1974. Ciclo C
SOLEMNIDAD DE santa María Madre de Dios
(GEP, 01-01-74)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
SERMÓN
“Padre, me he olvidado de rezar as oraciones de la mañana y de la noche”. ¿No es una de las acusaciones más frecuentes que solemos hacernos cuando nos confesamos? Y está muy bien que nos acusemos de ello. Porque aún cuando después, durante el día, uno tenga otros momentos y largos de oración, éste dirigirnos a Dios que abre y cierra nuestra jornada tiene un valor especialísimo.
Es un poco tomar conciencia, desde que nos despertamos, de nuestra verdadera situación en el mundo, de para qué sirve el tiempo que Dios nos concede, de cuál es el sentido de nuestra vida. Desde Dios, hacia Dios, por Dios. Y, un poco como esa cotidiana oración de la mañana y de la noche, es esta nuestra Misa en el filo de estos dos años: uno que se acaba, otro que comienza.
Nosotros que nos distraemos contantemente en las preocupaciones de cosas meramente terrenas ¡cuánto necesitamos de estos instantes en los cuales poner los pies en la realidad, esa realidad que nos presenta la fe y que es muchísimo más real que lo que nosotros habitualmente consideramos tal!
Porque, señores, una vez más quede claro: esta vida pasa, no es más que “un soplo” como dice el profeta. Tiempo que se nos escurre de las manos tan rápidamente como el año que ha pasado y el 74 que pasará. Y, si tiene algún valor, es como moneda de intercambio, porque con el dinero que es el tiempo de esta vida pagamos nuestra entrada en la eternidad.
¡Qué importante recordarlo en esta época en que, como nunca, el hombre, sin pensar en su vocación a la eternidad, se vuelca obnubilado a las cosas de esta tierra! A los bienes materiales –esos bienes que a paladas nos ofrece la civilización del consumo-, el confort, los placeres, el progreso, la felicidad meramente humana. Mundo tanto más engañador cuantos más bienes nos ofrece. Porque, vean, el hambre de infinita felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre, antes, en épocas más pobres y austeras, se desengañaba prontamente de la posibilidad que tenían de saciarla que pudieran tener las cosas del mundo. Ahora no es así, porque la variedad de bienes es tanta que, cuando uno se da cuenta de que lo que ambicionaba ayer, obtenido, hoy ya no satisface -el hambre sigue- ya el mundo le está ofreciendo inmediatamente otro bien distinto para tentarlo y continuar el engaño. “Cuando obtengas esto serás feliz” le dice otra vez, y hacia allí va el hombre, hacia un nuevo desengaño. Y, luego, otra oferta y otra decepción. “Cuando terminen las clases ahí sí que voy a ser feliz”, “cuando gane dinero”, “cuando gane más dinero”, “cuando me compre el auto y un auto más grande y el departamento y ese con más cuartos, y el alta fidelidad y la máquina y esa mujer”. Después esa otra y después aquella -¡si me sacara el Prode!- si esto, si aquello y siempre más allá y siempre medio vacío, insatisfecho. Se nos gastan los días de la vida y cuando nos damos cuenta de que nada creado puede hacernos realmente felices -si nos damos cuenta- es tarde ya.
Hermanos –“Amados hermanos” como decían los preciadores de antes- queridos hermanos…. nada de estas cosas por si solas pueden hacerlos felices. Porque como un bulón está hecho para su tuerca y ninguna otra tuerca puede engranar en él, como una llave para su cerradura, como un zapato para un pie, como una dentadura postiza para una determinada encía, así nosotros estamos hechos para Dios y nada puede conformarnos, adaptarse a la cerradura, al pie, a la encía de nuestra alma sino Dios.
Y, teniendo a Dios, podremos poseer todos esos bienes que nos ofrece el mundo o no tenerlos. En el fondo lo mismo dará, igual seremos dichosos. En auto o a pie, sanos o enfermos, casados o solteros, ricos o pobres, Villa Soldati o Avenida Libertador, si Dios con nosotros, ¡qué más nos da!
Y sabremos que Él, con quien ahora transitamos en la penumbra de la fe, nos espera al final del camino cuando nos preguntará no donde vivimos, cuánto ganamos, qué cosas hicimos, cuántos exámenes aprobamos, sino cuanto hemos amado o quizá cuánto hemos sufrido, qué es la otra cara el amor.
Porque como dice el lema del Carmelo “en el atardecer de la vida se nos examinará de amor”. Amor a dios, amor a los demás.
Un año más se nos ofrece por delante y Dios nos concede una nueva oportunidad: tengamos nuestros planes para seguir viviendo en este mundo y, si quieren, por qué no, progresando aún en lo material, pero sobre todo planeemos aquello que hemos de hacer por lo único importante: el cielo que hemos de ganar en el amor. Qué voy a hacer para amar más y mejor a Dios; qué estoy dispuesto a obrar por los demás, para dar más felicidad a los que me rodean, para vencer mis egoísmos, mis mezquindades, mis envidas, vanidades, pasiones desordenadas y perezas; qué voy a hacer para consolar, para escuchar, comprender, perdonar, tolerar.
Que este año que comienza nos lleve, un poco a todos, más cerca de Dios, más cerca de los demás. Que el Jesús de la Navidad sea cada vez más dueño de nuestros corazones.
Que Maria, Madre de Dios, sea, de estos propósitos, nuestra propia madre.
Feliz año nuevo.