1990 - Ciclo A
2º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
SERMÓN
El Papa Juan Pablo II , que está visitando en estos momentos Checoeslovaquia, ha hablado, en uno de sus primeros discursos, del fin de la utopía comunista.
Y así es: el comunismo ha demostrado, desde adentro mismo de su maléfico reinado, su incapacidad total para solucionar los problemas humanos y ni siquiera los económicos. Es triste, sin embargo, reconocer que, en los últimos tiempos, tantos hombres de Iglesia se hayan equivocado al respecto y hayan apoyado combativamente la instauración de regímenes marxistas o crueles movimientos revolucionarios de ese signo, sobre todo en Latinoamérica.
Por supuesto que en eso no estuvieron solos: la "intelligenzia" europea, no solo ha mirado con simpatía y tolerancia los opresores regímenes del Este europeo y aún las crueldades inhumanas de los marxismos orientales, desde el maoísmo hasta el Viet Cong, sino que silenciaron y ridiculizaron a hombres de la talla por ejemplo de Solyenitzin cuando denunciaban las atrocidades de los archipiélagos Gullag. Occidente ha sido cómplice de la permanencia despótica y del progreso de esos sistemas bestiales.
Y eso ha contestado hace poco el Cardenal Lustiger , Arzobispo de Paris, cuando le preguntaba hace unas semanas un periodista si la Iglesia no se avergonzaba de haber sido amistosa o al menos muy tímida denunciante, en los últimos tiempos, de la barbarie comunista. Piénsese que el Concilio Vaticano II en ninguno de sus documentos menciona una sola vez al comunismo, el fenómeno histórico más atroz de este siglo. El Cardenal Lustiger contestó que ese era un error en el cual los hombres de Iglesia habían simplemente acompañado a la ceguera de Occidente.
Pero si allá en Europa Occidental se trataba de una veleidad de intelectuales, de periodistas de 'sinistra', de anteojudos de la Sorbona, de políticos social-demócratas, de capitales inmorales, de clérigos mundanizados, en Latinoamérica se tradujo toda esa ideología en sangrientos movimientos revolucionarios, de los cuales algunos alcanzaron el poder, como en Cuba y Nicaragua, otros sumergieron a sus países en la subversión, como en el nuestro, Uruguay y Chile, donde fueron exitosamente parados por las fuerzas armadas y, en otros, siguen causando estragos como en Colombia y Perú.
Y, aún fuera de los cauces revolucionarios, ya el populismo, el intervencionismo estatal, la corrupción de la nomenclatura administrativa y política, habían logrado sumergir a nuestros países en regímenes prácticamente colectivistas que terminaron por empobrecer totalmente a nuestras naciones.
Esta pobreza casi endémica fue caldo de cultivo para los movimientos subversivos, que ofrecían de receta curativa más de lo mismo, más intervencionismo, más estatismo y todo -como decimos- tristemente bendecido por una pseudo teología o lectura del evangelio que se dio en llamar "teología de la liberación". Justificación ideológica de la infiltración marxista que se produjo en las filas de los clérigos y de militantes católicos ya desde la época del sacerdote Camilo Torres .
De paso: uno de los pasajes clásicos esgrimidos para justificar el comunismo entre los católicos es la primera lectura que hemos escuchado y que pertenece a los Hechos de los Apóstoles , compuesto por Lucas allá por los años 80, casi medio siglo después de sucedidos los acontecimientos que relataba. Y lo hace ciertamente porque está escribiendo para una comunidad que -tercera o cuarta generación de los primeros cristianos- ha perdido bastante del primitivo entusiasmo de aquellos. Por eso Lucas insiste mucho en sus escritos sobre la necesidad de hacer efectiva la caridad fraterna en el compartir los bienes materiales.
Para ello trae hoy a colación este vago recuerdo, que le ha llegado por la tradición, de una experiencia de grupo, que ha durado ciertamente pocas semanas y estaba sostenida por el convencimiento, en esos primeros días, de la inminente vuelta del Señor. Y este viejo recuerdo de los primeros meses del cristianismo lo relata, no como fórmula a ser aplicada indiscriminadamente a toda la sociedad, sino como incentivo a una mayor solidaridad actual entre los creyentes.
La Iglesia, por otra parte, no ha dejado nunca de predicar, como una vía especialísima de testimonio cristiano, el poseer los bienes en común y renunciar a la propiedad privada. Desde siempre y hasta nuestros días esto lo han hecho monjes y monjas. Pero, jamás, la Iglesia, ni Lucas en la lectura de hoy, proponen esto como panacea universal a los problemas sociales. Al contrario, la doctrina de la Iglesia ha sido invariable en cuanto a la necesidad de custodiar cuidadosamente el séptimo y décimo mandamientos -'no robar' y 'no codiciar los bienes ajenos'- y, por lo tanto, respetar la propiedad privada. Precisamente el no haberlos custodiado es, entre otras cosas, lo que ha hecho huir de nuestros países capitales e inversiones y dejarnos en el estado en que estamos.
