1975. Ciclo A
33º Domingo durante el año
(GEP 16-XI-75)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo al tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos ganó otros dos, pero el que recibió uno solo hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor -le dijo-, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel -le dijo su señor-; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor -le dijo-, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!" Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado, y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quitadle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene se le dará y tendrá más, pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene. Echad afuera a las tinieblas, a este servidor inútil: allí habrá llanto y rechinar de dientes"».
Sermón
Al fin ha conseguido Sancho Panza su deseada ínsula. La magnanimidad del duque y las famosas hazañas de su señor Don Quijote se la han obtenido. Y hacia ella se ha dirigido con toda su ciencia y su esperanza. Pero el gobierno de la ínsula se revela con mucho más bemoles de los que el pobre gobernador Panza preveía. Sus ilusiones de fastos y vida muelle se transforman en desvelos, dificultades gástricas, problemas de toda índole. Cuando, en medio de una asonada, su palacio es invadido y él molido a palos, considera que ya tiene suficiente con su gobierno y reflexiona sabiamente:
“Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador, más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre, y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas.” (…)
“Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda. Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde.”(Don Quijote, Segunda parte, LIII)
Ilustración edición francesa 1928 Garnier
Algo semejante le pasó al muchacho aquel que abandonó su casa y su pueblo en busca del ‘país de la felicidad’ y caminando y caminando, inquiriendo y preguntando, después de mucho andar, envejecido y andrajoso, se topó finalmente con un anciano sabio que le indicó el camino. Cuando, por fin, llegó al lugar por éste señalado, vio con sorpresa que el ‘país de la felicidad’ era su propio pueblo, su propia casa.
También Ícaro, un día, así como Sancho con sus alas de hormiga, quiso levantar vuelo más allá de sus límites, con sus alas pegadas con cera, y, aunque no lo comieron milanos y vencejos, el sol derritió la cera y se precipitó al vacío. Algo semejante le sucedió a Belerofonte que, enorgullecido después de matar a la Quimera y vencer a las amazonas, intentó remontar vuelo con su caballo Pegaso hacia la ínsula olímpica de los dioses y, por este acto de soberbia, Zeus lo arrojó a tierra y lo mató.
Y todo esto nos sirve para reflexionar sobre el hecho de que ¡cuán poca gente encontramos hoy contenta, satisfecha, feliz con lo que tiene! ¡Todos queriendo volar más allá de sus propios límites! Todos ambicionando más, mirando cuánto mejor que el nuestro es el jardín del vecino, albergando en nuestros corazones mezquinas envidias porque aquel tiene más éxito o aquella es más bonita o este más alto o más inteligente o más hábil o tiene mejor voz, mejor puesto, mejor casa que yo. ¡Pobre yo, siempre insatisfecho, descontento!
Pero quizá sea bueno preguntarnos qué quiere decir estar satisfecho, estar contento, estar conforme. Y, sin entrar en prolijas investigaciones, podemos quedarnos simplemente con lo que nos dice la etimología de estos adjetivos.
Satis ‑ fecho viene del latín ‘satis’ –suficiente‑ y ‘factum’ –hecho o fecho‑: ‘Satis’ ‘factum’ dice así ‘suficientemente hecho’. Es decir, no ‘perfectamente’ sino ‘suficientemente’ ‘hecho’. Perfecto solo es Dios.
Lo mismo la palabra ‘contento’. Viene del latín ‘contentus’; del verbo ‘contener’. Estar contento es ‘estar contenido’ dentro de los propios límites, sin ambicionar más allá de lo que uno es y puede ser.
Del mismo modo ‘estar conforme’. Proviene de la partícula ‘cum’ latina que significa coincidencia, unión entre dos términos o cosas y la palabra ‘forma’, que indica nuestra definición, nuestra personalidad, nuestra esencia, nuestro modo de ser. Cuando nuestros deseos coinciden con lo que somos y podemos ser, entonces ellos están ‘con-formes’. Estamos satisfechos, estamos contentos.
Y ojo que no digo que uno no deba desear superarse en nada, ni no luchar, ni no declararse insatisfecho frente a ciertas cosas. Lo que afirmo es que debemos ‘contenernos’, ‘contentarnos’ dentro de las posibilidades de nuestro ser y situación concreta. El óptimo sí, pero el óptimo dentro de nuestros límites. Si yo he nacido con un oído duro como un tronco es inútil que me amargue ambicionando ser un gran pianista. Pero no debo dejar de luchar por ser un buen ingeniero o un buen padre de familia. Si he sido dado a luz más bien feucha o feucho es inútil consumirme por ello y corroerme en la envidia por los o las que son más buenos mozos o bonitas, tengo otros valores en los cuales crecer y progresar. Habiéndome casado con un marido o una mujer en los cuales, al tiempo, comienzo a descubrir defectos y limitaciones, si me amargo es culpa mía, por no saber que no existen las princesas o príncipes azules y que todos somos creaturas.
