Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

2002 - Ciclo C

2º domingo de pascua
(GEP 07-04-02)

Lectura del santo Evangelio según san Juan    20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.


SERMÓN

En este domingo que termina la octava de Pascua, tradicionalmente dedicado a reflexionar sobre las relaciones entre la razón y la fe, vale la pena recordar -y al mismo tiempo rendir homenaje- a uno de los pensadores más notables del fin del pasado siglo, Hans-Georg Gadamer, que acaba de morir -el 14 de Marzo pasado- a los 102 años, en Heidelberg, Alemania. Discípulo de Heidegger, incansable lector de Platón y Aristóteles, profundo conocedor de Hegel, al mismo tiempo que versado en ciencias contemporáneas -su padre era un notable químico- el centro de su atención fue indagar las posibilidades de la mente de conocer la verdad, y la disciplina que desarrolló para ello fue la hermenéutica.

Como Vd. saben la hermenéutica es el arte de interpretar textos, de hallarles un sentido, un significado. El término deriva de textos gnósticos y alquímicos del siglo III atribuidos a Hermes, Mercurio. Textos que fueron leídos ávidamente por los pensadores del renacimiento y que resultaban de legendaria dificultad para ser entendidos, para penetrar en ellos. De tal manera que hablar de un escrito hermético era señalar su dificultad para captar su significado. Tanto que el adjetivo hermético terminó por designar cualquier cosa sellada, clausurada. Un envase 'hermético', decimos.

La hermenéutica es, por el contrario, el arte de penetrar ese hermetismo, de descifrar el texto, de entenderlo como corresponde.

Es, por ejemplo, la técnica que los exegetas aplican a los libros de la Sagrada Escritura para interpretar su sentido. Ciertas frases bíblicas que en el siglo XXI son de difícil comprensión para nosotros, si, mediante la hermenéutica intentamos llevarlas al tiempo y mentalidad del autor sagrado pueden adquirir un sentido que a simple vista no tienen y, explicadas y traducidas, decirnos algo a nosotros. Es lo que con un texto difícil suele hacer en la homilía un predicador medianamente competente: "quiere decir esto..."

Pero, más allá de la Biblia, la hermenéutica ha adquirido enorme importancia en la filosofía contemporánea, no solo porque es un instrumento indispensable para todos aquellos que quieran acercarse con seriedad al texto de cualquier autor y comprenderlo, sino porque, a partir del subjetivismo protestante y el racionalismo kantiano, ya no resultaba importante la realidad como tal sino lo que cada uno conocía de ésta: las ideas 'subjetivas', las opiniones, no su correspondencia con el objeto. Y como pronto se llegó a la constatación de que nadie pensaba la realidad sino a partir de un lenguaje, -no con ideas en el aire sino con conceptos encarnados en palabras, signos, fonemas- estudiar el lenguaje de cada uno, de cada época, de cada civilización se transformó para muchos de nuestros contemporáneos en la obra magna del conocer humano. "Jamás conoceremos el mundo" -afirman- "sino lo que cada lenguaje expresa sobre él".

Por otra parte, para estos pensadores, el lenguaje, hablado o simbólico o incluso matemático, perdida esta función de instrumento de conocimiento del ser, de la verdad del objeto, tenía como única función lo útil y, sobre todo, en la línea de Descartes, luego de Nietzsche, de instrumento de dominio de la naturaleza y de los demás, puesto al servicio egoísta de cada uno.

En realidad, ya la escuela de Francfort, de extracción marxista y judía, en la década del sesenta y alrededor del famoso mayo francés y su revolución estudiantil, con Horkheimer, Adorno, el famoso Marcuse, Jürgen Hábermas y otros, habían desarrollado una crítica demoledora a estas concepciones. La palabra, la razón, decían, había quedado instrumentalizada, desviándola de su propio objetivo, del saber, y la habían prostituído haciéndola servir finalmente a la dominación de los intereses económicos sobre los hombres. "La razón burguesa ha degenerado en razón práctica y utilitaria", clamaba Adorno. "Hay que hacerla volver a su propio camino autónomo y a la vez emancipador, liberador".

Los miembros de la escuela de Francfort criticaban, también, la degradación de la cultura, su industrialización en función del dominio técnico y del consumo. "Cultura misérrima, expresada especialmente en el cine y la radio con su anticultura de masas", decía Horkheimer, en una obra temprana del año 1944, cuando aún no era masivo el fenómeno supremamente degradante de la televisión.

Estos pensadores tenían algo de razón en su crítica a la razón o palabra utilitaria. Hasta parecía cristiano decir que "el mundo del 'en si' de las cosas se había convertido en el 'para si' del sujeto". Un para si signado por el mero interés económico y de confort. El hombre de una sola dimensión o unidimensional que acusaba Marcuse. Todos sabemos del contagio de ideas marcusianas que se produjo entre tantos clérigos y cristianos de todo el mundo, especialmente en América y su teología de la liberación. Gran parte de la tragedia argentina de los setenta -resuelta a nivel militar por nuestro ejército pero superviviente y victoriosa hasta nuestros días a nivel ideológico- se debe a estos pensadores.

