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Sermones deL TIEMPO DURANTE EL AÑO

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

1993. Ciclo A

33º Domingo durante el año

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo al tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos ganó otros dos, pero el que recibió uno solo hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor -le dijo-, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel -le dijo su señor-; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor -le dijo-, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!" Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado, y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quitadle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene se le dará y tendrá más, pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene. Echad afuera a las tinieblas, a este servidor inútil: allí habrá llanto y rechinar de dientes"».

Sermón

Tanto la etimología hebrea como la indoeuropea del término imagen, se remonta a una raíz que designa la sombra de alguien. En el mundo primitivo, la silueta, la sombra de una persona era su representación espontánea e inseparable. Tanto, que, en multitud de leyendas, la carencia de la sombra servía de mito para designar la perdida de la personalidad, de lo humano. Baste recordar la maravillosa ópera de Ricardo Strauss, "La mujer sin sombra".

Y así también tantos otros mitos usaron la comparación de la sombra para afirmar que el universo o era divino o era parte de lo divino, al menos como su sombra, su proyección. ¿Quién no se acuerda, en Platón, en su diálogo " La República ", el mito de la caverna: el hombre como un prisionero en una cueva, que solo puede ver de la realidad lo que la luz de afuera proyecta sobre sus paredes de piedra.

Pero, para el hombre primitivo, sobre todo la autoridad, el rey, el faraón es la sombra, la silueta o imagen de Dios. En antiguos jeroglíficos se descifran frases como ésta, predicadas del faraón: "El es la imagen viviente de Ra sobre la tierra". U otra inscripción en Karnak: "Tu eres mi hijo querido, salido de mis miembros, mi imagen, que he puesto sobre la tierra: te he puesto para gobernar en paz la tierra".

Esta misma comparación es la que usar  el Génesis para referirse a la especial dignidad, ya no del rey o del faraón, sino de todos y cada uno de los hombres.

Sin embargo, lo hace con una enorme diferencia respecto de los mitos paganos. El Génesis ya tiene bien claro que Dios no se identifica con la naturaleza ni con nada que pueda tener el hombre, sea en su cuerpo sea en su interioridad: el ser humano es pura criatura. Y por eso al término imagen, como para esfuminarlo, añade el de semejanza, que en el original hebreo indica mucho menos que imagen, algo así como esbozo, proyecto, esquema. Lo que nosotros leemos en nuestras traducciones: "imagen y semejanza"; en hebreo suena mas bien como "sombra y esbozo".

Mas aún; no dice: "el hombre es imagen y semejanza de Dios". Sino que fue hecho "a imagen y semejanza de Dios". Y la traducción latina del hebreo original "ad imaginem", lo recalca: "hacia la imagen", "en dirección a la imagen". Como si el ser humano, antes que nada, fuera una dirección, un sentido, una capacidad de ser, no algo ya terminado, realizado.

En realidad, cuando el Nuevo Testamento utiliza el concepto de imagen, lo atribuye no al hombre sino a Cristo: "Cristo -dice- es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura."

Y entonces si nos encontramos con la perfecta representación de Dios sobre la tierra: no Adán, no el puro hombre, sino Cristo, el hombre nuevo, el nuevo Adán.

Pero resulta que Jesús entonces, no solo es la imagen perfecta del Dios trascendente, sino que tiene la misión de transformarnos a nosotros en imágenes del mismo Dios. "Vestíos del hombre nuevo, que sin cesar se encamina hacia la perfección, renovándose según la imagen de su Creador", dice Pablo a los colosenses.

Vestirnos de Cristo, plegarnos a su imagen, pues, es la tarea que ha de empeñar al hombre en esta tierra para alcanzar su fin. Esa es nuestra vocación: "Nos predestina a ser conformes con la imagen de su Hijo -summorfous tes eikonos tou uiou autou-" (Rom 8, 29), dice Pablo, y, en otro lugar: A cara descubierta, contemplamos la gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en la misma imagen, cada vez mas gloriosa, a medida que obra en nosotros el Señor, que es el Espíritu" (2 Cor, 3, 17-18).

Hasta tal punto, que la vida cristiana, en el nuevo testamento, consiste en un abandonar la vieja imagen de hombre para sustituirla por la de Jesús: "Así como hemos llevado la imagen del Adán terreno, así llevaremos la imagen del hombre celestial" (1 Cor 15, 46).

