Sermones de la santísima virgen maría

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1972
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Lc 1, 26-38

Si hiciéramos una encuesta entre los católicos no encontraríamos demasiados capaces de acertar sobre el sentido de nuestra solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Yo mismo, preguntando sobre ella, he escuchado los desconceptos más grandes: desde los que declaran sin más su ignorancia, hasta los que piensan vagamente en una concepción milagrosa o en un parto virginal de Ana, madre de María.
Es claro que mucho no interesa esta ignorancia mientras ‑como lo están todos‑, se esté dispuesto a admitir lo que la Iglesia entiende por Inmaculada Concepción. Sin embargo esta posición humilde no puede ser el común denominador de ningún cristiano culto de hoy en día. No deja de ser hermoso, empero, que, tratándose de privilegios de Nuestra Madre, ningún católico está –aunque no los entienda‑ dispuesto a discutírselos. Salvo algún malnacido teólogo.
Pero, expliquémonos, pues.
La definición dogmática que Pio IX proclamara solemnemente el 8 de Diciembre de 1854 dice textualmente así:

“Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.

Así pues “fue preservada inmune de toda mancha de culpa original” es el centro de la definición y por tanto el núcleo del dogma.

Para entenderlo el paso siguiente sería tratar de ver qué es esta ‘mancha de culpa original’ de la cual la Virgen nace exenta y que, por cierto, no puede quitarse en cualquier tintorería.
¿Qué es esta “mácula de culpa original” de la cual estando por privilegio especialísimo eximida María, grava sobre todos nosotros como funesta consecuencia del pecado?
¿Qué será esta mancha que, como se afirma tradicionalmente, desde el primer trágico traspié del hombre se extiende como una enfermedad hereditaria por toda la historia, contagiando a todos y cada uno de los hombres?

Después de superar los inconvenientes de último momento que retardaron su salida, ha partido nuevamente hacia la luna un Apolo –el 17 de la serie #1‑. En las fotos aparecía, antes de partir, como una imponente masa de hierro pesadamente posada en tierra, como un edificio de 300 pisos y, sin embargo, cuando el combustible comenzó a hervir en sus turbinas, ese enorme artefacto fue capaz de superar su peso y dispararse como un dardo a las alturas.
Imagínense si llegaran a pararse los motores en medio de la subida. Sin duda no tendría necesidad de nadie que lo empujara para precipitarse pesadamente en tierra.
Y esto nos servirá de comparación para entender un poco y sin recurrir a lenguaje teológico lo del pecado original.
Así como el Apolo está construido para remontarse a la luna, así el hombre ha sido creado para encaminarse hacia Dios. Pero así también como el vehículo espacial, a pesar de sus turbinas, no se desprende de la tierra sin el combustible quemando en sus entrañas, así el hombre no puede alzarse hacia Dios sin la gracia sobrenatural.
Supónganse que el Apolo dijera “¡Qué estupendo aparato soy, qué magnífica línea, qué maquinarias, qué preciosos circuitos electrónicos tengo, ¿para qué quiero esta porquería de combustible que, echando humo arde quemante en mis tuberías? ¡Fuera con él! ¡Me basto a mí mismo!” y, abriendo las compuertas de sus depósitos, lo echara al vacío. No necesitaría que nadie castigara desde afuera su presunción, para caer como un bólido a tierra.
También el hombre, al pecar se aparta de la gracia, que de por si no posee por naturaleza: “no necesitáis de Dios, de su combustible” le dijo –y sigue diciéndole‑ la serpiente, “debéis ser autosuficientes como dioses”, “vosotros mismos determinaréis cual es el bien y cuál es el mal con las hermosas turbinas y circuitos electrónicos de vuestra propia inteligencia. Vosotros mismos podréis fabricar vuestro combustible”. Y eso hicieron los hombres y lo siguen haciendo. Eso es el pecado “Hago lo quiero no lo que tú me dices”. No tengo necesidad ni de tus instrucciones ni de tus naftas. Y, desde entonces, todos nacemos sin combustible, sin la gracia y por lo tanto, cayendo hacia abajo atraídos por la fuerza de gravedad.