Evidente, también, que no podemos estar, por ejemplo, contentos, satisfechos con nuestro país y debemos luchar por mejorarlo y corregirlo, pero, de allí, a esa perpetua insatisfacción que nace, no de compararlo a sus posibilidades reales, sino a la Utopía, ‑insatisfacción que fomenta el odio y la revuelta y el descontento y amargura de la gente, corriendo de una a otra insatisfacción‑ hay un salto evidentemente ilegítimo y pernicioso.
Si soy un hombre común es inútil que ambiciones vivir como Rockefeller porque eso no será normalmente y con medios honestos posible. Así, ambicionando siempre las cosas que están fuera de mis límites, soy incapaz de gozar felizmente las que tengo dentro.
Porque todos tenemos fincado en nuestro corazón el deseo que nos ha puesto el Creador de bienes infinitos. Esa ambición solamente Él puede colmarla y es inútil que tratemos de saciarla con los bienes, personas y valores de este mundo.
Justamente la perpetua insatisfacción y descontento del mundo moderno se debe a que, sin saber que han sido creados para Dios, buscan el infinito en los ídolos vacíos de la era contemporánea: la política, el dinero, el sexo, el confort, el sentimiento, los otros. Ninguna de estas cosas puede llenarnos.
Y ¡qué drama cuando uno tiene que desempeñar el papel de ídolo para otra persona! ¡Qué manera de explotar y exprimir al individuo! ¡Qué horror cuando, sin conciencia de nuestros límites, nos acercamos al matrimonio idolatrando a nuestro marido o nuestra mujer! ¡Querer sacar de un ser limitado lo que solo el Ser Perfecto nos puede dar!
Al acercarnos así al matrimonio ¿cómo no vamos a estar al poco tiempo descontentos, insatisfechos? Si, en lugar del Ser Supremo, del marqués de nuestros sueños, nos encontramos de pronto con nuestro pobre Juancito Pérez.
Pero, si, de entrada ya sabemos que solo Dios y el cielo podrán colmarnos plenamente entonces podemos ponernos a disfrutar también de las cosas buenas que, dentro de nuestros límites, Dios nos regala. En nuestro puesto, con nuestra altura, con nuestra ni muy grande ni muy pequeña inteligencia, con nuestra casa, con nuestro país, con nuestro Juancito Pérez. Con la media botella llena que tenemos, sin fijarnos en la otra mitad vacía.
Y todo esto va a que, evidentemente, unos hemos recibido más y otros menos, unos podemos más y otros menos. Y, así como nosotros debemos estar satisfechos, contentos, conformes con lo que somos y tenemos, también Dios estará contento, satisfecho, conforme, con lo que le demos de acuerdo a lo que somos y tenemos No nos pedirá más de lo que nos ha dado.
Es claro que tampoco nos pedirá menos.
Yo pienso que por eso, el Señor, pone, en su parábola, de ejemplo de infidelidad, al que recibió un solo talento. El que recibe un solo talento ‑contrariamente a lo que puede parecer a primera vista‑ no está contento con lo que tiene. Tanto no está contento que, mezquinamente, porque le pareció insuficiente lo recibido, piensa que ni siquiera vale la pena hacerlo fructificar y por ello lo entierra, lo esconde, envidiando quizá al que recibió cinco o al que recibió tres.
Tuvo sí la sórdida ambición de la envidia, de la soberbia, del querer tener más de lo que le había sido dado; esa ambición que, en este mundo, produce tantos resentidos, amargados, quejosos, rebeldes. Pero le faltó el legítimo empuje y ambición de hacer fructificar lo mucho o lo poco que tenía.
Esa ambición primera, frustrante y sórdida ‑que nos sobra en la Argentina‑ y la falta de la ambición segunda ‑la del empuje y aprovechamiento de nuestros talentos‑ es la que destruye patrias, familias e individuos.
Todos hemos recibido talentos, algunos uno, otros tres, otros cinco y, obviamente, podríamos haber recibido muchos más. Pero, cuando hagamos nuestros exámenes de conciencia frente a Dios, no andemos reprochándole los talentos de más que pudo quizá habernos dado, sino preguntémonos más bien qué hemos hecho hasta ahora con los que hemos recibido.
Porque si, descontentos, disconformes, insatisfechos con nuestro talento, mezquinamente lo enterramos y nos ponemos a envidiar al que recibió cinco y reprochar a Dios lo poco que nos ha dado, temamos un día escuchar las palabras espantosas del Señor en el evangelio de hoy: “¡Quítenle el talento y échenlo afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes!”
Pero si hoy estás contento, satisfecho, conforme y trabajás alegremente y aprovechás al máximo lo exiguo o abundante que Dios te haya dado, entonces un día dejarás de estar ‘contenido’ ‘suficientemente hecho’, ‘incluido en tu forma’ para vivir en la Ínsula sin límites ni fronteras de Dios. Estarás ‘perfectamente’ hecho, ‘conformado’ finalmente a la imagen de Jesús, al infinito de la divinidad.
Por Cristo nuestro Señor.