1987. Ciclo A
SOLEMNIDAD DE santa María Madre de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
SERMÓN
La parte del mundo en la cual nos ha tocado vivir ha festejado ayer con gran bullicio el paso a un nuevo año. Una parte, digo, porque, como Vds. saben, el comenzar un nuevo período de rotación del la tierra alrededor del sol a partir de un determinado punto de su órbita es cosa simplemente convencional. El año hebreo comienza el 3 de octubre, el musulmán el 5 de septiembre, el vietnamita en marzo, entre aztecas, mayas e incas regían calendarios distintos; diferentes eran los de los babilonios, egipcios y fenicios .
Y si nosotros, los países que nos regimos por el calendario romano, iniciamos el año el 1º de Enero es fruto de la casualidad. De hecho el viejo calendario de latinos y sabinos tenía diez meses, de duración desigual, que comenzaban en Marzo, que era el primero, en honor a Marte. Los cuatro últimos simplemente se numeraban: ´séptimo, ‘octavo', ‘noveno' y ‘décimo' (con la terminación latina ‘embris' , ‘bris' : septembris , octubris, novembris, decembris ).
Pero esta datación con períodos tan desiguales traía problemas. Numa Pompilio , sucesor de Rómulo , tuvo que añadir dos meses para que cada uno tuviera treinta días: Enero y Febrero. Febrero, pues, resultaba así el último mes. Por eso era allí dónde, de vez en cuando, se añadían los días que faltaban para asimilar el año calendario al año solar, que, como Vds. saben, tiene sobre los 360 un pico de cinco días y seis horas. De allí proviene que, aun en nuestros días, sea en Febrero cuando, en los años bisiestos, se agregue un día para compensar el atraso del año solar con respecto al calendario. Lo lógico sería que se añadieran en diciembre.
De todos modos, aún con la reforma de Numa Pompilio, comenzando el año el 1º de Marzo y finalizando en Febrero, se producían algunas confusiones, ya que, para nombrar los años, así como los griegos lo hacían en relación a las olimpíadas, los romanos lo hacían por el nombre de los dos cónsules que ejercían la autoridad suprema en la época republicana. Decían, por ejemplo, “en septiembre del consulado de Cayo Mario y Julio Pompeyo”, “en abril del consulado de Alfonsín y Martínez”.
Es claro que esos consulados duraban solamente un año y no doce como quieren durar ahora. Así que cada año estaba perfectamente identificado por el nombre de sus cónsules.
El asunto es que los cónsules comenzaban el ejercicio de sus cargos el primero de Enero por lo cual, inevitablemente, en los fastos oficiales pasó rápidamente a ser considerado el primer día del año el primero del consulado de fulano y Zutano. Y por lo tanto Enero (1).
De todas maneras pese a la arbitrariedad o convencionalidad de este comienzo del año y siendo verdad que todos los días son aniversarios de sus mismas fechas del año anterior algunas cosas pasan. Los empleados corren un lugar la tirita de goma de los sellos con las fechas con que data los expedientes; tiramos nuestras agendas viejas -siempre hay alguien que nos regala una agenda nueva-; se renuevan los almanaques y…. la vida sigue como siempre. Aún así el cambio de cifra siempre es ocasión, como en los cumpleaños, para meditar sobre el sentido del tiempo.
Y hablar de sentido ya es comienzo de una respuesta. Porque sentido no solamente habla de significado sino de dirección , ¿Cuál es el sentido, la dirección de esta calle, de este camino? Preguntamos. Interrogarnos sobre el sentido del tiempo es ya juzgar que éste tiene una dirección. Porque, fíjense que, para gran parte de la antigüedad y aún de la humanidad contemporánea, el tiempo carece de dirección. Es un gran círculo, donde los seres emergen y se sumergen permanentemente en eterno retorno. El tiempo circular.
Los individuos, así, transmigran. La historia se repite eternamente, todo fin es un nuevo comienzo. Existe un eterno devenir en el cual después de períodos de miles de miles de años todo vuelve a repetirse. Esto lo sostienen desde los hindúes y los budistas, pasando por la cábala y la teosofía y el Hare Krishna, hasta Marx y Carl Sagan: el universo y el tiempo son eternos, en sempiternas expansiones y contracciones sucesivas, en donde todo vuelve a repetirse. Es decir, el tiempo no tienen sentido. Vuelve perpetuamente sobre sí mismo: es la serpiente que se muerde la cola, la cinta de Moebius, emblema del nuevo Partido Humanista de Silo.
