En los viejos libros de apologética –es decir, aquella parte de la disciplina teológica que se ocupaba de defender la Fe contra los argumentos de los que no la aceptaban- la Resurrección se aportaba como la prueba fundamental que teníamos para demostrar la divinidad de Cristo. La cosa era así: Jesús, durante su vida mortal habría afirmado ser Dios. Los judíos no le creyeron y, por eso, lo mataron. Jesús les demuestra que decía la verdad resucitando y haciéndoles pito-catalán paseándose, ‘vivito y coleando', por Palestina.
En realidad las cosas no fueron tan así. Primero, porque la Resurrección de Jesús no tiene ese sentido y es fundamentalmente distinta a la de Lázaro, o a la de una a partir de cualquier no se que estado cataléptico, o a la promovida por masajes al corazón. Segundo, porque, estrictamente, como prueba, no sería concluyente desde el punto de vista histórico. Tercero, porque los mismos apóstoles no predicaron nunca cosa semejante. Y explico.
Eliseo resucita hijo de la viuda (II Rey 4, 18-37)
El que un muerto volviera a la vida no carecía de precedentes en el ámbito bíblico. Basta recordar los ciclos de Elías y Eliseo en el segundo libro de los Reyes. En vida de Cristo, la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naim, Lázaro. N o es semejante a estas la Resurrección de Jesús. Lo que la Resurrección expresa es que Nuestro Señor pasa a un tipo de existencia que ha dejado tras de si la muerte de una vez para siempre. Que ha llegado a Dios, superando definitivamente las fronteras de este eón , es decir, de este tiempo y de este espacio. Como dice Pedro, al contrario de David y de todos los resucitados por Él mismo, Jesús se ve libre de la corrupción , vive para Dios un nuevo tipo de Vida y, como afirma el Apocalipsis, vive “ por los siglos de los siglos y tiene las llaves de la Muerte y del Hades ”.
Jesús rompe de una vez el inevitable límite del desembocar de toda vida en la muerte y, al romperlo, nos abre camino hacia la eterna Vida de Dios.
Estas afirmaciones de las epístolas y del libro de los Hechos de los apóstoles, son expresadas posteriormente en los Evangelios por medio de la singularidad arcana y enigmática de las ‘presentaciones' de Jesús a sus discípulos luego de la Resurrección. Aparece y desaparece, no importa que las puertas estén cerradas, está pero no es reconocido. Pablo dice haberlo visto camino a Damasco, pero los que están con él solo oyen una voz.
Y he dicho ‘presentaciones' en vez de ‘apariciones', porque la palabra aparición hoy en día tiene un significado fantasmagórico, supersticioso. Pero la verdad es que el término griego ‘ ofze' que designa este presentarse de Jesús, literalmente traducido, quiere decir correctamente ‘apareció'. Lo que sucede es que, en la Biblia, esta palabra se utiliza siempre para denominar las manifestaciones de Dios a los hombres. Es decir la develación de lo normalmente inaccesible a los ojos humanos, por el solo motivo de que Dios, desde lo inasequible de su Ser, magnánimamente quiere mostrarSe. Cuando los evangelios dicen, pues, que Jesús ‘aparece' a los discípulos, al mismo tiempo están afirmando que Él ya pertenece, no a la historia, sino al dominio de por si inabordable de lo divino. ¿Ven? La Resurrección no es un regreso a la vida: es un trascenderla, un avance, un liberarse de los avatares de la historia.
Matthias Grünewald
(c.1470-1480 - 1528)
Y, por eso, la historia, estrictamente, no puede demostrar directamente la Resurrección de Jesús. Lo único que podría demostrar es, en todo caso, que hubo una tumba vacía y que un grupo de pobres hombres abatidos, desalentados, fracasados, desilusionados, de pronto, incomprensiblemente, en medio de la euforia más inexplicable, se ponen a predicar que Cristo es Señor y Dios. Que, a pesar de que lo han muerto, vive. Que es capaz de dar esa Vida, esa Salvación y, por eso -depositarios de esta fabulosa noticia- salen a propagarla por el mundo y son capaces de entregar su vida por esta afirmación.
A esa realidad de la Resurrección –objetiva, por supuesto, pero más allá de la historia- solo puedo acceder por la fe, basado, humanamente, en que yo me decida libre y razonablemente, a prestar asentimiento o no a estos testigo y a sus sucesores.
Y llegamos al tercer punto. Como decía el domingo pasado, los apóstoles predican, antes que nada, no al Jesús de Nazaret, maestro bueno, con sus sabias palabras y milagros, sino al Señor Resucitado. Es la Resurrección la que funda la fe de la Iglesia, no las enseñanzas del Rabí Yeshúa. Y aún cuando los evangelistas intentan escribir los hechos y palabras de Jesús anteriores a la Pascua, ya lo hacen sabiendo quién era el Señor manifestado luego de Aquella, y proyectando mucho de lo que saben del Resucitado a la vida terrena del Maestro. Porque, rigurosamente, el que Jesús fuera Dios, solo lo supieron después de Pascua.
