pequeña creatura ascenderá gloriosa al cielo, se sentará a la derecha del Padre. Lo mismo quiere afirmar, por medio de este contraste, San Pablo a los Romanos: “ Jesús –dice- nacido en la debilidad de la carne según el linaje de David, fue constituido según el poder del Espíritu hijo de Dios ”. ¿Ven? Decir ‘hijo de David' es como la antítesis de ser ‘hijo de Dios'. Porque también David, desde sus humildísimos inicios en Belén, pasa a ser como ‘ungido', ‘hijo de Dios' –en sentido genérico- en Jerusalén.
Es lo que dice Lucas de Jesús. Lo hace nacer como ‘hijo de David' en una cueva de trogloditas de Belén, para luego presentarlo en el Templo ante Simeón, como ungido y verdadero ‘hijo de Dios'.
Por eso, en los evangelios, el título ‘hijo de David' aplicado a Jesús no es lo mismo que el de ‘Ungido', ‘Cristo' o ‘Mesías', todos títulos gloriosos. Hijo de David –como grita hoy el ciego Bartimeo- habla del aspecto humano, pequeño, pasible, sufriente, de Jesús. Es una proclamación de fe en que Dios, a partir de la debilidad, de lo pequeño, de la pobreza, del sufrimiento, de lo oculto y de lo que no tiene propaganda, de lo humilde y callado, es capaz de crear salvación y triunfo definitivo.
Bartimeo ha escuchado en su vida muchas palabras de doctores, de sacerdotes, de príncipes, de centuriones romanos, de rabinos diplomados en la ciudad de Jerusalén. Ha escuchado los doctas explicaciones de los sabios, las palabras floridas de los políticos, las órdenes autoritarias de los soldados, las arengas de los subversivos y orgullosos celotes. Y el mundo, lo mismo, ha seguido oscuro y en tinieblas a su alrededor. Ni el soldado, ni el político, ni el doctor han podido romper la oscuridad.
Curación Bartimeo del Greco
Solo cuando resuena en sus oídos la palabra de aquel que viene de Belén y habla al interior de los corazones, siente de pronto que la luz comienza a hacerse a su alrededor. Y la luz, que tantas veces había buscado en la soberbia de los hombres, la encuentra finalmente en la humildad de la palabra de Dios, en labios del hijo de David. Por eso, al llegar Jesús, arroja su manto, se levanta de un salto y a los gritos, en la luz repentina de su descubrimiento le grita “¡Hijo de David! Ten piedad de mi!”
La vista recuperada no será ya sino el símbolo de esa luz quemante que ha iluminado de pronto y para siempre su corazón. “Recobró la vista y lo siguió por el camino”.
En estas épocas de oscuridad para el mundo y para la patria, cuando tantos hablan con suficiencia como doctores, como políticos, economistas, generales, y nunca las cosas han estado peor y hasta los obispos hablan como políticos, nosotros cristianos recuperemos la Esperanza en Aquel que es capaz de hacer rey al hijo menor de Jesé, nacido en el insignificante pueblito de Belén, e imploremos Luz para nosotros y para la nación, clamando, como Bartimeo: “¡Hijo de David, ten piedad!”.
1- I Cron 2, 49 “También dio de luz a Sáaf, el padre de Madmaná, y a Sevá, el padre de Macbená y de Guibeá. La hija de Caleb fue Acsá. 50 Estos fueron los hijos de Caleb. Los descendientes de Jur, el primogénito de Efratá, fueron Sobal, padre de Quiriat Iearim; 51 Salmá, padre de Belén; Járef, padre de Bet Gader.”