2000 - Ciclo B
2º domingo de pascua
(GEP; 30-04-00)
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
SERMÓN
Uno de los sistemas de pensamiento más duraderos y fecundos de occidente, nacido en Grecia a fines del siglo IV antes de Cristo fue el de los estoicos. Asociamos su nombre sobre todo a la moral, una ética de severo autodominio, tenaz frente a las adversidades y que mucho influyó luego en la sistematización de la moralidad cristiana.
Pero no es solo su ética lo que ha hecho interesantes a los estoicos en la evolución del pensamiento humano. Ellos fueron los primeros pensadores que comenzaron a racionalizar y desmitologizar la religión. Hasta entonces, a pesar de que las ciencias filosóficas y naturales ya habían alcanzando cumbres como la de Aristóteles, nadie había intentado dar una explicación racional del hecho religioso. El mismo Aristóteles, es sabido, a pesar de toda su metafísica y su física, en lo personal seguía yendo a los templos y sacrificando a múltiples dioses y tocando supersticiosamente madera como cualquier griego de su época.
Los estoicos, en cambio, intentaron clasificar también a lo religioso dentro del campo del saber humano. Y llegaron a la conclusión de que la religión era una forma infantil, primitiva y adaptada a los simples de interpretar -e intentar manejar- la realidad. De hecho para ellos había tres formas de hacerlo o -como decían- tres 'teologías', ya que el universo era considerado divino y, por tanto, su conocimiento 'teo-logía'. Estaba esa primera teología, las de los narradores de fábulas, la creada por los poetas -afirmaban-, llenas de fórmulas, de ritos, de magos, de sacerdotes, de conjuros y a la cual, propiamente, se llamaba religión o religiones. Maneras populares, metafóricas, folclóricas, para que la gente ignorante regulara sus supersticiones y se sintiera, mediante su ejercicio, contenida y protegida frente a los múltiples problemas de esta vida. Había una segunda forma de conocimiento total o teología y era la del culto oficial de las ciudades en Grecia y luego del emperador, en roma. Es la teología que apoya la política, la moral social, y que sacraliza al Estado dándole autoridad frente a las masas, estabilizando sus instituciones y respaldando el ejercicio de la justicia. Sin este culto oficial y sus oropeles -decían los estoicos- el populacho no puede ser manejado. Pero hay, finalmente, una tercera clase de teología -la verdaderamente seria- y es la teología que los estoicos llamaban 'natural' o 'física', el saber racional, la teología que manejan los filósofos, es decir los científicos. Ellos son los que saben que lo único verdaderamente divino es el universo, no las estatuas, ni las imágenes, ni los múltiples dioses o demonios de las religiones. En todo caso, afirmaban los estoicos, dios sería el fuego o la energía o la inteligencia que impregna al universo y que, para que lo acepten los simples, hay que llamarlo Zeus o Júpiter. Y así, en general, lo que la plebe llama dioses no son sino elementos y fuerzas de la única y sola naturaleza. Poseidón o Neptuno es simplemente el agua; Hera, el aire; Atena, el éter; Cronos, el fluir del tiempo; Demeter, la tierra; Apolo, el sol; Diana, la luna ...Todos partes de un mismo y único universo: el verdadero dios.
De este modo los estoicos desmitologizaban la realidad, la liberaban de los dioses, y afirmaban que era la ignorancia la que llevaba a la gente baja a atribuir a divinidades lo que no son sino fenómenos de la naturaleza, distintos nombres de la misma fuerza cósmica que todo lo penetra y vivifica... Y si para controlar las distintas clases de gente, desde la más ignorante a la más letrada, eran necesarias las tres clases de teología -la religiosa, la política y la física-, la única digna del hombre era la física, la filosofía, o sea la ciencia, la razón.
Como Vds. ven, en esto los estoicos anticiparon en muchos siglos las legítimas críticas a las religiones hechas por Comte en el siglo XIX, el fundador del positivismo moderno con su teoría de los tres estadios del pensamiento: uno primitivo, el religioso, otro más evolucionado, el metafísico y finalmente el científico o positivo, como le llamaba. Marx copia de Comte muchas de sus críticas a la religión.
Ahora bien, si hoy uno le preguntara a un católico de qué lado le parece que se puso el cristianismo primitivo en esta clasificación de los estoicos, si del lado de las religiones, del lado de la política o del lado de los científicos probablemente dudaría en responder. Sin embargo, los primeros cristianos no tuvieron la más mínima duda y, desde el comienzo, se pusieron del lado de la razón, de la inteligencia y no el de las religiones, ni el de la política. Hoy mismo habría que decir que, en lo que respecta a la crítica de las religiones, en casi todo, salvo en sus posiciones metafísicas de fondo, podemos estar de acuerdo con Comte o aún con Marx, sin que esas críticas toquen en lo más mínimo al cristianismo -aunque si a muchos cristianos que viven su cristianismo como una religión más, supersticiosamente-.