Por eso, el reivindicar la ley natural, la ley de Dios, el respeto a la propiedad privada, el retorno a normas sanas de la economía, puede y debe hacerse en nombre de la doctrina social de la Iglesia y no a caballo de ideologismos de signo anticristiano, como el liberal. De ninguna manera la doctrina de la Iglesia se opone a lo que hoy se ha dado en llamar la 'economía social de mercado'. Cualquiera que, en nombre de lo cristiano, se oponga a ésta se equivoca, extraviado por una propaganda insidiosa que, aún a nivel de catequesis, ha pretendido identificar al cristianismo con el socialismo o con el comunismo. La libertad económica -en el encuadramiento superior de lo ético y lo político por supuesto- ha sido constantemente la doctrina oficial de la Iglesia a lo largo de toda su historia.
Pero lo que de ninguna manera la doctrina católica puede asimilar es la 'ideología' liberal en el terreno de lo ético, lo político y lo filosófico. El que ciertos partidos llamados liberales nos vendan buena economía no puede hacernos aprobar su ética o su política. Ni el que algún partido o movimiento tenga la teoría económica extraviada, estatista e intervencionista, no invalida lo que pueda tener de católico en lo ético y lo político.
Lo peor de todo, de todas maneras: liberal en lo ideológico y socialista en lo económico, como hace la social-democracia.
En fin, que éstos son los elementos del drama del movimiento de la perestroika en Europa y de la menentroika en nuestro país. Entre nosotros la situación es más grave porque el liberalismo ideológico en forma de liberalismo histórico y luego de social-democracia y de gramscismo coexistió con el intervencionismo estatal, el casi comunismo económico, -como decíamos: la peor combinación posible- destruyendo tanto la economía como la moral nacional.
Pero, aún en los países del Este europeo, donde el comunismo no logró destruir el espíritu ético y quizá lo promovió obligando, por las circunstancias, a ciertas formas de ascetismo y aún salvó lo religioso porque, enfrentándolo desembozadamente, impidió que se corrompiera, en esos países -digo- la obtención de la libertad económica, con su casi cierto despegue a la prosperidad material ¿no vendrá acompañada del libertinaje ético-político que caracteriza la vida del Occidente opulento?
Y volviendo a nosotros: Nuestra propia menemtroika, si es que se realiza, -por ahora tanto no se ve-, ¿podrá ser acompañada de una auténtica resurrección nacional en donde vuelvan a imperar los valores naturales de patria, de familia, de honestidad, de laboriosidad y, sobre todo de apertura a lo trascendente, a Dios? ¿Podrá la Iglesia, a través de sus hombres -que tanto tiempo se han dedicado a predicar lo social, contribuyendo con eso a aumentar la pobreza que ingenuamente querían combatir-, volver a ser motor de un verdadero resurgir argentino en la línea de sus mejores tradiciones cristianas?
Podemos preguntarnos también: En el caso de que las fórmulas de sentido común que se apliquen en lo económico y un poco de suerte logren llevar a nuestro país a la prosperidad ¿no desaparecerá la fe en medio de las ocupaciones y preocupaciones y diversiones de una sociedad dedicada a la producción y al consumo?
Juan Pablo II en estos días ha lanzado su grito de alarma a esos países que están liberándose del régimen comunista que los ha llevado a su pobreza actual en medio de indecibles sufrimientos: "cuidado, ahora, de perder la fe y sumergirse en le hedonismo y la corrupción de los países de occidente".
Porque no vaya a ser que el enemigo, dándose cuenta de que han sido mucho más eficaces para extirpar la fe, la riqueza y el libertinaje de los países de Occidente que la oposición frontal del comunismo, no haya desencadenado toda esta maniobra para terminar su obra.
En la época en que Juan escribía su evangelio imperaba en Roma Domiciano , en una de los períodos de mayor esplendor y prosperidad del Imperio. La ideología de Roma, con su pluralismo, las fronteras nacionales abiertas y la extensión paulatina de la ciudadanía romana con sus derechos a todo el mundo, atraía la adhesión de los dirigentes de todos los pueblos y multiplicaba las riquezas. Domiciano, relata Suetonio , asumió el título oficial de ¡"Dominus et Deus noster" "Señor y Dios nuestro"!
Pero es frente a ello y frente a la adjunta corrupción tremenda de las costumbres, a las injusticias, a la mentira, al fraude, al egoísmo, a la disolución, que se levanta el cristianismo naciente. El adversario no era la pobreza, sino la i dolatría que llevaba al hombre a adorar su vida terrena y la corrupción que lo hacia extraviarse de su dignidad. Frente a esta sociedad que en su cabeza se diviniza a si misma, -porque no es a Domiciano que declara 'Señor y Dios nuestro', sino a la prosperidad y al libertinaje romano- Juan levanta, en boca del apóstol Tomás, la única y verdadera bandera de libertad, el decir al Señor Resucitado a través de la Cruz y de la liberación de las ataduras de la concupiscencia a las cosas de este mundo, decirle -solamente a El-: "Señor mío y Dios mío".
Que podamos conservar siempre esa verdadera libertad, que no es la que vende el liberalismo; porque, el decir "Señor mío y Dios mío" únicamente a Cristo, es lo solo que puede salvarnos de tener que decírselo a las riquezas, a nuestros vicios, a nuestras pasiones o a cualquiera de los señores de este mundo, actuales o por venir.