1985- Ciclo B
3º domingo de pascua
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48
Los discípulos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes»
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo»
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos»
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto»
SERMÓN
Ciertamente no se ha escapado a nadie de los que han escuchado con mediana atención el trozo del evangelio lucano que acabo de leer la insistencia con la cual el evangelista recuerda los gestos y palabras de Jesús resucitado, destacando la realidad de su ser corporal: "miren", "palpen", "toquen". Y no solo les muestra sus manos y sus pies sino que hasta pide comida y come delante de ellos.
Y esta insistencia es propia de Lucas, precisamente porque su relato se dirige al mundo griego, al mundo del pensamiento dualista que, contrariamente a las enseñanzas judeo-cristianas, dividen al hombre en dos porciones: el espíritu por un lado y el cuerpo por otro. Más aún: afirmaban que el espíritu del hombre estaba, durante esta vida, como encerrado en su cuerpo y debía liberarse de este, para volver -puro espíritu- a la esfera de lo divino.
En fin, de esto hemos hablado ya en otras ocasiones. El asunto es que los griegos estaban perfectamente dispuestos a aceptar que, después de muerto, el espíritu de Jesús seguía viviendo en la ultratumba, en esa esfera poco definida de lo que era 'lo divino' en estas concepciones, e, incluso, que podía aparecerse a la manera de los fantasmas y de los espíritus. Pero esto está en las antípodas de la afirmación cristiana, que no solo sostiene que Jesús es Dios -a la manera trascedente del Yaveh del Antiguo Testamento, más allá del universo, más allá de todo espíritu- no simplemente 'divino' como para los griegos y los romanos: una pura esfera de orden espiritual, contrapuesta a la materia, y en donde eran divinizados emperadores, astros y diversas partes o fuerzas de la naturaleza, como aún hoy sostienen hindúes, teósofos, espiritistas, y tantos filósofos modernos-; no solo esto, sino que todo lo humano de Cristo, su unidad vital -no 'cuerpo' y 'espíritu' a lo dualista, sino, en todo caso, 'materia prima' y 'forma' según el vocabulario aristotélicotomista-, todo (1), es lo que ha sido exaltado, elevado, a la dimensión trascendente del Dios cristiano.
Porque, aún para nosotros, no será un alma separada, un espíritu flotante, un ser fantasmal, el que pervivirá, con apenas nuestro nombre, en ese más allá de silencio, sin formas ni colores del 'sueño eterno', del cual a veces se habla, sino por el contrario, será el eterno despertar a la verdadera Vida divina sí, pero también humana, en continuidad con los que somos, en donde se sublimará todo lo bueno, lo bello, lo verdadero de nuestros quereres y sentires, de nuestros amores y amistades, de lo visto y oído, del canto y de los colores, del abrazo y del vértigo. Todo sobrevivirá sublimado en la auténtica paz que precisamente ofrece el Cristo resucitado y que es -a la manera del " shalom " hebreo- el conjunto polícromo y ruidoso de todos los bienes -no solamente los 'espirituales'- a los que pueda aspirar el hombre.
Si: "miren y toquen, no soy un pneuma , un aire, un fantasma un espíritu, he aquí mis manos y mis pies. Comamos juntos, Vds. mis amigos."
Pero, al mismo tiempo, es evidente que, aún siendo humanos, Jesús, a través de la muerte, ha sido transformado, ha pasado a una dimensión de realidad de una densidad definitiva y para la cual nuestros modos actuales de acercarnos a la realidad no bastan.
Para percibir a ese Jesús resucitado y exaltado se necesita trascender la esfera de lo puramente humano. Es necesaria la mirada iluminada de la fe que anticipa a nuestros ojos de hombres la manera de ver que tendremos en nuestra propia resurrección. Y porque esa mirada, esa manera perspicaz y penetrante de ver que poseeremos en la Vida definitiva, exige los órganos de nuestro ser humano 'transformados', 'resucitados', 'exaltados', lo poco o mucho que se le anticipe al hombre en esta vida, en la inadaptación de nuestros órganos embrionales, a veces se asemeja a oscuridad y de ninguna manera puede juzgarse por las repercusiones psíquicas que provoque en nosotros.
Podemos decir de una música por ejemplo, "la siento" o "no la siento", "me gusta" o "no me gusta", y -según mi grado de cultura, por supuesto- este sentir puede ser criterio válido de la objetiva belleza o no de lo que he escuchado.
