1992. Ciclo c
2º DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD
PrÓlogo al evangelio de San Juan
(GEP, 1992)
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18
Al principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo y sin él no se hizo nada de todo lo que existe. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. El Verbo era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. El estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Éste es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo.» De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
SERMÓN
Contemporáneo a Shakespeare, gozó, en su tiempo, en las tablas inglesas, de una fama similar a éste, Christofer Marlowe. De sus obras teatrales solo nos han llegado seis tragedias, de las cuales la más conocida es "La trágica historia del doctor Fausto" , publicada en 1601 y que, más o menos, narra lo siguiente:
Fausto es el más grande teólogo y sabio de su ciudad; nadie puede superarlo. Pero, no contento con ello, quiere penetrar todos los secretos del conocimiento y explorar todos los límites del placer; para lo cual se introduce en las artes alquímicas y cabalísticas, y pide y acepta la ayuda de Mephistophilis, un diablo al servicio de Lucifer, que le garantiza 25 años de vida segura y plena de deleites con tal de que al fin de éstos su alma le pertenezca. Así Fausto, vendiendo su alma, se convierte en el hombre más célebre y potente del mundo. Va a Roma, donde se burla del papa y los cardenales, y apoya al antipapa Bruno. Se dirige, luego, a Alemania, donde, con su ciencia y porten-tos, deja boquiabierto al emperador y hace una fortuna. Y así pasa los años, burlándose de todo y de todos y llevando una existencia rumbosa. Pero se acerca el término fijado con Mephistophilis, y Fausto continúa insatisfecho. Pide como último favor el poder recibir un beso de Elena -aquella que raptada por Páris había provocado la guerra de Troya y que era el símbolo de la perfecta belleza femenina-. Y, al ver su cara, como frase hecha de una última decepción frente a la vida, ha quedado, famosa en la literatura inglesa, la exclamación desilusionada de Fausto: "Was this the face that launch'd a thousand ships? ", "¿Y es éste el rostro que al mar lanzó mil naves?". En vano implora a Mephistophilis que alargue su plazo: en la madrugada del día fatal sus discípulos encuentran el cadáver de Fausto destrozado por los demonios.
En realidad la leyenda de Fausto ya había tomado figura literaria veinte años antes, en el ambiente luterano de Alemania, a través de un autor anónimo que la había publicado con el título de "Historia del doctor Johann Fausten ".
Más tarde, en 1759, el filósofo y dramaturgo alemán Lessing le da un nuevo sentido en su obra "Doctor Faust". Lessing, ex estudiante de teología e hijo de un pastor protestante, vive un cristianismo panteísta. En realidad, antes que Hegel, piensa que el cristianismo no es sino una de las etapas de la liberación del hombre, que se realizará cuando todas las religiones se transformen en una sola y todos los hombres practiquen el bien sin necesidad de credos. De hecho se hace masón, por lo cual las ambiciones de Fausto de ninguna manera podían escandalizarlo, es así que, contrariamente a la leyenda y a diferencia de Marlowe, Lessing termina salvando a Fausto, que de ninguna manera se condena. Fausto sería para Lessing, el prototipo del masón, del hombre nuevo, del hombre postcristiano.
Pero el que verdaderamente lleva a la fama al doctor Fausto es el poeta germano Goethe, Johann Wolfgang von Goethe en su famosísimo drama ("Faust": I parte, 1808; II parte, 1831), llevado luego tantas veces a la música, entre otros, por Gounod, Berlioz y Boito y, últimamente, recreado por Thomas Mann.
Es en esta obra de Goethe donde Fausto adquiere su definitiva proporción como arquetipo de una de las grandes tentaciones del espíritu humano. Algo así como Prometeo en la literatura griega: la insatisfacción permanente del hombre, su ansia de querer penetrar en los secretos de lo desconocido, de experimentar más allá de lo inimaginable, de adquirir la permanente juventud, el gozo total. Es la lo-cura de creerse divino porque piensa, pero mortal porque tiene cuerpo. Si pudiera liberar su pensamiento del peso de la materia; si pudiera dominar lo material y las pasiones para poder servirse de ellas en puro gozo, ya eso sería suficiente: no necesitaría a Dios. No tendría entonces que aspirar a la eternidad, sino prolongar el tiempo, no envejecer. Para ello tendría que substraerse a las leyes de la materia, de la física, de la biología, o sojuzgarlas por medio de la técnica. Para el pleno gozo tendría que substraerse a las leyes de la moral y dominarlas mediante la libertad omnímoda.
