Sermones de la santísima virgen maría

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2006. Ciclo B

SOLEMNIDAD DE santa María Madre de Dios
(GEP, 01-01-06)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas     2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

SERMÓN

¿Cómo conocer los designios de Dios para con nosotros?

¿Cómo columbrar la voluntad del Altísimo?

¿Qué esperar de Él el año que comienza?

Durante siglos, la humanidad ha mirado el cielo, tratando de atisbar -en las estrellas, en el vuelo de los pájaros, en el movimiento de los astros, en las caprichosas formas de las nubes, en las líneas de las manos, en borrascas, crepúsculos y fulgores- las señales del querer divino.

Obtener Su favor, conseguir la protección de los dioses, alcanzar su benevolencia, propiciar los signos de su aprobación, reconocer sus planes, sobre todo en los momentos de angustia o de peligro, resultó siempre de vital importancia para el hombre religioso. Es verdad que en la mayoría de esas prácticas se mezclaban supersticiones y magia y conceptos groseros de lo numinoso, sin embargo ni siquiera el verdadero Dios desdeña dar a los hombres señales de su voluntad.

En el Antiguo Testamento, la Biblia es pródiga en tales signos: El arco en las nubes que relumbra cuando la lluvia se retira, uniendo la tierra con el cielo, había sido ofrecido a Noé como señal de la benevolencia divina para con todo ser viviente una vez finalizado el diluvial castigo. La escala que Jacob ve entre sueños, la que, apoyándose en la tierra, trepa, recorrida por los ángeles, hasta lo alto de los cielos, y junto a la cual está el Señor con su bendición para el durmiente y toda su futura descendencia, también fue signo, para Su pueblo, de que Dios vigilaba sus destinos (A propósito, el primero de los nuevos vitrales de la entrada de Madre Admirable, ilustra magníficamente esta escena.)

O, en el libro del Éxodo, la zarza que arde sin que el fuego la extinga es prodigio que convida al joven Moisés a acercarse para escuchar la palabra del Señor; fuego que ilumina pero no consume, desde el cual habla El que Es .

O, a la salida de Egipto, la Columna de nube durante el día, de fuego por la noche, a la vez protección a retaguardia y guía del Altísimo a la vanguardia, que permite a su pueblo cruzar el mar y, luego, marchar seguro en la soledad inmensa del desierto sin camino, plagado de engañadores espejismos. (Motivo éste del segundo díptico de nuestros vitrales, donde se unifican la zarza y la columna de nube-fuego, Mar Rojo y Jordán.)

O señales más humildes: cuando Gedeón la pide, por dos veces, al Señor: una, la del rocío del cielo que desciende sobre el vellón de oveja, dejando la tierra a su alrededor completamente seca o, segunda, al revés, el rocío que empapa la tierra sin humedecer siquiera el vellón que Gedeon tiende cada noche como el recado de los gauchos, a la espera de una señal de la benevolente voluntad de Dios. (Cf. Ju 6, 36-40). Y, luego, ¡otra vez la nube luminosa !: la que desciende sobre el templo construido por Salomón, llenándolo con Su gloria (Cfr. 1 Re 8, 10-11). O, ya cerca del evangelio; la pequeña nubecita , como la palma de una mano, que sube del mar, anunciando a Elías que el tiempo de sequía ha terminado y que la lluvia volverá a bendecir la tierra agostada y estéril. Sí: Dios ha hablado y habla al hombre mediante signos y señales.

Pero, sobre todo, desde los tiempos antiguos, nos llega la exhortación del Profeta Isaías a estar atentos al gran signo: " Pide al Señor, Tu Dios, una señal en lo profundo de la tierra o, en lo alto de los cielos . (Is 7, 11) Un signo luminoso que nos muestre a las claras las miras de Dios sobre nosotros. Eran tiempos aquellos de terribles expectativas, de horizontes amenazadores y sin salida, de ominosos presagios, tiempos quizá como los que vivimos hoy los argentinos. Y continúa Isaías: "Y e l Señor mismo os da una señal: he aquí la virgen grávida, dando a luz un hijo y llamándolo con el nombre 'Emmanuel': Dios con nosotros

Cuantos oímos, hace una semana, el anuncio de la gran alegría, proclamado a las naciones la Noche Buena y, a la manera de los pastores y los magos, hemos escuchado el llamado de Dios y seguimos la estrella, hemos visto al Niño con María, su madre. Allí pudimos entender el sentido pleno de los antiguos signos y parafrasear al Profeta, diciendo, a pesar de todos nuestros miedos, de nuestras vacilantes ilusiones, de nuestras perspectivas de tempestades y luchas: "Dios no nos abandona". Esta es la gran señal de que, a pesar de todo, Dios está siempre con nosotros.

He aquí la Virgen Madre : el Arco tendido entre las nubes, señal de la benevolencia divina.

He aquí la Virgen grávida, que lleva en su seno al Hijo del Eterno Padre: la zarza que arde sin consumirse, la mujer que virginalmente concibe a Dios y a cada uno de nosotros permaneciendo inextinguible, siempre virge.

He aquí a María dando a luz a su Hijo Dios: la escala jacobea por la cual desciende el Señor de los Cielos a la tierra y subimos nosotros al cielo.

He aquí a la Madre Admirable : columna de fuego y nube, una con su Hijo, nuestro auxilio y nuestra guía.

He aquí a la Madre de Jesús: suave vellón sobre el que descendió el rocío celeste, para que concibiera sin obra de varón.

He aquí La que es 'bendita entre todas las mujeres' y cuyo fruto es bendito: la pequeña nubecita, como la palma de una mano, que sube del mar, después de la sequía, de las malas noticias, portadora de la Vida , dispensadora de la Gracia , donadora de la Bendición.

Esta es la fiesta que hoy, pues, nos congrega: la de la Maternidad Divina de María, la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza a quien el mismo Dios ha puesto como señal grande en el Cielo precisamente en el libro del Apocalipsis, el de las grandes calamidades que enfrentan permanentemente los cristianos, pero signadas siempre por la esperanza hecha mujer. (Cfr. Ap 12, 1).

El gran día de la Navidad se cierra hoy, en la vigilia del año que enfrentamos, dispuestos a cruzar el mar Rojo y el Jordán y transitar el desierto, huir de todo espejismo tentador y conquistar la tierra prometida, afilando nuestras armas con la solemnidad de la Madre de Dios. Celebramos al Hijo y a su Madre, señales de los designios de salvación, de la vocación a la cual todos somos llamados en Cristo y en María.

Cantamos las glorias de María. Cantamos a la que es toda hermosa, porque llena de Gracia desde siempre, preparada por Dios para ser morada suya, templo de Aquel a quien los cielos de los cielos no pueden contener. Bendecimos a la Hija muy amada del Padre eterno, en la cual tiene puestas sus complacencias y a la cual ha querido colmar de toda hermosura, primicia de la benevolencia divina.

Como dice la sagrada liturgia: "Realmente es justo bendecirte, Madre de Dios, siempre bienaventurada y santa Madre de nuestro Dios".

¡Gloria a Aquel que hizo su morada en ti! ¡Gloria a Aquel que nació de ti! Emanuel. ¡Dios-con-nosotros!, con el cual no tememos ninguna amenaza de futuro, ni camino difícil, ni enemigo invencible, ni año del cual no podamos sacar frutos de santidad y de paz!

Menú