Sermones de la santísima virgen maría

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1988
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Lc 1, 26-38

Que Dios está en todo lugar es una verdad que hoy conoce cualquier chico de catecismo. No ocupa un sitio geográfico ni está en el tiempo. Pero, en Su trascendente eternidad, sostiene, inmediatamente, con su presencia causal, el existir de todo el universo y de cada una de las partículas infinitesimales que lo componen (1). Dios es ubicuo al cosmos o, mejor, desubicado propiamente de él. Más bien es el universo el que se ubica en Dios.

Pero esto no lo supo Israel desde sus comienzos históricos. La revelación fue progresiva. En sus inicios, allá cuando los legendarios jeques de las tribus primitivas –Isaac, Jacob, Israel, Abraham- lideraban a sus clanes, la divinidad, concebida como un poder personal totémico, genio benéfico protector de esas familias consanguíneas, estaba ligada a determinadas realidades transportables, como la famosa 'arca de la alianza' o la ‘tienda de la reunión', que eran llevadas en sus desplazamientos por las tribus y vehiculizaban la presencia protectora de Dios.

En los relatos posteriores, elaborados sobre la memoria ancestral de esos hechos, tienda y arca o tabernáculo se unieron fueron una sola cosa. La ‘habitación' de Dios, su compañía, se simbolizó por la presencia de la ‘columna de nube' que a ella, la tienda, descendía.

Cuando las tribus se sedentarizaron y ocuparon el territorio cananeo, pasaron de la tienda portable a adorar al ‘dios territorial', del suelo o territorio en el cual esos clanes se asentaron. La divinidad se asociaba ahora a ‘la tierra' y a un especial lugar, ‘el templo'. Y hubo muchos templos en Israel –Siquem, Betel, Mambré, Bersabé y, luego, Guilgal, Mispá, Gabaon, Ofra, Dan, Garizim, Jerusalén, cada uno asociado a un territorio, a una tribu y a una leyenda fundadora.

Tanto es así que, cuando Naamán el Sirio es curado de su lepra por el Dios de Samaria, interviniendo el profeta Eliseo , al regresar a Siria, su lugar natal, carga dos mulas con tierra de Israel para poder seguir orando al Señor fuera de su límite de influencia (2 Rey 5, 17).

Mucho después, en la época del rey Josías (620 AC) y como recurso de unificación política y moral de los judíos, este gobernante prohíbe el culto en cualquier otro templo que no sea Jerusalén. Así transforma a éste en el único lugar sagrado de Israel e intenta lograr que toda la vida religiosa –y por lo tanto, política- de Israel gire alrededor de la capital. Esta unificación nunca fue lograda del todo. Todavía en la época de Jesús los samaritanos seguían rindiendo culto a Yahvé en su templo del monte Garizim.

Pero lo que había avanzado era la teología, la concepción de Dios. El templo no era ya un lugar donde Dios ‘habitara'. Él, en todo caso, habita en su propia dimensión ubicua, significada por la palabra 'cielo'. Pero sí se hace presente de una manera especial en el templo jerosolimitano donde, cuenta el libro de los Reyes (I Rey 8, 10), al ser inaugurado, desciende la famosa nube de los relatos del desierto.

Esta nubosidad está permanentemente representada por la oscuridad o sombra penumbrosa en la cual está sumido el Santo de los Santos, el lugar más recóndito y sacro del templo. Allí solo puede entrar el Sumo Sacerdote una vez por año. Allí, hasta su desaparición durante el saqueo de las tropas de Nabucodonosor, estuvo depositada el arca.

Durante el exilio en Babilonia, los judíos, lejos de Jerusalén y de su templo, finalmente alcanzan la plena revelación de la trascendencia de Yahvé, su Dios, con respecto al universo y afirman que, aún en Babilonia, Dios sigue siendo Dios. No depende de ningún templo o territorio, porque es el creador constante de todas las cosas y, por lo tanto, presente y manifestándose en todo lugar.

El templo, cuando reconstruido a la vuelta del exilio, cumplirá solo una función simbólica, sacramental. Sin embargo no pierde su valor, porque allí se cristaliza una ‘presencia' mucho más honda que la meramente física, geográfica, arquitectónica, icónica, de Dios en el mundo.

Es la presencia que se da mediante la asimilación de Su palabra creadora e iluminadora en el pueblo de Israel que la recibe. La Tora , la Ley vivida. El pueblo de Israel, fiel a la palabra personal de Dios -que se acerca no desde lo meramente físico, de lo puramente causal, sino de lo personal, de lo amical y paternal- ese pueblo, en la medida en que responda con su conducta a esta iniciativa divina, será el que se transforme en verdadero templo de Dios. Lugar de manifestación de Dios a los hombres.

El templo material cumple, entonces, la función puramente catalizadora de este doblaje simbólico en el cual, a través de la perfección de los ritos y de las normas de pureza ritual que llevan a cabo los sacerdotes, se excita a la verdadera pureza y al auténtico sacerdocio que han de vivir los fieles en su conducta maleada por la palabra de Dios, por la Ley. Así, el mismo pueblo fiel se debería haber hecho manifestativo de la presencia de Dios al resto de los hombres.

Por eso la pureza del rito y la perfección de los sacrificios y la majestuosidad de los sacerdotes y de su liturgia no bastaba. Los profetas rugían por el comportamiento ético que debía acompañar a los ritos. En la historia de las religiones es la primera vez que se une lo ético a lo religioso, que deja, así, de ser puramente ritual, mágico.

