Sermón
¿Qué argentino no ha experimentado alguna vez el sinsabor de la ceguera? De eso se ocupa periódicamente SEGBA o por su ineficiencia crónica común a todos los monopolios del Estado o, peor, cuando cruelmente se deja sin energía a cientos de miles de personas para chantajear ventajas sectoriales. Aún cuando estemos en casa y nuestro ámbito nos sea familiar ¡con cuánto cuidado nos movemos hasta que no encontramos la cajita de fósforos salvadora o la linterna! Pero ¡qué terrible cuando la oscuridad nos sorprende en lugar que no conocemos! Casi no queda otro recurso que quedarse inmóvil hasta que, acostumbrados los ojos, alguna claridad guíe nuestros pasos o habiéndose apagado nuestros faros sentarnos al borde del camino hasta que despunte el alba. Y, si se trata de caminar por la calle en este buenos Aires cada vez más inseguro, de noche, a oscuras o casi, en el pálido alumbrado que en ciertos barrios nos sirve el municipio, bien podemos imaginar las asociaciones terroríficas que, desde la más remota antigüedad las tinieblas, personificadas como dioses monstruosos, tuvieron para el hombre. ¡Cómo comprendemos ese versículo del salmo que, para expresar un gran deseo, dice “¡Te esperaba, tal como el centinela espera con ansia la llegada de la aurora!”!
Pero hay otras formas de oscuridad que no consisten solamente en falta de luz. Puede estar el sol brillando en pleno cielo y, si nos largan solos en una ciudad desconocida o en medio del campo o de la montaña sin baqueano, por más que abramos los ojos como platos es como si nada viéramos. Y entonces hace de linterna el plano, el mapa, la guía Michelín, la Guide Bleu, los planos Falk, las hojas de Ruta del Automóvil club, del instituto Geográfico Militar o, si no, en el llano o la montaña, el rancho salvador o el aparcero que se acerca y su tranquilizador “pero si es ahicito nomás”. Si, también eso es salir de la oscuridad.
Y quizá haya oscuridades peores que las de la mera falta de luz o mapas, y es la de cuando pensamos que vemos o sabemos y las cosas no son como nos parecen o aparecen. El suelo firme que pisamos confiados y encierra la trampa del cazador, del enemigo emboscado; los telones pintados, el camuflaje, las caretas y las sonrisas falsas, los maquillajes y el disfraz. Y ¡cuántos carteles de ruta torcidos y señalando al revés! Y ¡cuántos falsos mapas como se fabricaban en la segunda guerra para confundir al adversario! Mapas que marcan caminos que no llevan a ninguna parte, senderos que terminan en ciénagas, rutas cortadas por precipicios.
Y es verdad también que hay oscuridades buscadas: la noche que disimula nuestras arrugas, en donde no se refleja el brillo de nuestra calvicie, en donde se ocultan nuestros actos ilícitos... “Porque todo aquel que practica lo malo aborrece la luz y no viene a la luz, por temor de que sus obras sean expuestas y reprendidas” (Jn. 3, 19). El desesperado canto a la noche y el terror al día y a la luz de los amores culpables de Tristán e Isolda en el sublime dúo de amor wagneriano: “O ew’ge Nacht, süsse Nacht; böse Tag”; “Oh eterna noche, dulce noche, perverso día”.
Pero sí: aunque a veces buscado, cualquier obstáculo o deformación que impida nuestro contacto con la realidad es ‘tinieblas’ o, casi mejor, ‘ceguera’, porque, al fin y al cabo, la luz o la oscuridad son fenómenos subjetivos. La luz no existe: existe la realidad material que emite vibraciones, ondas, desde los rayos gamma, mucho más allá del violeta, hasta las ondas largas de la radio, mucho más acá del rojo. Nuestros ojos y cerebro captan algunas de esas vibraciones y las interpretan en forma de luz y colores. Y, si lo que nuestros ojos ven representan correctamente la realidad –que es sencillamente como es- nuestra visión es verdadera y, si no, falsa.
Por eso ya decía Aristóteles que ‘la verdad’ o ‘el error’ no están en las cosas sino en nuestra aprensión. De allí que sea mejor hablar de ‘ceguera’ que de ‘oscuridad’. Porque aún lo que nosotros llamamos oscuridad no es sino nuestra incapacidad de captar otro tipo de vibraciones y señales que constantemente está emitiendo la realidad y que, por ejemplo, pueden detectar el murciélago o el búho.
Sí ¡y cuantos lentes deformantes se colocan ante nuestros ojos! ¡Cuántas miopías adquiridas, cuantas anteojeras, cuántas luces falsas, ilusiones ópticas, mapas equivocados!
Porque, desde muy antiguo, la existencia humana se interpretó como un ‘camino’ en donde era importante ‘ver’ y ‘conocer’ la realidad. La existencia humana de individuos y pueblos es un ‘hacerse’, un caminar que exige también tener la mirada limpia, luz, mapas correctos, direcciones precisas.
Y basta ver el panorama de las ideologías contemporáneas para darnos cuenta de la confusión terrible que existe en nuestro hombre de hoy respecto a su destino y los caminos para alcanzarlo. ¡Cuántas concepciones de la vida distintas!, ¡cuánta ignorancia sobre los verdaderos valores, sobre el correcto destino! E ignorancia aún de las opciones sobre las cuales la gente que sabe en serio no tiene dudas. Basta escuchar –incluso en la farsa de las próximas elecciones- los cacareos disimiles que tenemos que soportar en el infinito número de listas electorales que aparecen en los espacios cedidos por el Ministerio del Interior interrumpiendo nuestros programa favorito.
