1996. Ciclo A
33º Domingo durante el año
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo al tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos ganó otros dos, pero el que recibió uno solo hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor -le dijo-, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel -le dijo su señor-; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor -le dijo-, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!" Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado, y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quitadle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene se le dará y tendrá más, pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene. Echad afuera a las tinieblas, a este servidor inútil: allí habrá llanto y rechinar de dientes"».
Sermón
Cuando en el año 390 antes de Jesucristo los galos invadieron Italia y saquearon Roma, lo único que no pudieron tomar fue el Capitolio que, al mismo tiempo que era la fortaleza de Roma, cobijaba los templos de sus tres divinidades principales, Júpiter , Juno y Minerva . El Capitolio -hoy el Campidoglio - se salvó, defendido valerosamente por Manlio Capitolino , que había sido alertado de noche mientras los galos intentaban un ataque por sorpresa por los graznidos de las ocas sagradas del templo de Juno. Desde entonces los romanos añadieron al nombre de su diosa Juno el título de Moneta , Juno Moneta; del verbo latino monere que significa advertir. Juno Moneta, la diosa que advierte, Juno la avisadora.
Se cuenta que, más tarde, cuando la guerra contra Pirro , los romanos, temiendo que les faltase dinero, habían pedido consejo a Juno. Esta les respondió que nunca carecerían de él si regulaban sus guerras de conformidad con la justicia. En agradecimiento por este consejo, se decidió que la acuñación de la moneda se haría bajo los auspicios de la diosa y dentro de su templo. En realidad de moneta , Juno Moneta, es de donde derivan nuestro vocablo moneda - y monetario-.
Pero claro que, antes de que existiera la moneda, los intercambios comerciales de los hombres se habían realizado con otros medios. Al comienzo, el mero trueque: 'vos me das cinco pieles de venado yo te doy tantas arrobas de cebada'. Así se mueven aún algunas culturas primitivas. En cambio, en los grandes latifundios de Egipto, Mesopotamia, Asia menor o Europa, durante el neolítico, para establecer el monto de las riquezas o los valores, una medida común fueron las cabezas de ganado menor: ovejas o cabras. En latín a este ganado se lo llama pecus , de allí derivan nuestros términos pecuniario o peculio.
Estas medidas estaban sin embargo sujetas a los avatares del tiempo, eran perecederas: fieras, pestes y sequías las insidiaban por igual. No eran medidas confiables Por eso ya en las civilizaciones egipcia y sumeria de la edad del bronce se intentó justipreciar lo que quería adquirirse o venderse mediante objetos valiosos no corruptibles, como piedras o metales preciosos. Entre otras cosas, la sal -que había que extraer trabajosamente de las salinas y no abundaba en todas partes, siendo indispensable para la alimentación tanto de los seres humanos como de los animales domésticos- fue durante mucho tiempo una medida de pago casi universal. De allí, de sal, proviene nuestra palabra salario .
Pero lo que terminó por prevalecer fue finalmente el metal, que a su valor -por escaso- e inalterabilidad añadían la manejabilidad consiguiente a su bajo peso relativo. Todavía hoy, al dinero, lo llamamos plata.
Egipto y Babilonia usaron ampliamente los lingotes de metales preciosos. La posterior división de los lingotes en piezas iguales hizo más sencillo su manejo; pero no resolvió el importante problema que suponía la dificultad de determinar con precisión tanto el peso como la ley, o composición, de cada pieza. Ello motivó finalmente la aparición de las monedas acuñadas, es decir señaladas con un cuño, un sello, en las que la efigie del soberano garantizaba la exactitud del peso y de la ley.
De hecho y aún cuando la aparición del papel moneda, éste siempre hacía referencia a una determinada cantidad de metal guardada en los tesoros públicos y contra los cuales se libraba el billete. Es reciente que el dinero hoy tenga como respaldo las economías nacionales y no los depósitos en metálico. De hecho el último en abandonar la convertibilidad oro fue Estados Unidos en 1971.
El asunto es que, en época de Jesús, coexistían unas cuantas monedas, ya que como el metal no era perecedero -como los australes, por ejemplo- no desaparecían fácilmente de la circulación. De tal modo que todavía se usaban monedas persas, helénicas, judías y romanas.
