1994
Nochebuena
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»
SERMÓN
Cuando muere -en el año 935 antes de Cristo- al rey de Judá e Israel, a Salomón, hijo de David, no le faltan herederos. Todos sabemos de su legendario harén, en donde habitaban decenas de mujeres de todas partes del mundo. Es, sin embargo, el hijo de la princesa amonita Naamá, Roboám, quien ha sido designado sucesor del monarca. En el momento de su ascensión al trono tiene 45 años y por supuesto, no se siente seguro de que uno de sus numerosos hermanos no quiera disputarle la corona. Más aún que Israel se ha rebelado, liderado por Jeroboam y ha hecho rancho y reino aparte.
Roboam, pues, además de los pactos políticos que ha de hacer con los grandes de la corte para asegurarse el poder, repartiendo promesas y prebendas, ha de cumplir con todos los ritos que le confieran, delante del pueblo, el aura de prestigio de la paradigmática figura de David. Y, para ello, dos son las ceremonias principales que ha de realizar: una, la unción y coronación por el sumo sacerdote sadoquita del templo de Jerusalén que lo transformará en el ungido, el mashah , o mesías. Otra, el ir a las tierras natalicias de David, los territorios de Jesé, para reivindicar su ascendencia davídica. Son solo unas cuantas hectáreas alrededor de la pequeña aldea llamada, en épocas arcaicas, "la casa del dios Lahamu", Bitilu - laham, o, luego, en hebreo, Beth-lehem.
Porque era allí, en Beth-lehem, donde el rico Jesé, dueño de numerosos rebaños de ovejas, había tenido por hijo a David que, de pastor en su niñez, soldado de fortuna en su juventud, había finalmente accedido, dadas sus dotes militares, y por la unción de Samuel en ese lugar, a primer rey de Judá y, luego, de Israel.
De allí que era imperioso para Roboam el ser reconocido en ese lugar como patrón de esas tierras, de esas propiedades de David, y recibir la aceptación y homenaje de los ricos dueños de los rebaños que ahí hacían pacer a sus ovejas. Recién cuando ha recibido esta señal de vasallaje, el rey puede estar seguro de que el pueblo reconocerá su prosapia y la legitimidad de su derecho al trono de David.
Esta costumbre iniciada por Roboám se transformará luego para los monarcas en ceremonia casi obligada antes de la coronación.
El mismo Roboam fortifica y enriquece la aldea y le concede grandes privilegios. De hecho, más adelante, Beth-lehem será siempre, con su ejido y sus rebaños, feudo y propiedad privada de los reyes de Judá; y los encargados de cuidar sus rebaños no serán pastores comunes, sino nobles funcionarios del monarca, orgullosos de ese título y merced.
Es verdad que, después de la caída de Jerusalén en el 586 antes de Cristo y la deportación a Babilonia, Beth-lehem se despuebla y, a pesar de los intentos posteriores de repoblación, entra en una imparable decadencia. Desaparecida la monarquía también desaparecen las antiguas costumbres. Pero Belén conservará siempre, para los memoriosos de la dinastía davídica y para los que esperaban su restauración, el halo y prestigio de la ciudad de David por excelencia, como Reims para la monarquía francesa, o Toledo para la española.
El príncipe heredero, pues, no puede de ninguna manera nacer en Nazaret, en la oscura Galilea, la galileá ha goim, el 'territorio de los gentiles'. El futuro monarca, el pequeño príncipe, como lo exige su estirpe y su sangre, ha de ser dado a luz en sus tierras, en su feudo, en sus propiedades reales, en las hectáreas de Jesé.
Y Lucas, el evangelista, se regodea al plasmar con su pluma estas escenas, haciendo destacar cómo la providencia divina mueve a los más grandes personajes de la época, para cumplir éste rito real. Son nada menos que el más ilustre emperador de todas las épocas: Cayo Julio César Octaviano: el Augusto; y el cruel pero poderoso rey idumeo Herodes; y el célebre generalísimo Publio Sulpicio Quirino, quienes se harán instrumentos de Dios para que su hijo reciba en Beth-lehem la legitimación davídica. El decreto del emperador Augusto que mira a una terrenísima exacción de impuestos a lo Cossio, se hace dócil herramienta -como todo lo que nos pasa en este mundo, por más profano que parezca- de los planes de lo alto.
***
Hay una posada, ahora, en las tierras del Rey. Allí paran viajantes, comerciantes, menestrales, extranjeros. Lugar indigno para que se aposente la Reina y de a luz al infante, al delfín.
Ya había llorado Jeremías (14, 8) el despojo de los judíos en su propia tierra: " Desdichado Israel, forastero en su país, extranjero que debe ir a una posada para pernoctar ". No: el rey en su propia tierra no puede albergarse en un figón.
Irá a su propiedad, a un pesebre de su ganado, y allí, como había predicho Isaías (1, 3) será reconocido por su reses: " Reconoce el buey a su señor, y el asno el pesebre de su amo ".
Allí, sobre todo, recibirá el feudal homenaje de los reales pastores de las tierras de David. Ellos sabrán que ha nacido el Rey, por la señal de los pañales, porque los pañales eran, en esas época, signo de esa calidad que el mismísimo rey Salomón su antepasado había cantado en el libro de la Sabiduría (7, 3-5): " Me criaron con mimo, entre pañales ."
Es lo que anuncian finalmente a los pastores los ángeles: " en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Rey, el Señor ".
Pero esta figura de los ángeles, en la teología de Lucas, quiere llevarnos a algo más que a un mero nacimiento real. El ángel es el símbolo de la apertura al mundo de lo celeste, de lo divino. Y el canto angélico habla precisamente de esa gloria de Dios, que como revelación de su ser, se regala, por amor, a los hombres, y se hace carne en Jesús.
Eso que preanuncia el canto de los ángeles se realizará plenamente en la entronización definitiva de Jesús a la derecha de su Padre, en la Resurrección. Como hombre, hijo principesco de David, soberano de Israel; ascendido a los cielos, será -y es ahora- el soberano y salvador del universo, hijo de Dios, porque Dios como el Padre.
***
Noche serena. Noche que apunta ya al despertar del día.
La gebirá , la reina madre, tiene en sus brazos a su pequeño infante. Recibe en su nombre el homenaje de los reales pastores.
El pequeño bebe duerme satisfecho en su regazo. Nada sabe el pequeño de vasallajes ni de ceremonias de corte. Solo siente el calor de la mamá y el dulce gusto de la leche en su boca.
Pero hoy puede dormir. La primera parte de la ceremonia se ha cumplido en Belén.
A ocho kilómetros, imponente, se levantan las monumentales murallas de su otra ciudad, su Capital, Jerusalén. Allí, segunda parte, tendrán que ungirlo y coronarlo Rey.
Dentro de treinta años lo harán.
Pero hoy el bebe duerme, feliz.
No -pobre bebe-: no sabe nada de vasallajes ni de ceremonias de corte. Nada sabe del trono y la corona que le preparan sus súbditos. Todavía nada conoce de espinas, ni de clavos; nunca ha visto una cruz.
Duerme, duerme, pequeño príncipe, mi niño Dios. ¡Que ya te quieres despertar! Hay tiempo. Ahora abrázate, abrázate fuerte, fuerte, a tu mamá.