Ni la verdadera teología ni el cristianismo primitivo vacilan ni vacilaron un solo instante: el cristianismo está no del lado de las religiones, sino del lado de la inteligencia, de la ciencia, de la razón.
En realidad, antes que los estoicos y los positivistas, fué la misma teología bíblica la que desmitologizó el universo y sus fuerzas naturales y los llamó con su nombre: tierra, cielo, mar, luna, elementos... Lo vemos afirmado en el mismo pórtico de nuestras escrituras en el famoso poema metafísico de la creación de Génesis uno que nos presenta a toda la naturaleza y sus partes como cosas, como creaturas, manejada por fuerzas y leyes naturales, no por gnomos, hadas, demonios, ángeles, genios, deméteres, apolos, brahamas o budas...
Pero la Biblia va mucho más allá de las conclusiones a las que arribaron los estoicos y el mismo positivismo contemporáneo, porque ni siquiera consideró al Universo o a la materia como un todo autosuficiente y por tanto divino, como lo hicieron ellos, sino pura realidad elemental, corporal, masa, materia al servicio del hombre, objeto de estudio, de dominio, de técnica, de viajes interestelares, de colonización, de conocimiento... No de adoración, debida al único Dios trascendente al universo, como clama Pablo a los Romanos...
Jamás se le ocurrió ni al antiguo ni al nuevo testamento tomar en serio a las religiones, los mitos, las supersticiones, los ritos prosopopéyicos de los sacerdotes brujos tratando de manejar mágicamente las realidades mundanas... Todo ello es tratado con sorna, con burla; tildado de burda idolatría, de necedad, es decir, de falta de ciencia... Basta leer a Isaías o Jeremías... En cambio, en cuanto la mente hebrea descubre al mundo helénico y su concepto de ciencia, inmediatamente se pone a dialogar con ella, como lo vemos en los libros sapienciales de nuestra Biblia, serio intento de inquirir la verdad con los recursos metódicos de la razón.
En realidad al revés, muchos pensadores serios griegos y romanos se sintieron sumamente atraídos por la inteligente concepción véterotestamentaria. El obstáculo para que se adhirieran a ella fue el racismo hebreo, que no favorecía las conversiones de no judíos.
Esto, en cambio no sucedió con el cristianismo, que dejó todo racismo de lado por mandato de Cristo, y salió a predicar a todas las naciones, a todos los pueblos, atrayendo inmediatamente con su posición antireligiosa a las grandes inteligencias paganas.
Porque tampoco el cristianismo -único pleno heredero de la revelación de Israel- gastó un instante en tratar de ponerse de acuerdo con las religiones de su época, panteístas, supersticiosas, acientíficas, sin exigencias morales, explotadoras del gusto por lo mágico y por lo oculto de la gente ignara, y aprovechadora de esa pereza mental propia de la incultura que hace a la gente más inclinada a recurrir a explicaciones míticas y soluciones mágicas que a la investigación rigurosa y al manejo del mundo y de la vida basados en la libertad y la razón.
Hoy puede parecer extraño, pero la acusación principal que sirvió al imperio romano para perseguir a los cristianos fue precisamente la de 'ateos', negadores de los dioses. No solo los de las religiones, los de la teología de los poetas, de los mitos que mantenían la vida de los templos de moda y sus diversos sacerdotes, con su séquito de sanadores, milagreros, fabricantes de amuletos e imágenes, industria de peregrinaciones y posadas, y que hacían su agosto con le imbecilidad de la gente, sino -y sobre todo- de los dioses de la teología política, los que sustentaban el despótico poder imperial de Roma. Esto le valió al cristianismo la persecución de arriba y de abajo... y por ateos los mataban.
Pero la Iglesia naciente, como podemos leer en los escritos de los primeros teólogos, los llamados "Padres Apologistas Griegos", se cuidó muy bien, a pesar de con ello enfrentar la muerte, de no dialogar sino con los filósofos, con la razón, con la ciencia, con la teología física de los estoicos, no con el sentimiento, o la superstición, o los mitos de las religiones. Y, en cuanto a la teología política, solo intentó hacer entender que el cristianismo no se oponía de ninguna manera a un ejercicio serio, honesto y leal de la autoridad, sino que, por el contrario, estaba dispuesto en nombre del respeto al verdadero Dios y mientras no se opusiera a Él, a hacer de sus fieles obedientes ciudadanos.
La Iglesia opta, pues, por la inteligencia, no por la creencia o el sentimiento, porque sabe, desde el antiguo testamento, pero sobre todo desde el Prólogo del evangelio de San Juan, que Dios es el origen de toda razón, de todo conocimiento, de todo saber. "En el principio era el logos, la palabra, la razón". Razón identificada además con el amor, ya que Dios, según el mismo Juan, es agape, es amor. Inteligencia, logos, pues, que no se queda en mero saber, como la ciencia del filósofo, sino que se vuelca en amor y en compromiso a Dios y al prójimo. Amor, a su vez, que no se queda en mero sentimentalismo, en guitarra, en vana compasión universal sino que, dirigido por la inteligencia, se hace norma y acción.