Empero las más usuales eran el denario romano que vendría a valer un sueldo diario, un jornal, y estaba dividido en diez partes llamadas ases . De diez, en latín, decem , y cada diez: deni, viene denario. Y de denario proviene nuestro nombre dinero .
El talento, en cambio, no era una moneda sino el nombre que se daba a una determinada cantidad de ella: algo así como decir 'un palo verde'. Y derivaba del griego talanto , balanza; de allí, peso, inclinación. Por eso de esta raíz viene no solo talento, sino talante , la inclinación, el carácter de una persona.
El talento era una suma fabulosa: algo así como 20.000 denarios o 35 kilos de oro. Cifras que podían manejar solo las arcas públicas o gente tipo Patiño o Rockefeller.
Y nuestra unidad monetaria el peso -o la peseta española- tiene esa misma etimología, aunque latina: de ponderar, pensar, juzgar o pesar. El que piensa pesa las razones, las posibilidades. Así que se ve que en nuestra herencia latina y española los pesos y el hacernos pensar van muy unidos. Siempre estamos pensando en ellos, aunque nos traigan pesa dillas y pesa dumbres, que también derivan de peso.
Que la palabra dólar venga de la moneda germana llamada thaler , tálero -en español-, no tengo necesidad de decirlo porque no tiene nada que ver con esta parábola. De todos modos taler es un apócope del termino gentilicio Jòachimstaler, perteneciente a Joachimstal , ciudad de Bohemia que se había hecho famosa por la constante y segura ley de su moneda, una especie de Suiza de la época.
Sea lo que fuere de estas etimologías, se ve que, a pesar de toda su divinidad, bien humano era Jesús ya que no vaciló en recurrir a ejemplos pecuniarios para transmitirnos su mensaje.
Pero es verdad que, prosaicamente, de nuestro ser tanto substancial como accidental, una de nuestras partes más queridas -y más vividas- son los pesos que tenemos o que nos faltan en nuestro bolsillo, de tal manera que, más allá de ser el símbolo universal de cualquier cosa, el comodín de todos los bienes, la entrada a todas las posesiones muebles o inmuebles consumos y placeres y, hoy en día, la llave cometa de todas las excepciones, privilegios, los pesos que poseemos, son, en nuestra época, según el lado del que estén los ceros, el índice perfecto, la medida exacta de nuestra posición en la pirámide de los humanos seres.
Pero por suerte, gracias al evangelio, la palabra talento ha adquirido mejor prosapia que su origen, y más que nominar nuestra cuenta bancaria, indica la cantidad y peculiaridad de los dones con los cuales Dios nos provee abundantemente a todos los que como seres humanos nacemos a este mundo.
Dones que hemos de agradecer y que sin duda se nos han dado para que disfrutemos de ellos. Pero claro que no solamente para eso. Porque resulta que estos dones no son puro dinero para gastar, sino sobre todo plata para invertir. Los grandes negocios del Imperio Romano ya habían transformado la moneda no solo en medio de pago o medida y reserva de valor -y por lo tanto en objeto de ahorro-, sino también en capital de inversión. Eso que las economías poco desarrolladas del medioevo no alcanzaron a entender, condenando toda ganancia a partir del préstamo como usura, se practicaba regularmente en la voluminosa economía romana. Tanto que hasta un aldeano de Galilea como Jesús estaba al tanto de negocios que se podían hacer con el solo dinero. 'Dinero atrae al dinero' -se dice por allí- y cuanto más dinero más la cantidad que atrae. Y no es sino una constatación de hecho el que haya sido justamente el que menos talentos recibió el que nada ganó.
Y es verdad que suelen ser las grandes riquezas las que más arriesgan y el que tiene poco más bien tiende a conservarlo. Lo cual también vale para las empresas del espíritu: los ánimos magnánimos, nobles, inteligentes, enamorados, sanamente ambiciosos, son los que descuellan y ganan las carreras de la vida por varias cabezas. Es propio de la grandeza y de la esplendidez generosa buscar la aventura, el riesgo, la ampliación de los bienes. No serán los que se quedan en la seguridad del llano quienes mueren en la alta montaña, pero tampoco los que llegan a las cimas. No son los espíritus pacatos quienes cometerán grandes pecados; pero tampoco quienes se hacen santos.