Pero, de hecho, la conducta del pueblo israelita estuvo lejos de ser manifestativa de la presencia de Dios entre los hombre. Israel no se presentaba como verdadero templo, como auténtico receptor de la palabra de Yahvé, como seriamente sacerdotal. Sus pecados, su infidelidad a la palabra, su inconducta, lo hacían opacos transmisores de ‘la presencia' y, por eso, los grandes profetas les hablan de la inutilidad de sus fastuosos ritos en Jerusalén. Jeremías predica contra el templo en el que se pone una confianza vana al no querer reformar la propia vida (7, 1-15). Y Ezequiel , en una visión (10, 18-22; 11, 22-25), ve cómo la nube de Yahvé abandona ese templo mancillado por las impiedades. Pero, al mismo tiempo, anuncia que un día Dios retornará a ‘ un templo nuevo' , ‘ lugar de su trono' (43, 1-7), donde habitará para siempre en medio de los hijos de Israel. Y, también augura, que el nombre de Jerusalén será entonces “ Yahvé está allí ” (48, 35).

El famoso templo de Herodes, cien veces más lujoso que el de Salomón, -siguen sabiendo los verdaderamente creyentes- también es solo un símbolo. Un ‘doble' ritual, visible, de lo que realmente ha de ser la presencia de Dios en la vida de Israel. No, ciertamente, este nuevo templo de oro y mármol.

Diversas sectas, incluso prescindiendo totalmente del templo, intentan realizar esta presencia llevando adelante una vida permanentemente ajustada a la Ley de Dios. Esenios y fariseos, por ejemplo, intentan vivir esa intención. Pero el fracaso los persigue y, también, el orgullo, el sectarismo, la pura legalidad externa, la hipocresía, el pensar que ellos hacen presente a Dios, solo con sus normas, con sus reglas de pureza, con sus propias fuerzas.

Esto los embarcará en una línea que, mucho más tarde, desembocará en sionismo cabalístico (2), a la identificación de lo divino con el pueblo judío.

Libro cabalístico

La cosa es que, finalmente cuando Dios quiere transmitir su palabra y revelación definitiva a los hombres; cuando quiere hacerse definitivamente presente entre ellos, no solo con indicaciones y palabras, sino en su Verbo personal, en Su Palabra, Él mismo se ocupa de preparar Su propio templo (3) y de ‘cubrirlo con su sombra', ‘con su nube'.

Y, ciertamente ese templo no será un lugar –esa concepción arcaica ya había sido superada por los mismos israelitas- sino que será, privilegiadamente, una persona, ‘una mujer'.

Ésta, no por sus propias fuerzas, ni por las de la naturaleza -como Eva-, sino desde la virginidad y por el poder y la gracia de Dios, en consonancia perfecta con la Palabra de Yahvé desde el primer instante de su concepción y en todos los instantes de su vida consciente, se hizo totalmente transparente a la presencia del Señor y, por lo tanto, capaz de engendra al Verbo, a la Palabra.

Hágase en mi según tu palabra

Y la Palabra se hizo carne"

Solamente en la translucidez perfecta de María, Dios podía hacerse personalmente presente a los hombres. Perfecto templo de Dios, torre de David, torre de marfil, casa de oro, arca de la alianza, puerta del cielo.

Es verdad que nosotros decimos que hoy Dios se hace presente en el mundo a través de la Iglesia. Es decir a través de nosotros los cristianos. Que el templo de Dios en el mundo no es ni el Vaticano, ni las paredes de San Pedro, ni las paredes de esta capilla; sino la comunidad cristiana. Somos los que tenemos la llave de la palabra de Dios a los hombres y la hacemos más o menos transparente según nuestra fidelidad a Jesús.

Pero el modelo permanente de templo, de ‘presencia', sigue siendo María. Ella es el modelo de la Iglesia, como la llaman los papas. Al mismo tiempo que su origen y su madre.

Y ella sigue siendo lugar de encuentro luminoso y materno con Cristo y, tanto más, cuando los hombres y mujeres de la Iglesia, clérigos o laicos, perdemos transparencia con nuestros pecados, nuestra mala doctrina, nuestras imperfecciones.

La Iglesia no es el templo lugar de los ritos. Es el conjunto de los ‘cristianos templo' viviendo marianamente la presencia de Dios entre los hombres y entregando a Cristo al mundo.

Sin María no hay Cristo. Sin María el templo es paredes, lugar de liturgias vacías. Sin María el cristianismo es ley sin ternura y sin relaciones personales con Dios.

Busquemos a Jesús en María y a Jesús con María. Ella es el único ‘lugar templo' puramente transparente para encontrarnos con su Hijo. Por el privilegio de la Inmaculada Concepción en ella nunca encontraremos a un Cristo deformado. Ella nos preservará de todo error, de toda herejía. Ella nos llevará adelante a un cristianismo sin concesiones. Pero también sin odios, sin soberbia, con amor a amigos y enemigos, capaz de combate, pero también capaz de perdón. Con la energía del Cristo varón. En la ternura de la madre.

1 - Dice Santo Tomás que Dios está presente a todas las cosas ‘por potencia', porque todo está sometido a su poder; ‘por presencia', porque todo es patente a sus ojos; ‘por esencia', porque actúa en todos como causa de su ser. ( Summa I, 8 3 c)

2 - La Cábala o Kabbalah, (del hebreo ???? kabalah, cabalá «recibir») es una de las principales corrientes de la mística judía. La base estructural de este estudio consiste en el análisis del Árbol de la Vida. Entre los judíos, es la tradición oral que explica y fija el sentido de la Sagrada Escritura. Es el conocimiento en cuanto a las cosas celestiales mediante el ejercicio del estudio y cumplimiento de preceptos y reglas superiores.

3 - “Dios todopoderoso que por la Inmaculada concepción de la Virgen María preparaste una morada digna para tu hijo…” Oración colecta de la solemnidad.

Menú