La Iglesia siempre ha vivido el ejemplo del apóstol Tomás, buscando razones para creer y, una vez creyendo, tratando de entender lo que cree. Aunque tantos mal lo vivan -a la manera de cualquier religión- el cristianismo no es una opinión más invento de poetas ni evangelistas, ni útil institución para promover la moral de los ignorantes y de los niños. Tampoco es mera sensiblería desplegada en devoción o fervor; mucho menos solución mágica para mis problemas de soledad, de depresión, de trabajo o de plata; ni recurso milagroso para mis enfermedades y dolencias, o consuelo para mi miedo a la muerte. Es encuentro con el Dios trascendente a este universo limitado y caduco que se me ha acercado en Cristo para ofrecerme el luminoso panorama de su propio existir: a la vez logos y agape, razón y amor, inteligencia y querer.
El cristianismo interpela no al puro sentir, ni a los miedos, ni a las búsquedas de seguridad, ni a las necesidades o ignorancias del hombre, ni al juego con lo oculto o lo mistérico, ni a la autoayuda disfrazada de ascesis, como las llamadas religiones, sino que es una libre y luminosa elección de mi inteligencia y mi querer del don gratuito de la Vida que se me manifiesta y ofrece en Jesús.
Buscar el arrumaco de la experiencia extática, de la sanación, de la excitación de las multitudes, de la histeria de las misas frenéticas de ritmos y de música barata, de pseudocarismas rayanos a la posesión de la macumba, de pietismos adulcorados sin rigor intelectual y sin la luz de la fe, poco que ver tiene con el cristianismo auténtico, y si con las llamadas religiones de las cuales conscientemente quiso separarse la Iglesia de siempre. De hecho el cristianismo recién comienza a llamarse 'religión' hacia la época de San Agustín, cuando, en contraposición con aquellas, éste lo denomina la "verdadera religión". Pero nunca se le ocurrió meterse en la misma bolsa con las falsas religiones.
Lamentablemente hablar hoy de religiones, como en la época de los estoicos, significa referirse a cualquier confusa relación o superstición que el hombre pueda tener con misteriosos poderes capaces de influir benéfica o perversamente en su vida, tratando de manejarlos mediante ritos, oraciones, magia u ofrendas. Bastaría ir al registro de religiones que maneja en sus archivos la Secretaría de Culto de nuestro país para tener una lista ejemplificadora de este aserto. Allí, en confuso montón, también yace el cristianismo. Solo una cierta prioridad constitucional del catolicismo, no por razón de su verdad, sino de su tradicional posición en el país y una supuesta situación mayoritaria, hacen que éste ocupe un lugar más o menos conspicuo, pero en el fondo igualitario, al lado de otras organizaciones llamadas religiosas, sean del jaez y talante que fueran. Por supuesto que el cristianismo jamás podrá reivindicar -en un sistema que por definición no cree en la verdad y si solo en la opinión y voto de la mayoría- el derecho que tiene la verdad y no las falsificaciones, lo legítimo y no lo espurio, la medicina y no el veneno... Pero todo católico que se precie de tal ha de saber que el cristianismo no es una religión más, una creencia más o menos subjetiva, sino la manifestación plena de la inteligencia divina que la razón del hombre es capaz de descubrir cuando científicamente piensa y desnuda su mundo y la historia de los hombres y el acontecimiento de Cristo y, a su vez, lo compara con la irracionalidad de otras ideologías y religiones.
Como desde el comienzo en la opción estoica, la Iglesia siempre preferirá el mundo de la inteligencia, al mundo de la política o al mundo de la superstición religiosa, aunque ciertos jerarcas o clérigos quieran hacerla valer sobre todo en esos campos, llámense derechos humanos, democracia bendecida, curas sanadores o carnavales religiosos e interreligiosos.
Por cierto que la Iglesia es capaz de dialogar con todo hombre, también con el que padece los engaños de las falsas religiones. Sabrá descubrir en él la buena fe y en éstas las porciones de verdad que puedan contener a pesar de sus falsedades. Al fin y al cabo, en nuestros días no hay religión que no haya tenido algún contacto con la Iglesia y que no haya sido benéficamente tocada por la maravilla de la verdad de Cristo y no haya corregido muchas de sus posturas más groseras. Como también existen religiones o ideologías que se han desgajado del antiguo testamento o del cristianismo llevando consigo muchas de sus verdades. Pero eso no quiere decir que el interlocutor privilegiado de la fe cristiana no sea antes que nada el hombre en lo que tiene de más alto y más digno: su razón y su inteligencia, su actitud crítica y científica frente al mundo, al hombre y a Dios, y su capacidad de discernir la verdad del error, lo inteligente de lo necio, la proposición luminosa y seria de la estafa intelectual...
Es la actitud inteligente, cautelosa y crítica de Tomás la que finalmente lo lleva al pleno reconocimiento de Cristo en la manifestación de fe más plena que se halle en todo el nuevo testamento: "Jesús, Señor mío y Dios mío".