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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

2004. Ciclo C

32º Domingo durante el año
GEP 07/11/04

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-38
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?» Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él»

Sermón

Los saduceos eran el partido más conservador de los judíos de la época de Jesús. Pretendían ser descendientes del legendario sacerdote Sadoc , hijo de Abiatar , a quien supuestamente David habría puesto al frente del culto del templo de Jerusalén hacia el 1000 AC. Algunas investigaciones, no del todo serias, sobre su ADN han sostenido que todos los judíos de apellido Cohen , que quiere decir sacerdote, tienen el mismo origen genético. De hecho los saduceos comenzarán a hacerse notar de modo fehacientemente histórico recién ocho siglos después de la época davídica, en el siglo segundo AC. Más que por su origen se caracterizaban por su posición social y por sus ideas. Por su posición social, puesto que no solo dominaban los negocios del Templo, sino que a ellos pertenecían todas las familias aristocráticas de Jerusalén. Por sus ideas, porque eran los más tradicionales de los hebreos. Solo aceptaban como libros sagrados los que están contenidos en el Pentateuco, la Torá, a saber Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

Pues bien, si Vds. leen esas páginas verán que en ellas jamás hay referencia a vida sobrenatural y resurrección alguna. Todo se mueve en el terreno histórico, y las promesas divinas se refieren únicamente a la Tierra prometida en donde en todo caso, el cumplimiento de la Ley garantizaba la protección de Dios, Yahvé, para poseer la tierra, lograr prosperidad y, como única manera de sobrevivencia, prolongar la bendición divina en la descendencia, en los hijos.

No la inmortalidad del alma -difusa, etérea-, a la manera de los griegos o los hindúes. ni la resurrección a la manera farisea, sino los hijos, eran la sola verdadera y posible supervivencia del hombre. De allí que fuera impensable, para un judío formado en esa tradición, que tanto la mujer o el varón pudieran morir sin hijos. Ello significaba desaparecer de la historia, de la vida, no dejar ni siquiera la semilla de si mismo. Por eso vemos que no dejar descendencia era una de las peores maldiciones que podía pesar sobre un hebreo. La soltería: intolerable, pecaminosa. La esterilidad: castigo por algún pecado.

Vergüenza, sobre todo, para las mujeres, porque, en esas mentalidades primitivas, siempre se atribuía la esterilidad a la mujer, no al varón. 'Estéril', 'infecunda', 'mala tierra', 'yerma' -como titula una de sus obras de teatro Federico García Lorca -. La hija de Jefté , condenada a muerte por su padre, llora su virginidad porque morirá sin tener hijos. Sara la mujer de Abraham; luego, la mujer de Manohaj , que será madre de Sansón; Isabel , prima de María, viven avergonzadas por no haber podido dar hijos a sus maridos. A pesar de ello, la promesa de Dios las hará dar a luz y no precisamente a hijos cualquiera.

El poder de Dios se manifiesta, precisamente, en esta superación de la esterilidad, como se dice en la Anunciación. " Porque no hay nada imposible para Dios ". Y la virginidad, desgracia suma en el AT, asumida voluntariamente por María, será, en Ella, signo de su ponerse totalmente, en máxima pobreza, en manos de Dios. De allí saldrá, por obra de Dios, -cumpliendo, como dice el Magníficat, 'la promesa hecha a Abraham y su descendencia'-, la máxima fertilidad que se haya dado nunca en este mundo. A la manera, luego, de las vírgenes cristianas.

Pero eso era impensable todavía en el judaísmo. Por eso, había que romper la maldición del no poder prolongar la vida en los hijos de cualquier manera. El muerto sin hijos -doble y definitivamente muerto-, podía, de algún modo, prolongar su vida si un hermano suyo, aunque estuviera él mismo casado, desposaba a la mujer viuda y lograba fecundarla -la poligamia, recuerden, estaba permitida-. Es la famosa 'ley del levirato', que figura en el Génesis y el Deuteronomio y se describe en el libro de Ruth . El término levirato viene de 'levir', palabra que, en hebreo, designa al hermano del marido. Como ven no se trata de un asunto de amor, ni mucho menos. A la mujer no se le pregunta nada. Es un objeto, una parcela, una chacra que se compra y en donde el varón planta su semilla.

En el horrible cuento de los saduceos la mujer, de acuerdo a la ley del levirato, debe pasar por siete harenes y someterse a siete inseminaciones con distintos hombres. Esto no tiene nada que ver con el matrimonio ni con el amor para siempre de los esposos cristianos. El problema, como ven, es otro. Es el de la vida y su prolongación. Es el del cómo de la promesa de la vida hecha a Abraham y su descendencia. El cómo, existiendo la muerte, de la bendición a la vida hecha por Dios en el Génesis.

Jesús hubiera podido responder a los saduceos citando el pasaje de los Macabeos que hemos oído en la primera lectura, o, quizá, el libro de Daniel o Job o Isaías , en algún pasaje. o algún versículo de uno que otro salmo , pero, dado que los saduceos no aceptaban la autoridad de esos libros, se queda en el Pentateuco. Jesús apela, entonces, al famoso pasaje del Éxodo donde Dios revela su nombre a Moisés: " Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob ". Inmediatamente luego le dirá " Yo soy el que soy" .

