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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1994. Ciclo B

31º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     12, 28b-34
En aquel tiempo: Un escriba se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?» Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos» El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios» Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Sermón

           Aunque la mayoría de la gente jamás ha oído hablar de los filósofos, ni sabe nada de sus doctrinas o sus biografías, y tienda, por ello a pensar que los que se dedican a la filosofía son gente sin nada que hacer, inútiles a los cuales la sociedad mantiene sin recibir de ellos ningún beneficio, la verdad es que tarde o temprano, lo que dicen los filósofos en sus aulas reservadas a unos pocos iniciados o lo que publican en libros que la mayoría desconoce, finalmente termina por influir en la vida de la gente, si es que estos filósofos p pensadores alcanzan alguna fama o influjo en su medio. Porque quiérase o no es la filosofía la que inspira a la ética, a la política, a la economía, a las posiciones de los periodistas, de los educadores y, finalmente, también de las revoluciones que han conformado la escena política de nuestra era... Es a través de todo esto como el pensamiento filosófico influye en la vida de la gente, aún de aquellos que jamás han oído hablar de filosofía o de sus mentores.

            Uno de los filósofos que más han influido en la civilización contemporánea, ha sido sin lugar a dudas, Kant, Emmanuel Kant, nacido en 1724 en Königsberg, Alemania, que, entre otras cosas me consuela bastante, porque recién comenzó a escribir cosas importantes y a hacerse famoso a los 57 años. Así que todavía estoy a tiempo.

            Alemán, y para peor de formación puritana, protestante, era una cultor de los horarios, de los reglamentos, de las normas y el mismo régimen casi militar que se autoimponía, pretendía imponerlo también desde a su cocinera hasta a sus alumnos.

            Por eso no podía soportar las nuevas concepciones filosóficas de la ética que llegaban a las aulas universitarias desde Inglaterra, en donde las doctrinas de Berkeley y Hume, -sensistas, eudemonistas, epicúreos, utilitaristas...- imponían como criterio de la moralidad, de la ética o el placer o la utilidad, o la felicidad. Es bueno lo que me es útil o lo que me hace feliz o me da placer, es malo lo que se revela nocivo, desagradable, inútil.

            Esto aparecía a Kant como abominable ¿cómo va a ser el placer o la utilidad el criterio de la bondad de mis actos? ¿No es experiencia común que muchísimas veces nos sintamos obligados a realizar acciones que nos cuestan, que nos son onerosas y aún inútiles, porque nos damos cuenta de que hemos de hacerlas? Visitar a esa persona cuando querría quedarme tranquilo en mi casa; levantarme temprano cuando mi deseo es quedarme pegado a las sábanas; emprender esta tarea o este estudio cuando preferiría todo mi sentir holgar con un libro cualquiera o con una buena compañía o con un vaso de vino en la mano...?

            No el placer, la felicidad, no puede ser criterio de bien y de mal, dice Kant, el hombre verdaderamente hombre debe guiarse por principios superiores, por los imperativos de su razón, por el sentido del deber. De tal manera que el imperativo categórico y la conciencia del deber y su respectiva obligación han de ser los fundamentos de la moral.

            De tal manera que obrar buscando la felicidad -según Kant- es una motivación inferior, egoísta, que ningún ser auténticamente humano puede denominar moral, ética. En este sentido contra el egoísmo de la búsqueda de la felicidad, del amor a si mismo, opone Kant el altruismo del cumplir con el deber, del seguir la obligación. Ni siquiera es buena para Kant la satisfacción del deber cumplido. El deber debe justificarse por el mismo deber. Cualquier satisfacción, cualquier placer anejo a la acción, hacía a ésta sospechosa de ilícita, de inmoral.

            Es así que hablando del mismísimo Dios Kant afirmaba que de ninguna manera este podría haber creado al hombre teniendo como fin a si mismo o como dice la Escritura, para su mayor gloria, o para obligarlo a amarlo sobre todas las cosas, sino, al revés: Dios al crear solo habría tenido en vista el bien de la creatura, en puro altruísmo: el hombre sería el fin de la creación, no Dios.

            El asunto es que esta moral kantiana, racionalista, estoica, del puro deber ha contaminado de tal manera el pensamiento moderno y contemporáneo que incluso logró filtrarse en la mente de algunos católicos.

            Para muchos cristianos en efecto, la moral fue durante mucho tiempo una serie de normas, de deberes, de mandamientos y preceptos obligatorios que impuestos por Dios, era menester cumplir so pena de sanción, de que el supremo legislador, airado, castigara al hombre, tanto con penas en este mundo, como con puniciones futuras.

            Algo de influjo kantiano hay también en esa mala conciencia que a muchos cristianos parece quedarles cuando las cosas les van bien o son felices o ese tratar de cumplir con Dios por temor a que éste los castigue haciendo que les vaya mal en alguna de sus actividades o, al revés, el temer ser cristiano porque se piensa que con eso vendrá seguramente la renuncia, la pena, el dolor, la cruz, la infelicidad...