Los discípulos de Emaús, cuando hablan con Cristo en el camino, sin reconocerlo todavía, le dicen: “ ¿Eres tu acaso el único que no ha oído hablar de Jesús de Nazaret, profeta poderoso en obras y palabras (…) nosotros creíamos que sería él quien iba a librar a Israel … pero lo mataron” . ¿Ven? Esa era la creencia de los discípulos: que Jesucristo era un profeta, un libertador político, un hombre excepcional y elegido por Dios. Y que había fracasado sanguinolentamente en la Cruz.
No. La Resurrección no viene solo a dar sello de veracidad a las enseñanzas anteriores de Jesús. Viene a fundar una nueva, inesperada e inaudita Fe. La Fe en el Cristo Señor.
Sin la Resurrección, no tiene explicación alguna la tempestad de fuego que salen a atizar los apóstoles por el mundo después de la tragedia de la cruz.
"Señor y Dios mío”, dice hoy, por primera vez, un apóstol. ¡Luego de la resurrección! Es la primera vez registrada en los evangelios en que un discípulo reconoce la divinidad de Cristo. “Yahvé Elohim” era el nombre inefable de Dios en el AT. Tan inefable que los rabinos no se atrevían a pronunciarlo.
[Haciendo un paréntesis. Como Vds. saben, el alfabeto hebreo no tiene vocales. Mientras el hebreo fue una lengua viva bastaba leer las consonantes para recordar la palabra tal como se pronunciaba. Pero, cuando ya no se habló más, resultaba muy difícil leerlo. Por eso los rabinos, hacia el siglo V después de Cristo, para facilitar la lectura, indicaron vocales por medio de puntitos y rayitas colocadas debajo de las consonantes. Ahora bien, como el nombre de Yahvé no debía pronunciarse, por respeto, en su lugar se decía “Adonai” o “Edonáh”, ‘mi Señor' y, para que el lector lo recordara, debajo del ‘Tetragrama' -las cuatro consonantes de Yahvé-, pusieron, con los puntitos y rayitas- las vocales de Edonáh. Como los protestantes no sabían esto, por eso, combinando artificialmente las consonantes y las vocales de los dos distintos nombres, leyeron ‘Jehová', lo cual es un soberano disparate. Cierro paréntesis]
La cuestión es que en la Biblia griega, Yahvé se tradujo ‘ Kyrios' , ‘Señor' en español. En cambio el otro nombre de Dios, ‘Elohim', se vertió como ‘ Theos' , es decir, simplemente, Dios.
Eso es pues lo que le dice Tomás, un judío conocedor de las Escrituras, a Jesús Resucitado: ‘Adonai' y ‘Elohim', ‘ Kyrios kaì Theos ', ‘Señor y Dios'.
Y eso es lo que confiesa y cree, desde entonces hasta el fin de los tiempos, la Iglesia: Yahvé-Elohim, el Dios omnipotente, creador de los cielos y la tierra, no ha querido permanecer inaccesible. ‘Aparece', se hace próximo al hombre, en Jesús. Y, apareciendo en Él, destruye la distancia de su inaccesibilidad y nos da la oportunidad de alcanzarla.
Más aún: este ‘aparecer' en el Cristo Resucitado no es solo una prueba de la divinidad de Cristo, es, antes que nada, un prueba de Su amor. Dios nos ha amado tanto que su ‘aparecer' resucitado no es sino la sublimación de la entrega total que ha hecho de Sí mismo a nosotros en la Cruz.
Ese su ‘aparecer' resucitado, dirigido totalmente al hombre, es, a la vez, por amor, oferta a nosotros de esa Vida divina que Él posee en plenitud.
La manera de acceder a esa vida es la Fe. “Dichosos los que crean sin ver”.
No la creencia humana o sensiblera o supersticiosa en el ‘profeta poderoso en obras y palabras', capaz de garantizarnos humanos éxitos o soluciones. Ese Jesús sentimentalón que nos fabricamos a nuestra medida, para que nos de suerte o nos enseñe a ser buenitos, pero a quien abandonamos rápidamente, tan pronto sobreviene la prueba, la dificultad, la contradicción, la Cruz, enojándonos con él cuando las cosas van mal, como si hubiera defraudado nuestra confianza.
Duccio di Buoninsegna (c. 1255-1319)
No. Hablamos de la Fe en el ‘ Kyrios' , el ‘Señor', quien -a través de la Cruz y de la muerte- nos ofrece la Vida.
Vida que, por ahora, solo vemos y participamos en la Fe. Tan pronto se nos aparece como desaparece en su inaccesibilidad.
Un día será definitivamente luminosa, plena, gaudente, más allá de este ‘ eón' , más allá de la historia, más allá de la muerte.
En la Eternidad.