Es un decir. El que tenga hoy algún programa televisivo no digo ‘favorito’ sino simplemente que le guste, mejor se hace ver. Es suficiente mirar el cúmulo de voces e interpretaciones periodísticas, doctorales, oficiales, catedráticas sobe cualquier hecho, persona o idea del pasado o del presente, para darse cuenta de la insanable confusión mental, miopía, ceguera que ha de tener la pobre gente respecto de la realidad y respecto del camino y fin de nuestras vidas individuales y políticas.
Porque no hay caso: si aún en el plano de los sentidos las vibraciones ‘objetivas’ se aprehenden mediante nuestros colores ‘subjetivos’, mucho más todavía la realidad humana, política y religiosa se aprehende mediante una determinada cultura, educación, lenguaje. Allí está, sí, la realidad dispuesta a dejarse descubrir por la mirada humilde del que realmente quiera pensar; pero normalmente oculta hoy en día para una masa cada vez más numerosa de personas cuyas retinas mentales han sido deformadas -y continúan siéndolo cada vez más aceleradamente- por una cultura y una manera de pensar lejana a las realidades humanas y divinas.
Porque ¿cómo vamos, por ejemplo, a hablarle de Dios a la gente cuando prácticamente esa palabra ha sido abolida de nuestro diccionario y términos como pecado o como cielo han sido vaciados de significado o han logrado deformarlos con sentidos pueriles, irrisorios, ridículos, que hasta a nosotros mismos nos da vergüenza usar dichas palabras? ¿Qué término perteneciente al ámbito de lo religioso o de lo verdaderamente humano no ha sido manoseado, excluido o ridiculizado por la cultura moderna?
¿Dónde hablar de Dios, o, incluso, del honor, de la fidelidad, de la castidad, de la nobleza, de la santidad, sin suscitar sonrisas? Y aún nuestras grandes palabras, las que todavía se usan -y que son cristianas y las inventamos nosotros- como libertad, persona, igualdad, justicia, amor, nos las han robado y las han cargado de significado no cristiano.
Antonio Gramsci, 1891-1937
Si: han cegado al hombre de hoy, han vaciado los ojos a los nuestros, a los argentinos, los han cargado de falsos mapas, de fachadas sin contenido, de telones pintados, les han ofuscado parte de su retina para que capte solo las vibraciones que fabrican ellos, el enemigo. Les muestran senderos que no llevan a ninguna parte o al desastre; les deforman la historia, les fabrican complots, les hacen correr detrás de valores inconsistentes, los apasionan con ambiciones inútiles, los precipitan a perderse en el sexo, en la búsqueda de libertades que los destrozan o en el amor al dinero. O en el odio y la envidia a todo lo bueno, lo noble, lo superior.
Hasta que llegue el momento en que, con sus anteojeras y una zanahoria colgando delante, los hagan ir a donde los manden y, para peor, a lo mejor, trotando alegremente por los atajos de la nada.
Porque no basta que sepan mucha ciencia, electrónica, computación análisis de sistema, física, química y biología. Lo mismo trotarán. Porque el sentido de la vida, la visión no se encuentra solamente en el conocimiento que nos dan la ciencia matemática, las ciencias positivas. Lo expone bien Sócrates en el Fedón de Platón, (98c-99b). Las causas que pueden estudiar las ciencias positivas solo explican el cómo y solo son causas en un sentido casi mendaz. “andando a tientas como en las tinieblas, le dan el nombre de causa, empleando un término que no le corresponde”. Las verdaderas causas del obrar humano y de su libertad son las que responden a las grandes preguntas: para qué vivo, porqué existo, porque estoy en el mundo.
Es en medio de estas tinieblas socráticas en donde se desenvuelve la mayoría de la humanidad civilizada.
Pero nosotros, cristianos, tenemos nuestra cajita de fósforos, nuestra linterna en la fe, aún sin saber nada de ciencias, si sabemos el catecismo somos mucho más sabios que los llamados ‘doctores’ y ‘científicos’. Solo con saber la pregunta elemental “¿Para qué nos ha creado Dios?”
Pero esto que hasta no hace muchos años lo sabía todo el mundo, aún el analfabeto de la campaña, hoy ha sido extirpado del saber de las mayorías por medio de enseñanzas laicas y falaces que cuanto mucho enseñan a sumar y a restar pero no el sentido de la existencia y del vivir.
Esta gran ceguera es inducida adrede por los ideólogos que saben que la revolución anticristiana debe hacerse en las mentes y no solo con las armas; mediante el homicidio de generadores masivos y seriales de mentira, de subversión intelectual.
La mayoría de nuestros contemporáneos, hemos de decir, son víctimas de este plan destructivo mundial y no tienen las suficientes defensas para enfrentarlo.
Pero es verdad que, entre ellos, también hay ciegos que simplemente no quieren la luz, como Tristán e Isolda, como los pecadores de los cuales habla Juan, sencillamente porque no quieren cambiar ni convertirse.
Y otros ciegos porque llenos de falsa luz, de soberbia intelectual, con los cuales se hace difícil hablar porque no están dispuestos a oír.
Ciegos, en cambio, por fin, que sienten la angustia de su oscuridad y quieren ver. Y como de lejos oyen que pasa Jesús, piden acercarse a Él, conocerlo, rogarle que los cure, para poder encontrar el sendero del cual El es el camino y el norte y la verdad y la vida.
“En seguida comenzó a poder ver. Y lo siguió por el camino”.