Puedo también reflexionar detenidamente sobre una teoría política o filosófica y, finalmente, puedo pensar que se entiende o no se entiende, que es correcta o incorrecta, y (-otra vez según mi grado de cultura-) ese estar de acuerdo o no con las dichas doctrinas, puede llegar a ser criterio válido de la objetiva verdad de aquellas.
Porque el ser humano tiene sus sentidos adaptados para, con una cierta educación, escuchar música; tiene su inteligencia también conformada para -y esto después de una largo educación en el sentido común- para entender filosofía y política. Digamos que ni la música, ni la filosofía, ni la política, superan, de por si, las posibilidades del hombre. Perro sí supera las posibilidades actuales del hombre el asomarse a lo que es superior al hombre, a lo angélico, por ejemplo, y, por supuesto, a lo divino o a la vida de Dios que participaremos resurrectos, cuando, a través de la muerte, metamorfoseemos nuestras capacidades humanas y el mismo Dios nos capacite para ver y gozar de lo divino. Pero todavía no estamos capacitados para sentir o contemplar a Dios.
Es por eso que Lucas acumula las descripciones de los 'sentires', de los 'estados de ánimo' de los apóstoles frente a Jesús: "estaban atónitos", "llenos de temor", "estaban turbados", "con dudas".
Vean, 'sentires', 'pensares' de los discípulos que, a propósito, Lucas enumera como no teniendo nada que ver con la fe.
Pero, observen, no son solamente estas reacciones humanas, negativas las que no tienen nada que ver con la verdadera fe, sino tampoco las positivas. Y Lucas lo destaca en especial: " era tal la alegría y la admiración de los discípulos -dice- que se resistían a creer "
Y quizás esto sea bueno destacarlo hoy en día, cuando el hombre, aún el cristiano, suele vivir en las instancias más superficiales de su ser humano. Porque, si aún nuestra vida de puros hombres -en el estudio, en el trabajo, en el amor, y la amistad- no pude depender, en su realización, de nuestros estados de ánimo, de nuestras ganas o no ganas, de nuestros sentimientos cambiantes, de nuestras opiniones pasajeras, sino que tienen que construirse en el hondón de nuestras decisiones, de nuestro compromisos, y de nuestra palabra empeñada, mucho menos nuestra relación con Dios. De ninguna manera nuestro trato con Cristo resucitado puede sujetarse a los vaivenes de nuestros sentimientos o de lo que 'nos parece', o de nuestros grandes pensamientos.
Y allí está, entonces, la gente que dice que tiene fe porque 'se siente' maravillosamente cuando reza, o fenómeno después de comulgar, o de ir a misa. O cuando aletea lleno de fervor y de contento y todo le va bien. O, al contrario, los que vienen a gimotear estúpidamente que han perdido la fe porque -dicen- frente a las cosas de Dios sienten indiferencia o hastío; o porque les cuesta horriblemente vivir en coherencia cristiana; o porque Dios los coloca en situaciones incomprensibles a su humano entender, y tienen dudas, perplejidades, turbaciones, temores.
Esto no es entender absolutamente nada lo que significa la fe, que también se asienta en el plano de nuestras opciones y compromisos, no de nuestros sentires y opiniones; pero, sobre todo, en la misteriosa conexión que la gracia, más allá de toda experiencia posible con este nuestro ser humano terreno, hace con la luz plena que tendremos en nuestros seres resucitados y transformados, en el eterno despertar. " Y entonces él les abrió sus inteligencias para que comprendieran "
Comprensión que, en anticipo de eternidad y transformación, a veces viene acompañada de serenidad y de calma, pero que tantas veces -a lo mejor, para algunos, casi siempre- coexiste con el temor, la turbación y la duda; otras, con pasajeras y engañosas alegrías. Momentos ambos cuando puede, precisamente, madurar la verdadera fe, si, más allá de esos estados de ánimo, nos aferramos -como les dice Jesús a los apóstoles- a la palabra revelada, a las escrituras, y si, recibiendo el mandato de Cristo, persistimos en ser sus testigos, para llevar la fe a todas las naciones, empezando por la nuestra, sumergida hoy en las tinieblas marxistas, en la iniquidad obscena de las parodias de justicia, y en la crucifixión incomprensible de los justos por los sayones de sanedrín, la algarabía infame de las harpías y la cobardía de los Pilatos.
1- "Soy yo mismo", " egó eimí autós ".