2004. Ciclo a
NAVIDAD
(GEP 25/12/04)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»
SERMÓN
¡Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Jesucristo, el Señor!
Ha brillado sobre nosotros la Luz que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre; Luz que resplancede por sobre las tinieblas y a Quien las tinieblas no han recibido; pero tampoco han podido ocultar a pesar de sus esfuerzos. Esfuerzos tenebrosos que hoy se multiplican desembozados en el mundo y en nuestra patria.
Hoy nos ha sido regalada la Vida, aquella que nos permite ingresar en la intimidad de la Trinidad y venir a ser semejantes a Dios.
Hoy, la Palabra Omnipotente por la que todas las cosas fueron hechas, nos deja oír su voz en los débiles vagidos de un bebe recién nacido, a quien su madre sostiene sobre su pecho.
Y, Aquel a quien los Cielos no pueden contener , es acunado en brazos de una joven. El que hace subir las nubes desde el horizonte y con los relámpagos desata la lluvia y suelta a los vientos de sus silos , es lavado por manos humanas y envuelto con pañales. El que da su alimento al ganado y a las crías de cuervo que graznan , es alimentado con la leche de una madre. El que con su poder todo lo gobierna y con su providencia ordena todas las cosas, es confiado a la custodia de un joven padre primerizo.
Fiesta de paradojas, ésta de la Navidad, en la cual todas nuestras categorías humanas son dadas vuelta: el Inmenso, pequeño; el Todopoderoso, débil; el Eterno, naciendo. Una Virgen, madre; un varón, custodio de Dios. Ignotos pastores, la corte del Rey de reyes; una gruta y un pesebre, la morada de Dios entre los hombres.
Y nosotros, gracias a esta maravilla que nunca terminamos de apreciar, la Sagrada Liturgia, podemos ubicarnos entre los que vienen a adorar al Niño, junto con los pastores, junto con los magos, y hacerlo verdaderamente. Como si fuera una puerta "mágica" (maravillosa realidad del poder infinito del Señor), la Liturgia de Navidad se abre al HOY eterno y nos permite contemplar desde nuestro transitorio y fugaz hoy, al 'Amor que mueve el sol y las estrellas', -como decía el Dante- hecho Niño Pequeño.
Acostumbrados a hablar de la Navidad, nos hemos familiarizado con la expresión y hemos olvidado su auténtico sentido. A fuerza de poner en signos exteriores las razones del festejo -signos a veces de no tan buen gusto, luces con lamparitas por las calles y, este año, al lado de símbolos no cristianos; arbolitos y adornos sin niño, sin María; 'papás noeles' pintados color de Coca Cola-, nos quieren hacer perder de vista el motivo de la Fiesta de la Natividad del Señor.
Gracias a Dios, en medio de tanta confusión y despiste, aún quedan quienes podemos hacer girar la Navidad en torno del pesebre, del niño y su madre. Y, además de reunirnos en torno a la mesa de familia, asistir a la gran mesa de la santa Misa, que reúne a la gran familia de Dios.
Para nosotros, el verdadero banquete navideño es el que comemos aquí, en la Comunión, cuando recibimos real y verdaderamente -no en el muñeco que despierta nuestra ternura humana-, al niño que nos ha nacido, al hijo que nos ha sido dado (Is 9, 6). La otra comida, la que preparamos en casa, es solo el reflejo lejano de este sagrado banquete. Que el gozo de nuestro corazón reconocido sea hoy nuestra oración de acción de gracias, presentada en la Eucaristía, en el pesebre del altar.
¡Feliz Navidad!