Porque son precisamente esas leyes las que revelan dolorosamente a Fausto su límite de creatura. De allí que, para ser verdaderamente humano y libre, el hombre tendría que vaciar de leyes y de razones al mundo y a la humanidad y transformar todo en puro impulso infinito, no sujeto a regla alguna; en puro sentimiento sin palabras; en pura acción sin logos .
Es por eso que, cuando en el comienzo de la obra, Fausto, en su gabinete de estudio, toma el evangelio de San Juan en griego y lee el prólogo que hoy hemos escuchado, trata de traducirlo a su manera y dice: " Traducción difícil, tendré que darle otro sentido. Escribo: 'Al principio existía el espíritu'. Pero no, reflexionemos, es indudable que el espíritu lo hace todo con poder, por tanto debiera decir: "Al principio existía el poder". Y sin embargo siento que éste no es el verdadero sentido". Fausto entonces se detiene un momento, se le iluminan los ojos y de pronto exclama: "Pero ¡por fin ahora veo con claridad! y con toda confianza escribo: 'Al principio existía la acción'".
Y es entonces justamente ese el momento que Mefistófeles elige para hacer su aparición. " Al principio existía la acción ". La acción entendida a la alemana, como la permanente búsqueda de todo, el ansia, el perpetuo cambio, el dejarse llevar. En otra de sus obras había dicho Goethe: " ¿Te afanas por el infinito? Ve tras lo finito en todas direcciones ." Es el espíritu desarticulado del romanticismo; es el espíritu de la modernidad que diviniza lo humano, lo terreno, y busca saciar su hambre de infinito, de vida plena, en el agotamiento de lo finito.
Y Mefistófeles no es sino un doble de Fausto; es precisamente su parte verdaderamente fáustica, prometeica. Porque, en realidad, Fausto, en el drama de Goethe, está dividido: subsisten en él remordimientos. Al final incluso pareciera que se arrepiente. Para algunos comentadores, más fáusticos que Goethe, esto es una debilidad del autor que no lleva la rebelión del protagonista contra Dios a sus últimas consecuencias; para otros, una especie de apertura de Fausto a la verdadera redención.
Precisamente otra de las figuras conmovedoras de la obra goethiana es Gretchen, Margarita, arrastrada por Mefistófeles a ser la amante de Fausto y que termina muerta en prisión, pero es finalmente salvada por el arrepentimiento, al término de la primera parte de la obra.
Treinta años después, cuando Goethe ya maduro y más cercano al catolicismo publica la segunda parte, la búsqueda de lo eterno femenino que forma parte del impulso fáustico, se eleva, de la amante y apasionada pero sencilla Margarita a la figura de Elena, la pura belleza, y termina transfigurándose, finalmente, en la figura sublime de la Virgen María. Aunque no queda claro qué es lo que al fin realmente elige Fausto es evidente que, en la pluma de Goethe, María alcanza la configuración de lo sublime y de lo femenino prototípico, de lo máximo a lo cual se puede aspirar en una mujer.
La obra de von Goethe, pues, resta ambigua y es pasible de muchas interpretaciones, pero ciertamente ha convertido a Fausto en arquetipo del hombre queriendo alcanzar la felicidad plena en la desmesura, en el exceso, en la búsqueda frenética de todo, sin Dios, sin ley, ni norma, ni medida. " Al principio existía la acción ".
Nuestro evangelio de hoy, insiste, en cambio, "Al principio existía el Verbo, la Palabra", "En arjéto logos". "Al principio el logos". Que también puede traducirse inteligencia, pensamiento; porque los griegos identificaron siempre el pensar con el poder hablar: la palabra es pensamiento expresado, y no puede haber pensamiento sin palabras. "Al principio existía el pensamiento". Pero la Iglesia siempre ha preferido traducirlo como "verbo" o como "palabra", precisamente porque palabra siempre connota un pensamiento no solitario sino dirigido a otro. La palabra se dice para que otro la escuche. Ya sabemos que hablar solos es síntoma de locura. Y como la palabra adquiere su sentido máximo precisamente cuando se habla a alguien que uno quiere, por lo tanto hablar de palabra es también hablar de amor. Por eso es mejor decir "Al principio existía la palabra" que "existía el pensamiento" , o -como en el antiguo testamento, en la primera lectura que hemos escuchado hoy- que" desde el principio existía la sabiduría" .
