Sermones de pascua

Pbro. Gustavo E. PODESTÁ



Adviento

1996 - Ciclo A

2º domingo de pascua

Lectura del santo Evangelio según san Juan    20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.


SERMÓN

Es sabido que si bien es cierto que la antigüedad clásica conoció el calendario lunar o solar por meses más o menos desiguales, no tenía en cambio semana, la 'septimana', es decir las siete mañanas. Los días en Roma se numeraban alrededor de las calendas, que eran el primer día del mes y los idus, que lo promediaban. Es verdad que cada día se ponía, al menos entre los astrólogos, bajo la influencia de uno de los siete planetas, pero esta denominación no era de uso civil. Tampoco había días de descanso periódicos, solo jornadas faustas o infaustas en donde era peligroso emprender determinadas tareas o campañas militares. Los siervos y los esclavos no descansaban jamás. Es decir, simplemente, que no existía la semana.

La semana tiene algo que ver con las fases lunares, pero son recién los hebreos quiénes la institucionalizan al fijar el sábado, el sabath, como día de descanso instituido por Dios y afirmado no solo por un mandamiento -el cuarto- sino mediante el relato mítico de la creación en siete jornadas que da a ese día de descanso, como el espaldarazo fundacional.

El resto de los días no tenía nombre: simplemente se numeraban: primero, segundo, tercero después del sábado.

Sin más que los romanos conocían esta institución puesto que los judíos abundaban en las ciudades del impero. Más aún, varios edictos imperiales concedían a esa comunidad el privilegio de seguir respetando ese día como de descanso. Pero aún así Cicerón considera a esta práctica como una burda superstición y continuó siendo por mucho tiempo de uso exclusivamente judío.

Siendo los primeros cristianos casi todos de esa nacionalidad, la generación apostólica y unas cuantas subsiguientes, continuaron naturalmente con la práctica de respetarlo. Empero, San Pablo (Rm 14, 5; Gal 4,10) ha de advertir a los cristianos que así como no hay alimentos puros e impuros, ni leyes formales y externas que puedan oponerse a los dictados del espíritu, el cristiano debe precaverse de estar observando días infaustos o infaustos ni acusar a quien no practique el sábado.

Aún así, desde la primera generación, los cristianos empiezan a celebrar un día especial como el de la resurrección del Señor. Ya en los evangelios, ese día está fijado como el primer día después del sábado o sea el primero de la semana judía. Hemos escuchado recién en nuestro relato que tanto la primera como la segunda aparición de Jesús resucitado ocho días después, san Juan afirma se hace el primer día después del sábado. Es el día en que según Pablo los cristianos se reúnen para orar y para la fracción del pan. También en ese día tendrá lugar o se festejará el acontecimiento de Pentecostés.

Es muy probable que, dado que el día judío comenzaba a la caída del sol, esas reuniones comenzaran en la tarde del sábado en la prolongación del descanso sabatino.

Pero ya San Juan comienza a llamar a ese primer día después del sábado: he kiriaké jemera -en griego-, domínicus dies -en latín-, 'el día del Señor' o 'el día señorial'. Y así lo llamarán luego los primeros escritores eclesiásticos. De domínicus dies, en latín, derivara nuestro término 'domingo día' o, sencillamente, domingo, que aún utilizamos. Como ese día coincidía con el asignado al sol, y utilizando profusamente la imagen del sol para ilustrar el papel del Cristo resucitado, el nombre de "día del sol" también comenzó a generalizarse en época cristiana y pervive entre la porción anglo germana del imperio: sunday, sontag. El nombre estaba, además, respaldado por el hecho de que, en el relato bíblico, el primer día de la semana es el día de la creación de la luz y Cristo, nuestro cirio pascual, es la luz por antonomasia, el pleno sol.

Es así que en los primeros siglos pacíficamente los cristianos de origen judío conservan la costumbre de descansar el sábado y celebrar festivamente el domingo con la misa vespertina o de madrugada. La mayor parte de la gente trabaja ese día como cualquier otro.

Es recién el emperador Constantino quien, al convertirse al cristianismo, manda que en todo el imperio ese día sea no laborable, en realidad para permitir a los cristianos el culto dominical, aunque eso no lo diga para no herir la sensibilidad de los paganos..

En el código de Justiniano se conserva literalmente ese histórico edicto constantiniano que funda en Occidente nuestra moderna semana de siete días con su descanso dominical. Dice: "En el venerable día del Sol descansen todos los tribunales, la plebe de las urbes y todos los oficios y artesanías. Los agricultores háganlo libremente, ya que por razón de siembra o de cosecha no siempre es oportuno no trabajar en ese día."

El cuidado de Constantino de no aparecer demasiado confesional hace que no nombre a los cristianos y a su culto. Eso incidirá en que la legislación posterior, aún la canónica, insista más en la cesación del trabajo que en la importancia del culto, la oración y la reunión comunitaria.

Pero los cristianos venidos del judaísmo lo tenían claro: el día de descanso en realidad era el sábado -que continuaban conservando- el domingo en cambio era el día del Señor, el día de encuentro con el Resucitado.

De hecho, en esa misma época, el concilio de Nicea -año 328- prescribe para todos los cristianos la obligación de asistir el domingo a Misa.

