1995
Nochebuena
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»
SERMÓN
Ya desde hace unos años es costumbre en Madre Admirable, celebrar la santa Misa en el jardín. La Iglesia resulta calurosa, somos muchos y los chicos no podrían estar. Eso quizá no sería suficiente para justificar el abandono del lugar sagrado, el templo destinado al culto y cambiarlo por este sitio que en realidad es el patio de recreo de nuestra escuela...
Pero a diferencia de la Pascua: puro misterio, glorificación del Señor resucitado, majestad del Rey que ha vencido a la muerte, liturgia solemne del fuego que se prende, del hombre que es sublimado en Dios, de la Iglesia triunfante, la navidad, en cambio, revive los momentos primigenios, humildes, primerizos, ocultos, de lo que recién luego, treinta años después será a través de la muerte, la gloria Pascual...
La Pascua es sin duda la gran fiesta de la cristiandad, pero está como un poco lejos de nosotros, en realidad, más en nuestro futuro que en nuestro presente, al Cristo resucitado una nube lo ha escondido en el cielo, y para encontrarlo no hay más remedio que hallarlo en símbolos sacros, en ceremonias solemnes, en Misas llenas de incienso, en sacramentos, en espacios excluidos al uso profano... La navidad es en cambio mucho más nuestra, más sencilla, no es Dios fulgurando en su trono celeste, es casi Dios que comienza, que inicia su carrera, que nos acompaña bien de cerca, en algo tan humano y a la vez tan importante como un nacimiento, como la imagen de la madre con su hijo en brazos, con la cuna a su costado, y toda la familia y los amigos contentos que van a visitarla al sanatorio... El bebe que no puede asustar a nadie, que despierta nuestra espontánea simpatía, y que realmente se hace casi más natural verlo en el jardín, que en las volutas de incienso y las luces de los focos del ábside de una iglesia o bajo el baldaquino de una catedral.
Es verdad que estrictamente el pesebre poco tenía de este nuestro jardín cuidado, con el pasto recién cortado y sus canteros de flores, y nuestras luces y micrófonos; no era lugar de esparcimiento, era tierra de trabajo y pastoreo, establo de animales... Pero no se crea que con eso salía perdiendo, no tendría ese edificio torre antiestético tapando parte de su cielo, ni el ruido de los autos por libertador, ni la luz y el smog de la ciudad filtrando el brillo de las estrellas... Canto de grillos y de cigarras, murmullo de brisa entre las plantas, el cálido respirar del buey y del asno, el padre mirando orgulloso y enamorado la imagen de su mujer y de su hijo, la madre acariciando con el latido de su corazón el sueño de su bebe...
Pero en realidad es como si nada hubiera pasado: no habrá periodistas ni fotógrafos, ni bajará ni subirá la bolsa, en Jerusalén los banqueros siguen contando sus monedas, los sacerdotes guardando ansiosos las limosnas del tesoro del templo, al emperador de Roma en este momento le está empezando a doler la cabeza por el vino de otra de sus fiestas, los hombres de trabajo descansan ya en sus camas...
A nadie le importa, ninguno se entera... es un niño más que ha venido a la tierra... Ni siquiera lo acompaña la familia. Solo unos pastores, en la solidaridad propia de los humildes se han acercado a ofrecer su ayuda, solo tres sabios chiflados guiados quien sabe por que recóndita intuición, viejo pergamino, añosa utopía, están viajando desde lejos en sus dromedarios...
Grillos y cigarras, croar de ranas y el arrorró de una mamá...
Nada más. Y sin embargo, es allí donde la verdadera historia empieza...
Mucho más importante que cuando hace 20000 millones de años la energía primitiva estallo en materia y comenzó a formarse el universo, mucho más que cuando desgajada del sol, masa incandescente, hace 5000 millones de años, la tierra comenzó a girar alrededor de su astro, mucho más trascendente que cuando mil millones de años después, en los mares recién formados, apareció la vida, las primeras células, mucho más decisivo que cuando en la línea evolutiva de los primates hace quizá un millón de años un día apareció el cerebro humano o, luego, se dominó el fuego, se inventó la rueda, la escritura, la revolución industrial...
Hoy no es solo la naturaleza que crece, la vida que comienza, el ser humano que nace, el hombre que progresa, la ciencia que se desarrolla...
Hoy es el mismo Dios que se introduce en nuestra historia, que asume nuestra vida, que se pone al lado nuestro para vivir nuestra aventura, que se hace uno de nosotros para compartir nuestras dichas y nuestras penas, que, finalmente, introduce su propia Vida en la humana...
No, no es solo un bebe más, otra madre feliz, otro padre orondo y orgulloso. Es la felicidad y el existir divinos que se abren como posibilidad para todos los hombres, más allá de sus biologías, más allá de la importancia o no de sus trayectorias humanas. Dios con nosotros, Dios para todos nosotros.
Porque Jesús niño, el establo de Belén, no son ni más ni menos que el instante solemne de la historia en que las puertas de lo celeste, de los supremamente bello, de lo espléndidamente feliz, se abren para el hombre hasta entonces encerrado en este precario mundo...
Y precisamente porque es una oferta hecha a todos, pobres y ricos, jóvenes y viejos, sabios y simples, blancos y negros, Dios se hace hombre no en el palacio de Augusto, no en las salas doradas de Herodes, no en el templo de mármol y oro de Jerusalén, sino en un paisaje que podría pertenecer a todas las épocas, a todos los pueblos, a todas las clases: techo de estrellas, alfombra de pasto verde, ventilación de brisa, perfume de lavanda y de gramilla, pareja enamorada, cuna de paja...
Feliz Navidad.