Por supuesto, contra toda desarticulación del hombre en arbitrio y pretensión de hacer lo que se le antoje y pensar y sentir lo que quiera y querer adueñarse de la ciencia del bien y del mal y decidir por su cuenta cuál es el camino, qué es lo correcto y qué lo incorrecto; contra todo querer independizarse de normas, de sentido, de prudencia, de sabiduría, de límite; contra todo querer proceder solo en alas al sentimiento o a la pasión o a la búsqueda de placer o de poder; la escritura responde " No: al principio no estaba solo el espíritu, ni solo el poder, ni solo la acción " como quería y quiere Fausto; sino " al principio estaba el pensamiento, la sabiduría, el orden, la armonía, la belleza, la mesura ", de tal manera que el hombre se realizará como hombre, no renegando de la norma que le constituye armónicamente en su ser de creatura, sino ajustándose a ella en ética y en moral, en honor y en justicia, en prudencia y en dominio de si. Y esa sabiduría, según la cual habrá de hacerse el hombre en libertad, " ha levantado su carpa en Jacob, ha fijado su herencia en Israel ", se ha plasmado en los diez mandamientos que custodia el pueblo de Dios, la Iglesia , la heredera de las promesas hechas a Israel.
Pero para Juan eso no basta, añade algo más, no se trata solo de sabiduría, se trata de palabra, de verbo, de pensamiento de alguien que quiere comunicarse, que quiere hablar de amor, hablarnos de amor.
Como en su formidable romance glosa San Juan de la Cruz :
En el principio moraba
el Verbo, y en Dios vivía,
en quien su felicidad
infinita poseía.
......................
Como amado en el amante
uno en otro residía,
y aquese amor que los une,
en lo mismo convenía.
Con el uno y con el otro
en igualdad y valía;
tres Personas y un amado
entre todos tres había.
Y un amor en todas ellas
y un amante las hacía,
y el amante es el amado
en que cada cual vivía;
que el ser que los tres poseen,
cada cual le poseía,
y cada cual de ellos ama
a la que este ser tenía.
Este ser es cada una,
y éste sólo las unía
en un inefable nudo
que decir no se sabía.
Por lo cual era infinito
el amor que las unía,
porque un solo amor tres tienen,
que su esencia se decía;
que el amor cuanto más uno,
tanto más amor hacía.
Y es de este misterio de amor trino de donde surge lo creado como palabra amorosa de Dios, como sabiduría enamorada. Sujetarse a la palabra de Dios, a su querer, a su voluntad, no es someterse como criatura a la prepotencia del omnipoder creador, no es encontrar el límite; es responder a un requiebro de amante, al querer seducirnos de un Dios que se ha prendado de nosotros y quiere llevarnos a su castillo, a su mesa, a su tálamo.
Es allí, no en el rechazo, no en los falsos amores que son desamores, no en Margarita, no en Elena, no en la falsa ciencia, ni en la rebeldía, ni en la búsqueda sin nunca encontrar, no en las tinieblas de Mefistófeles sino en la luz de Cristo, donde Fausto encontrará la plenitud, hallará finalmente la redención, la vida.
Es solo en la palabra de Dios hecha carne en el seno de María, donde el hombre podrá aplacar todas sus ansias de vida y, a través de ella, encontrar la felicidad. Es en el conocimiento y el amor a Cristo y a sus hermanos como cada uno de nosotros será capaz de alcanzar todo aquello que hambrea en el fondo de nuestro inquieto humano corazón.
Como canta también insuperablemente Juan de la Cruz :
En aquel amor inmenso
que de los dos procedía,
palabras de gran regalo
el Padre al Hijo decía,
de tan profundo deleite,
que nadie las entendía;
sólo el Hijo lo gozaba,
que es a quien pertenecía.
Pero aquello que se entiende,
de esta manera decía:
........................
"Al que a ti te amare, Hijo,
a mi mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo,
ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado
a quien yo tanto quería ".