Es sabido que la traducción ' Yo soy el que Soy' o ' Yo soy el Ser' , como volcaba al griego la versión alejandrina de los LXX, es algo reductora del sentido original del verbo hebreo ser. ' Yahvé ' -'el que es'- se monta en una etimología que, antes que 'ser', significa, más ricamente, 'respirar', 'vivir'. A la manera como, etimológicamente, el verbo 'ser' latino deriva de una raíz que significa 'comer'[1] , ya que el que come, vive. Más profundamente que ' yo soy el que soy' , la traducción del nombre de Dios revelado a Moisés quiere decir: ' Yo Soy el que Vivo ' o ' Yo soy la Vida '. Que será una de las maneras que tendrá Jesús para afirmar su divinidad. " Yo soy la verdadera vida ". Con lo que no hace más que atribuirse el nombre de Dios, Yahvé.

Porque ciertamente no es que Dios viva, Dios es la Vida, por eso Su creación, lo que hace, no puede hacerlo sino en orden también a la Vida. No sería lógico que 'el que es la Vida' creara el mundo para la muerte. En el poema de la Creación, donde se revelan las intenciones de Dios, todo termina en el ' creced y multiplicaos' garantizado por la 'bendición' hecha por Dios al hombre. Y que Dios ha creado para la Vida, no para la muerte, es una afirmación constante que recorre toda la Revelación, hasta culminar en la aseveración paladina del Nuevo Testamento " Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva ". Porque, como la Vida es Dios, solo el pecado, que nos aleja de 'el que Es Vida', puede llevar al hombre hacia la nada final de la muerte, hacia la cual deriva nuestra biología.

Los saduceos se quedaban solo en la vida que podía lograrse a través de la sucesión, de los hijos. Los fariseos, algo más agudos, pensaban en una vida que, devuelta por Dios a los judíos, se prolongaría por tiempos sin fin, pero que no era nada más que alongamiento de lo humano. Lo que ninguno de ellos podía imaginar es que Dios había creado al hombre para posibilitarle la llegada no solo a una vida devuelta para siempre, a la manera de un Lázaro inmortal, sino a la misma Vida divina -el Vivir de Dios, el vivir que es Dios- alcanzada a todos los hombres por el Hijo de Dios. " Y el Verbo era Dios... En Él estaba la Vida, y la vida era la luz de los hombres ", dice Juan en su estupendo Prólogo.

Ya no se trata del vivir de los hijos de Abraham, de los hijos de Adán, se trata del Vivir de los hijos de Dios, hechos tales por la gracia de la adopción, asimilados a la Vida del Verbo.

Por eso hoy dice Jesús a los saduceos: " los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro -es decir, no todos-  ya no pueden morir, porque son hijos de Dios ". Es sabido que, en la doctrina farisea los llamados ángeles -cuya existencia los saduceos no aceptaban- eran considerados hijos de Dios. Aquí también, con humor, al nombrar a los ángeles Jesús da otra patada a los saduceos. Su intención no es decir que seremos como ángeles, a la manera como se pensó posteriormente, sin cuerpo, inmateriales o, peor, angelitos sonrosados y de labios pintados, asexuados, sino que seremos 'hijos de Dios', partícipes de la Vida divina, aunque -precisamente por la resurrección- plenamente hombres, varones y mujeres, con las amistades y seres queridos que hayamos amado en esta vida y los que aprendamos a amar en el cielo.

La economía de la gracia cambia los parámetros a partir de los cuales se juzgan las cosas de este mundo. Lo que en el Antiguo Testamento significaba una pérdida ya no lo es más. Al contrario, para alcanzar la Vida, es posible asumir voluntariamente, como signo de una aspiración superior, el celibato, la virginidad. Pobreza, sin duda, de lo humano, de alguna manera muerte a uno mismo, pero en función de la Vida verdadera, de la suprema vitalidad incoada en este mundo por la fe, la esperanza y la caridad.

Elocuente signo, el celibato y la virginidad consagrados, también para los casados. Aquellos que, en maravillosa vocación, dan vida a sus hijos, e hijos a la sociedad y a la Iglesia, pero cuya paternidad sería mucho peor que infecunda, estéril, si no se encaminaran ellos mismos y a sus hijos, hacia la Vida eterna. De nada vale la vida humana, si no se sublima en la gracia, en lo sobrenatural, en la Vida trinitaria. Por eso, quienes eligen la virginidad y el celibato por el reino de los Cielos, serán siempre los mejores ayudantes para que los matrimonios cumplan cristianamente su santa tarea.

En el evangelio de hoy Cristo, al redargüir a los saduceos pone contentos a los fariseos, pero, en realidad, supera de modo inesperado las vacías expectativas mesiánicas y de vida para este mundo por las cuales éstos apostaban. La creación divina se encamina no a cualquier vida, ni siquiera a la prolongación sin término de la vida humana -que sería un inacabable tedio- sino a la Vida de Aquel que es la Vida: la Vida de "yo soy el que Soy", de "yo soy el que Vive", de "Yo soy la Verdadera Vida".

[1] Edo, edis o es, edere o esse, edi, esum: comer

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