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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1971. Ciclo C

31º Domingo durante el año
gep, 31-X-71

 

Lectura del santo Evangelio según san Lc. 19,1-10
Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»

Sermón

Acabamos de escuchar uno de los episodios más simpáticos que nos relaten los evangelios: la conocida historia del petizo Zaqueo .

Yo no sé si es porque suelen resultar patéticos los esfuerzos de los bajos por parecer más altos –zapatos ‘ Elevantor ', mentón erguido, columna vertebral estirada al máximo- o porque nuestra natural miseración humana tienda a perdonarles sus desplantes compensatorios, frutos de su complejo de estatura, o porque nos dan cotidianamente la satisfacción de mirar a alguien desde arriba, la verdad es que los petizos –y aún los petizos engreídos, petulantes, fatuos- nos despiertan siempre secreta simpatía.

¿Quién no le perdona al pobre jefe de oficina de Don Fierro –el de las historietas de Patoruzú- las trastadas que le hace? Al fin y al cabo Don Fierro tiene su estatura normal, su mujer, su casa, su buen pasar, es un tipo feliz. Las maldades del jefe –que en el fondo no tiene mal corazón- no son más que el fruto amargo del despecho por aquellos palmos de humanidad de menos que la naturaleza le ha negado. Mengua de envergadura que le hace sufrir en el cine, sentado detrás de los peinados batidos de las damas, romperse todo para encontrarse en primera fila en los desfiles, asfixiarse en las manifestaciones, preguntar angustiosamente al vecino qué pasa más allá del hombro del que tiene plantado adelante.

A veces me pregunto si no habrá traído más desgracias y angustias la injusticia de la naturaleza en la repartición de las alturas que la injusticia social en la repartición de las riquezas. ¿Quién sabe si Julio César y Napoleón hubieran llegado a lo que llegaron -y cambiaron el curso de la historia- si no se hubiesen vistos acuciados, en su ambición, por el deseo de superar sus complejos de petizos? Y ¿qué petizo no cambiaría de buena gana la mitad de su fortuna por cuatro o cinco pulgadas más de piernas?

De todos modos el caletre humano siempre se ha ingeniado por superar sus deficiencias naturales; también la deficiencia de centímetros. Desde los antiquísimos zancos –que ya se encuentran dibujados en los interiores de las pirámides egipcias-, pasando por las espaldas, a babucha, de los padres, por el espejito enarbolado en alto o los periscopios de juguete para ver el cambio de guardia de los granaderos, hasta la ascensión a los faroles o a los carteles, las sillas gestatorias de los Papas, los zapatos de tacos gruesos disimulados.

Los Zancos - Goya

Zaqueo, el retacón de nuestro evangelio, cansado de aguantar codazos y pisotones sin nunca poder llegar a ver al tan mentado profeta galileo, recurrió a uno de los sistemas de superación de altura más antiguos que se conozcan: simplemente, subirse a un árbol. Él, que era un personaje importante, un ‘pezzo grosso', -jefe de publicanos, es decir de recaudadores de impuestos de los dominadores romanos- se arremangó la túnica, se peleó a lo mejor por el puesto con algún chiquilín que quería disputárselo y, allí, grandulón, en su incómoda y un poco ridícula situación, aguardó el paso del tal Jesús.

Y hubiera vuelto contento a su casa tan solo con verlo, con poder ir a la mujer y decirle, como sin darle importancia, “¿Sabés? He tenido la suerte de ver a ese Jesús, profeta que llaman, de quien todo el mundo habla”. Pero la realidad supera su esperanza, porque, aferrado a las ramas de su árbol, en posición grotesca, con estupor y un poco de vergüenza, ve que el cansado galileo se detiene abajo suyo y, con su sonrisa de Dios en los labios, mirando hacia arriba, le clava una mirada que es todo un mundo, azul como el candente cielo palestino, acerada como la espada fendiente del romano, tórrida como el implacable sol de las montañas jerosolimitanas “ Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa ”.


Hacia 1200. Biblia ilustrada del noroeste de Francia. La Haya, Holanda.

Actualmente las vitaminas y los compuestos hormonales están acabando poco a poco con los petizos. A las pesas de dudosa eficacia que se colgaban nuestros abuelos de los pies, han suplantado los frascos de coloridas píldoras y, en casos extremos, los pinchazos de tres o cuatro inyecciones. Pronto los pigmeos serán curiosidades embalsamadas de museos. Las nuevas generaciones podrán pasear, sin complejos, sus orgullosas alturas por las calles.

Pero ninguna inyección, ni píldora, ni plomo en los tobillos, podrá hacer crecer un solo milímetro a los pigmeos del espíritu. ¡Cómo quisieran los estudiantes suplantar las largas horas de estudio inclinados sobre los libros, con pastillas de sabiduría! Una pastilla para saber matemáticas, otra para la geografía, otra para el inglés. Una píldora para ser virtuoso, otra para ser prudente, otra para ser casto. Una inyección para encontrarse con Dios, otra para librarse del purgatorio –o del infierno-. Pero eso nunca podrá ser, porque la conquista de la altura del espíritu, a diferencia de la del cuerpo, siempre requerirá esfuerzo, búsqueda., tesón, triunfos y desalientos, sudor y lágrimas, plomo en los tobillos de nuestra mente. ¿Habrá muchos que lo hagan? ¿Quién quiere esforzarse en trabajar su cabeza? ¡Y su corazón!

¿Quién se dedica hoy a pensar en serio? Pigmeos la mayoría. Enanos que se conforman con repetir las frases hechas de una pseudocultura que no han masticado ni meditado; repitiendo al unísono lo que dicen los diarios, lo que afirma la mayoría, lo que se tragan en la televisión y se beben en las revistas, lo que se grita en los corredores de las universidades, lo que se conversa en las reuniones de sociedad.

No es extraño que Cristo haya desparecido de Buenos Aires, que tambalee nuestra fe, que nuestras miradas se vuelvan angustiadas a todos lados y no encontremos a Dios.

Porque no le encontraremos jamás en la polvareda balante del rebaño, ni en la risa falsa de los locutores y las vedettes del cine, ni en la chatura prosaica de nuestras vidas apagadas y nuestros problemas d billetera, ni en la balumba de las estridencias ciudadanas y la locuacidad vacía de la politiquería.

Nadie podrá quejarse de que Cristo no le hable si no hace el esfuerzo de subirse a un altozano, de no temer el ridículo de distinguirse de los demás, de ser distinto, de leer o escuchar pensadores serios, de reflexionar con su propia cabeza.

¡Hermano cristiano! Tú que viene a Misa y has oído habla mil veces del profeta galileo. Tú que sabes que Él está por pasar por tu camino. No te contentes con oír el rumor que despierta su paso. No te basta escucharlo de lejos, ni la altura de tus amigos, de tus diarios, de tus opiniones superficiales.

Súbete a la rama más alta de la higuera de tu alma. Y aguarda con paciencia que Jesús se pare a tu lado y, mirándote fijo, bien adentro, te clave los dos dardos ardientes de su mirada.

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