Sermones de NAVIDAD

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ


Adviento

Nochebuena (noche)
Navidad (aurora)
Navidad (día)
2º Domingo después de Navidad
Sermones del Prólogo al Evangelio de San Juan

1997. Ciclo b

NAVIDAD

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

SERMÓN

En el año 29 anterior a Cristo, noventa años antes de que Lucas escribiera nuestro evangelio de hoy, Cayo Octaviano, sobrino de Julio César y adoptado por éste, se hace conferir por el senado romano el poder proconsular maius , que llevaba anejo el imperium militiae -es decir el comando supremo del ejército- y el título de Augusto , que consideró siempre como su nombre por excelencia, indicativo de su carácter sacro. Augusto se convierte así en el primer imperator et princeps de Roma: el imperio romano sustituía definitivamente a la república romana. Pero esa misma fecha marcaba el final de casi cien años de sangrientas guerras civiles que habían devastado los dominios itálicos. Por fin las puertas del santuario de Jano en el Foro, que se abrían en tiempos de guerra para permitir que la deidad acompañara las espadas y lanzas romanas, se cerraban después de tantísimo tiempo. La era de Augusto fue proclamada como un tiempo idílico de paz. Se cumplían así los sueños de Virgilio en su cuarta Égloga. Las ciudades griegas de Asia menor adoptaron el 23 de Septiembre, cumpleaños de Augusto, como el día del Año nuevo, una especie de navidad universal. En su honor se nombró al octavo mes Augusto, Agosto. En Halicarnaso se lo saludó como el “salvador del mundo”. Se ha encontrado una inscripción en Priene que dice en griego: “el nacimiento del dios (refiriéndose a Augusto) marcó el principio de la buena noticia ( euangelion , dice) para el mundo”.

En Roma a orillas del Tiber, y junto al colosal mausoleo del emperador construido por éste en vida, se levanta un enorme altar a la paz traída por Augusto, el Ara Pacis Augustae, terminado en el año 9 antes de Cristo y que ha llegado casi completo a nuestros días.

Se ha de decir que Augusto fue realmente un gran gobernante, al menos para los romanos. A la reconstitución política de Roma, añade una fiebre de reconstrucción material que provoca masivas demandas de esclavos para las obras e ingentes sumas de dinero para pagar gastos, arquitectos y materiales. Las entradas romanas consistían en el erario donde iban a parar los réditos de las provincias pacíficas en manos del senado; el fisco que recibía los ingresos de las provincias limítrofes y levantiscas manejadas directamente por el emperador y el patrimonio que era un fondo totalmente privado del emperador en donde iban a parar todas las rentas de Egipto y otras inmensas propiedades suyas. Erario, fisco y patrimonio eran insaciables. No solo el gobierno central, que exigía cada vez más entradas para sostener sus costosas obras y la vida rumbosa de los grandes, sino los innumerables intermediarios, publicanos y exactores de impuestos que también recibían su inmensa tajada y retornos, exprimían casi hasta lo insoportable sobre todo a las nuevas provincias recientemente conquistadas, que eran consideradas como propiedad de Roma y, por lo tanto, acreedoras de pago para ser usadas por sus habitantes. Como ese pago dependía de la cantidad y posición social de éstos y la extensión de sus propiedades, se hacían periódicos censos para poder fijar los montos que debían colectarse. A uno de estos censos alude nuestro evangelio de hoy.

Sin duda que la paz de Augusto significó una fabulosa prosperidad que llenó de monumentos -palacios, teatros, hipódromos, rutas, puentes, termas, circos, templos...- el ámbito de todo el territorio romano y comenzó a transformar a la ciudad de Roma en la espléndida urbe que aún se descubre detrás de sus ruinas; pero significó también el empobrecimiento de la gran masa del pueblo que, si bien era calmada en Roma, en la capital, con periódicas distribuciones de pan y con espectáculos (pan y circo), en los países conquistados, en las provincias, era casi miserable.

