LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN
(GEP 15/08/75)
Cualquiera que, echando una mirada atenta a su alrededor, observe la naturaleza, el ámbito material en el cual el ser humano tiene su habitáculo, su hábitat, no podrá sino asombrarse frente a la ubérrima riqueza de las cosas y los seres que componen el universo.
Ya los antiguos habíanse admirado ‑aún en ese universo relativamente pequeño que ellos imaginaban, con su fragmentaria porción de tierra conocida y esa especie de lona de circo que era el cielo con sus luminarias en eterno movimiento‑ del estupendo espectáculo de la naturaleza. Por eso postulaban, para ella, una ‘inteligencia’, un ‘logos’ ordenador, ‑tal los estoicos‑ o una ‘sabiduría’ omnipotente y creadora –tal los judíos‑, capaz justamente, de su propia infinita abundancia, reflejarla en la naturaleza.
¡Cuánto más nosotros, hombres modernos, no habremos de admirarnos, rotos los límites de las primitivas concepciones científicas, ante esta opulencia de las cosas que nos descubren telescopios y microscopios, bisturíes y ciclotrones! ¡Espacios insondables del cosmos salpicado de incandescencias de galaxias y del rítmico danzar y pulsar de astros y de novas! ¡Abismos de la materia microscópica y sus chisporrotear de partículas infinitesimales! ¡Tronar de los volcanes, albura de glaciares, majestad de piélagos y cataratas! ¡Arquitecturas proteicas obedientes a sus cromosomas y a su ácido desoxirribonucleico! Circular de savias, beber del fuego astral en el proceso fotosintético, palpitar de arterias, mágico flujo de las neuronas, alquimia de las hormonas. ¡Sí! ¡Fantástico espectáculo de la vida! Desde el insidioso virus al laborioso enjoyado plumaje de colibríes y quetzales; desde el medroso huir de la liebre a la melenuda soberbia del león; desde la apoteosis de la crisálida florecida en mariposa hasta la paciente y carnicera urdimbre de la araña. ¡Espectáculo mil veces renovado de la naturaleza! ¡Qué catálogos y enciclopedias podrán nunca abarcarla!
Porque nuestros ojos atónitos no puede ni siquiera detenerse en el ‘espacio’ que nos circunda: el viaje ha de hacerse también en el ‘tiempo’, hasta el momento del estallar prodigioso de la materia primigenia hace diez mil millones de años(1); el morir de estrellas y el enfriarse de los planetas, la aparición de protozoarios y trilobites, el tímido arrastrase de los primeros anfibios, pesado caminar de los dinosaurios, el grácil volar de pterosaurios, el trotar de los gliptodontes, las selvas gigantescas madres del petróleo.
Sí. En el espacio y el tiempo pululante, pletórico, exuberante, opimo desplegarse fértil y colorido de la materia.
¡Divino y sublime Artista Quien, después de creerla de la nada, con tus manos geniales de alfarero modelaste la materia y la distribuiste bella y luminosa por los escaparates del mundo!
Pero ¿para qué tanto trabajo? ¿Para qué estos fastos, esta colosal belleza y abundancia? ¿A quién, para quién has trabajado Señor, si Tu no lo necesitas; si a Ti te basta la infinita cuenta de tu riqueza trinitaria?
“Erase en el principio”
“Y Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó y dijo ‘yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra y todos los árboles que dan frutos con semilla… y a todos los animales de la tierra y a todos los pájaros del cielo’ (…)”. Y les doy las aguas y les doy la tierra y les doy los astros y los espacios del cielo. “Y así sucedió. Y Dios miró todo lo que había hecho y vio que era muy bueno”
Sí: al hombre. Todo para el hombre. Él es el heredero único del tiempo y del espacio. Desde el alborear del cosmos Dios fue preparando la tierra para la aparición del hombre. Él es la meta de orogénesis y glaciaciones, de equinodermos y cefalópodos. Él es la meta de la materia y de la vida. Lo demás es prólogo, preámbulo.
Y él es también el centro del universo –a pesar de Galileo‑ porque todo es para él y el lugar único que ocupa con su inteligencia. Y seguirá siendo el centro aunque se desplace en algún futuro a cualquier lejano lugar del universo.
Por eso todas las tensiones y dinamismos de las cosas se han aliado para constituir y construir la máxima maravilla de la materia que es el cuerpo humano y, una vez construido, a él servirlo. El cuerpo del hombre es como la concentración, el resumen, la síntesis, de todas las riquezas y posibilidades del universo mundo. De allí que ya los antiguos filósofos afirmaran que el ser humano era su ‘compendio’: el ‘microcosmos’, sinopsis del ‘macrocosmos’. Y, así, cuando Dios informa al hombre el alma racional no solo crea al ser humano sino que da su sentido pleno a todo el universo. Porque es a través de la persona humana como toda la riqueza y el acontecer del mundo material se encontrará definitivamente con Dios. El hombre, en su cuerpo racional, carga sobre sus espaldas el destino de toda la materia.
Por ello cuando más allá de la pura razón, en donación suprema, el Verbo divino, segunda Hipóstasis trinitaria, reflejo del Padre y arquitecto de la creación, une su sagrada persona al hombre, no solo diviniza su razón sino que, de alguna manera, sublima todo el universo, mediante el cuerpo humano, a la meta o culmen e insuperable de la divina trascendencia.
Y, así, cosmos, cuerpo y alma, en inescindible abrazo son ascendidos hacia Dios.
No. Cristo no viene solamente a salvar las ‘almas’, viene a salvar el mundo en sus frutos más plenos. El cuerpo no es la rémora material, la prisión que el alma deba abandonar como carroña putrescible para, liberada, volar a la divinidad. El cuerpo humano es el compañero bueno que constituye nuestra esencia y que ‑representante máximo del universo‑ habrá de resucitar. Dios no premia a almas separadas, premia a los hombres, razón y materia, alma forma substancial del cuerpo y, junto con él, al mundo que forma parte de su ser.
Todo esto nos ayudará a comprender el hecho histórico de la Asunción de María que hoy celebramos. En Cristo y María resucitados, ya en el Cielo de cuerpo y alma, el cosmos entero ha pegado su salto definitivo. La evolución ha tocado a su fin. El hombre, varón y mujer, Cristo y María ‑su socia redentora‑, ha arribado ya a su desenlace. No solo en alma, sino en esos cuerpos, masculino y femenino, en los cuales confluyó el poder y el amor de Dios a través de la materia, cuerpos los más perfectos que supo la naturaleza fabricar.
Nicolas Poussin, La Asunción, 1650, Louvre
El mundo –instrumentado por el cincel del divino Creador‑ se rompió todo, puso lo mejor de sí mismo, para plasmar a María y, en ella, al Hijo de Dios.
El y Ella, pues, ya han llegado. Cuerpo y alma. Por ellos, ya ha sido iniciada la Nueva Creación. Ya son visibles en ellos los “nuevos cielos y la tierra renovada” de que nos habla el Apocalipsis.
Solo queda ahora que Jesús y María, su madre Inmaculada, nos tiendan la mano también a nosotros para que podamos llegar y, en la resurrección de los cuerpos al fin de los tiempos, con nosotros, toda la creación. Así sea. Amén,
1 El consenso de los científicos contemporáneos propone como edad del universo una cifra comprendida entre los 13.761 y 13.835 millones de años