1982. Ciclo B
SOLEMNIDAD DE santa María Madre de Dios
(GEP, 01-01-82)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
SERMÓN
Como regalo de fin de año el Ministerio de Bienestar Social decretó aumento de ingresos a jubilados y pensionados. Cuatrocientos y pico de pesos ‑o algo así‑ lo mínimo. La televisión mostró diversos grupos de gente mayor, algunos declarándose satisfechos, otros afirmando que aún era poco. Claro, no vamos a hablar de esto, que es poco o que es mucho. Siempre se puede tener más. Siempre se puede tener menos. Siempre nos faltará algo mientras no podamos comprar el mundo entero. Siempre nos sobrará algo mientras no estemos muertos. Siempre hay gente que está mejor que nosotros y también siempre quien está peor. ¿Quién podrá pues medir lo poco o lo mucho?
Pero –digo yo‑ había algo de patético en esas imágenes ancianas a las que se acercaban jóvenes locutores y periodistas a pedir opiniones sobre sus magros ingresos; y algo de tristeza cuando la pantalla mostró dos o tres veces una fiesta para viejos realizada en PAMI y una doctora en ‘off’’ señalando las diversas medidas terapéuticas y preventivas que en estas épocas de calor había que tomar respecto de los ’gerentes’ ‑como los llaman ahora imbécilmente‑. ¿Es esto todo lo que puede ofrecer al hombre y la mujer, como fin de sus días, el mundo moderno? ¿PAMI?
Y ahora que pasa el año y el comienza otro, uno no tiene más remedio que plantearse el problema del tiempo que pasa y de la vejez que llega. Al menos el que habla ya pasó la época despreocupada en que el fin de año era puro tirar cañitas voladoras y petardos. Ya quedó atrás el vivir en el perpetuo presente que parecen ser la niñez y la juventud en despreocupada alegría. Pasaron, también, los festejos de estas fechas, vecinas a los exámenes aprobados y a las recién empezadas vacaciones, con su esperanza de futuro indefinido y de lo que haríamos cuando nos recibiéramos, cuando nos casáramos, cuando –después de haberlo decidido‑ fuera sacerdote.
Todas esas cosas ya son pasadas. El tiempo ya ha comenzado a galopar y devorarse todo.
Es verdad que los que se casan y tienen hijos renuevan sus esperanzas en éstos y los nietos. En ellos vuelve a encenderse el ciclo de las etapas que se renuevan. Pero, así y todo, y más en esta civilización cruel y atomizada que separa tan frecuentemente a los hijos de los padres y suele abandonar a los viejos y mayores ¿será posible que la vida que se desgasta inexorablemente en cada cambio de agenda y de almanaque, haya de resolverse finalmente en un reclamo jubilatorio, en una fiesta en PAMI, en la resignación de un cuerpo que decae en medio de recuerdos, de conversaciones memoriosas que a nadie interesan, de horas perdidas frente al televisor?
La Iglesia ha querido, precisamente, para dar respuesta a ello, poner el primer día del año bajo la advocación de María, Madre de Dios.
Siempre ha sido, desde las culturas más remotas, figura por excelencia de la esperanza la madre y su niño. Imagen de la vida que se perpetúa a través del hijo que nace.
Pero, en el cristianismo, con una diferencia fundamental. Porque no se trata de un ciclo interminable de envejecimientos que se renuevan en la juventud de la prole. Ni nacimientos que reemplazan a las muertes. El destino de cada uno no es PAMI y la muerte, suplidos pobremente por los hijos que quedan; y otra vez PAMI y la muerte y los hijos que siguen adelante.
María, porque Madre de Dios, es Madre de la Eternidad, y así como en el misterio de la Encarnación engendró a Dios en el tiempo, así, mediante el tiempo nos engendrará hijos de Dios para la eternidad.
El tiempo para el cristiano no es tiempo que oxida y consume, que arruga y encanece. No es arena que se derrama entre dos conos de vidrio unidos por su vértice; no es guadaña que siega; no es implacable gota que desgasta; sino la matriz en donde, cobijados en el seno de María, vamos creciendo durante los ‘nueve meses’ de esta vida incipiente para el parto verdadero de la eternidad.
El tiempo es novedad, crecimiento, don de Dios, posibilidad de encuentro con El, tierra nutriente donde crecer, seno de María donde poder nacer a la divinización.
El camino de la vida no termina en PAMI, no termina en la Chacarita, es camino creador en toda su extensión, en la vejez tanto como en los años mozos, años de encuentro con Dios, años bajo el estandarte de Cristo, años de servicio a nuestros hermanos, años de combate hacia la victoria y, aunque envejezca el cuerpo, años siempre de infancia, de juventud, si amamantados por María y los sacramentos de Cristo.
Años para, con Ella, hacernos santos.
Georges de La Tour, Educación de la Virgen, c. 1640s.