Transformar el domingo en día puro de descanso era, según los escritores eclesiásticos, a partir del siglo cuarto, sabatizar, judaizar el domingo.

Porque el domingo en realidad ya no forma parte de los días de la semana. El Resucitado ya no está estrictamente en el tiempo caduco de este mundo, ha pasado a una dimensión superior, a un tiempo definitivo en el cual ya no hay estrictamente semana. Tanto es así que según San Atanasio y San Cirilo, no se trata del primer día de nuestra semana. El primer día después del sábado es la inauguración del nuevo y definitivo tiempo, por eso coincide con el octavo día, más allá de este tiempo, ámbito propio de la vida del resucitado, de la creación nueva. No es que Jesús se aparezca o resucite en día domingo, sino que cuando aparece trae consigo, hace irrumpir en nuestro tiempo al domingo, ese octavo y definitivo día que ya vive Él en su estado señorial.

De allí que san Jerónimo advierte contra la sabatización del domingo. Todo día -dice- en el cual se celebre una Misa, todo momento de auténtica oración, hace ingresar al cristiano en ese domingo definitivo que habita el Señor.

El sábado ahora es mero pórtico al octavo día. Es alegóricamente el descanso del pecado, previo al encuentro resucitado con Dios. Y si es día de descanso lo es en orden a poder jubilosamente festejar el domingo en el culto, en la oración, en la recuperación semanal de la dignidad de nuestra filiación divina.

A eso se encamina la legislación eclesiástica de esos primeros tiempos: ese día nadie debe hacer ayuno, ni rezar de rodillas, ni obligarse a trabajar, ni asistir al teatro, ni a los anfiteatros, sino ir a Misa, dedicarse a la oración, a la meditación de los misterios cristianos, al encuentro comunitario; y los obispos tienen la obligación de visitar las cárceles, los enfermos, los necesitados para recordarles, a pesar de su desgracia, si son cristianos, su dignidad cristiana y dominical.

Lamentablemente la justa separación del sábado como día de descanso y del domingo como día de fiesta y de culto, a partir del siglo IX y específicamente de Carlomagno termina por esfuminarse. El teólogo de corte Alcuino traslada sin más las prescripciones del cuarto mandamiento, al domingo cristiano y se empieza a tejer la peregrina idea de que el domingo es una sustitución del sábado judío. Eso deforma el sentido del domingo porque, trasladando el mandamiento sabático al día del Señor, éste finaliza por transformarse en una mera jornada de descanso y así -incluso en la moral cristiana- empiezan a ser más importantes las distinciones ridículas y fariseas de cuánto y cómo se puede trabajar o no en ese día, que su sentido mistérico, cúltico, de día comunitario de encuentro con el Señor.

En esta misma dirección el mundo contemporáneo, al desterrar el cristianismo de su horizonte, ha reducido decididamente el domingo a un paréntesis ocioso en donde se permite a la gente recuperar fuerzas para seguir trabajando durante la semana como burros. Y es muy probable que, con el tiempo y las necesidades de la producción, el domingo, aún así reducido a día de descanso, termine por desaparecer. De hecho en muchos países industrializados hay fábricas que nunca cierran y cada operario tiene su día distinto de descanso semanal que no coincide con el domingo, permitiendo de este modo la continuidad de la producción.

Tanto es así que en la Iglesia algunos se preguntan si en esa nueva mentalidad será posible conservar la obligación dominical de la Misa y no, a lo mejor, en todo caso, la obligación de una misa semanal. Vaya a saber qué pasará en el futuro

Sin embargo hay que decir que en el precepto dominical no se trata simplemente de un acto de culto u oración personal, individual. La obligación de reunirnos en un mismo lugar físico hace a la esencia del precepto del concilio de Nicea. No es lo mismo que ver la Misa por televisión o que asistir a una Misa privada. La Misa del domingo mira al mínimo compromiso que tenemos los cristianos de apoyarnos mutuamente en la fe. El hecho de venir físicamente al templo ya es un testimonio, una especie de profesión de cristianos. que nos debemos los unos a los otros, a pesar de que una Misa privada, un día de semana con poca gente, para el provecho individual pueda ser más conveniente que la barullera Misa del domingo con chicos que lloran y gente que entra y sale y el cura que predica interminablemente. Sería una lástima, además, perder el signo del domingo como día sagrado, irrupción en nuestro tiempo del tiempo nuevo del Resucitado.

De todos modos, por ahora, mientras no solo el domingo se mantiene sino que se ha rescatado, de acuerdo al sábado inglés, el viejo descanso sabatino de judíos y cristianos, intentemos volver a dar sentido estrictamente religioso a nuestro domingo. Que -si se quiere- el viernes a la noche, el sábado, sean momentos de diversión y de mero descanso, pero no el domingo. Y menos, que sea -como para gran parte de nuestra juventud-, hasta el mediodía, día de descanso de la farra del sábado por la noche y, a la tarde, preparación o espera angustiosa de las clases o trabajo del lunes.

Sea el domingo verdadero día de oración, no solo de Misa, sino de lectura, de meditación, de encuentro con Dios y, también, de sereno encuentro en Cristo con los nuestros, al calor e influencia de ese primero y octavo días definitivos, la nueva creación, el Domingo perenne que nos ha conquistado la Resurrección del Señor.

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