1998 - Ciclo C
2º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!» El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré» Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe» Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!» Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
SERMÓN
Poco nos ha llegado de literatura precolombina. En América prácticamente no existía la escritura y los pocos jeroglíficos de los idiomas azteca y maya que tenemos son de casi imposible o hipotética traducción.
Sin embargo algo se ha salvado a través de la tradición oral, que misioneros españoles se ocuparon de registrar.
Una de las obras más conocidas es el Popol-Vuh, relatos mitológicos de los indios quichés, una rama de los mayas, acerca de la formación del mundo, de sus dioses, héroes y hombres, que fue escrita por un indio quiché que había aprendido la escritura de los misioneros españoles. En el 1690 en Chichicastenango el andaluz Fray Francisco Ximenez tuvo acceso al viejo manuscrito y lo copió y luego tradujo al español. Esta copia -que es lo único que se conserva- se guarda hoy en Chicago.
El Popol-Vuh afirma que los dioses formaron a los hombres para ser por ellos alabados, servidos y mantenidos. Ensayaron, primero, formando a los animales, pero éstos no pudieron alabarlos; solo rugir, ladrar y piar. El segundo intento fue hacer al hombre de lodo, de barro, pero el muñeco se disolvía en el agua y finalmente fue destruido. En tercera instancia hicieron al hombre de madera. Podía hablar y cantar, pero se negó a servir y alabar a sus creadores. Por eso fueron castigados con un diluvio que finalmente los exterminó. Los pocos que quedaron son los monos y micos que andan saltando por las ramas de los árboles. Por último -por consejo del Coyote, el Gato montés, la Cotorra y el Cuervo- los dioses decidieron mezclar barro con maíz y así finalmente surgió el ser humano.
Hay que tener en cuenta lo que significaba el maíz para los amerindios. Algo así como el trigo para el resto de los continentes. Era la comida por antonomasia, el símbolo mismo del alimento y por lo tanto de la vida. Más aún: como del maíz se destilaba la chicha, el agua ardiente que concentraba en su esencia quemante el soplo del dios sol, el maíz era considerada una planta divina. Mezclar maíz con el barro, significaba pues que al hombre se le infundía un soplo de naturaleza divina, solar. De tal manera que -dice el Popol Vuh- "grande fue la sabiduría de los primeros hombres, vieron todo cuanto en el mundo había y acabaron por saberlo todo. Pero no les pareció bien a los creadores ver que los hombre sabían tanto. Entonces el Corazón del Cielo les hechó aliento, vaho de su boca en los ojos, para que solo pudieran ver lo que estaba cerca".
Es curioso como el Popol-Vuj, a pesar de no tener contactos con ellas, coincida en este mito con casi todo el resto de las mitologías de la antigüedad asiática y europea, reflejando la creencia de que el hombre es una mezcla de materia con algo divino. Para no abundar en datos recordemos solamente el mito babilónico de Atra-Hasis, por lo menos 1700 años antes de Cristo. También aquí los dioses crean a los hombres para descargarse de las tareas pesadas y vivir de sus ofrendas. Dicen las tablillas cuneiformes: "Mataron en su asamblea a We, uno de los dioses. Con su carne y su sangre, Nintu mezcló arcilla, y los grandes dioses soplaron sobre esa arcilla". Es de esa mezcla, pues, barro por un lado, carne, sangre, y soplo de Dioses por el otro, como surge el ser humano creado, pero también aquí porque los dioses necesitan servidores, adoradores, súbditos.
Estos mitos y casi todos los de la antigüedad, pues, reflejan la creencia de que el hombre es un ser híbrido: parte divino; parte de tierra. Lo divino, representado generalmente por el soplo de algún Dios; lo terreno o corporal por el lodo.
Esto quería decir que, en el fondo de si mismo, el ser humano no es creatura, sino dios, aunque sea dios decaído, degradado en la materia, encerrado en el cuerpo por la maldad de otros dioses. Así pensaban no solamente estas mitologías, sino el hinduismo, el budismo, luego el maniqueísmo, Platón, Plotino, el pensamiento griego y el romano, y después casi toda la filosofía moderna, Kant, Hegel, Nietzche, Comte, Feuerbach,o su versión popular en nuestros días la New age: el hombre es Dios, solo necesita por medio de su razón -la diosa razón- liberarse de los condicionamientos de la naturaleza, de la materia, del cuerpo, de la sociedad, por medio de la técnica, o de la medicina, o de la revolución, para con el tiempo alcanzar la liberación de sus límites y finalmente construir el paraíso en la tierra, lograr la felicidad, la plenitud, en el fondo recuperar o alcanzar su primigenia divinidad, el cielo. Por eso creer en un dios fuera de si mismo lo aliena: ese Dios es adversario, como en Atra-Hasis que solo quiere al hombre para esclavizarlo o, peor, como en el Popol-Vuh en que el dios sopla un vaho para oscurecer la mirada del hombre e impedirle conocer que él mismo ya es dios.