Porque junto con una cierta lógica en su crítica a la razón utilitaria, como buenos marxistas que eran, abominaban la metafísica católica, la idea de un Dios creador, las enseñanzas cristianas, que aceptaban solo en su aspecto revolucionario y mundano. El verdadero catecismo, la idea de Cristo -hombre y Dios- no eran para ellos sino palabras vacías; como decía Marx: superestructuras ideológicas surgidas de los sistemas de opresión feudales y de la burguesía y necesarias para justificarlos y sostenerlos.

La religión, la existencia de realidades trascendentes eran tan rechazadas por la escuela de Francfort como por el marxismo tradicional aunque, en el diálogo con los cristianos atraídos por sus doctrinas, mitigaban la crítica para engancharlos mejor. En realidad, poco a poco, esa crítica -según ellos- resultaría superflua, porque si era verdad que las ideas solo podían sostenerse en las palabras, bastaba silenciar en el lenguaje de todos los días los términos referentes a lo divino, a lo cristiano para que las mismas ideas desaparecieran. Que nunca más asomara la palabra Dios en los diarios, en la radio, en la familia, en la escuela, en la política, o el vocablo gracia, o el término pecado o, lentamente, que se trastocara la semántica de esos términos, transformándolos en irrisorios o fútiles. Eso bastaría para finalmente hacer desaparecer el cristianismo auténtico aún de ciertos ambientes eclesiásticos y sumar rebaños de sedicentes cristianos con el cerebro lavado a sus huestes. Así se alimentaron en la Argentina muchas filas de guerrilleros.

Al mundo real del ser, la escuela de Francfort intenta sustituirlo con un universo gramatical de vocablos sin significado o con significado ambiguo, como 'democracia', 'discriminación', 'derechos humanos', 'libertad', en nombre de lo cual se atropella al ser, a la ley natural, a los derechos de los inocentes, a la propiedad, a la auténtica libertad, al hambre innata de cosas grandes y bellas que, a pesar de todo, guarda en su interior el corazón del hombre.

Y, faltos de metafísica, estos pensadores recaían en el concepto de razón o de palabra como praxis revolucionaria, en realidad una especie de razón práctica apenas humanizada.

Es en este medio donde desarrolla su actividad y sus ideas el bueno de nuestro filósofo Gadamer que mencioné al principio. Mostrando su gran corazón, había apoyado, siendo profesor en la Universidad de Heidelberg, la designación de Hábermas en 1964 como profesor adjunto. Hábermas, uno de los continuadores actuales de la escuela de Francfort, nacido en 1929, mezcla filosofía del lenguaje y marxismo con nociones no digeridas del todo de evolucionismo y biología. Para Hábermas los conceptos y categorías no son más que exigencias biológicas, fruto de la adaptación al medio y útiles para manejarse con las cosas, de por si incognoscibles. Las palabras, las ideas son puras fantasías producidas 'poéticamente' con ocasión de los estímulos externos y que fungen de señales útiles para contactarse con el medio y dominarlo, sin decirnos nada de él. Estimaciones de valor -dice- que surgen de nuestros cambiantes estados fisiológicos.

Pero allí se planta nuestro Hans-Georg Gadamer: aceptará gran parte de la crítica de la escuela de Francfort a la razón utilitaria, a la razón deshumanizadora al servicio de la pura técnica; pero, contrariamente a Marcuse, Horckheimer, Adorno o Hábermas se pronunciará no solo por la posibilidad, a través de la palabra, de alcanzar el ser y la verdad, sino incluso de avizorar la trascendencia, lo metafísico.

Que no podemos alcanzar la realidad sino por medio del lenguaje, de la razón, lo acepta sin titubeos. Desde Kant nadie podrá negar nunca más todo lo que de subjetivo y deformante hay en nuestro pensamiento. Pero al mismo tiempo afirma que la razón, justamente por medio de la hermenéutica, es capaz de volverse sobre si misma, sobre su lenguaje, e intentar purificar todo lo que de subjetivo pueda haber en el pensamiento de individuos y pueblos para intentar llegar a la percepción del ser, de la verdad, de lo objetivo.

A la praxis marxista o la téchné -el saber técnico liberal- Gadamer opone la fronesis, la prudencia de Aristóteles. Ella no solo habrá de guiar el actuar humano purificándolo de la razón utilitaria, técnica y unidimensional y haciéndolo verdaderamente digno del hombre, sino todo acercamiento intelectual a la realidad despojándolo de los aprioris y prejuicios erróneos que velan su captación.