            La cuestión es que Kant ha confundido todas las cosas. Por de pronto el hecho de que Dios nos haya creado teniendo como fin a El, para su mayor gloria, no quiere de ninguna manera decir que él nos necesite, que nosotros podamos añadir algo a su perfección o felicidad. Quizá hubiera podido crearnos para nosotros mismos y no par él, pero precisamente ello nos hubiera despojado de la máxima grandeza del ser humano que es poder abrirse a Dios. El animal está cerrado en si mismo: la vaca no puede conseguir sino placeres de vaca; el perro solo felicidad de perro; solo el ser humano está llamado en cambio a no quedarse encerrado en sus posibilidades de felicidad humana, sino a abrirse y finalmente saciarse, plenificarse, únicamente en Dios. El que el fin del hombre sea encontrarse con la gloria de Dios, la felicidad divina, eso hace al supremo honor que la Trinidad concede a la creatura humana: su vocación de eternidad, su promoción y ascenso a la esfera de Dios.

            En ese sentido el primer mandamiento no es sino la revelación de esa nuestra cimera dignidad, nuestra máxima posibilidad.

            Amarás al Señor tu Dios... no es algo que Dios te imponga desde fuera, como puede pedirte un candidato "votarás por mendez" u obligarte un déspota "al Sultán obedecerás" o "al Maharajá servirás"... Dios no necesita ni tu voto, ni tu obediencia ni tu servicio... es que te abre su palacio y te ofrece todos sus bienes. Amarlo, tenerlo como tu fin es poder aspirar nada menos que a entrar en confianza, gozar de sus bienes y participar de su felicidad espléndida e inacabable. El primer mandamiento te está revelando -a vos que creías que solo habías nacido para estudiar y trabajar, para juntar plata y comprar, para enamorarte de un hombre o una mujer y engendrar, para gastar y consumir, para gozar de a ratos y para sufrir de a otros, para finalmente envejecer, enfermarte y morir- te está revelando que estás hecho para Dios, para eternamente vivir, para el puro y redondo e inacabable placer de amarlo y con El vivir...

            ¡Qué triste -si como Kant quería- Dios te hubiera hecho no para él sino solo para vos, para lo humano!

            Y es claro que te ha hecho con hambre de felicidad, ¡que hay en eso de malo! El deber por el deber mismo es un tremendo disparate. La obediencia cristiana se basa no en cualquier obligación o temor o imperativo categórico, sino en la fé de que Dios mi Padre no pude pedirme absolutamente nada que no sea para mi bien y mi felicidad. Aún cuando a veces pueda solicitarme cosas duras nunca lo hará por el puro probar mi obedecer, ni amenazando mi no querer, sino buscando solo mi felicidad.

            Claro que el placer inmediato puede a veces -no siempre- conspirar contra lo que Dios pueda querer de mi, pero en todo caso, siempre, en orden a una felicidad superior -el gasto necesario a la adquisición del bien mayor, el pequeño esfuerzo que me llevará a la mejor satisfacción del premio, en última instancia el breve tiempo de cruz que me abrirá las puertas al permanente gozo de la resurrección.

            Ni el deber por el deber, ni el dolor por el dolor, ni la cruz por la cruz, pertenecen de ninguna manera a la predicación cristiana. Porque el hombre está hecho para la felicidad y buscarla legítimamente -diga lo que diga Kant- es el objetivo mismo de la vida humana. Lo único que Dios te pide es que no seas zonzo y la busques solo en aquel único capaz de dártela y no te extravíes detrás de lo que solo puede terminar en desastre, soledad y frustración.

            Pero Dios, aunque sea todo para vos, no te ama solo a vos. Ama a tus hermanos y como no podrías ni deberías amar a un amigo sin al mismo tiempo querer a los suyos, así tampoco sería tu amor a Dios verdadero si al mismo tiempo no querés a aquellos a quienes Dios ama, a tu prójimo.

            Es desde allí en realidad como podes verdaderamente amar bien a los que decís querer. En ese amor de Dios que busca solamente nuestro bien, es donde aprenderás a amar en serio a los demás. En este mundo de amores egoístas, de deseos animales a penas barnizados de humanos, en este ambiente en donde la consigna parece ser sálvese quien pueda, querete -como dice la propaganda-, buscá tu felicidad... el amor de Dios que busca la nuestra dándose, nos enseña cuál es el verdadero camino del amor, darte vos también por los demás.

            Es por eso que Jesús une hoy indisolublemente los dos mandatos del amor. Y sus mandatos no son órdenes ni úcases ni decretos leyes, sino la dorada regla de la auténtica dicha, el pergamino y el escudo que habla de tu prosapia y tu dignidad, la única fórmula de encontrar la verdadera felicidad.

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