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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1982. Ciclo B

33º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Marcos     13, 24-32
Jesús dijo a sus discípulos: «En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pa­sarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre»


Sermón
14-XI-82

       En 1978, es decir hace cuatro años, la Real Academia de la Ciencia de Suecia , otorgó el premio Nobel de la Física a los investigadores norteamericanos Penzias y Wilson , por haber confirmado, tras largos cálculos, que la estática radiacional de fondo, conocida como los rayos cósmicos y que llega a todos los instrumentos de los observadores del espacio, correspondían al Big Bang, la Gran Explosión primigenia de la energía-masa concentrada en el origen temporal del universo y sucedida hasta unos 15.000 millones de años (1).

Los rayos cósmicos son pues las huellas fósiles de esa primigenia explosión, llegando de un viaje de 15.000 millones de años a nuestros telescopios y radares. Y, en Houston, ya ha comenzado un programa en el cual, para el 84, se prevé la puesta en órbita de un taxi espacial, con un telescopio capaz de alcanzar una distancia siete veces mayor a la del más potente telescopio actual, con lo cual superará la distancia de 15.000 millones de años luz. Se tiene la esperanza, así, de recoger noticias más exactas sobre el Big Bang, puesto que, a esa distancia fabulosa estaremos recibiendo información no solo de esos lejanos lugares, sino de esos lejanos tiempos.

Mientras tanto, también nosotros hemos puesto en marcha un programa en el cual, para el 84, estaremos poniendo en órbita, también en el vacío, a un montón de políticos que nos permitirán reeditar, también, el pasado, aunque bastante más cercano. Pero, así, llegaremos también, más pronto que los norteamericanos, a alguna Gran Explosión.

El asunto es que, sea como fuere, la ciencia se aproxima cada vez más al origen del universo y, contra el ateísmo, que no podía sino defender a toda costa la eternidad del mundo y de la materia, descubre que el universo tiene una historia: un origen -aparentemente el Big Bang-; un desarrollo -paulatinamente la distribución de esa energía-materia en galaxias, la aparición, en una de ellas, del sistema solar, el enfriamiento de la tierra, la aparición allí de la vida y, hace poquísimo, la aparición del hombre-; y, seguramente, de un fin .

Pero, justamente, de lo que la ciencia habla menos es del fin. ¡Claro! Si de lo que realmente pasó solo pueden tejerse hipótesis ¡cuánto más de lo que aún no ha sucedido!

Empero, si es verdad que, de la historia humana, poco puede preverse con seguridad, porque allí interviene la impredecible libertad humana, a grandes rasgos, algo sí puede decirse del futuro final del universo.


Hans A. Bethe

Con solo pensar que el sol, que los antiguos creían inmutable, a través del ciclo de Bethe quema 800 millones de toneladas de hidrógeno por segundo para transformarlas en helio y poder ceder al espacio la energía así obtenida y darnos luz y calentarnos, nos damos inmediatamente cuenta de que, un día, el hidrógeno se le acabará y, tarde o temprano, el sol se apagará. Lo mismo que todas las estrellas del universo, que hacen exactamente lo mismo y muchas de las cuales ya están apagadas.

El aumento de la ‘entropía' del universo –como dicen los físicos- es constante e irreversible y, en él, todo marcha ineluctablemente hacia la muerte térmica. Aún cuando la humanidad pudiera sobrevivir un tiempo, al apagarse del sol, trasladándose a otro sistema, a un planeta con una estrella aún en combustión, finalmente, una a una se irían apagando todas. Amén de las que van desapareciendo en el hiperespacio una vez traspuesta, por la expansión del universo y el aumento de su velocidad de huída, la velocidad de la luz.

Pero no crean que con esto yo pretenda explicar el evangelio de hoy “el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán”, a pesar de las semejanzas. Ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo pretenden darnos ninguna enseñanza científica. El no entender eso hace que muchos se hayan equivocado oponiéndose por ejemplo, en nombre de la Biblia, al heliocentrismo o a la teoría de la evolución que tienen su campo propio y científico de discusión.