Pensar la realidad, sin embargo, dice Gadamer, no es un juego, no es fácil, no es hacer una encuesta y preguntarle a la gente, no es recabar la opinión de Moria Casán o Mirtha Legrand, ni sumar opiniones de imbéciles ya programados por los medios, exige un método, constancia, esfuerzo, actividad. Pensar -sostiene Gadamer- es una actividad: fatigosa actividad impropia de perezosos. 'Intelecto agente', 'actuante', llamaba ya Aristóteles a la potencia de la mente que esforzadamente intenta develar los sentidos ocultos de la realidad. No basta sentarse frente a la televisión y mirar las simplificaciones de la historia o de la ciencia en los canales 'National Geograhic' o 'Discovery Chanel' o la revista 'Muy Interesante'... Es necesario investigar, pensar, demostrar y, a veces, constatar nuestra ignorancia o reconocer la opacidad del objeto que no se rinde a ser conocido o que supera nuestra capacidad de captación...

La obra magna de Gadamer es su libro "Verdad y método" en donde presenta, a partir de Platón y Aristóteles, la historia de la hermenéutica, pasando por el Renacimiento y el Romanticismo hasta la filosofía moderna. Allí nos señala el difícil y arduo camino que recorrieron los verdaderos pensadores para tratar de indagar la realidad. Porque la hermenéutica, según Gadamer, no ha de terminar -siguiendo la escuela de Lutero o de Kant- en la interpretación de los dichos de los autores, sino en lo que las cosas son, en la realidad, en la verdad.

Y ello para Gadamer constituye uno de los deseos, de las libidos, de las instancias más profundas y definitorias de lo que es ser hombre. La búsqueda de la verdad, el querer saber, el saberse preguntar.

Lo trágico de la civilización contemporánea es que ahoga en las masas este instinto de preguntar y saber acerca del universo, del hombre y de Dios. En una entrevista de hace unos años publicada en La Stampa, Italia, Gadamer afirmaba: "en la sociedad del bienestar, la industrialización asume los rasgos de una verdadera religión: la religión universal de la economía. Las leyes inmanentes del desarrollo industrial, técnico, económico determinan cada vez más nuestros destinos (...) Todo finalmente se ve y se dibuja desde el trasfondo del mundo de las finanzas. Pero el sistema financiero es incapaz de responder a los misterios de la vida humana como la muerte, la trascendencia, el porqué algo existe en vez de nada ... Lo único que puede hacer es impedir que el hombre piense en estas cosas. (...) La misma ciencia al servicio de la técnica y la economía, es ciega frente a las grandes preguntas y mucho menos puede ofrecer las grandes respuestas.

De allí para Gadamer, antes de la fe, la utilidad de la filosofía: enseña sobre todo a preguntar. Esa es una de las constataciones más lúcidas de Gadamer: la razón humana, la más precisa de las hermenéuticas, mirando con sus débiles instrumentos al universo y al hombre, detectando objetivamente su ser, halla muchas más preguntas que respuestas. El mundo que descubre nuestra razón no se explica a si mismo, ni en su origen ni en su finalidad. Un mundo que empieza desde la nada y terminará, según todos los datos de la astrofísica, en la casi nada, es evidentemente una gran pregunta. Una vida pensante y amante que acaba en muerte es una gran incógnita. Pero es necesario darse cuenta de ello, y esa es, según Gadamer, la función principal de la filosofía: aunque no pueda dar respuestas, enseñar a todos a hacerse las grandes preguntas. Porque, como bien dice Gadamer, "el que no es capaz de hacerse preguntas nunca encontrará respuestas". El que no reflexiona e indaga jamás encontrará la luz de la fe.

El gran problema del hombre de hoy, pues, no es que no tenga respuestas: allí están luminosas, patentes, maravillosas, supremamente racionales, en la respuesta de la Resurrección de Cristo. El gran problema del hombre de hoy es que no sabe hacerse preguntas o solo hace preguntas estúpidas que no sirven para hallar las grandes respuestas.

Nosotros hemos de agradecer a Tomás, el mellizo, el que se haya hecho maestro del preguntar, del dudar, del inquirir y por lo tanto del hallar y encontrar... Porque dudó, porque hizo hermenéutica, porque se preguntó, llegó al descubrimiento más extraordinario y metafísico que traiga todo el nuevo testamento: la afirmación de Jesucristo nada menos que como Dios y Señor.

En estos momentos casi trágicos de la Argentina, permítanme alargar aún más este ya excesivamente largo sermón y añadir una última reflexión de Gadamer que, en sus últimos años, dudaba ya de la capacidad de la filosofía para hacer volver al hombre a sus verdaderos fines haciéndose las verdaderas preguntas. En esa misma entrevista de La Stampa sostenía: "si la filosofía no es suficiente, se necesitará una gran catástrofe natural, una epidemia gigantesca, una debacle económica... Bajo el estímulo de la necesidad, podrá renacer en el hombre la búsqueda de Dios, la solidaridad, la humanidad, la firmeza de la familia, la piedad, la autodisciplina..."

Que así sea, al menos para nosotros argentinos. Se lo pedimos al mellizo Tomás y a Jesucristo Resucitado, Nuestro Dios y Señor.

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