Esa fuerza de gravedad no sanada por lo sobrenatural, no detenida y contrarrestada por la gracia, es en el hombre la famosa ‘mancha de pecado’. Original lo llamamos porque es innato en nosotros. Sin la gracia que nos impele hacia Dios caemos hacia nuestra naturaleza atraídos por la fuerza de gravedad de nuestro natural egoísmo.
Egoísmo del ‘espíritu’, que es orgullo, envidia, odio. Egoísmo del cuerpo o de la ‘carne’, que es lujuria, pereza, gula, avidez de placeres. Egoísmo de las ‘cosas’ que nos rodean que es avaricia, falta de generosidad, rapiña.
Todos nacemos atraídos desordenadamente por estos bienes.
Esta fuerza de gravedad, esta atracción, este egoísmo que traba todas nuestras acciones hacia Dios y los que nos rodean, y nos hace tan difícil ser buenos y formar sociedades sanas, es lo que en teología se denomina ‘concupiscencia’, ‘mancha del pecado’.

Espontáneamente todo hombre está tensionado por la atracción de su yo buscando estas satisfacciones. Necesita de la educación de los padres y de la sociedad ‑y también de la policía y de las cárceles‑, del autodominio, de la ascesis, y sobre todo de la gracia de la Palabra de Dios y de los sacramentos, para luchar contra ella; y no siempre sale vencedor. ¡Cuántas veces hacemos no lo que pensamos que debemos hacer sino aquello a lo cual nuestro instinto egoísta nos arrastra!
Y eso –aparte de la apostasía de nuestras sociedades que aparta de la gracia de Cristo a nuestra gente‑ es lo homicida de la educación y la psicología contemporánea que, porque apartados de la verdad, no creen más en el pecado original, piensan que no hay que crear ninguna represión en los educandos, no hay que retarlos, no hay que enseñarles educación. Hay que dar rienda suelta a la espontaneidad, a los instintos. Y no se dan cuenta de que esos instintos, esa espontaneidad no es sino muchas veces la fuerza de gravedad incontrolada del egoísmo y del pecado.
No. Debemos hacernos violencia #2 y enseñar a violentarse a nuestros hermanos. Hay que frenar con esfuerzo, haciéndole violencia, la caída del Apolo, quemando el combustible de la gracia en las turbinas del alma, para que poco a poco pueda nuevamente erguirse airoso y volar raudo en el desinteresado amor a Dios y al prójimo.

Por los méritos de Cristo, María nunca careció de combustible. Desde el instante mismo de su Concepción, la gracia se encendió en su alma perfecta, sin gravedad, sin egoísmo, sin mancha.


Benozzo Gozzoli. (1420 - 1497) Nacimiento de María

Dios no podía permitir que la que había de ser Su Madre ni siquiera por un instante fuera perturbada por el egoísmo, atraída hacia la tierra, tentada por el ridículo pecado.
Ave María Purísima, sin pecado, sin mancha, concebida.
Inmaculada Madre, ruega por nosotros, pecadores.

1- El Apolo 17 fue enviado al espacio el 7 de diciembre de 1972 por un cohete Saturno V, desde la plataforma 39A del complejo de Cabo Kennedy, en Florida (EE. UU.). Oficialmente se conoció como AS-512 y fue el encargado de enviar a los últimos astronautas hacia la Luna. Fue la sexta y última misión de alunizaje, que se desarrolló sin grandes incidentes, salvo el retraso en el despegue en 2 horas y 40 minutos (cuando la cuenta atrás alcanzaba T-30 segundos) debido a un fallo en el control de presurización de la tercera fase. Fue el primer vuelo tripulado estadounidense que despegó de noche. (Wikipedia)

2- “el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan" Mt 11, 12

 

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