No. En este caso, Marcos está dando lugar a un lenguaje llamado ‘apocalíptico' iniciado en el AT con los profetas y, especialmente, con los libros de Daniel y Ezequiel . Sistema lingüístico del cual se conservan muchas obras extra bíblicas y que recurre constantemente a extraños símbolos e imágenes. Símbolos e imágenes de los cuales ya hemos perdido, en muchos casos, el significado. Por eso es tan difícil interpretar muchos pasajes escritos con ellos. Lean Vds., por ejemplo, nuestro Apocalipsis de Juan y vean cuántas perplejidades despierta a un lector moderno y aún a los exégetas especialistas.

Aquí, en Marcos, lo que hay son ‘imágenes cósmicas' que servían, en el género apocalíptico del AT, para describir el triunfo final de Dios e Israel sobre sus enemigos. Llamar de ‘testigos' al sol, la luna y las estrellas, significaba que el triunfo de Israel no sería un triunfo momentáneo -como el de los babilonios sobre los asirios, ni el de los persas contra los babilonios, ni el de los griegos contra los persas, ni el de los romanos sobre los griegos, ni el de todos, sucesivamente ¡pobres! contra los judíos- sino de un triunfo permanente, total y universal en el cual hasta las cosas visibles más inmutables y divinas como eran los astros, se conmoverían y fenecerían.

Así era descrito el día de Iahvé, el día de Dios: “He aquí que el día de Iahvé viene implacable […] –dice Isaías- Cuando las estrellas del cielo y la constelación de Orión no alumbren ya, esté oscurecido el sol en su salida y no brille la luz de la luna, pasaré revista al orbe por su malicia y a los malvados por su culpa

Y este día de Iahvé, este juicio, se dará, según Daniel, por medio de la aparición de la imagen judicial del ‘Hijo del Hombre', personaje de origen celeste, de allí que se lo represente como a Dios, viajando sobre las nubes, según la simbología vétero y neotestamentaria

Así pinta Marcos a Jesús. Él es el Hijo del Hombre; Él es el día de Iahvé y el juicio definitivo.

Por eso no nos podemos tranquilizar porque nos digan que, a pesar de su enorme gasto de hidrógeno el sol todavía va durara unos cinco mil millones de años más. Y no porque a Yuri Andropov o a Reagan o a alguno de sus sucesores se les pueda, antes, ocurrir algún próximo día apretar un botoncito colorado y liquidar la humanidad, sino porque, pase lo que pase, desde la muerte y Resurrección de Cristo, ya se está dando el juicio definitivo sobre el mundo y sobre nosotros.

El penúltimo domingo del año de la liturgia, antes de que, otra vez, comience Adviento, la Iglesia quiere atraer nuestra atención sobre la última y definitiva realidad de nuestras vidas.

Porque es importante que lleguen las vacaciones; es importante que nos recibamos; que nos casemos y tengamos hijos; que haya o no elecciones; que recuperemos las Malvinas o sigamos como colonia; que aumente o disminuya el rédito per cápita; que se instaure un régimen cristiano y nacional o no; sí, hay muchas cosas por las cuales luchar y pelear en esta vida. Pero, en última instancia, si todo eso no lo vivimos con la vista puesta en el último objetivo, de poco vale.

Y el último objetivo es: nuestro encuentro con el Hijo del Hombre. Y el Hijo del Hombre no vendrá solo y definitivamente el día de la muerte de cada uno de nosotros –que si lo pensamos bien, es el verdadero fin del mundo- sino que viene en cada instante, porque: cada minuto de nuestra vida que hundimos en el pasado, muerto por el pecado o por haberlo usado inútilmente, ya está siendo juzgado y condenado por Él.

Cada segundo de la vida cristiana es el día de Iahvé, el último día. No necesitamos del fin del mundo ni de nuestro propio morir, para que venga el Señor. El está viniendo todo el tiempo. De allí la urgencia de la conversión. La muerte podrá llegar en cualquier momento, pero va llegando inexorablemente en cada salto del minutero o titilar de los digitales.

Por eso la urgencia de Jesús: “sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto

Nos de fuerza Él, para gastar nuestra vida valiosamente, en la primera fila del combate, entre los nobles y caballeros, para que, en llegando Él, en su corcel de nubes, no nos arranque los galones y las charreteras ni quiebre nuestra espada, sino que nos dé el espaldarazo de las medallas de Su victoria.

1- El consenso actual de los científicos contemporáneos ronda la cifra de 13.700.000.000 (trece mil setecientos millones) de años.

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