De todos estos mitos se separa radicalmente el relato bíblico de la creación del hombre. Aquí también se usa la imagen del artífice que plasma arcilla: Dios plasma al ser humano del barro, a partir de la materia,y le insufla dice el texto hebreo neshamá, hálito de vida, pero este neshamá no es divino, es distinto de la vida de Dios, el espíritu, el pneuma, en griego, el ruah, en hebreo. El Neshamá, es la pura respiración del hombre, el signo de su vivir humano; en cambio el ruah es mucho más: es viento, huracán, en la imaginería bíblica, la respiración del mismo Dios.
Así pues, en la Biblia, queda claro que el hombre es una mera creatura, no espíritu de Dios sumergido en el cuerpo. Aún así esta creatura vale; aún el barro del cual está hecho es bueno, de ninguna manera una prisión para el espíritu, "la cárcel o tumba del alma", como la llamaba Platón, tanto es así que un día resucitará. Y el hombre ha sido creado no para asumir las penosas tareas que no quieren emprender los dioses o para convertirse en sus servidores o sus esclavos, sino porque Dios desde la plenitud de su bondad y felicidad, sin necesitar a nadie ni a nada, quiere dar esa su felicidad a otros seres.
Pero precisamente porque es creatura, porque esta medido por el tiempo y el espacio, porque es biología signada por el límite del nacimiento y de la muerte, el hombre goza de una vida y una felicidad precarias.
Todo el antiguo testamento es testigo de este límite que hace que el hombre no solo se tope siempre con el dolor y la muerte sino con el desorden, con el pecado, precisamente cuando negando su condición de creatura, pretende hacerse dios, encontrar en su yo y en este mundo una felicidad que allí no puede hallar.
Porque efectivamente Dios ha creado al hombre para darle una felicidad que desborda sus posibilidades de hombre, que el hombre no puede sacar de si mismo por más que venza a la materia -como dice el marxismo-, o que intente liberar el núcleo espiritual de su interioridad -como dice el budismo o el yoga- o que conquiste el universo, sino que solo puede lograr si, en la entrega y el amor, acepta el don gratuito del divino amor.
Esa aceptación que solo es capaz de realizar un ser libre, apto para dar respuesta de amor. Por eso Dios primero nos tiene que crear libres, pero limitados -no puede crearnos dioses, porque Dios solo puede ser uno- y recién después, a esa libertad creada ofrecerle acceder a su felicidad de Dios. No puede ofrecer esa libertad directamente al barro.
Es en la libertad de Jesús y de María donde Dios pudo infundir su vida en la historia humana; y será en la libertad de cada creyente donde Cristo, Señor de la vida, podrá ahora insuflar esa existencia que conquista a través de su libre respuesta al Padre en la Cruz y la Resurrección.
Por eso la escena del evangelio de hoy quiere rememorar la de la creación del hombre: Jesús sopla sobre sus discípulos. Pero ahora, como no sopla sobre el barro, sino sobre hombres libres capaces de dar esa respuesta de fe que finalmente también sabe dar Tomás, ya no les insufla solo el neshamá humano, sino que puede soplarles el ruah, el pneuma, el mismo espíritu y vivir de Dios: "Recibid el espíritu Santo."
De eso se trata en la Pascua, Cristo no solo resucita él, haciendo acceder a su cuerpo y su alma a la plenitud de la divinización a la derecha del Padre, sino que es hecho capaz, desde esa su nueva vida, de recrear al hombre, soplarles Espíritu, permitiendo a todos los que libremente crean en él acceder a ese nivel que no les corresponde por naturaleza -como dice el Popol Vuj o Atra Asis- pero si como don y gracia divinas.
En eso consiste la vida Cristiana, participar de la del resucitado, para un día poder resucitar con él. Fuera de esa vida, que es la finalidad para la cual Dios nos ha creado, estamos extraviados, fuera de camino, con nuestro solo neshamá o halito humano, es decir sin gracia, sin espíritu, destinados a la muerte. De allí solo nos puede sacar el espíritu de Dios, o en el bautismo, o, si después de él hemos perdido nuevamente la vida de Dios a causa de faltas graves, mediante la penitencia, en donde otra vez nos encontramos con el Espíritu que Dios ha dado a su Iglesia mediante el soplo de Jesús.