Y esto es profundamente desalentador porque cada ciclo, para volver a comenzar, tiene que consumirse a sí mismo. Era el concepto de tiempo que tenían los griegos. “tempus est causa corruptionis”, afirmaba Aristóteles: “el tiempo es causa de corrupción”. El tiempo oxida, envejece, llena de baches la calle, hace caer las cornisas de las casa viejas, erosiona las montañas, descompone las heladeras, nos llena de arrugas y de canas… De allí que la mitología concebía a Cronos, el dios del tiempo, como un anciano que devoraba, a medida que iban naciendo, a sus propios hijos.
Y la misma física moderna no hace sino confirmar esta inevitable dirección hacia la vejez y la muerte de todo el universo. Vds. saben bien que el segundo principio de la termodinámica, de Carnot-Clausius -el del aumento constante e irreversible de la entropía o sea el de la degradación o involución de la energía a formas no utilizables- se traduce también como irreversible tendencia al desorden o a la desinformación. Pues bien, hoy, los físicos -que no se ponen del todo de acuerdo sobre la realidad del tiempo; ese tiempo que se alarga o achica en el espacio einsteniano según la gravedad (que no es otra cosa que curvatura del espacio); ese tiempo que se frena en los viajes espaciales; que se detiene en los agujeros negros; que no existe después de la barrera del Planck (antes de los 10 elevado a la menos 44 segundos a partir del Big Bang); ese tiempo que le quita el sueño a los físicos y dejaba perplejo a Plotino y a San Agustín (¿dimensión de la mente, de la realidad?), a Bergson y a Heidegger- están de acuerdo en definir al menos la dirección del tiempo en relación al aumento del desorden, la desinformación y la entropía.
Si por ejemplo filmamos una bomba que explota y la pasamos de atrás hacia adelante o al revés -mostrando como los fragmentos se vuelven a integrar y lo destruido a retomar su forma primitiva-, cualquiera sabe cuál es el sentido natural de los hechos, su antes y después, qué es lo que se nos ha proyectado correctamente y qué al revés.
Y, sin embargo, frente a esa ley universal e inapelable de la materia y del tiempo, el hombre ve con ojos asombrados como en una pequeña mota de polvo, el planeta Tierra girando alrededor de una de las tantas millones de millones de estrellas del universo llamada Sol, ha surgido un movimiento contrario al de la entropía. Los físicos y biólogos lo llaman negentropía. Hace cuatro mil millones de años aparecía la vida, materia superorganizada, superinformada, que, en lugar de, a su vez, desordenarse y desaparecer, al contrario, quiere crecer y va desarrollando una historia negentrópica de cada vez mayor información, mayor vitalidad que, finalmente, desemboca en el hombre.
A las supuestas leyes que regulan este impulsar la materia hacia el ‘homo sapiens' Brandon Carter –acompañado por Hawking y Wheeler- llamó el ‘principio antrópico'.
No es una dirección que ‘milagrosamente' venza a la del aumento de la entropía, sino que está preparada y contenida en las propias leyes de la materia a partir del inicio del universo, en las posibilidades combinatorios de los quarks y de los elementos que de los surgirán. De todos modos nos hablan de que el tiempo no solo es destructor a la manera de Cronos.
Pero el cristianismo nos dice mucho más: que el mismo ser humano, suprema dirección, sentido, del tiempo y la materia, no acabará ineluctablemente en su propia entropía de catabolismo y de muerte, sino que esa dirección enriquecedora se encontrará con el don de la gracia, de la Vida eterna, de la perenne juventud divina, de la negentropía absoluta de Dios. El comienzo de año nos propone que, si el viejo año pasado, se ha desviado de su curso, por uno u otro motivo, volvamos a darle sentido apuntando a ese encuentro de perenne Vida, aprovechando nuestros días y nuestros meses para crecer humana y cristianamente, en virtudes, en conocimiento, en amor a Dios y a nuestro prójimo, en obras de edificación natural y sobrenatural, vencedoras de la entropía y aún de la vejez.
A esa negentropía, a ese crecimiento, a esa generación, a ese novísimo nacimiento, nos conduzca la solicitud materna de Santa María, Madre de Dios.
(1) Hacia el siglo XVII “en el cómputo que seguía la cancillería romana entonces, el año oficial no empezaba hasta el 25 de Mayo” –así, por ejemplo, el 6 de Marzo de 1641, sería hoy el 6 de Mayo de 1642. ¡Que de confusiones en los historiadores que no tiene en cuenta estas variantes! (Cf. Lorca, IV, 320)