Esto no se da, pues, de entrada, es fruto de una evolución: Lo primero no fue lo espiritual (pneumatikon), sino lo puramente humano (psujikon); después lo espiritual. El primer hombre, hecho de tierra, fue terreno (joikos), el segundo hombre es del cielo (epournios). (1 Cor 15, 45-48).

De allí que San Pablo insta en "despojaos del hombre viejo que se va corrompiendo a medida que sigue las tendencias de la seducción y dejaos renovar por el espíritu y revertíos del hombre nuevo, que ha sido creado a imagen de Dios en justicia y santidad".

Es decir que la vida, siempre y en todo momento, para el cristiano, no es algo ya terminado, hecho, una dignidad que se tiene y que exige derechos, bienes que se poseen y están solo para el disfrute, sino mero punto de partida, inversión que debe acrecerse, don que supone una tarea, un esfuerzo, un realizarse.

Esta es, en el fondo, la suprema diferencia que aleja sideralmente a lo humano de lo puramente biológico, de lo animal, de lo vegetal, de lo mineral. El fenotipo del animal y aún su comportamiento, están sólida y perfectamente definidos por su genotipo. El animal, de por si, está  encerrado en las posibilidades de su especie, de sus condicionamientos instintivos, de su nicho ecológico, de su mundo circundante. El hombre, en cambio, nace no definido, abierto al universo, a apetencias 'in-definidas', al bien absoluto, a realizarse en Dios. Es un ser por naturaleza inacabado, embriónico: propósito, boceto, plan, sombra de lo que ser  y esbozo de lo ha de alcanzar.

Algo de eso ya se puede entrever en la diferente manera que tiene el hombre de encarar su vida aún natural: el ser humano puede y debe ser mucho m s de lo que su genoma le otorga: es capaz de transformar su medio, su entorno, su misma vida. Desde la primitiva existencia del hombre paleolítico, al hombre contemporáneo, conservando intactos sus 46 cromosomas, ¡cuántas transformaciones, cuantos descubrimientos, qué cantidad de esfuerzos que, sumados a través de la historia, han conducido al hombre actual!

Y seguimos adelante, porque esta en nuestro dinamismo natural y sano que lo que fue para otros el arduo punto de llegada, sea para nosotros nuevo punto de partida.

Sin embargo, ¡qué tentación, frente a tantos bienes que hoy el hombre posee, el querer detenerse en el camino! Tanto más cuanto que, para la mayoría de los que hemos nacido en este tiempo, y sobre todo los más jóvenes, pasa desapercibido el enorme esfuerzo de las generaciones que nos precedieron. ¿Quién se apercibe de que casi todo lo que posee o reclama hoy como derechos ha sido el fruto de descubrimientos fatigosos, de investigaciones pacientes, del trabajo hercúleo de cientos de miles de personas que vivieron antes que nosotros...? Y todo eso es hoy aquello con lo cual un chico más o menos común empieza: la computadora, la aspirina, la energía eléctrica, el automóvil, casas, calles, puentes, aviones... que otros inventaron y construyeron laboriosamente, pero que usamos nosotros con naturalidad, con inmediato disfrute.

¿Sobre cuantos dolores, cuantas fatigas, cuantos errores y fracasos, descansa la vida normal de cualquiera de nosotros!

Y como, espontáneamente, aquello entre lo cual hemos sido criados parece el mundo natural de uno, nadie se siente obligado a valorar esos esfuerzos previos, todo eso que recibimos y que de ninguna manera nosotros hemos conseguido.

A veces me pasa que voy con mi Citroen por la calle y, atrás, un superimportado me toca impaciente bocina porque le importuno el paso. Cuando humildemente me corro bien a la derecha y le cedo lugar me adelanta como una saeta. Muchas veces es un muchachito con el registro flamante, hijo de papá y que todavía se da el lujo de mirarme con desprecio...

Yo me río, y me gustaría preguntarle: "Pero ¿de qué estás tan orgulloso? ¿Acaso compraste el auto con tu plata, o diseñaste su carrocería, o descubriste el motor de cuatro tiempos, o la turbina, o inventaste la nafta, o colaboraste un solo ápice en el tener tal máquina, o en el asfalto de la calle que pisas?"

