2003. Ciclo c
NAVIDAD
(GEP 25/12/03)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 15-20
Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado»
Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
SERMÓN
Anoche. Noche de las noches, en un remoto lugar del mundo, Palestina, hace dos mil años, se produjo algo tan natural -y al mismo tiempo maravilloso- como el nacimiento de un niño.
No era una clínica, no, como en nuestros días, pero, lo mismo, todo rodeado del misterio de amor de un hombre por una mujer, la expectación de la nueva vida, la explosión de alegría inmensa por el niño que nace. Y la imagen mil veces repetida de la madre que contempla por primera vez a su hijo con ojos llenos de ternura y de nueva adultez, y la mirada orgullosa, grave y satisfecha del padre.
Claro que en esa lejana noche de Belén no nacía simplemente un niño. En el acto más común y al mismo tiempo más grande que puedan hacer el hombre y la mujer -concebir, dar a luz- irrumpía en nuestra vida cotidiana, en nuestra dimensión humana, la fecundidad bullente, fructuosa y opulenta de verdadera Vida, del Vivir de Dios. Dios mismo se hacía hermano nuestro en la historia, en el tiempo, en nuestro trajinar de todos los días, para, desde aquí, llevarnos de la mano a Su propia dimensión, a Su felicidad suprema.
" Dios se manifiesta naciendo; el Verbo toma espesor, el Invisible se deja ver, el Intangible se hace palpable, el Intemporal entra en el tiempo, el Hijo de Dios se hace hijo del hombre" , -decía San Gregorio Nacianceno- y, de ese modo, aquel que habita una luz inaccesible , fuera de los siglos y el espacio, comienza a brillar en el tiempo y la tierra de los hombres.
Desde aquella noche santa, María y José y un puñado de pastores -en breve los sabios de oriente-, nos dicen: " Lo que era desde el principio, ahora lo vemos con nuestros ojos, lo contemplamos y palpamos con nuestras manos, tocando al Verbo de vida; y lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos a vosotros - los que son benditos porque creen sin haber visto ni tocado - para que vuestro gozo sea colmado ... Porque nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. " (Cfr. I Jn 1, 1. 3 b .4; Jn 20, 29; Is 9, 5 a ).
Y la creación toda, liberada anoche de su extinción fatal y abierta al vivir de Dios ofrece su testimonio de gratitud a ese Niño esperado durante siglos: la tierra , una gruta; el cielo , la estrella; el desierto , un pesebre; la noche , su manto; el día los rayos del sol iluminando la escena deliciosa. Los pastores , sus rebaños; los sabios de Oriente , su asombro; José , su silencio adorante, su atenta vigilia, su hombría de bien. La humanidad toda , su fruto mejor: una Madre Virgen, María.
Y María , su sangre, su vientre bendito y fértil, su "sí" a Dios repetido todos los segundos de su vida.
En la paja limpia del pesebre las profecías se han cumplido. "El buey conoce a su dueño, y, el burro el pesebre de su señor; pero Israel no me conoce, mi pueblo no me comprende", se dolía Isaías.
Con esta escena del pesebre, Lucas proclama que el dicho de Isaías ha sido superado. Ahora, cuando la buena noticia del nacimiento de su Señor se proclama a los pastores, representantes de Israel, ellos van a encontrar el niño en el pesebre y empiezan a alabar a Dios. El pueblo de Dios ha comenzado a conocer otra vez el pesebre de su Señor. Navidad, el pesebre, es para Lucas el inicio del reencuentro de Dios con los suyos.
También nosotros, anoche, o a lo mejor hoy, festejamos Navidad rodeados de nuestros parientes o, al menos de su recuerdo, pero estamos aquí en Misa, porque sabemos que Navidad no es solamente la más bella fiesta familiar: algo más que humano ha sucedido. En lo más humano de lo humano -un nacer en medio del amor de los padres, de la familia- Dios ha elevado al hombre a las alturas abisales y esplendentes de lo divino, en Jesús. También nosotros, pues, queremos, como los pastores, reconocer en el pesebre a nuestro Señor.
Sabemos que ese nacimiento en humilde establo, ha injertado para siempre en nuestra historia la Vida de Dios, a la cual cada uno puede acceder en la fe y en el amor. Más allá de lo humano, Dios, en el Cristo que ha nacido, nos llama a lo divino, a reconocerlo en Él.
Desde Navidad sabemos también, que eso divino, esa dimensión cristiana de la vida, ni nos separa de nuestra pleno estar en este mundo y sus preocupaciones, ni nos llama a vivir desencarnadas formas de ascetismo o huidas de la realidad al modo yoga, budista, oriental. María, José y el niño nos dicen que esa nueva vida que ha traído para el hombre la Navidad puede y debe vivirse en nuestros pesebres cotidianos, en la sencillez de los gestos de amor y servicio diarios, en la amistad de los esposos, en el cariño a los hijos, en el trabajo y las vacaciones, en el estudio y en el noviazgo, en la esperanza que atempera las desdichas, en la oración que, en sencillez y fe, nos ha de poner todos los días en contacto con el misterio de Dios instalado desde anoche entre nosotros. Nosotros, tan sólo barro amasado, materia envuelta en piel, ahora pequeños cielos habitados por la Gracia del Tres veces Santo.
También los que estamos aquí, en estos tiempos difíciles, en que, a pesar de todo lo malo que nos sucede a los argentinos, aún podemos mantener la libertad de ser cristianos y ganar el cielo -lo único que en el fondo debería preocuparnos-, a la manera de los pastores, conmovidos por el anuncio del ángel, en oración y Misa, "vayamos a Belén y veamos lo que ha sucedido y lo que el Señor nos ha anunciado" y, como María, "conservemos siempre presentes estas cosas y meditémoslas, con alegría, en nuestro corazón" .
Feliz Navidad.