En Judea se añadían los impuestos locales al templo y lo que requerían los propios reyezuelos y etnarcas, entre ellos Herodes, también gustoso de hacer obras colosales: hasta donó un teatro en mármol pentélico a la ciudad de Atenas al pie de la Acrópolis, que aún hoy se utiliza para espectáculos teatrales y líricos.

Tácito cuenta que Judea, exhausta por los impuestos tuvo que enviar a Tiberio una delegación implorando que se los redujera.

La paz de Augusto finalmente se revelaba muy mala noticia para la mayoría de la población. Una paz por otra parte que no era tanta paz, ya que las puertas del templo de Jano tuvieron que reabrirse prontamente ante el asalto de los bárbaros; y las rebeliones y estallidos sociales volvieron pronto a convertir al imperio en un polvorín.

Cuando Lucas escribe su evangelio ha sido testigo de la terrible sublevación judía que terminará sangrientamente con la ruina de Jerusalén. Rumores de guerras, hambre y peste que refleja el clima de la literatura apocalíptica se levantan por todos lados. Hablar de la paz de Augusto es casi una ironía.

Pero precisamente es esta ironía la que está detrás del párrafo lucano que acabamos de leer y en donde menciona expresamente a Augusto. Todos esos títulos que usufructuaba el emperador: príncipe de la paz, salvador del mundo, augusto (es decir santo, venerable), corresponden realmente al hijo de David, paradójicamente nacido en Belén, precisamente a causa de uno de esos censos perversos con los cuales el imperio succionaba la sangre de sus súbditos. Lucas en este pequeño relato lleno de alusiones nos quiere sugerir que quien cambiará finalmente el curso de la historia y marcará el comienzo no del año, sino de una nueva era será Jesucristo. Esa es la verdadera navidad. Y este su nacimiento la genuina buena noticia, el auténtico evangelio. Los hombres quisieron edificar ellos mismos un altar a la paz de Augusto, el Ara Pacis, pero la única paz verdadera es la que trae Cristo, la que viene de Dios y por eso la proclama un coro celeste: “ paz en la tierra a los hombres amados por Dios.”

Y Jesús viene a traer la salvación no solo a un grupo escogido de jerarcas, paniaguados y empresarios del régimen imperial, sino a todos, especialmente a los pequeños, representados en la pintura de Lucas por los pastores. La salvación se realiza no en el pináculo del palatino donde reside Augusto, ni de las casas rosadas, sino desde el existir real de la vida de cada uno, representada en lo más típico de una existencia humana: el amor de un hombre y una mujer, el nacimiento de un hijo.

Lucas se complace en el contraste entre la mención de los grandes personajones de la época: Augusto, Quirino, Herodes... y los cotidianos y cercanos nombres de Jesús, María y José.

Dios se ha imbricado en la vida no de los palacios, de las casas de gobierno, de las primeras planas de los diarios, de las estrellas de la televisión y de las canchas, sino en el fatigoso existir de todos los días de cada uno de nosotros.

Es verdad que al darle Lucas a Jesús el título de heredero de David sugiere también una cierta esperanza política. David es, en la leyenda de Israel, el prototipo del rey justo, del gobernante honesto que se ocupa de los pobres, los huérfanos y las viudas y se acerca con leyes sabias y ecuánimes a la vida real de su pueblo. Siempre será verdad que los principios cristianos aplicados a la vida de familia y de convivencia entre los hombres, aún políticamente, mejoraría la felicidad y prosperidad de todos. Y quiera Dios que en estos tiempos de egoísmo, competencia e insensibilidad de los unos para los otros aún en el seno de las familias pero mucho más en la sociedad la Navidad vuelva a despertar en nosotros nuestros más nobles sentimientos, nuestro preocuparnos por los demás, nuestro sentido de solidaridad y hermandad.

Sin embargo el significado de la Navidad revela todo su sentido cuando entendemos finalmente que la paz que trae Cristo, más allá de su ser hijo de David, es la que es capaz de darnos como hijo de Dios, como verdadero salvador y Señor, encaminada, allende las vicisitudes de este mundo, a plenificarse en su Reino definitivo del cielo, donde, definitivamente transformados, vivamos perennemente nuestra plena Navidad.

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