Es obvio que Jesús ve la vida, toda la vida, y junto con la vida los regalos de las circunstancias y de la gracia, no como algo que debamos usufructuar instalados y satisfechos en lo nuestro, sino como algo a ser arriesgado, invertido, regalado, puesto en servicio. Como en el viejo juego de El estanciero -que todos los chicos jugábamos, antes de que apareciera la televisión- en que uno iba avanzando por las provincias de la Argentina invirtiendo comprando y arriesgando y las propiedades iban creciendo en valor y en la pila de fichas de las inversiones que les poníamos encima, al ritmo de nuestras inspiraciones y de nuestros dados.
Pero como decía Einstein , ' Dios no juega a los dados' , y sabemos que todo es motivo de su providencia: que encamina hasta la más mínima de las circunstancias, desde el hanta virus, hasta la mujer de nuestra vida con la que nos topamos por casualidad, al bien definitivo que quiere darnos, a la vez don de su gracia y objeto de nuestra conquista o premio de nuestras inversiones arriesgadas.
Pero no digas para tu consuelo que Dios te ha dado pocos talentos y que por lo tanto poco habrás de rendir cuentas el día que te enfrentes a tu dueño. Sea lo que fuere de tus dones naturales, si estás bautizado, tenés portentosos talentos para emprender cualquier empresa heroica y sobre todo la empresa magnífica de la santidad.
Porque Dios no siempre te llamará a decisiones extraordinarias u extravagantes que te hagan, al menos por afuera, excesivamente distinto de los demás, pero siempre te exigirá la hazaña interior, el vivir en gozo y entrega aún tu rutina diaria transformada desde el centro de tu corazón en acto de ofrenda, de arrojo, de oblación a Dios y a aquellos a quienes amas.
Dios no quiere que lo tuyo que te ha dado -porque decís que es poco- solo te dediques a cuidarlo en la seguridad sin compromisos de tu perfumado ego. Ni siquiera podés excusarte en lo de que 'lo que tengo es poco': puede que no lo hayas descubierto, que no sepas que lo tenés, pero ¿acaso podes dudar de la generosidad de Dios, que te ha creado nada menos que 'a su imagen y semejanza', con un cerebro capaz de conocerlo y de conocer a tu prójimo y con un corazón que si lo atizas es capaz de arder como un alto horno para ponerse realmente a amar?
¿No tenés al menos tus penas que ofrecer, el tesoro de tus angustias y soledades que ofrendar; no podrás compartir acaso aunque más no sea una sonrisa y en ella mostrar a los demás algo del querer de Dios..?
Un solo talento. No: teniendo muchísimo más te movés como si tuvieras un solo talento, sin descubrirte a vos mismo, envidiando los cinco o dos talentos que han recibido los demás, y acomplejado o, a lo mejor, satisfecho de tu poquedad... Cuántas veces he escuchado 'Padre, yo no tengo pasta de santo'. Vaya a saber qué es lo que pensás que es ser santo: te confundís con historias de penitencias, o con sonrisas de yeso y estuco y de ojos en blanco levantados al cielo... : no has descubierto todavía en los santos su fascinante historia de un gran amor...
Pero lo que te pasa es que querés llevar ese auto de carrera que Dios ha puesto adentro tuyo, esa Kawasaki de cinco mil centímetros cúbicos, al paso de la tortuga, te conformás con dos kilómetros por día, cuando estás hecho para ir a la velocidad del viento, disputando espacio y tiempo a la ligereza de la luz ¿No sabés que los autos de carrera no están hechos para ir despacio y que así andando funcionan mal? ¿no sabés que el motor al cual nunca metés pata termina por achancharse?
No te has decidido nunca a servir en serio a tu señor. Más amigo sos de Juno Moneta que de Cristo Jesús. Pero Juno Moneta no hará graznar a sus ocas para que estés despierto cuando a pedirte cuenta de los talentos que te ha dado llegue de improviso tu Señor.