En realidad cualquier hombre de nuestro tiempo, por mas importante que se sienta, debe darse cuenta de que su aporte a la humanidad es incomparablemente menor, respecto a todo lo que ha recibido ¡en saber, cultura, ciencia, bienes, inventos, salud, entorno, aparatos! de aquel que hicieron los antepasados que nos precedieron en el tiempo.

Y no hablemos nada de la larguísima historia de la evolución de la materia y de la vida que, por la línea de los primates, ha desembocado en la aparición del ser humano, con toda la maravilla de su fisiología heredada, experimentada en las especies que anticiparon la nuestra, y sostenida por las que nos alimentan.

Pero tanto hemos recibido, y tan valioso y disfrutable es, que muchos sentimos como la tentación del que se saca el Prode, del heredero de una gran fortuna, del rico de nacimiento: simplemente gastar lo que se tiene, disfrutar de lo que se recibió, conformarse con lo que ya se posee.

La parábola de los talentos que hemos hoy leído nos habla precisamente de esa tentación y de la responsabilidad que tenemos respecto de los bienes recibidos. Todo lo que somos y tenemos se transforma en responsabilidad. Dios pedir  a cada uno según el punto de partida, el handicap, con que haya largado hacia la vida.

Pero, por supuesto que la predicación de Cristo no mira tanto a los bienes o al progreso meramente material o humano. La parábola quiere mirar sobre todo a esa dimensión de lo humano abierta a lo sobrenatural, ese "ser a imagen", que transforma la vida del hombre en un asemejarnos cada vez mas a Aquel que es la imagen perfecta de Dios.

Esa es la verdadera posibilidad del hombre, de la cual su progreso material o puramente humano solo es reflejo. El hombre está  hecho no para abrirse al progreso indefinido, no solo para que un día " la Humanidad " llegue a Marte o venza las enfermedades y fatigas de esta tierra, o para cualquier cosa que pueda obtenerse en la finitud espacial y temporal del cosmos, sino, todos y cada uno, para realizarse y plenificarse en Dios: no en lo natural, sino en lo Sobrenatural.

Pero en este plano es probable que, en general, el hombre contemporáneo, en su mayoría, pueda pensarse que haya recibido menos talentos que los que recibieron otras generaciones, que se movían en condiciones sociológicas más cristianas.

Y, en particular, es evidente que, en este plano, misteriosamente, Dios ha repartido desigualmente sus talentos a cada uno. Algunos han nacido en familias profundamente cristianas que, desde el vamos, los encaminaron rectamente hacia lo único capaz de hacerlos verdaderamente hombres y cumplimentar su destino. Otros, fueron educados en el extravío, en el mal ejemplo, en la adquisición de hábitos viciosos, en el desconocimiento de Cristo. Ciertamente Dios pedir  cuentas de diversa manera a unos y a otros.

Pero lo que queda en pie es que, hayamos recibido poco o mucho, lo importante es que siempre será lo recibido un punto de partida, un "ir hacia" la Imagen , un don que debe transformarse en tarea y que cuanto mas crezca, mas habrá aún de crecer.

Es fácil tentación para un cristiano común, frente a la inmoralidad del ambiente, la mediocridad de las costumbres, la falta de envergadura de los objetivos del resto, el pensar que lo que es o lo que tiene es suficiente para merecer la aprobación del Señor.

El evangelio de hoy nos llama a la reflexión: el Señor volver  recién a pedirnos cuentas al cabo de los tiempos, al final de nuestras vidas. Mientras tengamos un segundo de aliento, nuestra obligación es hacer multiplicar los talentos, seguir pujando hacia la imitación de Cristo el Señor. No somos todavía imagen de Dios, estamos hechos 'a imagen', 'hacia la imagen'.

La alegría del cristiano no puede ser nunca, hasta el final, el puro disfrute de lo adquirido; sino la alegría de la lucha, del seguir creciendo, del marchar siempre adelante, aún en nuestro cansancio de ancianos, de nuestras camas de enfermos, de nuestra aparente inutilidad de jubilados; tanto mas en nuestros años de fuerza y de empuje, de juventud y horizontes; en este punto de partida, de largada, del tiempo de esta vida; solo lugar para la inversión excelente, que es el gastar y desgastar la vida en el servicio a Dios y a los hermanos.

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